Capítulo
1 // Diana
-Así
que le he dejado. Bueno, en parte me ha dejado él. Dejémoslo en que ha sido de
mutuo acuerdo.
-¿Pero
tú estás bien? –pregunta Diana, haciéndose una coleta baja mientras camina por
el pasillo de la facultad.
Martín
abre la puerta de la clase y le hace un gesto a Diana para que pase ella
primero. La chica hace un amago de referencia y entra.
-Pues
no lo sé. A ver, ahora mismo no mucho, la verdad. Le echo un poco de menos…
-Eso
es normal.
-No
sé si debería volver con él… A lo mejor, si hablamos las cosas, podemos
arreglarlo.
Diana
hace un moín con la boca, pensativa. En ese momento, su novio entra por la
puerta de clase. La chica le hace un gesto con la mano y él le sonríe.
Lo
de llevar una relación en secreto es algo difícil, pero Diego tiene razón:
causaría mucho revuelo en clase sin necesidad, puesto que llevan muy poco
tiempo juntos. Cuando Diana entró en la universidad pensó que a todo el mundo
le daría igual todo, que como hay demasiada gente y cada uno iba a su rollo.
Pero la gente de la carrera es igual que en el instituto: si hay un cotilleo,
se abalanzan como cuervos hacia la carroña.
-Buenos
días –Kara suelta su bolso junto al sitio de Martín, le da un beso en la cabeza
y éste la mira con una media sonrisa -. ¿Qué te pasa? –inquiere frunciendo el
ceño.
-Jorge
y yo hemos roto.
-¡No
me digas! –exclama Kara, algo exaltada. -¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Qué hago
por ti? –pregunta acariciando el pelo de su amigo con ternura.
A
veces, Diana se siente fuera de lugar. No es que sea menos amiga de Martín,
pero parece que Kara tiene una conexión especial con él. Quizá sean
imaginaciones suyas, pero en ocasiones siente que su personalidad es la más
diferente del grupo.
-Hola,
Jorge –saluda Diana mientras Martín pone a Kara al día con respecto a su
situación emocional.
-Aquí
huele a drama.
-He
cortado con mi novio. Bueno, con mi ex –resume Martín girándose para mirar a su
amigo.
-Vaya,
lo siento. Bueno, supongo que soy el único Jorge que necesitas en tu vida.
Martín
ríe. Diana se sonríe, feliz de que su amigo haya podido esbozar algo más que
una triste sonrisa.
-El
caso es que no sabe si volver con él. Yo le he dicho que con un ex nunca se
vuelve, porque por algo habrán cortado.
-Yo
estoy con Kara. Lo pasado, pasado está –comenta Jorge sentándose sobre la mesa
frente a Martín y Kara.
-Bueno,
yo creo que se pueden dar segundas oportunidades. A lo mejor el amor es más
fuerte que la pelea, ¿no? –argumenta Diana, mirando de reojo a Diego. Él no la
mira a ella.
-Buenos
días –les dice el profesor sin un ápice de ánimo cuando entra en clase.
Jorge
se desliza por encima de la mesa para sentarse junto a Kara. Diana mira de
reojo a Diego por última vez mientras se sienta junto a Martín. Su novio está
ocupado hablando con sus amigos, aunque uno de ellos sí que le sonríe y le saluda
con la mano.
Como
Diego comparte piso, le tuvieron que confesar a Dani, su compañero, que estaban
juntos. En realidad, más que decírselo, éste se cruzó con ellos cuando estaban
dándose un beso en mitad del pasillo. Pero el que le saluda es Carlos, quien también
lo sabe ya que, puestos que Dani se había enterado de la relación, Diego
decidió decírselo también a él para no dejarle fuera.
Por
un momento, Diana se queda pensando en por qué los amigos de Diego están al
tanto de la situación pero sus propios amigos no están autorizados a enterarse.
-Vamos
a comenzar el tema cuatro. Es un poco largo, pero es importante, así que estad
atentos –anuncia el profesor mientras se pelea con el mando a distancia para
encender el proyector.
-Me
está hablando –informa Martín con la vista fija en la pantalla de su móvil.
-¿Quién?
¿Tu ex? –pregunta Jorge inclinándose para leer el mensaje.
-¿Qué
dice? –inquiere Diana, curiosa.
-“Hola”.
Emoticono sonriente. “¿Cómo estás?”. ¿Qué le digo?
-Pues
respóndele a cómo estás.
-¡Es
que no sé cómo estoy!
-Yo
no le contestaría, sinceramente. Te vas a volver a pillar –comenta Jorge.
-Es
que ya estoy pillado.
-Pero
te puedes despillar.
Kara
ríe ante la palabra inventada, lo que provoca una mirada asesina por parte del
profesor. Todos se giran hacia las pantallas de sus respectivos portátiles
pretendiendo estar ocupados tomando apuntes.
-Creo
que no le voy a responder.
-Pero
eso es muy frío. Podríais ser amigos. Llevabais mucho tiempo juntos… -sugiere
Diana, mirando de nuevo a Diego.
La
chica, dándose cuenta de su incapacidad parar dejar de prestarle atención a su
novio, se incorpora completamente en el asiento y respira hondo, en un intento
de centrarse, obligando a su cuerpo a permanecer recto. Diana se ajusta la
gorra de vestir color tierra, dejando fuera un par de mechones de pelo.
-Mucho
tiempo no. Llevaban un año. Eso no es mucho tiempo.
-Jorge,
tu opinión aquí no es válida. Eres demasiado poco romántico.
-Y
tú eres demasiado sensible.
-A
ver, por favor, vamos a guardar un poco de silencio que, si no, no podemos
continuar –pide el profesor, mirándoles descaradamente.
El
grupo vuelve a simular que están cada uno a lo suyo. El profesor simplemente se
rinde y continúa con la explicación.
-¿Qué
quieres decir con eso? –inquiere Diana, esta vez susurrando y acercándose a su
amigo.
-Que
siempre estás el amor por aquí, el amor por allá. No todo es de color de rosa.
-Eso
ya lo sé. Pero tampoco creo que sea necesario cortar el contacto con una persona
que has querido. Seguro que han vivido buenos momentos que valen la pena
recordar.
-Los
puede recordar, pero no revivir. ¿De qué le sirve seguir pegado a su ex? No va
a ser la misma relación que antes.
-Yo
creo que os estáis yendo a los extremos –interviene Kara -. Y que es Martín el
que tiene que decidir qué hacer –añade mirándole con ternura.
-Me
lo voy a pensar.
Cuando
el profesor da por finalizadas dos eternas horas de Historia de la
cinematografía, Diana se esfuerza en evitar mirar a Diego. Se ha quedado
pensando toda la clase en lo que ha dicho Jorge, y ahora se pregunta si su
novio querría ser amigo suyo si cortasen. Porque, por otro lado, en la relación
que tienen ahora ni siquiera podrían considerarse tal cosa.
-Hemos
quedado esta tarde los tontos estos y yo para grabar un par de cosas –la voz de
Carlos suena de repente a su izquierda. Diana se fija en que ha venido solo.
Diego y Dani están esperándoles bajo el marco de la puerta con ambas miradas
fijas en sus teléfonos -. ¿Te vienes? Nos ayudarías bastante en algunas
escenas.
-¡Claro!
–responde esbozando una gran sonrisa, ignorando la molestia que siente por el
comportamiento de su pareja.
-Guay
– reacciona Carlos, iluminándosele el rostro -. Nos vemos.
Diana
observa cómo los tres cineastas salen de clase. Porque al parecer eso es lo
único que sabe hacer, mirar a su novio sin que él la mire a ella.
-Hola,
guapa –Diego se acerca para darle un beso cuando abre la puerta de su casa.
Diana se aparta instintivamente -. ¿Qué te pasa? –le pregunta su novio,
extrañado.
-Nada.
Perdona.
Diana
se acerca al chico para culminar finalmente ese beso, pero le sabe raro.
Está
acostumbrada a que esa sea su relación. Ignorarse en clase, quererse en privado.
Pero algo ha cambiado, aunque no está segura de qué.
-Estamos
grabando una escena este y yo –le comenta Dani, señalando a Carlos -. En cuanto
acabemos, necesitamos que salgas en una con los dos y en otra tú sola.
Diana
asiente, conforme. Le encanta actuar. De hecho, si no fuera por eso, no estaría
saliendo con Diego. Un día cualquiera, hablando con Dani sobre un videojuego,
salió de repente la conversación.
-Tenemos
un par de guiones escritos, y algunas ideas más pensadas –le contó el chico -,
pero tenemos una gran escasez de actores. Bueno, de actrices más bien. Somos
solo tres subnormales, y seguro que algunos amigos de Diego quieren participar,
pero solo contamos con una chica, y necesitaríamos más para empezar a rodar.
A
Diana le pareció emocionante que, en primero de carrera, tres chavales
cualesquiera hubieran empezado una productora de cine independiente. Sintió un
gran respeto por ellos.
-Pues
contad conmigo. A ver, no actúo muy bien, pero me gusta mucho y me encantaría
ayudaros.
-¿En
serio? Muchas gracias, en serio. Nos salvas la vida.
En
dos meses de rodaje, Diego y ella descubrieron que tenían una conexión
especial. Al menos, así lo veían los ojos de Diana.
En
verano no pudieron pasar mucho tiempo juntos, porque él vive en otra ciudad.
Pero sí que hablaron a todas horas. En cuanto empezó el curso, no perdieron el
tiempo y comenzaron a salir.
-Y…
acción –anuncia Diego.
Ahora
todo aquello le parece muy lejano. Observa la concentración de su novio
mientras centra toda su atención en la pantalla de la cámara.
Por
novato que sea, nadie podría negar que es un gran director. Es de esas personas
a las que le sale natural. De hecho, una de las cosas que más le llamó la
atención a Diana sobre el chico es su habilidad para que todo lo que hace le
sale bien. No solo escribe y dirige guiones, como en esa película que está
grabando, sino que sabe dibujar, escribe novelas y toca la guitarra. La
inseguridad que siente Diana sobre la relación no solo viene determinada por su
propia baja autoestima. También influye el hecho de que, a primera vista, su
novio es perfecto.
-Se
me ha olvidado el texto, perdón –Dani se estira para alcanzar el guion,
olvidado encima de una silla.
-Si
no os acordáis, improvisad, pero no paréis –ordena Diego con un tono muy
profesional.
Tras
decir el clásico “acción”, la mirada de Diana vuelve a posarse en el chico.
Esta vez, Diego se da cuenta. Dirige brevemente su propia mirada hacia ella y
le sonríe. Cuando le guiña el ojo, Diana siente un calor muy reconfortante
inundándole el pecho. Sin embargo, le deja un sabor amargo.
-¿Te
pasa algo conmigo? –le pregunta Diego una vez se han marchado Carlos y Dani.
A
Diana le encanta estar en la cama de Diego. Le parece un sitio muy personal. Se
lo imagina por la noche durmiendo, tan tranquilo como si fuera un bebé, y le
parece adorable.
Sus
ojos se mantienen fijos en el techo blanco, el cual el chico debe observar cada
noche, porque no le apetece verle a él.
-No.
Aunque
disfruta mucho actuando, cuando tiene que mentir o fingir en la vida real se le
da fatal. Jamás se le ha ocurrido mentir en el colegio diciendo que ha olvidado
los deberes en casa cuando, en realidad, no los había hecho, porque es
pronunciar media palabra y su voz la traiciona, temblándole y descubriendo la
mentira.
Sin
embargo, con Diego nunca había sentido la necesidad de mentir. Pero, por algún
motivo, no le quiere contar lo que siente.
-Vale.
Te pasa algo. ¿Qué he hecho mal?
Diego
no es la persona más sentimental del mundo. Cuando lo conoció, le dio la
impresión de que era un chico muy tierno. Se empezó a dar cuenta de que sentía
algo por ella cuando, en una conversación que estaban manteniendo antes de
empezar una clase, él le colocó un mechón detrás de su oreja e, inmediatamente,
se sonrojó.
O
quizás ese fue el momento en que se dio cuenta de que a ella le gustaba él.
Después
de un mes juntos, Diana se dio cuenta que, más que tierno, era tímido. Ahora
que tienen toda la confianza del mundo, Diego se muestra tal y como es. Diana
lo definiría como todo lo contrario a romántico. Cuando están a solas sí que es
cariñoso, pero porque se pasa todo el rato dándole abrazos y besos. No
obstante, no le suele contar lo que siente, ni por ella ni por lo que le pasa. Siempre
se guarda todos sus pensamientos para él.
Y
ahora ella hace lo mismo.
-Nada.
-¿Es
que no te das cuenta de que contestando así ya me estás diciendo que algo sí te
pasa?
-Así,
¿cómo?
-Pues…
seca.
-A
lo mejor yo soy así.
-Te
conozco y tú no eres así.
-¡Pues
a lo mejor no me conoces tanto!
Diana
cierra los ojos, arrepentida al instante de la intensidad con la que le ha
salido esa frase. Diego se incorpora y la mira fijamente, con el ceño un poco
fruncido.
Diana
vuelve a abrir los ojos despacio, esperando encontrar un Diego enfadado. Pero
es peor, porque se encuentra uno dolido.
-¿Por
qué dices eso?
-Oye…
lo siento, ¿vale? No quería hablarte así. De verdad, no es nada…
-Creía
que teníamos la confianza suficiente para contárnoslo todo. Es evidente que
algo sí que pasa.
-Es
una tontería.
-Pues
yo quiero oírla.
Diana
se cubre la cara con ambas manos. Decide que es absurdo pelear por algo tan
pequeño, así que se sienta para mirar a Diego a los ojos.
-Esta
mañana estábamos hablando de ex parejas, y Jorge ha comentado que no se puede
ser amigo de alguien con quien has roto. Y Kara estaba de acuerdo –explica
Diana.
Diego
parece confuso, como si estuviese intentando relacionar esa historia con su
discusión actual.
-Vale…
¿Y qué tengo que ver yo ahí? –termina preguntando.
Diana
vuelve a pensarse si contarle sus dudas. Le parece una actitud de niña pequeña.
Pero ya no puede dejar la conversación a medias.
-…si
cortáramos, ¿seguirías siendo amigo mío?
-Claro.
Tú eres una persona muy importante para mí. Además, antes de salir fuimos
colegas. No querría perderte. A no ser que rompiésemos porque has matado a mi
abuela con una catana o algo así, por supuesto que seguiríamos en contacto.
Diana
ríe ante la ocurrencia de su novio. Diego es una de las personas más
imaginativas que conoce. Es una de las cosas que la enamoró de él: su capacidad
para convertir cualquier comentario en una locura.
-¿Pensabas
que diría que no? ¿Por eso estabas preocupada?
-Es
que… En clase no me miras –Diana se avergüenza de decir algo tan tonto. Como si
tuvieran trece años y no le prestara los ejercicios de inglés.
-Creía
que habíamos acordado no decir lo nuestro.
-Pero
Dani lo sabe. Y Carlos también. No entiendo por qué no se lo puedo decir a mis
amigos. Ni por qué no podemos ni siquiera hablar en los pasillos por si alguien
pasa y nos descubriera. Siento como que… -Diana evita su mirada. No está
acostumbrada a mostrarse tan vulnerable ante nadie –como que te avergüenzas de
salir conmigo.
-¿Estás
hablando en serio? ¡Pero si lo manteníamos en secreto por ti! –Diego se ríe
mientras Diana entra en su máximum de confusión.
-¿Por
mí?
-Diana,
¿en serio no te acuerdas? Dijiste que la gente iba a meter las narices donde no
le correspondía, y que sería mejor que no supieran nada. Y sabes que Dani se
enteró porque compartimos piso. Era inevitable. De hecho, la única razón por la
que se lo conté a Carlos fue porque no podía aguantar las ganas de que todo el
mundo supiera que habías aceptado salir conmigo.
Diana
no puede creer lo que oye. Le falta poco para echarse a llorar, pero en su
lugar comienza a reír. Diego se une, complementando sus carcajadas.
-El
único motivo por el que no te miro ni te hablo en clase es porque creía que tu
decisión era escondernos y yo quería respetarla. De hecho, pensaba que tú sí
que te avergonzabas de mi…
-¿Avergonzarme
yo de ti? ¿En qué mundo?
-¿Y avergonzarme yo de ti? ¿En qué galaxia?
Capítulo
2 // Martín
El
teléfono de Martín lanza un pitido. El chico estira los brazos y mueve la
espalda, agarrotada después de estar sentado durante tres horas de película. Se
levanta para coger su móvil, colocado sobre la mesa del escritorio.
Su
regla número uno cuando ve una película es no tener el móvil cerca, para que no
moleste con los pitidos de las notificaciones. Y, por supuesto, jamás pensaría
en mandar mensajes cuando está disfrutando del cine.
Tras
desbloquear la pantalla, comprueba que es un mensaje en Whatsapp de su ex. Sin
abrir la aplicación, decide ignorarlo por un rato. No le apetece hablar con él.
Cuando
cortaron dos semanas atrás, comenzó a pensar que podían ser amigos, o incluso
volver a salir si solucionaban los problemas que tenían. Pero después de pasar
una temporada consigo mismo, se ha dado cuenta de que no quería a Jorge. Le
gustaba pasar tiempo con él, y era muy buen chaval, pero no estaba enamorado.
En un año de relación, se supone que debería estarlo. Así que decidió que, si
habían roto, sería por algo.
En
lugar de Whatsapp, decide abrir Twitter para añadir El Padrino a su hilo de películas que ha ido viendo a lo largo del
año. Esta la ha visto tantas veces durante la adolescencia que no sabe qué
crítica poner. Coppola es uno de sus directores favoritos, y este par de
semanas le apetecía más que nunca volver a ver sus películas preferidas, sobre
todo si eran lo menos románticas posibles.
Otra
notificación de Whatsapp le aparece en la parte superior de su móvil. Cuando
está a punto de volver a ignorarla pensando que es su ex, se da cuenta que es
un mensaje de su amigo Jorge. Lo abre inmediatamente sin pensarlo.
Se
decepciona un poco cuando descubre que es una pregunta sobre un trabajo que
están realizando sobre directoras de cine. Igualmente, le responde encantado.
Jorge es todo lo opuesto a él: en total, verá unas diez o veinte películas al
año. Martín no suele bajar de doscientas.
Pero
lo que sí comparten es su pasión por la música, aunque Jorge le dedica mucho
más tiempo que él. De todas formas, está convencido de que podrían no tener
nada en común y, aun así, seguirían siendo mejores amigos.
-¿Y
qué le dijiste? –le pregunta Kara, introduciendo un par de monedas en la
máquina de café.
Martín
bosteza ampliamente. Después de ver El
Padrino y cenar, vio la segunda y tercera parte de la trilogía. En total,
habrá dormido unas cuatro horas y media, así que ahora solo piensa en irse a la
cama, y no dar clase de Cultura Visual, que es la asignatura que le toca tras
la hora libre.
-Pues
nada. Que estaba bien. ¿Qué le iba a decir?
-Yo
creo que deberías dejarle claro que no quieres hablar con él.
Kara
le tiende el vaso de plástico rebosante de café barato. Martín acerca su nariz
junto al líquido para aspirar el aroma a avellanas que desprende.
-Seguro
que le sienta mal. No quiero que piense que me cae mal o que no me importa.
Simplemente, no creo que esté preparado para ser su amigo. Y no quiero retomar
la relación de antes.
-Pues
dile eso –propone Kara tras coger su vaso de chocolate caliente de la máquina,
echando a andar hacia la mesa donde se encuentran los demás.
-No
sé… ¿Y si le molesta?
-Eres
demasiado bueno –le sonríe su amiga.
-Pero
a ver que yo me entere. ¿Esta mujer quién es? –pregunta Jorge posicionando sus
ojos a dos centímetros de la pantalla de su portátil. Martín se sienta junto a
él y echa un vistazo al ordenador.
-¿No
sabes quién es Sofía Coppola? –pregunta en falsa sorpresa, porque sabe que, en
lo que concierne al mundo del cine, Jorge no sabe quién es nadie.
-Es
la hija de Francis Ford Coppola. El director de El Padrino –le aclara Diana.
-¿Esa
es la que subiste ayer a Twitter? –inquiere Jorge. Martín asiente complacido.
Le agrada que recuerde sus cosas -. Vale, vale. ¿Y qué películas ha hecho?
Diana
pone los ojos en blanco, suspirando exasperada. Elvira ríe ante su expresión
mientras escribe en su portátil.
-Te
voy a buscar unas cuantas.
-Gracias,
Viri. No entiendo por qué hemos cogido este tema. A mí no me gusta el cine –se
queja Jorge.
-¿Entonces
para qué estás en Comunicación Audiovisual? –pregunta Kara, divertida.
-Yo
qué sé. Por no irme a vivir debajo de un puente.
-Eso
lo vamos acabar haciendo igualmente –comenta Viri, resignada, girando la
pantalla de su ordenador -. Mira, estas son las más importantes.
-Ah,
sí. Efectivamente, como sospechaba. No he visto ninguna.
Martín
está apunto de atragantarse con el café. No hay día que Jorge no le haga reír a
carcajadas al menos un par de veces.
Aunque
su amigo no esté convencido de que la carrera que estudia es la correcta,
Martín está encantado de poder compartir sus años universitarios con él. Quizás
el universo hizo que Jorge escogiera Comunicación aun sin estar del todo seguro
de su elección para que se pudieran conocer.
Inmediatamente,
se da cuenta de lo egoísta que suena eso y se retracta de su propio
pensamiento.
-Oye,
¿y tú cómo estás?
-¿Yo?
–pregunta Martín, desconcertado. La pregunta le pilla desprevenido.
-Sí,
tú. Por lo de la ruptura y eso –se ríe Jorge.
-Ah.
Pues muy bien.
-¿Muy
bien? –se sorprende Jorge, haciendo énfasis en el “muy”.
-O
sea… no. Quiero decir, no estoy muy bien, pero no lo estoy llevando mal. A ver
un poco mal sí porque es normal, pero… no sé.
-El
que no eres normal eres tú. Eres más raro que un perro verde – por algún
motivo, cuando Jorge sonríe Martín se sonroja.
-Ya
es la hora. Deberíamos ir yendo a clase –interviene Kara, interrumpiendo la
conversación.
-¿De
qué iba eso? –le pregunta Diana a susurros mientras caminan por el pasillo.
-¿De
qué iba qué? –se extraña Martín, imitándola.
-Las
risitas, la conversación…
-¿Con
Jorge? Pues lo de siempre.
-No,
lo de siempre no que te has puesto como un tomate cuando se te ha quedado
mirando.
Martín
vuelve a sonrojarse. A él también le ha sorprendido su propia respuesta
involuntaria, pero ha supuesto que eran meras imaginaciones suyas. El hecho de
que Diana se haya dado cuenta le inquieta. No solo porque haya sucedido
realmente, sino por la posibilidad de que a Jorge no le haya pasado
desapercibido.
-Ay,
dios. No me digas que te gusta –dice Diana, emocionada.
-¡Claro
que no! Es mi amigo. Siempre lo he visto solo como eso.
-Pero
siempre has tenido novio. Ahora no… -comenta ella con sutileza.
Martín
quiere volver a negarlo, pero se queda pensando por un momento lo que sugiere
su amiga. Echa un vistazo a Jorge, que le hace un gesto a Kara para que pase
ella primero a clase, y el estómago le da un vuelco.
-¿Qué
eres, el portero del pub? –se burla Viri cuando Jorge se queda sujetando la
puerta cediéndole el paso a todos.
-Sí
soy. A ver, DNI. Tienes pinta de tener como mucho catorce años –dice éste cuando
pasa Diana.
-Capullo
–se ríe ella.
-¿Calcetines
blancos? Ah, no, no. Te quedas fuera –le dice a Martín revisándolo de arriba
abajo.
Martín
se ríe, pero no se le ocurre nada para continuar la broma. Normalmente responde
con una buena réplica, pero no está en su mejor momento de lucidez.
Jorge
se cruza de brazos delante de la puerta fingiendo que le impide el paso. Martín
sonríe e intenta pasar por los huecos que quedan entre la puerta y el cuerpo de
Jorge, pero este se mueve de lado a lado para que le sea imposible colarse.
Empieza
a ponerse nervioso, sin saber muy bien por qué. La voz de Diana le inunda el
pensamiento. No, no puede ser. Jorge empieza a darle leves pinchazos en el
estómago para hacerle cosquillas, ante lo cual Martín retrocede un par de pasos
intuitivamente, sonrojándose de nuevo. Jorge le mira un poco desconcertado.
-Buenas
–dice Carlos llegando a clase junto a Dani y Diego.
Jorge
se echa a un lado dejándoles hueco para pasar y Martín aprovecha para entrar
rápidamente tras ellos, notando los ojos de su amigo fijos en su nuca.
-¿¡Estáis
juntos!? –inquiere Kara.
Cuando
Martín sale de su ensimismamiento, se fija en que Diego abraza a Diana por la
espalda, y ésta se deja besar la mejilla con una amplia sonrisa.
-¿Qué
pasa aquí? –pregunta Jorge, sorprendido.
-Debido
a unos malentendidos, no os lo hemos contado antes. Pedimos disculpas y rogamos
no se ofendan –Diana ríe ante la falsa formalidad en el tono de Diego.
-Llevamos
un par de meses. Solo lo saben Dani y Diego. No lo queríamos contar para que la
gente no sea cotilla.
-Poco
han tardado –comenta Diego señalando con la cabeza a Cecilia y Alejandra, que
les miran y murmuran disimuladamente.
-Se
veía venir –se resigna Diana.
-Pero
a nosotros podríais habérnoslo dicho. No habríamos cuchicheado sobre vosotros
ni nada.
-Problemas
técnicos, Kara. La lección, niños, es que la comunicación es la clave –responde
Diego. Le da un beso en la cabeza a Diana y se marcha a su sitio.
-Awww
–exclaman Martín y Kara al unísono.
-Qué
monos, por favor –añade Jorge tomando asiento.
-Me
alegro un montón por ti –le dice Martín a Diana, sentándose junto a ella.
-Gracias.
A lo mejor un día estáis así Jorge y tú –susurra ella, sugerente.
-No
me tires de la lengua.
-Tengo
razón, ¿a que sí? Te gusta.
-No
sé. No me líes.
-Chicos,
dicen de secretaría que la profesora está en un atasco y llegará como veinte
minutos tarde –anuncia Juanjo desde el marco de la puerta -. Pero que no os
vayáis lejos que venir, viene –añade.
-Veinte
minutos, madre mía. Me quiero morir –se queja Jorge echándose sobre la mesa.
Kara ríe y le acaricia la espalda.
-Voy
a la fuente. ¿Vienes? –le dice Martín a Diana, molesto de repente. Ella
asiente, cómplice.
-¿Se
lo vas a decir? –pregunta Diana mientras Martín bebe agua. Éste saca un pañuelo
de papel del bolsillo para secarse la boca.
-Pero
que no puede ser, Diana, que corté con mi novio hace quince días. ¡Dos semanas!
Y llevábamos un año…
-A
lo mejor te gustaba antes y no te habías dado cuenta. Como estabas con Jorge no
te fijabas en… Jorge. Jo, qué lío de nombres. A lo mejor te gusta por el
nombre, porque te recuerda a tu ex.
-¿Eso
no es un poco retorcido?
-Ya.
Paso demasiado tiempo con Diego.
-Tía,
no me puedo creer que no lo contaras.
-Ya,
lo siento…
-No,
no quería decir eso. Es tu vida y tienes derecho a la intimidad. Pero se me
hace raro, simplemente. A mí me lleva gustando Jorge durante una unidad de día
y ya hemos tenido más conversaciones sobre esto que de lo tuyo.
-Así
que ahora lo reconoces.
-¿Ves
cómo me lías? Además, qué más da. Jorge no es gay.
-Igual
es bisexual.
-Nos
estamos inventando cosas para que haya una historia que no existe Diana, vamos
a reconocerlo. Lo mejor va a ser que me olvide.
Martín
recuerda sus propias palabras una y otra vez, maldiciéndose a sí mismo. Es la
primera vez que no se concentra viendo una película. Solo puede pensar en
Jorge, y en la conversación con Diana. Cuando la vio con Diego, se imaginaba a
sí mismo con su amigo, como ella insinuó. Y cuando Kara le acarició la espalda
a Jorge, le dieron escalofríos. No solo es absurdo porque ella tiene novio,
sino que el hecho de que le den celos por una persona que le lleva gustando
menos de 24 horas es completamente inverosímil. Pero, quizás, Diana tiene razón
y le lleva gustando más tiempo, solo que nunca se lo había planteado.
Agarra
un cojín y se cubre la cara con él, gritando frustrado. Entre alaridos de su
propia voz, consigue escuchar el tono de su móvil. Para la película y descuelga
rápidamente.
-¿Martín?
–no puede ser.
-Hola,
Jorge. ¿Qué pasa?
No
ha contestado los mensajes de su ex en lo que lleva de día, y no tenía para
nada planeado hacerlo. De hecho, de haber visto que era él quien llamaba,
probablemente ni siquiera lo habría cogido.
Inmediatamente,
se siente mal por ignorar a una persona que le ha importado durante tanto
tiempo. Un año en edad adolescente equivale a un lustro adulto.
-¿Cómo
estás? –tantea su ex.
-Yo
bien… ¿Qué pasa? –repite.
-¿No
te viene bien hablar? –Martín se da cuenta de lo apresurada que ha sonado su
pregunta. Las dos veces.
-Perdona.
Es que no esperaba una llamada tuya, sinceramente. Simplemente quiero
asegurarme de que todo va bien.
-Sí,
sí. Perdóname tú. Debería haberte avisado. Solo que… quería hablarte de una
cosa. ¿Podemos quedar? –Martín suspira, algo exasperado.
-No
quiero que te lo tomes a mal, pero preferiría no hacerlo.
-Ah
–Jorge suena decepcionado. Martín empieza a sentirse la peor persona del mundo.
-¿No
podemos hablarlo por aquí?
Martín
espera lo que le parece una eternidad a que vuelva a sonar la voz de su ex en
el teléfono, pues un largo silencio se ha apoderado de la línea.
-…¿volvemos?
Martín
se queda en shock por un momento, sin saber qué responder.
La
imagen de un envejecido Brad Pitt en El
curioso caso de Benjamin Batton le mira fijamente desde la pantalla de la
televisión. Por algún motivo, se le ocurre que Brad Pitt sabría qué contestar.
Pero él no es Brad Pitt.
-¿Cómo?
–es todo lo que se le ocurre.
-Lo
he estado pensando, y creo que ha sido una tontería. Si no nos entendemos,
deberíamos comunicarnos más, no romper de cuajo la relación. Hemos sido
demasiado extremistas.
Martín
se pasa la mano por encima de los ojos, sin saber si quiera qué pensar. El día
de hoy se le ocurre saturado de emociones.
-Martín,
yo… yo te echo de menos. Quiero volver.
No
sabe de dónde saca la sangre fría. Quizás del cansancio que ha acarreado
durante toda la mañana. O quizá es la única forma que se le ocurre para
deshacerse de su ex. O, a lo mejor, el otro Jorge le interesa mucho más, y solo
puede pensar en él cuando pronuncia dos secos y breves monosílabos.
-Yo no.
Capítulo
3 // Kara
So what
de Pink comienza a sonar a todo volumen atravesando la pared de su dormitorio.
Kara se frota los ojos con rabia y comprueba el reloj de su móvil, confirmando
que aún quedaba media hora para que sonase el despertador.
Se
plantea si vale la pena reñir a su hermano por poner la música así de alta tan
pronto. Sin embargo, piensa que las nueve y media en un día laboral no se puede
considerar temprano. Además, conforme su cerebro empieza a funcionar, se da
cuenta de que el sonido sonaba más fuerte cuando estaba dormida. Decide
perdonar a su hermano y culpar a las paredes tan finas de su piso para no
empezar el día con mal pie y peleando.
No
le sorprende encontrarse un par de mensajes de Lucas, su novio, dándole los
buenos días. Le responde con un montón de corazones y caritas sonrientes.
Después de dos años y cuatro meses saliendo con él, pensaría que no iban a
hablar todos y cada uno de los días que pasaran juntos.
-Te
prometo que te voy a mandar un mensaje de buenos días cada mañana –le aseguró
hace cosa de un año, cuando Kara le transmitió su preocupación de entrar en
monotonía y acabar cansándose el uno del otro.
-Eso
tampoco hace falta –respondió ella, sonriente.
-Claro
que sí. Pero me tienes que prometer que contestarás siempre. Aunque sean unos
emoticonos o un sticker. Si alguno de
los dos no lo hace, sabremos que algo pasa.
-Hecho.
El
mensaje que no se esperaba era el de Jorge pidiéndole que almuercen juntos. Kara
suspira, sin tener muy claro qué debería hacer.
No
puede negar que, desde verano, Jorge ha dejado de ser simplemente un amigo. Y
él ha dejado claro que ella tampoco puede considerarse meramente una colega.
Pero tampoco quiere cortar con Lucas. Le sigue queriendo, y lo último que
querría es herir sus sentimientos. Aparte, no sabe cómo funcionaría una
relación con Jorge. Son muy diferentes e iguales al mismo tiempo. Por no hablar
de lo raro que sería salir con uno de los mejores amigos de tu novio.
Fue
pura casualidad que Jorge estudiara durante un año la misma carrera que su
novio antes de cambiarse a la actual. De no ser por Química, Kara y él
probablemente ni se habrían empezado a juntar en clase. Como se conocían de
antes, y empezar en un sitio nuevo sola da un poco de miedo, lo primero que
hizo al entrar en la facultad el primer día de carrera fue buscarle.
-Espero
que no te importe –le dijo ella.
-Qué
va. Si yo soy súper tímido, me daba mucha cosa tener que ponerme a hablar con
todo el mundo para hacer amigos. Aparte, que me caes genial, así que molestia
cero.
En
ese momento, Kara sonrió agradecida. Ahora no está segura de si habría sido
mejor ir cada uno por su cuenta.
Le
responde que sí comerá con él, decidida a dejarle claro que Lucas es demasiado
importante para ella, y que tienen que volver a ser solo amigos.
-Qué
bien que te hayas despertado antes –comenta Lucas inundando su tostada de
aceite.
-Ya,
bueno. Yo no estoy tan contenta. Pero ya conoces a mi hermano –responde Kara
dándole un mordisco a su sándwich de queso fundido.
-Bueno,
pero el lado bueno es que así podemos desayunar juntos.
Lucas
le acaricia la mano con ternura. Ella sonríe derritiéndose por dentro.
-Sí,
eso sí. Eh, que me llenas de aceite –exclama Kara echando un vistazo al dorso
de su mano.
-Perdona
–ríe él, tendiéndole una servilleta.
Mientras
ella está ocupada peleándose con varios pedazos de papel para deshacerse de esa
sensación pegajosa de aceite de su mano, su móvil emite un pitido. Su novio
cambia la sonrisa de su expresión por un ceño fruncido cuando mira la pantalla.
-Kara,
¿me estás engañando con Jorge?
Ella
abre los ojos alarmada y coge rápidamente su teléfono para comprobar de qué se
trata. En él aparece un mensaje de su amigo diciéndole que se muere por verla,
y aún más por besarla.
-No,
no, no, no. Es una broma. Jorge siempre hace ese tipo de bromas –balbucea ella
con los engranajes de su cerebro girando a toda prisa.
-¿Sí?
¿También le hace esas “bromas” a Martín y a Diana? –contraataca Lucas con
escepticismo.
Kara
duda unos segundos sobre qué responder, lo que su novio interpreta como una
respuesta negativa. Lucas empuja su silla hacia atrás bruscamente y comienza a
marcharse.
-¡Lucas,
espera! Te juro que no hay nada entre nosotros. Te juro que no nos hemos besado
ni nada de nada.
-¿Y
por qué no lo habéis hecho? –grita él, exaltado.
-¡Porque
no quiero hacerte daño!
Él
se queda paralizado durante un momento, el mismo en que ella maldice entre
dientes por lo mal que ha sonado esa frase.
-Así
que quieres hacerlo –afirma Lucas en voz baja.
-No
me refería a eso.
-Pero
es verdad.
-No,
escucha. Yo te quiero, ¿vale?
-Sí,
pero a él también.
-¡No,
claro que no! Le quiero como amigo, ya está.
-Kara,
necesito que seas completamente sincera conmigo ahora mismo. Ya sabes que me
molesta más una mentira que una verdad que duela –pide él, apoyando las manos
sobre el respaldo de la silla que ha dejado previamente vacía -. ¿Sientes algo
por Jorge?
Le
gustaría decir que no. Le gustaría decir que su novio es el único chico que
tiene espacio en su mente. Pero sería mentira. Y sí que sabe lo que Lucas odia
las mentiras.
Tras
unos segundos en silencio, éste asiente y se marcha.
-Hola,
Oliver.
-Hola,
Viri.
Las
voces cantarinas de sus compañeros le hacen volver a la tierra. No tiene ganas
de hablar con ellos, así que se dirige a clase por el pasillo paralelo al que
ellos han entrado, aunque más largo.
Ha
terminado de desayunar y llegado a la universidad sin apenas darse cuenta. La
distinción entre un zombie y ella es mínima en esos momentos. No se puede creer
que Lucas haya sido tan frío. Nunca habían discutido sobre algo tan serio. Ni
siquiera está segura de que sigan juntos.
Justo
aparecen en el pasillo Martín y Diana conversando, y Jorge unos pasos detrás de
ellos, como si no se hubieran dado cuenta de que está allí.
De
repente, un pequeño ataque de pánico la sobrecoge. ¿Cómo se supone que va a
sobrevivir a toda una mañana de clase? Lo último que me apetece es hablar con
nadie, y menos aún sentarse junto a Jorge. Si alguien le hiciera la misma
pregunta pronunciada por Lucas minutos atrás sobre si tiene algún sentimiento
por su amigo, la respuesta ahora sería rabia. Le enfada verle, atribuyéndole el
enfado de su novio y, en definitiva, su incapacidad de tener el cien por cien
de su corazón en Lucas.
Conforme
se acerca, comienza a escuchar la conversación de sus amigos, que hablan en voz
un poco alta. Parecen un poco exaltados, pero no da la sensación de que estén
peleando. Se acerca un poco más, pero manteniendo una distancia de seguridad
que le permita no tener que sumarse a la charla.
-¿Entonces
estás seguro? –inquiere Diana, algo sorprendida.
-Estoy
bastante seguro de que me gusta Jorge –responde Martín.
-Qué,
¿no has superado a tu ex? –interviene Jorge.
Martín
y Diana se giran de golpe, abriendo mucho los ojos, como si fueran dos niños a
los que les han pillado haciendo travesuras.
Diana
encuentra a Kara con la mirada. Ésta última le hace señas para averiguar qué
ocurre. Su amiga aprieta ligeramente los labios en respuesta. Kara se fija en
Martín, con el rostro color rojo fuego y sin quitarle ojo a Jorge. No le
resulta complicado sumar dos y dos.
-¿Qué
pasa? –se extraña Jorge, como si la cosa no fuera con él.
-Sí
que he olvidado a mi ex… -pronuncia Martín muy despacio.
-Pues
qué bien, ¿no?
-Cuando
he dicho Jorge… –continúa Martín, ante la incapacidad de Jorge para pillar
indirectas –me refería a ti.
Parece
como si todo el pasillo permaneciera en silencio. Kara abre la boca en un gesto
involuntario y se la tapa con la mano. Aunque ya había supuesto lo que pasaba,
lo último que se esperaba es que su amigo se declarase allí mismo.
Diana
coge la mano de Martín. Este no puede dejar de observar fijamente el suelo.
-Oh
–se limita a reaccionar Jorge.
La
chica siente deseos de gritarle y zarandearle. Está claro que a Martín le ha
costado la vida decir eso, y él actúa como si nada.
-Yo…
solo quiero que seamos amigos. No es nada personal, es que a mí me gusta otra
persona.
Kara
siente como si un puñal le atravesara la espalda, sabiéndose de esa persona.
Martín asiente sin mirarle, suelta la mano de Diana de sopetón y sale corriendo
por el pasillo por donde entró. Jorge observa cómo se marcha, mira al suelo y se
dirige a la puerta de la clase.
-No
me puedo creer que no vaya tras él –susurra Kara para sí misma.
Su
mirada y la de Diana coinciden y, sin necesidad de mediar palabra, echan a
correr siguiendo los pasos de Martín.
Tras
buscar por la cafetería y los baños, se lo encuentran cerca de la copistería,
entre el edificio y el aparcamiento. Su facultad tiene una distribución un poco
extraña. Aun estando en el segundo curso de carrera, a veces se pierde
intentando encontrar según qué aulas. Sobre todo, si es alguna clase que no
haya pisado hasta la fecha.
Se
le rompe el alma en pequeños trozos cuando ve a Martín llorando angustiado. Le recuerda
a un niño teniendo un berrinche y que tiene dificultades para respirar y llorar
al mismo tiempo.
Cuando
su amigo se da cuenta de la presencia de ambas, se restriega los ojos con el
dorso de ambas manos en el intento de secar las lágrimas, esfuerzo inútil
puesto que continúan naciendo sin parar.
Diana
y Kara se sitúan a cada lado de Martín, enganchando uno de sus brazos a los
suyos, y lo guían hasta un banco insertado en mitad de la zona de césped, como
si fueran a hacer un picnic.
Una
clase se dedica a fotografiarse los unos a los otros corriendo por la zona.
Kara recuerda esa clase, en la que había que hacer un barrido. Ellos cuatro se
dedicaron a saltar del mismo banco en el que ahora se sientan para conseguir
una imagen congelada.
-Estoy
siendo una drama queen. Sé que no es
para tanto –se excusa Martín, todavía algo alterado.
-Cariño,
has tenido los huevos más grandes de toda España ahí dentro. Yo creo que tienes
derecho a llorar si te apetece –responde Diana.
Esa
clase de bestialidad ya no sorprende a Kara después de saber que su amiga sale
con Diego. Le llamó mucho la atención cuando se enteró, no por la relación en
sí, sino porque no se lo hubiera dicho. Ahora también resulta que a Martín le
gusta Jorge, y eso tampoco lo sabía.
Se
da cuenta de que no son tan transparentes como pensaba que eran. Siempre se
enorgullecía de su grupo de amigos de la facultad por la confianza que tenían
unos con otros. Aunque ella tampoco puede hablar de sinceridad, cuando Jorge y
ella tampoco les han contado lo que les estaba pasando.
-Aparte,
que le guste alguien no significa que tenga algo con esa persona. A lo mejor,
si insistes un poco… -sugiere Diana.
-¿Tú
sabes algo? –le pregunta Martín con ojos llorosos.
-¿Yo?
–se alarma Kara.
-Tú
eres más cercana a Jorge.
-Bueno,
no te creas… Yo no sé nada. Lo siento.
Martín
se le asemeja a un perrito al que le niegan otra galleta de premio. Kara echa
una mirada hacia el edificio, como si pudiera convocar a Jorge de ese modo. Si
él estuviera aquí, consolando a Martín, igual todo esto podría quedarse en una
simple anécdota. Aún no se cree que entrara en clase sin más.
-Yo
creo que va a ser mejor dejarle en paz.
-¿Seguro?
–pregunta Diana, frunciendo el ceño, acariciando la espalda de Martín.
-De
todas formas, acabo de terminar una relación. No tengo fuerzas para perseguir a
alguien, sinceramente. Además, llevo poquísimo tiempo con un crush en Jorge –explica su amigo, con el
rostro sin lágrimas por primera vez desde que se sentaron –. Seguramente
funcionamos mejor como amigos.
-¿Pero
vais poder seguir siéndolo? –inquiere Diana, extrañada.
Kara
exagera una mirada cargada de significado hacia su amiga. Señala a Martín con
los ojos, mostrándole a un chico completamente confuso.
-¿He…
estropeado el grupo?
-Claro
que no. Esto no es culpa tuya, ni de nadie, y estoy convencida de que en un par
de días esto se va a olvidar, y todo volverá a ser como antes –asegura Kara.
-¿Tú
crees? –la triste sonrisa que esboza Martín le termina de romper el corazón.
-Te
lo prometo.
Kara
rodea a Martín con el brazo y este apoya la cabeza en su hombro. Diana se queda
con la mirada perdida, pero Kara no tiene fuerzas para lidiar con dos
depresiones a la vez. Un drama al día, como máximo.
-Me
voy a ir a casa. Lo último que me apetece es entrar en clase.
-Eso
no me apetece ni a mí, y no me acaba de rechazar el chico que me gusta –comenta
Diana, distraída.
Ante
la sorpresa de Kara, que iba a volver a hacerle señas a Diana para que dejara
de meter la pata, Martín se ríe.
-¿Queréis
venir a casa? Podemos ver una peli.
-Por
mi sí.
-Yo
creo que voy a quedarme –informa Kara -. Igual sería buena idea hablar también
con Jorge.
Martín
asiente. Diana la mira con expresión interrogante, pero Kara se limita a
levantarse, evitando más preguntas. Les tiende ambas manos a sus amigos para
ayudarles a ponerse en pie. Justo en ese momento, un chico perteneciente a la
clase de fotografía pasa a su lado corriendo. Ellos intentan protegerse de la
inminente caída, pero acaban cayendo igualmente, lo que provoca un ataque de
risa que calma el ambiente.
Kara
se despide agitando la mano mientras ellos comienzan a alejarse de la facultad.
Cuando se han perdido de vista, se lleva las manos a la cabeza y resopla.
Vuelve a mirar al edificio, buscando fuerzas para enfrentarse a las
circunstancias.
La
profesora le hace señas desde el interior de la clase para indicarle que entre.
Ella se había quedado mirando a través de la ventana, comprobando si había
acabado la hora. Abre la puerta maldiciendo su suerte, puesto que llegar tarde
significa que todo el mundo te mire fijamente, como si se preguntaran qué has
estado haciendo.
Ni
siquiera planeaba asistir a clase. Había pensado en esperar al intercambio para
poder hablar con Jorge, y después marcharse a casa. Aprovechando que no le
queda otra alternativa, se sienta a su lado.
El
chico la mira, atento, pero ella rechaza su mirada. No media palabra con él
hasta que la profesora decide poner un vídeo de quince minutos de duración.
-No
me puedo creer que hayas entrado en clase.
-¿Y
qué se suponía que debía hacer?
-No
sé. ¿Seguirle, como hemos hecho Diana y yo, como haría cualquier amigo?
–susurra Kara a gritos.
-¿Y
qué le digo? “Lo siento, Martín, la que me gusta es Kara”.
-No
se trata de eso.
-¿Y
de qué se trata?
-Se
trata de que tienes un amigo que acaba de sufrir una ruptura, y en cuanto pasa
página se encuentra con que el chico que le gusta, que resulta ser su mejor
amigo, le rechaza y seguidamente le ignora.
-No
le he ignorado. He pensado que sería violento seguir la conversación. Creo que
lo mejor es que esté un rato solo y se olvide de esto.
-¿Eso
es lo que crees que va a pasar? ¿Que simplemente se va a olvidar de todo?
-Eso
espero.
Kara
rueda los ojos y se cruza de brazos, rechistando. Jorge sigue con los ojos
fijos en ella, como si la respuesta al problema estuviera escrita en el cristal
de sus gafas.
-Eres
un insensible.
-Sinceramente,
no te entiendo. ¿Qué quieres, que salga con Martín? Con quien quiero salir es
contigo, Kara.
-¡Pues
yo no quiero salir contigo, Jorge! –grita ella, desesperada, poniéndose en pie.
La
chica coge rápidamente la mochila y sale de clase, mientras Jorge intenta
taparse la cara disimuladamente, en un intento fallido de que toda la clase
deje de mirarle.
Capítulo
4 // Lucas
-¡Joder!
El
chico estampa sus puños contra la pared del baño de los chicos, agrietando
levemente uno de los azulejos grises.
-Tío,
¿estás bien? –pregunta una voz desde fuera de su cubículo.
-Sí
–consigue articular entre alaridos, intentando calmar su voz.
Lucas
se sienta sobre la tapa del retrete, atento a las pisadas del chico de fuera,
hasta que deja de escucharlas, confirmando que se ha marchado. Apoya su frente
en las palmas de las manos, reposando los codos sobre las rodillas.
Levanta
la cabeza y mira al techo, aguantando las lágrimas. Cuando devuelve la vista
hacia abajo, se da cuenta de que le sangran los nudillos.
-Mierda
–maldice entre dientes.
Junta
su oreja a la puerta a modo de espía, esperando que el silencio confirme su
soledad. Abre la puerta lentamente y mira a ambos lados, en una última
comprobación.
El
espejo le devuelve una mirada que solo puede definirse como agotada. El frio
del agua del grifo le alivia el dolor que emana del dorso de ambas manos, pero
provoca que la sangre se descontrole. Cuando se estira para coger un poco de
papel para secárselo, se da cuenta de que se ha manchado la frente, decorada
ahora con una ráfaga de color rojizo. Por algún motivo, esa mancha capta su
atención, casi hechizándole. Dirige su mirada a las heridas de sus nudillos.
Lentamente, moja el dedo índice de la mano derecha en su propia sangre y se
restriega la sustancia dibujando dos líneas rojas en cada mejilla. Vuelve a
mirarse en el espejo. Sabe que debe verse absurdo, y que probablemente la gente
va a pensar que está loco. Pero algo le hace dejárselo sin limpiar. Recoge su
mochila del suelo con decisión y sale del baño.
Tal
y como había previsto, los estudiantes en la facultad de Química se quedan
mirándole cuando pasan a su lado. Pero Lucas no tiene ojos para ellos. La rabia
es lo que le mueve a caminar por esos pasillos sin plantearse lo que hace.
Si
hubiera sido por él, habría entrado en la facultad de Comunicación sin
pensárselo dos veces. Sin embargo, la poca cordura que le queda consigue
mantenerle fuera del edificio. Se descubre esperando dos horas enteras apoyado
en una de las columnas que preceden al edificio. No obstante, el enfado que le
corroe no hace amago de desaparecer.
Cuando,
al fin, Jorge atraviesa la puerta, le sorprende su propio sobresalto. Ha estado
esperando allí suficiente tiempo para convencerse de lo que va a hacer, pero al
ver a su amigo todo cambia. Por un momento, se queda petrificado, observándole.
Jorge se da cuenta de su presencia y se acerca a él.
-¿Lucas?
¿Qué te ha pasado? –le pregunta señalando su cara.
-Me
has pasado tú –responde en voz baja.
-¿Qué?
-Que
te alejes de mi novia –la rabia retorna poco a poco, haciéndole olvidar que
Jorge solía ser su amigo.
-Ay,
dios mío. Otro drama no. Yo solo quiero irme a casa.
-Te
dejaré irte a casa. Si me confirmas que entre Kara y tú no hay nada.
Jorge
mira hacia otro lado, suspirando. Los ojos de Lucas se abren ampliamente.
-Así
que tenía razón. No era una broma. Me está engañando contigo.
-No,
no. A ver. No te está engañando. No ha pasado nada, te lo juro –se apresura a
responder Jorge, enseñándole las palmas de ambas manos, como si fuera un tigre
hambriento al que intenta calmar para que se aleje de él.
-Pero
tenéis un rollo raro, ¿no?
-No
es como un rollo… Simplemente nos gustamos. No te voy a mentir porque eres mi
colega. A mí Kara me gusta muchísimo.
-Si
fueras mi colega no irías detrás de mi novia –ataca Lucas, sintiendo una gran
rabia subiendo por su pecho -. Serás capullo…
-Pero
ella no te quería dejar. Hoy mismo me ha soltado que nunca saldría conmigo.
-¿En
serio? –pregunta, extrañado.
-Te
lo puede confirmar toda la clase.
Lucas
frunce el ceño. Anunciar algo así a los cuatro vientos no suena como algo
propio de Kara. Quizá no conoce tanto a su novia como creía. O quizá ha
cambiado y él no se ha dado ni cuenta. De repente, siente que toda la culpa es
suya.
-¿Sabes?
Creía que éramos amigos.
-Podemos
seguir siéndolo –Lucas ríe sarcásticamente ante la respuesta de Jorge.
-Tío,
me he peleado con mi novia por tu culpa. Probablemente, no pueda volver con
ella porque ya no me fio de si mientras habla conmigo le están llegando
mensajes tuyos diciéndole que quieres verla y no sé qué más mierdas. ¿En serio
piensas que podemos ser colegas? ¿Que siquiera puedo mirarte a la cara sin
odiarte?
-Lo
siento, Lucas.
-No.
Yo lo siento, Jorge.
Antes
de darse cuenta de lo que hace, su puño ya ha incidido en la mejilla de Jorge.
La diferencia tanto de altura como de musculatura provoca que el que solía ser
su amigo caiga al suelo.
Lucas
no se molesta en comprobar lo que ha hecho. Simplemente se da la vuelta y se
marcha.
-Lucas,
salgo a comprar. ¿Quieres algo? –pregunta su madre desde la puerta de entrada.
-No,
gracias –responde éste desde el baño.
Cuando
escucha la puerta cerrarse, resopla aliviado. Ha conseguido evitar que su madre
lo viese. Había olvidado por completo que aún tenía su propia sangre en la
cara, como un psicópata, por no hablar del estado de sus puños. Sobre todo, del
utilizado en la agresión a Jorge. En el camino a casa, su mano derecha
compartía bastante parecido con un tomate muy grueso.
Rebusca
en el cajetín de los medicamentos y saca, triunfal, unas vendas. Se limpia la
cara con agua y jabón, ayudado de una toalla. Se cura las heridas de los
nudillos con alcohol y se las venda. No es la primera vez que le pasa algo
similar. Siempre ha tenido problemas para controlar la ira, y cuando sucede
algo que le enfada mucho, acaba encontrándose agrediendo a la pared más
cercana.
Aprovecha
que ha abierto la nevera para coger un paquete de guisantes que poder apoyar en
su mano para aplicar frío y coge un refresco. Le sorprende lo tranquilo que se
encuentra. Ninguna pared había sido nunca tan satisfactoria para desahogarse
como ha resultado ser la cara de Jorge. Se pregunta si sus gafas habrán
sobrevivido, e inmediatamente le sorprende ese raro interés.
A
las dos semanas de empezar la carrera de Química, Jorge ya estaba quejándose de
los estudios. Se conocieron en los primeros días de clase y empezaron a estar
en el mismo grupo de amigos rápidamente, siendo los más cercanos.
-Es
que no estoy seguro de que esto sea lo que me guste.
-Tío,
no llevamos ni un mes. No has dado tiempo ni a que se termine el primer tema de
ninguna asignatura.
-Ya,
pero… No sé. Simplemente, lo siento. Algo me dice que esta no es la carrera
adecuada para mí.
Tuvieron
conversaciones similares durante mes y medio más, hasta que Jorge tomó su
decisión.
-Me
alegro que por fin sepas cómo encaminar tu vida, pero por aquí te vamos a echar
en falta –le comentó Lucas cuando Jorge finalmente le contó que se marchaba.
-A
ver, saber no lo sé, porque no sé qué voy a hacer ahora. Solo sé que esto no. Y
yo también os echaré de menos, pero podemos quedar fuera de la universidad.
-¡Pero
si siempre estás ocupadísimo!
-Sin
estudiar nada supongo que podré sacar algo de tiempo.
Sin
embargo, Jorge siguió estando ocupado, esta vez sacándose el carnet de conducir
y con clases de piano.
-Eres
como un tiburón. ¿Sabes que los tiburones tienen que estar siempre en
movimiento, que si no se mueren? –le dijo Lucas en broma.
-Eso
te lo estás inventando.
-Que
no, que lo vi en Phineas y Ferb.
-De
todas formas, yo soy demasiado inofensivo para ser un tiburón. Sería más bien
un salmón o algo así.
-O
un chanquete.
Jorge
le tiró un cojín a la cara de Lucas, riéndose. Éste se cubrió con un brazo,
fingiendo un escudo.
-¿Y
esa violencia? Sí que eres un tiburón.
El
sonido del timbre saca a Lucas de sus pensamientos. Se levanta dejando el
paquete de guisantes sobre la mesa del salón.
-Hola.
-¿Qué
haces aquí?
-¿Por
qué te sorprendes tanto?
-¿Te
acuerdas de cuando esta mañana hemos peleado y prácticamente roto?
Kara
pone los ojos en blanco. Lucas se hace a un lado para dejarle entrar en el
piso. La chica llega al salón y señala el paquete de guisantes.
-Sabes
que eso lo tienes que cocinar, ¿verdad?
Lucas
le muestra una sonrisa falsa y estira el brazo para recoger el paquete. Kara le
agarra el brazo a mitad de camino, fijándose en su mano derecha.
-¿Qué
has hecho?
-Digamos
que la pared del baño de la facultad no se va a atrever a volver a mirarme mal.
-Lucas…
-Oye,
no estoy orgulloso, ¿vale? Pero es lo que hay.
Kara
se muerde el labio inferior mientras examina la herida. Lucas aparta la mano y
vuelve a aplicarse el frío de los guisantes sobre ella.
-¿Qué
quieres, Kara? –pregunta Lucas sentándose en el sofá. La chica deja su bolso en
el suelo y toma asiento en una silla frente a él.
-¿Por
qué estás tan borde conmigo?
-Ah,
pues no sé. Será que no me gusta que mi novia se enamore de otro. Una manía que
tengo –responde Lucas con una sonrisa irónica.
-Yo
no estoy enamorada de Jorge.
-Pues
qué bien lo disimulas…
-Oye,
es él quien está tras de mí. Vale, admito que a lo mejor yo he estado un poco
confusa, pero hoy me he dado cuenta de que no quiero estar con él. Yo quiero
estar contigo, Lucas.
-Pues
a lo mejor no lo quiero estar contigo.
Kara
lo mira con una mezcla de confusión y decepción en el rostro. Lucas aparta la
mirada.
-De
todas formas, no creo que debas querer salir conmigo.
-¿Por
qué dices eso?
-¿Sabes
por qué mi mano derecha está mucho peor que la izquierda? Porque la pared del
baño no ha sido lo único que he pegado hoy, Kara.
-¿Qué
has hecho?
-No
puedo decir que me arrepienta, pero sé que está mal, y juro que no volverá a
pasar ni con él ni con nadie.
-¿Qué
has hecho, Lucas? –inquiere Kara en tono imperativo.
-Le
he pegado a Jorge.
-¿Que
has hecho qué? ¿Estás loco o que te pasa? –grita Kara levantándose de golpe de
la silla.
-Probablemente…
-murmura Lucas.
Kara
da vueltas por la habitación entre resoplidos cual animal enjaulado. Lucas la
observa con calma mientras da pequeños sorbos a su refresco.
-¿Me
puedes explicar cómo estás tan tranquilo? –reclama Kara, exaltada.
-Porque
creo que se lo merecía. Y, de repente, no me preocupa en absoluto lo que
pienses de mí.
-¡Estás
enfermo, Lucas! Y te lo dije el primer día que nos conocimos.
-¿Y
por qué empezaste a salir conmigo, entonces?
-Yo
qué sé. A lo mejor yo también estoy enferma –contesta Kara con unos toques de
histeria.
Lucas
ya conoce esa escena. La han vivido muchas veces. Nunca le había agredido a
algún amigo de Kara, pero sí que se había hecho polvo el puño a causa de otras
superficies, algunas de ellas humanas.
El
día que se conocieron fue la primera. Los presentó un amigo de él. Siempre les
pareció un poco cliché que esa fuese su historia, puesto que la mayoría de la
gente se conoce por presentaciones de terceros.
-Esta
es mi prima, Kara.
-Hola
–sonrió la chica, tendiéndole la mano.
-Qué
tal –devolvió Lucas la sonrisa, estrechando su mano. Por algún motivo, no
conseguía apartar la vista de los ojos color miel de Kara.
Pasaron
la mayor parte de la noche en un pub hablando prácticamente todo el tiempo. En
alguna ocasión su amigo dejó caer que Kara estaba soltera.
-¿No
te molestaría que saliera con ella? Es tu prima.
-Lo
de la mierda esa de que la familia no se toca es una gilipollez. Eres un tío
legal. Prefiero que esté contigo a que esté con cualquiera de estos subnormales
–comentó su amigo, señalando a los chicos de su alrededor.
Lucas
le tomó la palabra y, en cuanto se quedaron a solas, le pidió el número. Ella
parecía dispuesta a quedar otro día, y a no marcharse pronto. Sin embargo, un
chico mayor que ellos truncó sus planes, intentando que Kara bailase con él a
pesar de que ésta le había dejado claro su negativa.
-Tío,
te ha dicho que no. Déjala en paz –le ordenó Lucas, interponiéndose entre
ambos.
-No
pasa nada –le dijo Kara.
-¿Qué
eres, su novio? –respondió el chico, arrastrando las palabras a causa del
alcohol -. Yo no soy celoso –añadió mirando hacia la chica.
-Márchate,
por favor. Te he dicho que no quiero bailar –intervino Kara, intentando
mostrarse firme.
-¿Y
por qué no? –atacó él, agarrándola del brazo. Ella intentó zafarse sin éxito.
El chico parecía cada vez más agresivo
-¡Suéltame!
Lucas
lanzó su puño sin pensarlo a la cara del chico. Kara se llevó ambas manos a la
boca. Los guardias de seguridad tuvieron que intervenir, acompañándolos fuera
del establecimiento. Mientras ellos se sentaban en un bordillo en silencio, contemplaron
cómo la ambulancia se llevaba al chico. Kara lloraba sin mediar palabra, y
Lucas no sabía qué hacer ni decir.
Pero,
sorprendentemente, Kara aceptó que siguiera en pie la idea de quedar en otro
momento. Y de alguna forma acabaron saliendo juntos.
Lucas
mira a su ex novia reflexionando lo poco que se la merece. Se acerca a ella y
la abraza lentamente, a la espera de que ella lo aparte. Como era de esperar,
no lo hace, puesto que el corazón de Kara abarca mucho más que la ira de Lucas,
y siempre acaba perdonándole.
-Lo
siento –le susurra dándole un beso en la frente.
Kara
se aferra a él y una lágrima recorre su mejilla, como si ella también estuviera
rememorando el primer día de lo que ahora es el último.
Capítulo
5 // Jorge
-Te
has mareado por la caída, pero no tienes ninguna contusión ni nada grave. Lo
peor que te puede salir es un chichón en la parte posterior de la cabeza.
Aplícate frío en la herida y en un par de días estarás como nuevo.
Jorge
le sonríe a la enfermera en señal de agradecimiento, que se marcha
devolviéndole la sonrisa.
-Sabes
que los puños nunca son la solución.
-Yo
no le he pegado, mamá. Ha sido él.
Jorge
se lleva la mano a la nuca, arrepintiéndose al instante de esa decisión puesto
que el dolor aún le palpita.
-¿Seguro
que era Lucas? Con lo bueno que es…
-Sí,
buenísimo. Tan bueno como para venir a mi facultad a partirme la cara.
-Seguro
que has hecho algo para provocarle.
-¿Ahora
le justificas? ¿No decías que la violencia no es la solución?
-Y
no lo es. Pero si ha recurrido a ella, será porque había algo que solucionar.
Jorge
suspira poniéndose en pie con parsimonia. Recoge la chaqueta y la mochila del
suelo y le hace gestos a su madre para que se levante de la silla.
-¿Podemos
ir a casa, por favor?
Su
madre hace una mueca y accede a su petición.
No
se atreve siquiera a abrir Whatsapp. Las notificaciones le hacen saber que sus
chats están ardiendo, y que no son pocos. No tiene ni ganas ni tiempo para
lidiar con todos. Ni siquiera entiende cómo ha pasado de tener una vida de lo
más normal y aburrida a que, en un solo día, se haya convertido en el malo de
la película, de varias de hecho, y en el showman
de la universidad.
Cuando
suena el timbre de la puerta principal, Jorge reza mentalmente para que sea la
vecina pidiendo azúcar.
-¡Jorge,
tu amigo ha venido a verte! –informa su madre desde la entrada.
-¡Voy!
-responde mientras se tapa los ojos y resopla.
-¿Qué
has hecho con tus gafas? –una ola de alivio invade el cuerpo de Jorge cuando
comprueba que la persona esperándole en la puerta es Oliver.
-Me
las ha roto… ¿te has enterado de lo que me ha pasado hoy?
-Algo
he oído. Pero los detalles nunca sobran.
Jorge
cierra la puerta tras de sí, avisándole a su madre de que se dispone a bajar al
patio del recinto donde viven. En invierno la puerta de entrada a la piscina
está cerrada, pero como nadie vigila Oliver y él suelen colarse para poder
sentarse en el césped. Llevan haciendo eso durante un par de años, pero se
conocen desde niños. La posibilidad de que su amigo y vecino de toda la vida,
un año mayor, y él coincidieran en la misma clase de universidad era
prácticamente nula, y sin embargo los planetas se alinearon para que sucediera.
No obstante, en la facultad cada uno tiene su grupo de amigos, y la relación en
casa y en la universidad son bastante diferentes.
-¿Quién
era ese tipo? El que te ha pegado.
Oliver
salta la valla de la piscina con cierta facilidad. Jorge le imita, más ágil
aún. La costumbre ha conseguido que su falta de ejercicio no se interponga
entre la piscina y ellos.
-Lucas.
El novio de Kara.
-¿Y
eso? ¿A qué obedece el puñetazo? ¿No eráis amigos?
-Éramos
–recalca Jorge tumbándose en el césped junto a su vecino, que permanece
sentado.
-¿Qué
has hecho?
-¿Por
qué asumes que la culpa es mía?
-Porque
eres tú el que tiene el ojo morado.
-¿Se
me nota mucho? –pregunta llevándose los dedos a la herida. Un fuerte escozor le
asalta con solo rozar el moratón.
-Bueno.
Puedes intentar quemarte la otra mejilla y así compensas.
-Qué
pereza aparecer así por clase mañana. En realidad, aparecer en general. Hoy he
dado demasiado el espectáculo.
-¿Qué
ha pasado?
-¿No
has ido?
-He
pasado. Para las asignaturas que había…
-Entonces
mejor no te lo cuento. Voy a disfrutar de que al menos una unidad de persona no
me mire como si estuviera loco. Aunque creo que Kara ha quedado peor…
-¿Me
vas a contar ya qué ha pasado?
-Me
gusta Kara.
-¿Kara?
-Sí,
y yo le gusto a ella. Bueno, no sé si eso sigue en pie después de que en mitad
de clase me soltara que no quiere salir conmigo. Ala, te lo he acabado
contando.
-¿Y
por qué eso ha sido un espectáculo?
-Porque
lo ha dicho chillando, de pie y todo el mundo estaba en silencio.
-¿Kara?
–pregunta Oliver, extrañado -. No suena a ella. Vamos, no me la imagino.
-Pues
imagínatelo porque ha pasado.
-Ostias,
tú. Qué hardcore.
-Ya.
Pues después de ese bello momento, cuando por fin creía que iba a volver a
casa, me encuentro a Lucas con sangre en la cara, los nudillos en carne viva y
una vena a punto de atravesarle el cuello.
-¿Sangre
en la cara?
-Real.
No quiero saber qué había estado haciendo. El caso es que, antes de clase, le
mandé un mensaje a Kara un poco… comprometido.
-Y
él lo leyó.
-A
mi pesar, sí.
Oliver
levanta las cejas mirando a la nada, asintiendo, como si estuviera asimilando
toda la información. Jorge se tapa los ojos con un brazo, evitando que le dé el
sol directamente en la cara. Respira profundamente, dejándose oler el aroma de
césped recién cortado, en un intento de olvidarse de todo lo ocurrido por la
mañana. Nota la mano de su amigo acariciando su pelo, lo cual le ayuda a
relajarse.
-Ojalá
me gustase Martín. Sería más fácil.
-Aquí
sí que me he perdido.
-Hoy
ha sido un día denso. Antes de todo esto, Martín me ha dicho que le gusto.
-¿No
tenía novio?
-Cortaron
hace poco.
-Vaya.
No creía que fueras tan rompecorazones.
-Ja,
ja.
-Pensándolo
bien, en realidad no me extraña. Quiero decir, eres bastante genial. Normal que
tengas tanta gente detrás.
Jorge
no se atreve a quitar el brazo de la cara, porque no tiene claro a qué se
refiere con eso, pero han sido demasiadas emociones en el día como para lidiar
también con posibles sentimientos de Oliver. Nunca había pensado en él de esa
manera. Siempre ha tenido la idea de que, con la gente que conoces de toda la
vida, no hay posibilidades de cambiar la relación que tienes con ellos.
De
pequeños, solían odiarse. Es curioso cómo las mejores relaciones empiezan con
personas que no se soportan, y eso es exactamente lo que le ocurría a Jorge con
su vecino. Solía estar seguro de que Oliver lo trataba con superioridad porque
era mayor. Ahora no se nota la diferencia, pero cuando uno está en primaria y
el otro ya ha pasado a la ESO, parecen dos mundos diferentes.
-Jugar
al escondite es de niños, Jorgito. Yo ya soy mayor –decía un Oliver de doce
años.
-¡Y
yo también!
-Pues
a lo mejor te tendrías que empezar a comportar como tal.
Jorge
siempre acababa con un berrinche, acudiendo a su madre. Sin embargo, ésta lo
que solía hacer era precisamente alentarle a juntarse con su vecino.
-Oliver
es muy buen niño, Jorge. Yo creo que os lo podéis pasar muy bien. Y viviendo en
el mismo recinto va a ser muy fácil salir a jugar siempre que os apetezca.
-Pero
mamá es que siempre se está metiendo conmigo –se quejaba Jorge, cruzándose de
brazos. En esos momentos se comportaba de la misma manera infantil que Oliver
le acusaba de ser.
-Seguro
que lo has entendido mal. Oliver es muy listo. A lo mejor no le has entendido
bien.
-Vamos,
que yo soy tonto, ¿no?
-Sabes
que no quiero decir eso. Pero él es más mayor. Y lee mucho –replicaba su madre
cada vez que salía la conversación. Siempre recordándole a Jorge que él era el
pequeño -. Intenta ser amigo suyo. Ya verás como aprendes mucho de él y a la
vez os lo pasáis genial.
Cada
vez que le argumentaba con esa frase, a Jorge le daba la sensación de que su
madre le estaba intentando vender un videojuego educativo.
Con
el paso de los años, empezaron a entenderse, estrechándose la poca diferencia
de edad que, a priori, parecía un abismo. Para la época en que ambos estaban en
bachillerato, eran prácticamente mejores amigos.
-Es
que… te tengo que decir una cosa. No se lo he dicho a nadie –le dijo Oliver en
tono confidente. Ambos estaban escondidos entre las plantas del jardín junto a
la piscina, teniendo cuidado de que nadie los viese.
-¿Qué
pasa? –inquirió Jorge desconcertado, preguntándose a qué se debía tanto
secretismo.
-Soy
bisexual.
Jorge
no supo qué responder. No porque no se lo esperase, o porque lo viera como algo
malo. Todo lo contrario. Pero, aunque él maduró algo tarde, desde una edad
temprana tuvo claro que las etiquetas no eran algo que le convenciese. Es
decir, nadie anunciaba que era heterosexual. ¿Por qué se debía informar de lo
demás? Por eso, no tuvo mucho que responder al anuncio de Oliver. Simplemente
sentía que no era de su incumbencia.
-Vale.
Oliver
se quedó mirándole. Inmediatamente, Jorge pensó que se iba a enfadar con él por
darle una respuesta tan escueta y seca ante tal sinceridad. No obstante, Oliver
sonrió aliviado.
-Gracias.
-¿Por
qué?
-Por
tomártelo bien. O sea, me imaginaba que no lo ibas a tomar mal, pero me gusta
tu… indiferencia.
A
partir de ese momento, Oliver no se ocultó más, e incluso comenzó a llevar
pulseras con la bandera del colectivo y a asistir a la cabalgata el día del
orgullo. Parte de Jorge quiere llevarse algo de mérito por la confianza que
consiguió adoptar su vecino ante esa situación.
El
sonido de una canción de Chopin le saca de sus pensamientos. Se lleva la mano
al bolsillo para comprobar quién le llama. Decide simplemente colgar.
-¿No
lo coges? –le pregunta Oliver mientras él vuelve a guardar el teléfono.
-Es
Diana. No tengo muchas ganas de hablar con ella ahora mismo. No es que sea por
ella, pero seguro que ha estado con Martín y… no tengo fuerzas para tener esa
conversación.
-La
tendrás mañana igualmente.
-Gracias
por los ánimos –dice Jorge con ironía. Oliver se ríe.
-Perdona.
Yo me voy ya de todas formas. Tengo que editar algunas fotos que hice el otro
día.
-Enséñamelas
cuando las tengas. Siempre haces fotones, y encima cuando las editas quedan
genial.
Oliver
se queda mirándole. Esta vez, Jorge le devuelve la mirada. Oliver se muerde el
labio y comienza a acercarse a él. A pesar de prever perfectamente lo que va a
ocurrir, y a sabiendas de que debería apartarse, su cuerpo le impide moverse.
Cuando el beso comienza, no le desagrada. Aunque un sabor amargo le impide
disfrutarlo del todo cuando Kara le viene a la mente, pero decide no comentarle
nada a Oliver.
-Hasta
mañana –se limita a decir su vecino, levantándose de un salto y marchándose a
casa.
El
piano siempre le ayuda a ordenar sus pensamientos. Hay algo en la combinación
de las notas que le calma por completo. Quizá es porque la melodía le permite
silenciar todos los gritos de su mente. O quizá es la concentración que
requiere acariciar las teclas para conseguir el sonido deseado lo que le
funciona. Por primera vez en todo el día, está a solas consigo mismo. Solo él y
la música. Aunque, por desgracia, no le dura mucho. Unos suaves golpes le hacen
saber que debe parar.
-Jorge,
es tarde. Acuéstate, ¿vale? –susurra su madre asomándose a su cuarto.
-Vale.
Perdón.
Como
ya intuía que iba a ocurrir, no puede dormirse. Demasiadas personas y
sentimientos correteando por el cerebro. De repente, se da cuenta lo
surrealista que ha sido el día. Es como si hubieran sido varias semanas. ¿Cómo
pueden cambiar tanto las cosas en menos de 24 horas? ¿Por qué todo el mundo se
ha puesto de acuerdo para tener otra relación con él?
Y
otro pensamiento le asalta, obligándole finalmente a dejar la mente en blanco y
forzar el sueño. ¿Con quién se va a sentar mañana en clase?
Las
puertas de entrada a la facultad se le antojan una bienvenida al inframundo. No
se le ocurre un peor día para que no sea fin de semana. Sin gafas, con el
rostro aún colorado con leves marcas de unas siluetas representando los dedos
de Lucas y sin amigos a los que acudir. Puede ser divertido.
Por
suerte para él, la clase está bastante llena cuando entra, lo que le permite
ocultarse entre la multitud. No podría soportar ningún sermón ni comentario
sobre el día anterior a las nueve de la mañana. Aprovecha que la última fila
está vacía para sentarse por allí, evitando así a todo su grupo, Oliver
incluido.
Cuando
Kara aparece por el marco de la puerta, no puede evitar seguirla con la mirada.
Ella no se percata de su presencia. La ve sentarse junto a Diana y Martín, y
una tristeza repentina le invade. Nunca se había sentido solo en la
universidad. Siempre tenía a alguien a quien contarle las cosas, con quien
reírse en las clases y con quien trabajar en grupo.
-Ey.
¿Qué haces aquí solo? –le pregunta Carlos, extrañado.
-Es
una larga historia.
-¿Quieres
que me quede contigo?
-Como
quieras. Pero no quiero que te veas forzado ni nada.
-Qué
va. No worries.
Carlos
vive cerca de su casa, y muchas veces se han encontrado de camino a la
facultad. Además, fueron al mismo colegio, y tienen la misma edad. Otra
casualidad del destino que cada uno se metiera en la carrera equivocada y
acabas en la misma con un año de retraso.
No
suelen hablar demasiado, pero se llevan bien, y de hecho en ese año en que
ambos estaban un poco perdidos tendieron a quedar bastante para reflexionar
sobre carreras y el futuro en general.
-En
realidad todo es una mierda –decía Carlos, bebiendo una cerveza. Jorge se
limitaba a sorber de su zumo de piña -. Al final, vamos a acabar todos
trabajando en un McDonald´s.
-Mi
problema es que no me gusta nada. Al menos, nada al cien por cien. En
bachillerato creía que me gustaba la química, pero cuando empecé a estudiar la
carrera… No sé. Simplemente no sentía que eso fuera mi “destino”, por así
decirlo –comentó Jorge, haciendo el gesto de las comillas en el aire.
-Pf,
yo igual. Las matemáticas me molaban en el instituto, pero no me terminaron de
convencer en la facultad.
-Sinceramente,
yo siempre pensé que te irías a una Escuela de Cine o algo así. Siempre estás
viendo pelis o grabando las tuyas propias.
-Bueno,
lo de grabar las mías era a medias. Éramos una panda de mataos con una cámara.
Lo de ver cine sí que me gusta mucho, pero no sé si es factible como profesión.
-Todo
es intentarlo.
A
raíz de investigar carreras universitarias, futuras profesiones e indagar sobre
sus propios gustos, Jorge se vio escogiendo el mismo camino que había elegido
Carlos no mucho tiempo antes que él. En cierta medida, sintió como si se
estuviera copiando de él, pero por suerte ambos tenían la nota suficiente para
entrar. Si hubiera entrado él y Carlos no, probablemente se habría sentido
responsable, como si le estuviese quitando la plaza.
A
día de hoy, sigue sin encantarle la carrera. Pero, teniendo en cuenta que de Química
no llegó a hacer ningún examen, y en esta ha llegado al segundo curso, las
cosas pintan algo mejor.
-¿Cómo
lleváis la película? –pregunta Jorge mientras Carlos toma asiento junto a él.
-Bastante
bien. Es un poco coñazo porque dependemos de mucha gente. Y claro, si no pueden
quedar tal día o si no conseguimos que coincidan pues tardamos un montonazo
para dos simples escenas. A parte, no tenemos muchos actores a mano, así que estamos
un poco faltos de extras.
-Yo
no tengo mucho tiempo, pero si grabáis el día que tenga un hueco en mi agenda,
puedo ayudaros. No me importa salir en cámara, o si necesitáis alguna otra
cosa. Que sujete un foco o lo que sea.
-Pues
gracias. Lo más seguro es que te tomemos la palabra.
La
mirada de Jorge se posa en Oliver, que se ha acercado a sus amigos y conversa
con ellos. De repente, toda la soledad del mundo le acecha de nuevo.
Capítulo
6 // Oliver
-¿Que
Lucas qué? –inquiere Diana, casi a voz en grito.
-Me
lo contó ayer. Le puedes preguntar a media facultad que seguro que lo vieron
–explica Oliver.
-Es
verdad. Lucas me lo contó –añade Kara.
Martín
dirige su mirada al sujeto de la conversación. Frunce el ceño con una leve
pizca de lástima, pero en el momento en que Jorge le devuelve la mirada gira de
nuevo la cabeza inmediatamente.
-Por
eso no lleva las gafas –comenta Martín.
-Con
lo caras que son… –suspira Diana, acariciando las suyas propias.
-Sí,
bueno. El caso es que sé que pensáis que Jorge os ha hecho una putada tras
otra, pero yo no lo veo así. Tenéis que entender que se le vino ayer todo
encima. Ahora mismo, lo que necesita probablemente es a sus amigos, y no estar
en esta guerra civil que habéis montado.
-Pero,
¿por qué le pegó Lucas? –pregunta Martín.
Oliver
se limita a encogerse de hombros, pero se le escapa en un acto reflejo una
mirada a Kara. Diana y Martín le imitan mientras ella mira hacia el suelo.
-Es
una larga historia…
-Tenemos
tiempo –dice Martín cruzándose de brazos. Se puede ver claramente que se huele
la tostada.
Justo
en ese momento, aparece la profesora frustrando sus planes, para alivio de
Kara.
-Luego
nos vemos –se despide Oliver, marchándose a su sitio.
-¿Dónde
estuviste ayer? Fuimos a tomar algo –pregunta Alejandra cuando Oliver se
sienta.
-Estuve
haciendo cosillas.
-¿Fotos?
–pregunta Cecilia.
-Editándolas,
más bien.
Las
chicas asienten mientras Oliver enciende su portátil, algo aliviado. En el
mismo momento en que sus labios rozaban los de Jorge, se arrepintió de hacerlo.
Lo que ayer necesitaba el chico era un amigo, y no otro drama. Aún no tiene
claro si debería disculparse con él o simplemente fingir que nada ha ocurrido.
-Buenas
noches –saludó su padre cuando llegó a casa.
-Hola
–balbució Oliver con la boca llena de patatas fritas de paquete.
-¿No
vas a cenar?
-Sí,
pero es pronto.
-Te
vas a llenar con esa porquería.
-Estoy
con ansiedad.
-Sabes
que no deberías usar eso como excusa –le recordó su padre, mirándole con
compasión.
Oliver
dejó lentamente la bolsa de patatas en la encimera de la cocina, sintiéndose
peor de lo que estaba.
-No
quiero que te sientas culpable. Lo hecho, hecho está. Pero intenta tomar fruta,
hacer ejercicio. Ya te lo dijo Sofía.
-Ya
lo sé, papá. Perdona.
-A
mí no me tienes que pedir perdón, hijo. Es tu cuerpo.
-Perdón,
cuerpo –dijo Oliver con cierta ironía. Su padre simplemente le sonrió.
Durante
el instituto, tuvo ciertos desórdenes alimenticios. Sus compañeros de clase le
recordaban constantemente que estaba gordo, a pesar de que él veía que estaba
en un peso normal para su edad. Sin embargo, acabó por creérselo. Las palabras
de su padre asegurándole que esos chicos no se merecían que les hiciese ningún
caso no solucionó el problema. Acabó odiándose a sí mismo y a su cuerpo. Cuanta
más ansiedad y estrés tenía, más comía, y peor se sentía consigo mismo. Hasta
que llegó el momento en que decidió no acudir más a clase.
-No
te puedes quedar aquí, Oliver. Aún estás en la ESO. Las palabras “enseñanza
obligatoria” están en las siglas. ¿Te dicen algo?
-Pero
no quiero ir –decía un Oliver adolescente acurrucado en la cama.
-Haremos
una cosa. Por hoy, te dejo descansar, pero mañana volveremos a la rutina, ¿de
acuerdo?
-Pero
yo no quiero ir nunca. Ni hoy ni mañana.
-Esta
tarde lo hablamos, ahora me tengo que ir a trabajar. Pórtate bien, y si
necesitas algo baja y díselo a la mamá de Jorge, ¿vale?
En
el mismo momento en que escuchó la puerta cerrarse, un torrente de lágrimas
empezó a bañarle todo el rostro. Estuvo llorando durante un par de horas, sin
discernir qué debía hacer.
A
sabiendas de que su padre acabaría obligándole a acudir a clase, sin que el
problema del bullying se hubiera
solucionado, decidió terminar con el asunto por sus propios medios. No tenía
apenas amigos, su madre murió poco después de tenerle, y para su padre era
probablemente una carga. Los chicos de clase iban a continuar burlándose y él
iba a seguir comiendo.
De
repente, todo perdió el sentido. Lo único que se le ocurrió fue subirse a la
ventana y decidirse a saltar.
-¿Oliver?
–le preguntó la madre de Jorge desde su propia ventana.
Cuando
el chico miró hacia abajo ante el grito de la mujer, se acordó de que tenía
vértigo. Un fuerte mareo le invadió la vista, emborronándole la cara de quien
le gritaba que se bajase de ahí.
Oliver
no fue capaz de hacerlo. Por suerte, su padre le había dado una llave de casa a
la madre de Jorge por si había alguna emergencia, ya que Oliver se quedaba solo
por las tardes mientras su padre trabajaba.
-¿Por
qué estabas ahí, cariño? –le preguntaba una muy preocupada vecina.
-Es
que… no quiero ir al colegio.
Al
decirlo en voz alta, se dio cuenta de lo estúpido e infantil que sonaba. Sin
embargo, la madre de Jorge se mostró comprensiva, y él acabó contándole todo lo
que sucedía tanto en el instituto como en su dieta.
-A
veces como un montón. Otras veces no como nada. Alguna vez he comido mucho y he
decidido vomitarlo.
Mediante
palabras amables y caricias en la espalda, la madre de Jorge consiguió que se
quitara la idea de saltar por la ventana, e incluso le convenció para que
continuara yendo al colegio. Al cabo de unos pocos días, su padre le sorprendió
gratamente ofreciéndole ir al psicólogo para tratar el problema.
-La
doctora se llama Sofía. Seguro que te cae muy bien. La mamá de Jorge me habló
de ella. Al parecer, su hermana estuvo yendo a terapia tras su divorcio y le
fue muy bien.
Desde
ese momento, dejó de darle tanta importancia a lo que le decían en la escuela.
Se dio cuenta de que sí que le importaba a alguien, y su padre empezó a mostrar
un nuevo interés, disculpándose por estar siempre ocupado con el trabajo.
-Ojalá
pudiéramos pasar más tiempo juntos.
-Ya
lo sé, papá. Lo entiendo. Tienes trabajo.
Y,
por primera vez, de verdad lo entendía. Una nueva madurez se habría paso en la
personalidad de Oliver.
Poco
después, Jorge empezó a aceptar su amistad. Sospechaba que su madre tenía algo
que ver en aquello, pero confió en que el chico de verdad le apreciase.
-Oliver,
¿tienes la última parte de lo que copiamos el otro día? –susurra Cecilia.
-Sí,
búscalo –Oliver le tiende el portátil, distraído en sus propios pensamientos.
-¿Por
qué tienes a Jorge de fondo de pantalla?
La
pregunta de Alejandra le saca de su ensimismamiento. Había olvidado por
completo que el día anterior estuvo editando fotos que le hizo a Jorge hace un
par de semanas, y decidió fijar una de ellas de fondo de escritorio rendido
ante su propia debilidad.
-Es
que me gustó mucho como quedó. Ya sabéis, los colores, la iluminación, el
encuadre…
-Cosas
de fotógrafo –comenta Cecilia.
-Exacto.
-¿No
te resulta un poco raro que salga Jorge como para tener la foto de
salvapantallas? –inquiere Alejandra con curiosidad.
-Bueno,
sería un poco raro si fuera un desconocido. Pero es mi amigo. Yo os he visto
poner de fondo de pantalla de bloqueo una foto de las dos.
-Pero
es diferente si nos la hicimos juntas.
-Bueno,
da igual, que tengo que buscar el tema. Trae –corta Cecilia la conversación
arrancándole el portátil de las manos a su amiga.
Oliver
pretende atender a la explicación de la profesora aun sintiendo la mirada
penetrante de Alejandra fija en él.
-¿Te
sientas con nosotros? –le pregunta Viri durante el intercambio de clase.
-Vamos
a jugar al UNO –informa Diana.
-Claro.
Oliver
se sienta junto a Kara en el intento de evitar a Viri. Durante el verano, sus
lenguas tuvieron un encuentro en una fiesta y, aunque parece que para Elvira
eso ni ocurrió, Oliver sigue sintiéndose algo violento cuando está con ella. No
ha estado con tanta gente como para olvidar esos momentos.
-Dame,
yo barajo, que tú eres muy lenta.
-Todavía
no nos has contado lo de Lucas –murmura Martín en tono inocente mientras Kara
le arrebata las cartas a Diana. Ésta se ajusta su gorra de vestir en la cabeza,
algo enfurruñada.
-No
creo que sea una buena idea –responde Kara, parándose en seco.
-¿Por
qué no? ¿Qué ha pasado? –pregunta Viri.
-¿No
te has enterado de lo de Jorge?
-¿Que
le pegaron? Sí, lo vi.
-¿Lo
viste? –inquiere Oliver, curioso.
-Estaba
saliendo de la facultad justo en ese momento.
-Pues
el que le dio el puñetazo es el novio de Kara –informa Diana.
-Ex
novio –corrige la aludida.
-Wow.
Qué dramático todo –ríe Viri.
-Sí
es –confirma Martín -. Pero Kara no nos quiere contar por qué pasó eso.
-Lo
puedo intuir –comenta Elvira -. A ver, si tu novio, que ahora es ex novio,
viene a la facultad a pegarle a Jorge, supongo que tiene algo que ver contigo.
Lo que no entiendo es a qué venía la sangre en la cara…
-Voy
a sacarme un café –anuncia Oliver, dejando a todos mirando simultáneamente a
una Viri especulativa y a una Kara que mantiene la vista fija en la baraja de
cartas.
-Te
acompaño –informa Martín.
Oliver
teclea el número de su café en la máquina ante la atenta mirada de Martín, que
se apoya en esta de brazos cruzados, como si fuera un guardia de seguridad
apunto de arrestarle.
-Kara
y Jorge están liados, ¿verdad? –suelta Martín sin precedentes.
-Oye,
no creo que esto sea asunto mío. Deberías hablarlo con ellos.
-Kara
obviamente no va a decirnos nada. Y no creo que sea el momento oportuno para
que Jorge y yo mantengamos conversación de ningún tipo.
-¿No
piensas retomar la amistad?
-Ahora
mismo, no gracias. Cuando se me pase la vergüenza de ayer, o cuando deje de ser
mi crush, me lo pienso. Por eso
necesito saber si tiene algo con Kara. Si es así, yo me quito de en medio y no
molesto. A lo mejor consigo olvidarle de esa forma –argumenta Martín
introduciendo un par de monedas en la máquina para sacarse un chocolate
caliente. Oliver le observa, pensativo.
-Hasta
donde yo sé, no tienen nada. Solo se gustan. Pero ayer Kara le dijo que no
quiere salir con él –se decide finalmente por contar. Se siente un poco traidor
por revelar contenido de una conversación privada con Jorge, pero en cierta
medida quizá le esté ayudando a recuperar a Martín.
-Interesante…
Oliver
se dispone a volver a su sitio, pero Martín se interpone en su camino, evitando
su mirada y dando golpecitos en su vaso de cartón.
-¿Tú
crees… que tengo alguna posibilidad con él? –pregunta el chico, mirándole de
reojo. Oliver suspira.
-Honestamente,
no lo creo. No es por ti, es que me da la sensación de que solo os ve como
amigos.
-Ya.
Lo típico. Bueno, la verdad es que lo suponía –comenta Martín, tomando un sorbo
de su bebida.
-Lo
siento. Pero eres un tío muy guay. No te rayes por Jorge.
Martín
se queda mirándole mientras Oliver le rodea para, por fin, llegar de nuevo a la
mesa.
-¿Habéis
ido hasta Colombia a hacer el café? –pregunta Diana, divertida -. La máquina
está ahí al lado. Habéis tardado un montón.
-Es
que va lenta. Se estará estropeando –miente Martín, con una leve sonrisa.
Se
ha pasado cerca de una semana sin mediar palabra con Jorge, en un cobarde
intento de que su amigo olvide todo lo ocurrido y puedan seguir con la relación
que solían tener. Al parecer, no es el único, puesto que todo el grupo de
amigos de su vecino ha estado evitándole. De repente, se siente mala persona
por dejarle solo. Pero, bien pensado, quizá Jorge tampoco quiera tener que ver
mucho con él.
Con
quien sí ha estado hablando mucho es con Martín. No tanto por voluntad propia,
más bien ajena. La de su compañero de clase, concretamente, que anda un poco
obsesionado con él. Alguna vez le ha sugerido dejarse caer por su casa o ir a
tomar algo. Oliver ha reiterado su negativa, por miedo a lo que pudiera
ocurrir. Sus sentimientos están algo confusos, y le da la sensación que los de
Martín lo estarán aún más. No le dio tiempo a que pasase el duelo por la
ruptura con su ex cuando ya estaba colgado de Jorge, y ahora parece ser que de
él. Un chico enamoradizo, sin duda alguna.
Pero
Oliver tiene experiencia en este tipo de situación. Cuando estaba estudiando el
grado de fotografía, le ocurrió algo similar con una chica, aunque en esa
ocasión fue al revés. Él estaba algo obsesionado con ella, e intentaba
aprovechar al máximo los momentos en que tenía su compañía.
-A
ver, ponte ahí.
-No
me gusta que me hagan fotos. Yo solo estoy detrás de la cámara.
-Anda,
Oliver. Porfi –pedía ella, con ojos de perrito abandonado, tapando el labio
superior con el inferior a modo de puchero.
Oliver
siempre acababa aceptando ese tipo de peticiones. Nunca ha tenido suficiente
autoestima como para ponerse delante de una cámara y que la fotografía
resultante le agradase. Él era más de presionar el botón de disparo, donde
pudiera controlar la imagen que captaba.
-¿Ves?
Sales muy mono –le dijo Penélope aquel día, mostrándole la pantalla de la
cámara donde aparecía Oliver mirando al objetivo muy serio en un primer plano.
-No
está mal. Pero solo porque tú eres muy buena fotógrafa –comentaba él,
sonrojándose ante lo que creía una muestra de valentía.
-No
seas tonto, que eres muy buen modelo. Mira ahora hacia allí – señalaba ella
hacia su izquierda, ignorando sus súplicas en forma de cumplido.
Oliver
acataba órdenes sin rechistar, lo que no le llevó muy lejos. Acabaron
graduándose como amigos, y durante ese mismo verano perdieron el contacto.
A
día de hoy, a Oliver no podría importarle menos esa chica. Pero se da cuenta de
que se ha visto obligado a tomar el papel de Penélope en su relación con
Martín.
Ni
siquiera tiene idea de cómo le ha cogido tanta confianza tan rápido. Incluso le
contó gran parte de la ruptura con su ex, la mitad de la relación y su
situación con Jorge.
Oliver
ha oído mucho decir a sus amigos de la universidad que es una persona que sabe
escuchar, y que se le puede contar de todo, pero nunca lo había tomado al pie
de la letra. Martín, por el contrario, al parecer sí.
-Es
que no lo entiendo. Corta él, y a las dos semanas quiere volver –le contó
Martín unos días atrás cuando hablaban por teléfono.
-Bueno,
a lo mejor se arrepiente de su decisión. No lo veo tan raro. Quizá se ha dado
cuenta de que fue precipitado.
-No,
llevaba varias semanas tanteando la ruptura. Decía que no le contaba nada personal,
que sentía que él se abría emocionalmente mucho más que yo, y empezó a pensar
que le estaba ocultando algo.
Oliver
se sintió un poco malvado pensando que Martín no era transparente con su ex
pero que, con él, sin apenas conocerle, sí.
-Por
más que le perjuré que no lo hacía, él seguía en sus trece. Eso no cambiaría
aunque volviésemos de nuevo. ¿Qué sentido tendría? ¿Por qué quiere que sigamos
sintiéndonos mal?
-¿Pero
ha vuelto a decirte algo?
-Me
volvió a hablar un par de días después, pero no dijo mucho. Además, a mí se me
notaba que no estaba dispuesto a que me marease más.
-¿Y
era verdad?
-¿El
qué?
-Que
no se lo contabas todo –unos momentos de silencio inundaron la conversación -.
Perdona, eso no es asunto mío.
-No,
no me importa. Es que… honestamente, no estoy seguro. Siempre he sido un poco reservado
con mis sentimientos y eso. Pero supongo que he sido igual durante toda la
relación. No comprendo por qué ha tardado un año en descubrirlo.
-De
todas formas, si ya no habláis, lo mejor que puedes hacer es olvidarte, ¿sabes?
Move on.
-Eso
intento. Han sido muchas cosas. Primero un Jorge y después el otro.
-¿Te
sigue gustando Jorge? El de la facultad digo –tanteó Oliver.
-No
lo tengo claro. Intento que no. No creo que sirva de nada estirar un chicle que
no existe.
-Bien
por ti –“y por mí”, pensó Oliver con una cierta malicia.
Capítulo
7 // Diana
-¿Cómo
era la frase?
-Joder,
Dani. Algún día te aprenderás el guion –se queja Carlos.
-Lo
peor es que esta escena la escribiste tú –reprocha Diego, riendo.
Diana
finge que revisa Twitter mientras su novio, frustrado, intenta dirigir su
película. Siente las sutiles miradas que le echa Jorge, pero pretende que no
repara en su presencia. No sabría qué decirle.
Han
estado evitándole dos semanas entera, y con ella en realidad no va la pelea,
pero se ha visto un poco forzada a apoyar a sus amigos. Entre otras cosas,
porque piensa que Jorge no ha estado en su mejor momento. Le dolió la manera en
que trató a Martín casi tanto como si le hubiera pasado a ella misma. Estuvo
toda esa tarde intentando consolar a su amigo, sin mucho éxito, pues no paraba
de sollozar.
-Es
que no sé cómo se me ocurre soltarle eso. ¡Y encima en mitad de la facultad!
–exclamaba un desconsolado Martín con un nudo en la garganta.
-Deja
de darle vueltas, Martín. Yo creo que has hecho bien. Mira, ya sabes lo que él
siente. Puedes seguir con tu vida.
-Pero
yo no quiero seguirla sin él…
-Podéis
seguir siendo amigos.
-Di,
nadie es amigo de alguien que se le ha declarado.
-¡Claro
que sí!
-¿Ah,
sí? ¿Quién?
-No
conozco a nadie personalmente, pero…
-Vamos,
que me tengo que despedir de Jorge.
A
pesar de que la culpa no ha sido completamente de su amigo, que ha sido más
bien la complejidad de la situación lo que ha provocado la ruptura del grupo,
no puede evitar tenerle algo de rencor.
Por
otro lado, Kara aún no ha querido confesarle lo que le ocurre con él, pero
puede intuir por dónde va el argumento, teniendo en cuenta lo ocurrido con
Lucas. No conocía muy bien a ese chico, pero nunca le dio buenas sensaciones.
La mejilla colorada de Jorge ha acabado confirmando sus prejuicios.
-Pero
no mires a la cámara. Tienes que cantar mirándole a él –ordena un Diego
desesperado.
-Ya
lo sé, tío. No sé qué me pasa hoy. Vamos otra vez. Acción –se disculpa Dani.
-Eh,
eso lo digo yo. Acción.
Jorge
se acerca lentamente hacia Diana, intentando no hacer ruido para no arruinar la
toma. Diana piensa en alejarse, pero el cuarto de Carlos no es tan amplio y
acabaría saliéndose de la habitación. No es cuestión de montar una película;
eso ya lo están haciendo los chicos.
Cuando
Diego le comentó que Jorge iba a ir a ayudar con la grabación de una escena,
Diana estuvo a punto de marcharse.
-¿Tan
mal estáis? –preguntó su novio, desconcertado.
-No
es mal. Es más bien… raro.
-Mira,
tú haz lo que quieras. Este es un país libre. Pero sabes que necesitamos toda
la ayuda que podamos racanear. Y tú actúas muy bien –argumentaba Diego -.
Además, pensaba que íbamos a salir a cenar luego.
-Puedo
irme y volver.
-¿Te
vas a ir a casa y luego vas a rehacer todo el camino solo para poder evitar a
Jorge? –inquirió su novio, entre risas.
Diana
se dio cuenta de la estupidez de su actitud. Decidió que eran personas adultas
que podían superar sus diferencias sin necesidad de esconderse el uno del otro
cual presa y depredador. De hecho, podría ser el momento de hablar las cosas y
acabar con esa enemistad tan incómoda que han creado.
-Hola
–tantea Jorge. Diana se limita a forzar una sonrisa, manteniendo la vista fija
en el rodaje -. ¿Cómo estás? –la chica se encoge de hombros. Jorge mira hacia
abajo, lo que ablanda levemente el corazón de Diana.
-¿Has
hablado con Kara? ¿O con Martín? –se anima ella a preguntar. Jorge niega con la
cabeza.
-No
creo que quieran saber de mí.
-Nunca
lo sabrás si no lo pruebas.
-¿Tú
crees que debería hablarles?
Diana
se arrepiente en ese mismo instante de haber cedido a la conversación, puesto
que sabe que la respuesta es no. Martín estaba muy desconsolado, por no decir
avergonzado, y Kara está llevando a cabo un trato de silencio con respecto al
asunto que, lo más probable, no se rompa pronto. Pero la expresión de Jorge le
impide ser sincera.
-A
ver, me imagino que no vais a tener la misma relación de siempre. Pero, igual,
poco a poco…
Jorge
asiente, resignado. Se nota que ha entendido el trasfondo de la frase. Diana
comienza a olvidar el motivo por el que estaba enfadada con él, y simplemente
ve a un amigo suyo sintiéndose triste y solo.
-¿Qué
te pasa? –le preguntaba Jorge una mañana poco después de un mes de conocerse.
Diana salía del baño con el rostro húmedo y una mano posada en el vientre.
-Nada
–respondió ella, todavía sin confianza suficiente con su compañero de clase
como para contarle sus inseguridades.
-¿Es
por la exposición? –intuyó él. Ese día fue el primero en el que tuvieron que
exponer un trabajo de universidad delante de la clase.
-Es
que me da vergüenza –se disculpó ella, intentando ocultar que no solo era eso,
sino que siempre le había dado ansiedad hablar delante de mucha gente, y por
eso había dedicado la última media hora de su vida a llorar en el baño sufriendo
dolor de estómago.
-Ay,
pobre. A mí también pero ya verás que sale bien –la reconfortó él, abriendo los
brazos a modo de invitación.
Ella
aceptó el abrazo y, por algún motivo, consiguió tranquilizarse. Desde entonces
es tradición que los brazos de Jorge le arropen antes de cualquier exposición
en clase o similar.
-¿Quieres
que hable yo con ellos antes? Así puedo tantear el terreno y no tendrías que ir
a ciegas –sugiere Diana.
-¿De
verdad?
Ella
asiente, convencida, mientras a Jorge le brillan los ojos. Una ola de alivio le
inunda cuando su novio anuncia “corten” mientras aplaude sarcásticamente a
Dani.
-Un
Óscar te van a dar –bromea Carlos -. Al actor más pelmazo.
-Y
a ti al más subnormal –responde el aludido.
-Calma,
niños, no os peleéis –añade Diego con ironía -. Vamos a grabar vuestra escena
–informa mirando a Jorge y Diana. Ambos asienten.
Diana
limpia los cristales de sus gafas con el borde de la camiseta mientras su novio
se despide de sus amigos.
-No
ha salido tan mal, ¿no? –pregunta Diego una vez que todo el mundo se ha
marchado de su piso, incluido Dani quien ha decidido acompañar a Carlos y Jorge
a sus respectivas casas para dejar un rato solos a la pareja.
-¿Nuestra
escena? –pregunta Diana.
-Todo
en general.
-Yo
creo que está bien.
-Es
que siempre me da la sensación de que no ha quedado perfecto –gruñe Diego
levemente mientras coge las gafas de Diana y se las pone.
-¿Qué
haces? –sonríe ella.
-Así
parezco más intelectual. Como un director profesional –comenta él con una pose
similar a la escultura El pensador.
-Guillermo
del Toro eres –ríe Diana recuperando sus gafas.
-Estás
cieguísima, ¿eh?
-No
me digas –responde la chica con sarcasmo mirando a su alrededor -. ¿Dónde está
mi móvil?
-¿No
es ese?
Diana
se acerca al teléfono de funda transparente que le señala su novio. El diseño
es similar al suyo, pero lo distingue porque ella tiene una fotografía polaroid
en la parte trasera en la que aparece un puñado de flores esparcidas por el
suelo. Este móvil, sin embargo, no tiene nada.
-Es
el de Jorge.
-Igual
se ha llevado él el tuyo. Voy a llamarle.
La
pantalla se ilumina con una llamada entrante procedente de un contacto llamado
“Diego clase”. Diana pone los ojos en blanco.
-Cariño,
tienes que llamar al mío. El de Jorge lo tengo yo –señala ella mostrándole el
teléfono. Diego ríe tapándose los ojos.
-Buah,
como se nota que hoy no he tomado café. Estoy perdidísimo.
Mientras
su novio hace un segundo intento de llamada, ella curiosea el móvil de Jorge.
No puede ir más allá de la imagen con las letras “Stranger things” que
construyen el fondo de bloqueo. Por un momento, piensa qué contraseña podría
tener Jorge para desbloquear su móvil. Se asegura de que Diego está ocupado
conversando y hace la prueba. Le gustaría sorprenderse cuando el teléfono se
desbloquea tras escribir “Kara”, pero se lo esperaba por completo. Vuelve a
bloquear la pantalla rápidamente cuando oye a Diego finalizando su diálogo.
-Dice
que tiene clase de piano y hasta bien entrada la noche no vuelve. Que si no te
importa os los cambiáis mañana en clase.
Diana
asiente, conforme a la vez que pensativa. Diego interroga su expresión
frunciendo el ceño, pero ella disimula los planes que tiene con el móvil de su
amigo. Se excusa argumentando que tiene cosas que hacer y se marcha a casa
justo después de cenar.
-Puedes
quedarte a dormir si quieres. Sabes que a Dani no le importa.
-A
Dani le gustaría más convivir con ella que contigo –grita el aludido desde la
habitación contigua.
-Tú
calla, tolai –le devuelve el grito su
compañero de piso.
-Ojalá
pudiera, en serio. Es que tengo que hacer trabajos.
-¿A
las diez de la noche te vas a poner con cosas de la uni?
-Algunas
personas somos responsables, ¿sabes? –informa Diana dándole un mordisco a su
trozo de pizza.
Cuando
su novio le había dicho por la tarde que era buena actriz, había tenido toda la
razón, porque no tiene ninguna intención de abrir los apuntes.
El
móvil de Jorge reposa sobre el escritorio de Diana mientras ella lo observa,
desafiante. Sabe que no debería husmear en las conversaciones de sus amigos.
Pero, si ellos no le cuentan nada, tendrá que investigar por su cuenta. Decide
leer únicamente los últimos mensajes del chat con Kara para confirmar sus
sospechas. No siente que invade la intimidad de nadie si lo que descubre es un
secreto a voces.
Diana
sostiene el teléfono como si la funda estuviera en llamas. Siente que en
cualquier momento Jorge va a entrar en su cuarto y descubrir su faceta de
Sherlock Holmes ilegal. Ojeando los mensajes de Kara y Jorge asume verídica su
suposición acerca de que la relación que mantienen no es únicamente amistosa.
Aunque, por el contenido de éstos, no parece que haya pasado nada serio.
Quizás, piensa, únicamente se gustan. En cuyo caso no sería tan grave, teniendo
en cuenta que Kara salía con Lucas. Por otro lado, si de verdad no estaban
saliendo, el novio de su amiga no habría tenido motivos para agredir a Jorge.
Así que, o bien sí que tienen algo más, o bien hay partes de la historia que ni
se las imagina. Le da la sensación de que no está solucionando sus dudas
leyendo esa conversación de Whatsapp, y que por el contrario lo que está
consiguiendo es crear más cuestiones.
Un
pitido proveniente del dispositivo que descansa en su mano le sobresalta.
Oliver le está mandando mensajes a Jorge. Definitivamente, esa línea sí que no
debería cruzarla. Ni siquiera es tan amiga de Oliver como para tener en su
propio móvil conversaciones con él más allá de cuestiones relativas a los
trabajos de clase.
Sin
embargo, la curiosidad le puede cuando el chico escribe la frase “lo que pasó
el otro día”. ¿Qué pasó el otro día? Descubre que Oliver ha mandado un audio de
voz. Contra todos sus principios y sintiéndose como una persona horrible, pulsa
el triángulo para reproducirlo.
<<He
estado pensando y, honestamente, no sé si no quieres hablar de ello, si quieres
que empiece yo la conversación, si no sabes qué decir o qué se yo. El caso es
que simplemente quería disculparme. Imagino que no te hizo gracia lo que hice y
no quiero que estemos raros. Somos colegas desde hace demasiado tiempo como
para ahora estropearlo con una tontería. Una tontería que fue culpa mía, lo sé.
Pero… Bueno, da igual. Lo que quiero decir es que me gustaría que pudiéramos
estar como antes. Sin rollos raros ni incomodidades. Sobre todo, porque te veo
en clase sentándote solo y tal, y entiendo que estés en una situación
complicada con tus amigos, pero yo no tengo nada que ver con eso y no quiero
que pienses que estás solo ni nada>>.
La
curiosidad de Diana va en aumento conforme avanzan los segundos en la
reproducción del audio. Oliver habla trabándose, parando las palabras en media
frase como si no supiera muy bien qué decir o cómo decirlo. No sabía que con él
tampoco se juntaba. Así que por eso a Jorge se le veía tan desesperado con
volver a unirse al grupo.
<<Yo
quiero que sigamos quedando y haciendo trabajos juntos. No sé, dime tú qué
piensas. En cualquier caso, podemos estar de acuerdo en que no vamos a arruinar
una amistad de años por un beso, pienso. Quiero decir, te juro que no te voy a
volver a dar otro, y este lo podemos olvidar. Tú ya me dices. Me enrollo como
una persiana hablando. Ala, dos minutos de audio, perdón>>.
La
mandíbula de Diana amenaza con tocar el suelo, mientras sus ojos amenazan con
salir de sus cuencas.
-Qué
cojones… -murmura para sí -. Oliver y Jorge –pronuncia en voz alta, como si
intentase unir términos opuestos.
Siente
la necesidad de contárselo a Diego. O a Kara. O a Martín. Pero se supone que lo
que está haciendo es secreto. Por un momento, se da cuenta de que a Oliver le
va a salir el tick azul que le indica
que Jorge, o al menos su móvil, ha abierto su chat. Solo hará falta sumar dos y
dos para que su amigo descubra que ha estado rebuscando en sus conversaciones.
Sin
pensarlo, selecciona los mensajes de Oliver, audio incluido, y pulsa “eliminar
para mí” para que la aplicación borre el rastro tanto de las declaraciones del
chico como del paso de Diana por el teléfono de Jorge.
Dos
cafés le parecen pocos, pero si sigue ingiriendo cafeína le va a dar un ataque
al corazón. No ha conseguido pegar ojo en toda la noche, sintiendo una mochila
rellena de culpabilidad pesando en su espalda. Habiéndole prometido a Jorge que
solucionaría su problema con el grupo, lo primero que hace es destrozar sus
posibilidades de amistad con Oliver.
El
camino hacia la facultad se le hace eterno, y aun así es demasiado corto como
para poder decidir qué hacer con respecto a su situación.
Diana
aferra el teléfono de Jorge presionándolo sobre su pecho, como si pudiera
escaparse en cualquier momento. Quizá eso sería mejor opción.
Recorre
toda la universidad en busca de Jorge, a sabiendas de que ha llegado un cuarto
de hora antes del inicio de la primera clase. Sin embargo, no se ve capacitada
para sentarse y quedarse quieta durante tanto tiempo, aunque es lo que va a
tener que hacer en cuanto empiecen las clases. Prefiere no pensar en ello y
continúa recorriendo los pasillos sin rumbo aparente.
Un
fuerte golpe repentino le hace perder el equilibrio, pero unas manos le
sostienen evitando que llegue a tocar suelo.
-Perdona,
Diana, no te había visto. Siempre voy corriendo como un loco. Para qué, si hoy
precisamente llego pronto –se disculpa Oliver ayudándola a ponerse en pie. Los
ojos del chico divisan el teléfono que Diana sostiene con la misma fuerza que
cuando lo cogió al salir de casa -. ¿Por qué tienes el teléfono de Jorge?
–inquiere Oliver.
-Es
el mío –responde ella inmediatamente.
-No,
no. Esta funda es de Jorge. ¿Ves que está un poco agrietada por esta parte?
–comenta él señalando la esquina superior derecha del teléfono -. La rompí yo
sin querer, que soy un cafre.
-Ah,
sí. Es que ayer Jorge se confundió y cogió mi móvil. Por eso tengo el suyo
–rectifica Diana.
-¿Y
por qué me dices que no lo es? –ríe Oliver, desconcertado.
Su
expresión cambia lentamente, borrándose su sonrisa. Diana puede leer en sus
ojos cómo el cerebro de su compañero hace ecuaciones deduciendo qué ha pasado.
La chica mantiene sus ojos muy abiertos desde el inicio de conversación, pero
no puede seguir aguantando.
-¿Has
besado a Jorge? –inquiere en un susurro inesperado. Oliver se petrifica ante la
pregunta.
-Perdón,
perdón, perdón –repite Jorge acercándose en ese momento. Diana mira a su móvil
saliendo de la mochila de su amigo, quien se lo ofrece sonriente. Ella hace el
intercambio con la misma consciencia de un sonámbulo -. No sé dónde tengo la
cabeza, pero sobre los hombros seguro que no. Voy a cambiar de funda para que
no las confundamos, que la mía además está fatal. Color fosforito me la voy a
comprar para que no se me pierda.
Diana
no puede apartar los ojos de Jorge, su cerebro intentando ordenarle que se ría
ante la broma, pero siendo incapaz de ello. Su amigo le devuelve la mirada
frunciendo el ceño.
-¿Pasa
algo? –pregunta desconcertado. Diana niega enérgicamente con la cabeza.
Oliver
se escabulle silenciosamente con la cabeza baja. La chica lo sigue con la
mirada mientras una oleada de estudiantes la rodea camino a sus clases.
-¿Podemos
sentarnos juntos? –le pregunta a Jorge, quien asiente emocionado.
Ni
siquiera es capaz de saludar a su novio cuando entra en clase. Se ocupa de
evitar las miradas desconcertadas de Kara y Martín.
-¿Has
hablado con ellos? –pregunta Jorge.
-Aún
no. No tenía mi móvil –se excusa ella.
-Claro.
Perdón otra vez.
-Perdón
yo –dice Diana entre dientes.
-¿Qué?
-Que
he leído tus conversaciones –Jorge levanta las cejas con sorpresa mientras ella
se deshace en disculpas -. Te juro que solo fueron algunos mensajes con Kara.
Pero tenía que saber qué está pasando y vosotros no me contáis nada. A ver, ya
lo suponía, pero quería confirmarlo.
-No
te hemos contado nada porque no hay nada que contar. A mí me gusta ella y ella
tiene novio.
-Entonces,
¿por qué vino Lucas a dejarte el ojo morado?
Jorge
se encoge de hombros con resignación. A lo mejor eran imaginaciones de Lucas,
como las que está teniendo ella.
-Y…
un mensaje que te envió Oliver justo ayer. Un audio. No sé por qué lo escuché, de
verdad. No sé qué me pasó por la cabeza. Pero perdón. Lo borré. Doble perdón
–añade hablando a toda prisa.
-¿Un
mensaje de qué tipo? –tantea él.
-Del
tipo… disculparse por darte un beso –responde Diana bajando tanto la voz como
la cabeza. Jorge asiente.
-Tampoco
tengo nada con él. No tengo nada con nadie, en resumen.
-No
tienes por qué darme explicaciones. Tu vida sentimental es privada y no es
asunto mío.
-Bueno,
igualmente no me importa contártelo. Somos amigos, ¿no? –Diana asiente con una
tímida sonrisa -. Si quieres saber algo, lo que sea, me puedes preguntar. O
siempre puedes volver a invadir mi Whatsapp.
Capítulo
8 // Martín
-Perdón.
Es que no encuentro la tarjeta.
-¿No
tienes dinero para pagar en efectivo?
-Eso
estoy mirando, pero creo que no.
Martín
rebusca en su cartera como si, mágicamente, pudiera aparecer un bolsillo
escondido que le regalase esos treinta céntimos que le faltan para poder pagar
el viaje en el autobús.
-¿Te
puedes echar a un lado mientras buscas? Hay cola –pide amablemente un conductor
de autobús con unas ojeras de un color más oscuro que sus propios ojos.
-Claro,
perdón –responde Martín, apurado.
Empieza
a darse cuenta de que, efectivamente, había una larga fila de estudiantes
desesperados para entrar en el vehículo. Empieza a pensar que debería bajarse,
sin más. Es decir, faltar un día a clase no es para tanto. Peor es el momento
que está sufriendo, atrapado entre la luna del autobús y el arroyo de personas
esquivándole para poder entrar.
Cuando
está a punto de darse por vencido y asumir que, efectivamente, no tiene ni la
tarjeta ni el dinero, una voz conocida le asalta inesperadamente.
-¿Te
pasa algo? –pregunta Oliver, extrayendo su bono de autobús.
Martín
contempla cómo su compañero de clase presiona la tarjeta sobre el círculo rojo
que emite un sonido indicándole que gasta un viaje.
-He
olvidado la tarjeta del autobús y no tengo dinero –explica Martin sonrojándose
levemente.
-Yo
invito –le sonríe Oliver, repitiendo la coreografía ya realizada.
Martín
le sigue por el pasillo deshaciéndose en agradecimientos. Oliver señala un par
de asientos libres y le hace un gesto para que se siente junto a la ventanilla,
dejándose caer junto a él tras ello.
-Mañana
te llevo el dinero a clase, te lo juro.
-No
te preocupes. Con la tarjeta vale menos. Me deberás como algo menos de un euro.
-Bueno,
pero una deuda es una deuda –insiste Martín -. Ahora que me doy cuenta, ¿qué
haces por aquí? Creía que eras vecino de Jorge.
-He
pasado la noche en casa de mis primos.
-¿Entre
semana? –se extraña Martín. El chico no puede concebir salirse de los horarios
habituales.
-Mi
tía ha tenido que ir al hospital y me ha pedido que cuide de ellos.
-Ah.
Perdón –responde apurado por su intromisión -. ¿Está bien? Tu tía, digo –hace
Martín el intento de arreglar su comentario.
-Creo
que me he expresado mal. Con hospital me refería a que se ha puesto de parto.
Pero, sí, está bien –ríe Oliver. La cara de Martín refleja el alivio que siente
ante la nueva información.
-Menos
mal. Me alegro que sea eso.
Oliver
le observa con los ojos entrecerrados, inclinando la cabeza. Martín frunce el
ceño, volcando todos sus esfuerzos en no sonrojarse.
-Siempre
eres así, ¿eh?
-Así,
¿cómo?
-No
sé. Preocupándote por los demás. Asegurándote de no ofender a nadie ni ser ni
mínimamente apropiado.
-Bueno,
lo intento. No quiero que nadie se sienta mal. Al menos, no por algo que yo
pueda decir o hacer. Pero suele quedarse en la intención, porque tiendo a meter
la pata –se excusa Martín.
-Pues
yo creo que está genial. Quiero decir, la mayoría de gente se limita a decir lo
que piensa sin plantearse cómo puede afectarle a la otra persona.
-“La
sinceridad sin empatía es solo crueldad” –Oliver le sonríe, interrogante -. Lo
he leído mucho por Twitter –aclara Martín, arrancando unas alegres carcajadas
de su compañero de clase.
Martín
dirige su vista hacia el paisaje que le muestra su ventana. No es mucho más que
coches con aburridos conductores en su interior, pero en una rotonda se fija en
una estatua de un hombre sonriente rodeado de niños que juegan.
-¿Sabes
que esa estatua la robaron? –comenta distraído.
-¿Cuál?
-La
de la niña con la cometa –responde Martín, señalándola con el dedo. Oliver se
acerca para poder verla, lo que provoca que su corazón se acelere.
-¿Por
qué?
-Porque
decían que era históricamente incorrecto, ya que cuando se fundó el colegio era
únicamente masculino, y no tendría sentido que hubiese una chica. Hubo un grupo
de chavales indignados con lo que ellos consideraban una mentira y decidieron,
directamente, llevársela de aquí.
-¿En
serio?
-No.
La robaron sin ningún motivo. Es que este barrio es un poco chungo –los ojos
incrédulos de Oliver le analizan, lo que provoca que finalmente suelte esas
carcajadas que se estaba aguantando mientras se inventaba la historia. Oliver
se une a su risa, aún observando las estatuas que se alejan despacio conforme
el autobús continúa avanzando.
-¿Y
por qué la devolvieron? –pregunta el chico, incorporándose en su sitio de
nuevo.
-No
lo sé. Supongo que simplemente la policía los pilló, pero a mí me gusta pensar
que se arrepintieron por el vandalismo y decidieron enmendar su ilegalidad
devolviendo la estatua donde pertenece.
-¿De
verdad piensas que eso podría ser posible?
Martín
hace una mueca arrugando los labios, sintiendo los ojos de su compañero de
autobús fijos en él, como si tratara de averiguar qué está pensando.
-En
realidad, no. Pero soy un utópico. Algún día, con suerte, podría ser verdad. Si
la sociedad cambiase un poco…
-Somos
polos opuestos. Soy la persona más negativa que conozco, honestamente. Me
gustaría ser como tú.
-No
lo creo.
-¿Por
qué no? Ver el lado bueno de la gente, y de las cosas, me parece bastante guay.
-No
lo es cuando empiezas a idealizarlo todo y después te das cuenta de que la vida
no es un arcoíris. Por mucho que quiera ver lo mejor de la gente, a veces la
gente solo muestra su peor cara.
-Pero
entonces asumes que tienen una buena cara.
-Bueno,
claro –reflexiona Martín -. Eso sí lo tengo claro.
-Igual
esa gente solo necesita gente como tú que estén seguros de que tienen una buena
cara.
Martín
frunce el ceño y mira a Oliver, inquisitivo.
-No
creo que seas tan negativo como piensas…
Oliver
esboza una media sonrisa que reconforta más a Martín que cualquier palabra que
pudiera haber dicho.
Jorge
aparece en su mente sin previo aviso. Lleva varios días dándose cuenta de que
está empezando a desarrollar sentimientos por Oliver. Sin embargo, no había
llegado a la conclusión de que eso conlleva dejar de tenerlos por su amigo. Por
algún motivo, solo ha conseguido ver la peor cara de Jorge en las últimas
semanas. Pero, pensándolo fríamente, lo están tratando de criminal por una
tontería. Realmente, lo único que ha hecho ha sido lo mismo que Kara: mentirles.
No obstante, a ella le siguen hablando. Ni siquiera han hecho el amago de
pelearse. Y Jorge, por otro lado, ha hecho vida individual en la universidad
ante la negativa de todo su grupo de perdonarle por ¿qué? Nada, en realidad.
-Es
nuestra parada –le informa Oliver -. Estás en las nubes.
“Estoy
arrepentido”, piensa Martín.
No
le hace falta pensárselo al entrar a clase. Su mirada busca inmediatamente a
Jorge. Se lo encuentra, como esperaba, sentado al final del aula, solo,
tecleando en su portátil. Probablemente, solo estará haciendo ver que está
ocupado, para no parecer lo que es: que nadie se quiere sentar junto a él. Pero
hoy, decide Martín, es el último día que deja a su mejor amigo con un asiento
vacío a su lado.
-¿Me
puedo sentar? –pregunta con sutileza. La cara de Jorge es todo lo que necesita
para saber lo sorprendido que está ante su actitud. Su amigo asiente, aún en
shock.
-Lo
siento –sueltan ambos a la vez tras un largo silencio. Se miran sorprendidos
por la coordinación improvisada y ríen.
-Mejores
amigos teníamos que ser… -comenta Martín.
-¿Lo
somos? –tantea Jorge -. Me refiero, ¿seguimos siéndolo?
-Claro.
Si tú quieres.
Jorge
parece reflexionar el ofrecimiento, perdiendo su mirada entre la fila de
pupitres delante de ambos.
-Ya
no me gustas –se apresura a aclarar Martín. Jorge le devuelve su atención,
extrañado -. Por si era eso lo que te preocupaba. Que ya no tiene por qué ser
raro…
-No
pasa nada. No habría sido raro si hubiéramos sido amigos gustándote.
-Ah
–se sorprende Martín.
-¿Por
eso dejaste de juntarte conmigo? ¿Porque pensabas que la situación iba a
resultarme incómoda?
-La
verdad es que ni siquiera tengo claro por qué. Creo que al principio me daba
vergüenza volver a hablarte. Pensaba que no iba a poder mirarte a la cara por
la tontería que te dije y…
-No
era ninguna tontería –interrumpe Jorge -. ¿Me conoces realmente si piensas que
soy de esos tíos que le tienen como miedo a que algún homosexual se enamore de
ellos? Yo creo que no.
-A
ver, no es que pensara eso. No intencionadamente, al menos. Pero el gustarse
entre amigos siempre es raro.
-Mientras
no tengas un novio que venga a agredirme a la universidad, no va a ser peor que
lo que ya he vivido.
Martín
intenta reír ante el comentario de Jorge, pero le suena forzado. Es algo
demasiado reciente que le hace recordar el por qué estaban enfadados con él.
-Por
cierto, ya que saco el tema de Kara, quiero pedirte perdón por no habértelo
contado. Aunque hubiésemos acordado ella y yo no decir nada, sé que en ti
podría haber confiado sin problemas. Fui un idiota al tener secretos contigo.
-No
te voy a mentir y decirte que no me dolió un poco cuando me enteré que lo
estabas ocultando, pero entiendo por qué lo hiciste. Kara también es tu amiga.
Y, a parte, tu vida amorosa es privada.
-Para
ti nada de mi vida es privado –exagera Jorge, sacándole una risa esta vez real
a Martín.
-Buenos
días –suena la voz de una sorprendida Diana.
Martín
le sonríe, cómplice. Diana toma asiento con una sonrisa de desconcierto
inundando su rostro. El chico se da cuenta que su mochila ya estaba aquí, por
lo que había decidido también sentarse con Jorge. Le satisface la coordinación
inesperada.
-¿Cómo
tú por aquí? –le susurra a Martín.
El
chico se encoge de hombros levantando las cejas. En ese momento, sus ojos
divisan los de Kara, que les mira desde la puerta de clase. Parece como si
alguien le hubiera dado al botón de pausar. Los tres la observan con intriga.
Diana le hace un sutil gesto para que se siente con ellos. Cuando parece que
está a punto de hacer caso a su petición, deja su mochila en el asiento más
cercano y les da la espalda.
Martín
gira la cabeza para encontrarse a un Jorge atento a Kara. Siente algo de pena
por él, hasta que se da cuenta de que su amigo no tiene una expresión de
decepción, ni siquiera de tristeza. Es como si se lo esperara, y tuviera
asumido que la actitud de Kara es su nueva realidad.
-Luego
hablo con ella –asegura Diana dirigiéndose intencionadamente a Jorge -. Seguro
que solo estaba… confusa.
-No
la culpo –dice Jorge, encogiéndose de hombros -. Me merezco que esté enfadada.
-Yo
creo que no lo está –opina Martín -. Tiene más que ver la situación. Quiero
decir, acaba de romper con su novio. Yo también estaba mal cuando rompí con
Jorge y no tenía nada que ver con vosotros.
-No
recuerdo que me hicieras la cobra de sitio…
-Y
tampoco es enteramente culpa tuya, Jorge –destaca Diana -. En una relación hay
dos personas, y en unos cuernos tres.
-Que
entre Kara y yo no pasó nada –aclara el chico.
-Cuernos
sentimentales –corrige ella.
La
cara de Diana se ilumina con una sonrisa cuando Diego la saluda acercándose.
-¿Ya
te ha devuelto el móvil? Que es muy ladrona, ella. Te descuidas y te desvalija.
-Lo
tengo –responde Jorge, mostrando su teléfono como si fuese una reliquia -. Y la
nueva funda está de camino. Para que Diana no me vuelva a hacer el lío.
-Es
que sois tontos –comenta ella cruzándose de brazos mientras su novio la abraza
en un falso consuelo.
-¿Qué
os ha pasado? –pregunta Martín, desconcertado.
-Que
Diana me robó el móvil.
-Perdona,
pero fuiste tú el que cogió el mío y se fue a casa como quien no quiere la cosa
–replica ella.
-Ay
que ver, Diana. No se te puede dejar sola –se suma Martín a la broma.
-¡Pero
bueno! ¿A qué viene este roast?
-¿Qué
significa “roast”? –inquiere Jorge.
-Es
cuando haces pollo asado –bromea Diego con una expresión muy seria.
Jorge
frunce el ceño mientras Diana falla en el intento de aguantar la risa. Martín
divisa a Kara haciendo un pequeño amago para girarse, pero ésta se da cuenta y
se incorpora de nuevo mirando hacia delante.
-Me
estoy agobiando –dice Viri tecleando frenéticamente en su portátil durante la
hora libre -. ¿Cuándo se entrega esto?
-La
semana que viene es la primera entrega, pero esa es la corrección –aclara Kara
-. Dos o tres días después, no me acuerdo, nos mandaba los errores, lo pasamos
a limpio solucionando lo que está mal y ya después sí que es la definitiva.
-Pero
entonces tenemos que tener el trabajo terminado para la semana que viene, ¿no?
–pregunta Martín.
-Claro,
eso sí.
-O
sea, que vamos fatal –concluye Jorge. Todos se ríen menos Kara, que se muestra
algo reticente.
-No
tan mal. Si nos organizamos, lo sacamos sin problemas.
-Organizarnos.
Eso que se nos da tan bien –añade Diana sarcásticamente.
-Hola,
Oliver –saluda Elvira a su compañero que pasa junto a su mesa en ese instante.
-Hola,
Viri –responde éste con la misma voz cantarina.
Martín
le mira de reojo, ante lo cual Oliver le regala una media sonrisa. El chico se
queda mirándole mientras su crush
continua su paseo por la facultad. Su mirada se cruza finalmente con la de
Diana, que le mira interrogante.
-¿Y
esa miradita con Oliver? –le interroga Diana aprovechando una excursión a la
máquina expendedora.
-Nada.
Es que somos amigos –responde Martín restándole importancia al asunto.
-Antes
también erais amigos y no te lo comías con los ojos.
-Igual
me gusta un poquito…
-¡Martín!
Cada semana te gusta alguien distinto –exclama Diana dándole un mordisco a su
sándwich frío de máquina -. ¿Pero te gusta de querer tener algo más o simplemente
de acosarle mirándole cuando pasa por al lado? –añade con la boca llena.
-Hombre,
si surge algo no me voy a quejar.
Diana
asiente con los ojos muy abiertos, pero sin decir nada más. Martín conoce bien
el lenguaje no verbal de su amiga más expresiva y sabe que hay algo que no le
está contando.
-¿Qué?
-¿Qué
de qué? –disimula ella.
-Diana
que nos conocemos.
-Pero
es que no pasa nada.
-Ya…
-¿Sabes
si él quiere algo más?
-Pues
no, no ha surgido el preguntarle. Pero, no sé, me da la sensación de que a veces
flirtea conmigo.
-Flirtea.
Hijo, ¿de dónde sales, de los noventa?
-Flirtear
todavía es un término en uso. Búscalo en la RAE.
A
Martín le viene en recuerdo el anterior fin de semana, cuando se encontró a
Oliver por casualidad en el centro comercial.
-¿Vienes
al cine? –le preguntó pillándole desprevenido.
-Uy,
hola. Vengo del cine, más bien. Acabo de salir de la sala –respondió Martín
quitándose los auriculares.
Siempre
que va a ver una película a solas, un plan que ocurre bastante a menudo, le
encanta escuchar la banda sonora del filme cuando sale, para sentir que sigue
en el mundo de la película. Sin embargo, no le importó saltarse la tradición
para hablar con Oliver.
-Yo
pensaba ir a cenar algo. Había quedado con unos colegas, pero me han dado
plantón –comentó el chico.
-Ah,
lo siento –respondió Martín.
Oliver
levantó las cejas a modo de interrogación. Martín frunció levemente el ceño,
sin saber a qué se debía el silencio de su amigo.
-¿Te
vienes a comer? –acabó preguntando Oliver.
-Vale
–se sonrojó Martín dándose cuenta de su ineptitud social -. Podemos ir al
McDonald´s –señaló Martín enfrente suya.
-Si
no te importa, yo prefiero otro sitio.
-¿No
te gusta?
-Es
que soy vegetariano. No tengo mucha variedad, más allá de patatas, aros de
cebolla y helado. Aunque, dicho en voz alta, no suena tan mal. Vamos.
Oliver
empezó a andar hacia el establecimiento. Martín se apresuró en no quedarse
atrás.
-¿Qué
te vas a pedir tú?
-Normalmente
me pido una hamburguesa, pero me siento un poco mal si como delante de ti
carne, que no puedes comer.
-No
es que no pueda comerla, es que elijo no hacerlo. Tú pide lo que te apetezca.
Martín
observó cómo los dedos de Oliver viajaban por la pantalla del monitor para señalar
los productos que quería pedir.
-Ponme
lo mismo que tú. Hoy me uno a tu dieta.
-¿De
verdad?
Martín
asintió convencido. Oliver le sonrió con cierta satisfacción mientras empezaba
a pelearse con la máquina.
-Ahora
no sé volver atrás. Ala, lo he borrado todo. Soy un boomer. De normal me siento viejo por tener dos años más que la
mayoría de la gente de clase, y ahora me doy la razón a mí mismo sin saber usar
la tecnología.
-Me
pasa lo mismo y solo me llevo un año más que Diana y Kara, porque Jorge tiene
mi edad.
-Seremos
unos ancianos, pero llegaremos antes a la jubilación que los demás. Y quien ríe
el último ríe mejor.
Martín
asintió entre carcajadas a lo que decía Oliver mientras su corazón aceleraba el
ritmo cardiaco en respuesta a cada sonrisa de su amigo.
Capítulo
9 // Kara
Los
rayos de un tímido sol inciden en los cristales de sus gafas, obligándola a
alzar una mano frente a su cara para poder continuar con los ojos abiertos. Por
muy diciembre que sea, aún hace calor. No el suficiente como para quitarse el
jersey de lana rojo, pero sí para apresurarse en entrar al edificio para huir
de la claridad que amenaza a su vista.
Kara
se para en seco. Unas pegatinas con dibujos navideños pegadas en la puerta de
la facultad le llaman poderosamente la atención. El año pasado la universidad
estaba tan desnuda en Navidad como durante las demás fiestas. Si no hubiera
sido así, lo recordaría. La Navidad es su época favorita del año. Es muy
cliché, pero no puede evitar sonreír cuando las luces en forma de bastón de
caramelo de colores alumbran las calles.
-¡Hay
que abrir los regalos, Ángel! –solía exclamar una entusiasmada Kara cada mañana
de reyes pocos años atrás.
-Cinco
minutos más –musitaba su hermano, reacio a abandonar el calor de su cama.
Kara
se cruzaba de brazos, enfurruñada, mientras buscaba a su madre por toda la
casa. Era común encontrarla en bata preparando café en la cocina mientras su
padre devoraba un trozo de roscón de reyes relleno de nata, poniéndose perdida
la camisa y provocando la primera pelea mañanera.
-Te
la lavé ayer, Julián. Anda, ve a cambiarte –suspiraba su madre, vertiendo leche
en una taza.
-Ahora
voy. Quiero repetir –respondía su padre con la boca llena, cortando otro trozo
del dulce.
-Mamá,
Ángel no se levanta y yo quiero abrir ya los regalos –se quejaba una pequeña
Kara desde la puerta de la cocina.
-¡Ángel,
levántate ya! La abuela llega en media hora y los primos, en una –ordenaba su
madre alzando elegantemente la voz.
Kara
suele envidiar lo clásica que es su madre. Carolina es un ejemplo de mujer
trabajadora y fuerte, totalmente femenina sin siquiera intentarlo y con una
belleza natural. Desde que era niña, Kara siempre decía que de mayor quería ser
como su madre. Su padre fingía ofenderse por no nombrarle y la pequeña argumentaba
que no podía ser como él porque su estómago nunca sería tan extenso como el
suyo para estar a su altura a la hora del almuerzo.
-Si
no vienes empiezo a abrir los regalos yo sola, ¿eh? –amenaza Kara con los
brazos en jarra.
-¡No,
no, ya voy! –contestaba su hermano, que no permitía que se empezara ninguna
tradición navideña sin estar él presente.
Kara
sonreía triunfal mientras le robaba el trozo de roscón de manos de su padre.
Así fue cada mañana durante años en su casa, e incluso ahora que entiende por
qué su hermano no tenía la misma ilusión que ella por la visita de los Reyes Magos
se sorprende a sí misma ansiosa por desenvolver los regalos en el minuto en que
se despierta.
El
resto de la facultad tiene adornos aleatorios colgando del techo o adheridos en
las paredes. Aunque no son gran cosa, siempre es mejor que nada. La pizarra
grande que preside la entrada de la cafetería reza un “Feliz Navidad” coloreado
de tiza roja y verde. Sin embargo, sospecha que, sin permiso de dirección, alguien
ha escrito en letra pequeña naranja “Y feliz suspensitos que se vienen después
de vacaciones”. Kara ríe ante la ocurrencia de algún compañero de universidad y
sigue su camino hacia clase parándose ante cada nuevo motivo navideño que
encuentra.
Un
pequeño muérdago cuelga del marco de la puerta de clase. Un par de chicos
bromean en la entrada que deben besarse mientras sus amigos corean que lo
hagan. Kara espera pacientemente a que terminen de entrar, lo que le da tiempo
a Jorge para aparecer por el pasillo. Ninguno de los dos puede evitar el cruce
de miradas que se produce. Por un largo momento, Kara piensa que se van a
quedar así toda la hora, en silencio, simplemente contemplándose. Pero es el
mismo Jorge el que esquiva sus ojos y entre en la clase. Kara no puede evitar
fijarse otra vez en el muérdago mientras su amigo camina bajo él y,
repentinamente, desea que ambos hubieran seguido la tradición del adorno.
La
historia con Jorge le ha costado perder su amistad y la ruptura con Lucas, pero
nunca han llegado a tratarse como una pareja ni hacer nada típico de una
relación. Convencida durante varias semanas de que Jorge estaba completamente
olvidado, ahora se descubre planteándose cómo habría sido vivir la experiencia
completa, haber cortado antes con su ex y, así, haber podido compartir con
Jorge citas y besos.
Sacude
la cabeza para eliminar esos pensamientos intrusivos que, a su parecer, son
primordialmente tóxicos para su salud emocional.
-¿Te
vas a sentar hoy con nosotros? –pregunta Martín apareciendo a su lado.
-La
pregunta es qué hacías tú ayer sin sentarte conmigo.
-Creía
que, si me veías a mí con Jorge, tú también te unirías. Como además estaba
Diana…
-Un
aviso de que íbamos a volver a la normalidad habría estado bien. No es que no
quisiera sentarme con vosotros, es que me quedé… desconcertada.
-Ya,
perdona. No fue planeado. Es que llegué aquí, lo vi, y me di cuenta de que echo
de menos nuestro grupo de siempre.
-Yo
también lo echo de menos.
-Pues
es tan fácil como escoger el buen sitio. O sea, a mi lado.
-Pero
es que no sé si estoy preparada para hablar con Jorge.
-No
tenéis que hablar de eso en concreto.
-Sí,
claro, le hablo del tiempo –responde ella con ironía.
-¿Y
por qué no?
-No
puedo pretender que no ha pasado nada, Martín. Hemos estado semanas sin
hablarle y ahora vuelvo a ser su amiga como si nada.
-No
es eso. Es cuestión de querer tomarte tu tiempo. Jorge lo va a entender, te lo
aseguro. Y mejor una situación un poco incómoda que sentarte sola, ¿no?
Kara
se muerde el labio, analizando la situación. Un solo día se ha sentado sola en
clase, y fue la mañana más aburrida de toda la carrera. Quizás sea una persona
dependiente, pero necesita a su grupo alrededor para evitar querer tirarse de
los pelos.
Martín
la agarra del brazo y la arrastra hacia clase, impidiéndole que le dé más
vueltas al asunto.
-A
mí es que no me gustan las pelis Disney, la verdad –está comentando Carlos
cuando Kara y Martín comienzan a sentarse junto a Diana.
Todos
están demasiado inmersos en la conversación como para reparar en su presencia.
Sin embargo, nota que Jorge sí que les mira de reojo, fingiendo que tampoco le
ha llamado la atención su llegada. Kara decide dejarle creer que está siendo
convincente en su disimulo y se une sutilmente a la conversación.
-Pues
te lo digo yo, que es super machista.
-Es
que todo lo Disney es machista –argumenta Dani.
-Brave no. Ni Moana, ni Frozen
–interviene Martín.
-Ni
Mulán –añade Diana.
-Qué
reina –puntualiza Kara.
-¿Veis?
Esas sí son feministas, Bella no.
-¿De
La bella y la bestia? –Diana asiente
ante su pregunta, lo que aumenta su confusión -. ¿Crees que es machista?
-La
princesa no, pero la película sí –ante el ceño fruncido de Kara, Diana amplía
su explicación -. Ella es muy valiente y muy lista, sí, pero después se ve
envuelta en una relación tóxica que todo el mundo apoya. De hecho, la moraleja
acaba siendo “quédate con esa bestia que te maltrata física y psicológicamente”.
-Eso
es verdad –reflexiona Martín -. La tiene encerrada, le chilla y la trata fatal,
pero todo el mundo está de acuerdo en que ella debe perdonar todo lo que haga Bestia
y enamorarse de él.
-Es
que todos los objetos del castillo son unos interesados, porque ellos solo
quieren volver a ser humanos y en realidad les da igual la vida sentimental de
Bestia –opina Diego.
-El
mensaje se muestra como “lo importante es el interior” y “no te guíes por las
apariencias”, pero es que Bestia es peor por dentro que por fuera.
-Pero
Bestia intenta cambiar… –murmura Kara, insegura con su argumento.
-No,
Bestia quiere que Bella le haga cambiar, con su amor todopoderoso. Pero es que
Bella no es su terapeuta. Una pareja no tiene que aguantar tus malos modos y
tus cambios de humor. En muchas ocasiones, acaba haciéndola sentir culpable a
ella por no poder cambiar él.
Los
ojos de Kara se quedan contemplando el infinito mientras su cabeza le da
vueltas a los comentarios de su amiga. Diana se da cuenta de su expresión y la
observa frunciendo el ceño.
-Conclusión,
no hay que ver Disney –finaliza Carlos justo cuando el profesor entra en clase.
-¿Qué
te ha pasado antes? –le pregunta Diana cuando finaliza la hora.
-Nada
–responde Kara poniéndose la mochila.
-Yo
creo que le has puesto nombre y apellidos a Bestia.
Kara
evita la mirada de Diana y continua su camino hacia la salida. Su amiga,
obcecada en no rendirse, la sigue hasta el baño.
-¿Te
ha hecho algo Lucas alguna vez? –inquiere Diana muy seria.
-¡No!
–se apresura a contestar ella -. No creo –agrega bajando la voz -. Lucas es…
impulsivo.
-Violento.
-Yo
no lo definiría tampoco así.
-Kara,
le rompió las gafas y la cara a Jorge.
-Pero
eso fue por la situación, no porque simplemente se crea Rocky.
-Venía
con sangre en la cara. Me contaron que era como si él mismo se la hubiera
puesto, como si fuera pintura.
-Se
le cruzaron los cables. Es muy protector conmigo y le sentó mal el tema de
Jorge.
-¿Protector
o controlador?
-Diana,
Lucas no es un mal tío.
-¿Y
un mal novio?
Kara
se queda mirando a su amiga. No quiere discutir con ella, pero tampoco le hace
gracia que asuma cosas que no son. Lucas tenía un humor un poco cambiante, pero
de ahí a denominarlo tal cosa hay una línea muy gruesa que se niega a cruzar.
-Tú
no le conoces.
-No,
pero te conozco a ti. Y sé que, a pesar de lo listísima que eres, también eres
un poco ingenua, sobre todo cuando implica a personas a las que aprecias. ¿No
cabe la posibilidad de que estuvieras en una relación un poco tóxica? A lo
mejor por eso te empezó a gustar Jorge. No hay nadie más pacífico e inofensivo
que él. Igual era tu subconsciente tratando de decirte que no quieres un novio
opresor.
-Lucas
no era opresor, ni violento, ni nada de lo que dices.
-¿Alguna
vez te levantó la voz?
-Todo
el mundo se pelea, Diana. Yo también le he gritado alguna vez.
-¿Alguna
vez te ha hecho sentir culpable por enfadarte con él?
-Alguna
vez me ha hecho saber que estaba exagerando. Eso no es maltratar. Eso es
equivocarme yo y que mi novio pueda decirme que lo estoy. Es tener confianza,
pienso.
-¿Alguna
vez te ha agredido?
-¡Claro
que no! Si me hubiera pegado habría cortado con él sin pensármelo.
-No
solo es pegar. También me refiero a cosas como empujar.
Cuando
Kara está a punto de replicar con aún más enfado, un breve flashback cruza su mente.
-Sí
que te ha empujado –afirma Diana.
-No
fue para tanto… Yo no lo llamaría agresión. Fue un gesto involuntario –murmura
Kara en un tono mucho más suave que el que ha utilizado en las demás
respuestas.
-¿Te
hizo daño?
-Un
poco, pero fue porque me caí. Fue mi…
-Culpa
–termina Diana la frase por ella -. Tu novio te empuja, pero la culpa es tuya.
Kara
la mira con ojos llorosos. No quiere creer que sea verdad. Ha dicho muchas
veces lo absurdo que le parece las chicas que están en relaciones tóxicas, y
ahora no es capaz de asumir que ella ha sido una de esas chicas.
-Las
primeras preguntas que te he hecho eran maltrato psicológico; las últimas,
físico. Yo creo que has sufrido un poco de ambos, y que ni tú ni él os habéis
dado cuenta.
Siente
una enorme presión en el estómago, como si hubieran soltado una pesa en el
interior de su vientre. Como si, de repente, el mundo entero se le viniera
encima.
-¿Y
ahora qué hago? –pregunta inocentemente.
-Lo
primero, aceptarlo. Si necesitas ayuda, yo estoy aquí para lo que haga falta.
Pero a lo mejor te vendría bien algún profesional. Y lo segundo, yo que tú
hablaría con él.
-¿Con
Lucas?
-A
veces el maltratador no sabe que lo es. Creo que también es importante que se
dé cuenta de lo que ha hecho, más que nada para que no lo vuelva a hacer.
Diana
abre sus brazos invitándola a arroparla con ellos. Kara une su cuerpo al de su
amiga, aún sin poder asimilar la información que le ha proporcionado. Ella,
creyéndose la más feminista del mundo, en una relación tóxica sin saberlo.
-¿Estás
bien?
Kara
no sabe cómo reaccionar. Lleva semanas ignorando a Jorge, pero en esos momentos
lo que necesita es un buen amigo que no le juzgue, que la escuche y que intente
comprenderla. Sabe que Jorge podría ser esa persona, pero llevan viviendo una
situación incómoda durante demasiado tiempo como para fingir que nada ha
ocurrido, que pueden continuar con la misma relación que perdieron entre sentimientos.
-Sí
–responde ella escuetamente secándose disimuladamente las gotas que recorren
sus mejillas con el dorso de la mano.
Sabe
perfectamente que Jorge no se lo cree. La conoce demasiado bien para poder
mentirle de forma convincente. Además, su aspecto no indica mucha duda. Incluso
la mujer que trabaja en secretaría se daría cuenta de que no está bien si
pasara por su lado y se fijase en sus ojos rojos y expresión de cachorro en
espera de adopción.
-Entiendo
que no seamos tan amigos como antes, y que nuestra relación sea un poco rara.
Pero puedes seguir contando conmigo para lo que sea.
Le
encantaría poder hacerle caso. Contarle todo lo que le ha dicho Diana.
Confesarle que se ha dado cuenta de ese error que ha cometido durante dos años casi
y medio enteros, sin tener la opción de borrarlo y recuperar ese tiempo
perdido. Se limita a asentir, esquivando su mirada.
Jorge
la mira por última vez sin esforzarse en ocultar el dolor que siente por su
rechazo. Se marcha esquivándola, como si fueran a eclosionar si chocaran sus
hombros. Kara observa cómo su amigo se pierde al girar la esquina del pasillo
de la facultad en dirección a la salida. La chica rompe a llorar de nuevo.
Se
decide por hacerle caso a Diana y busca el contacto de Lucas en su móvil. No
quiere permitirse seguir revolcándose en la miseria, como si lo ocurrido
hubiera sido culpa suya. El que tiene un problema de ira es su ex novio. El que
le empujó por impulsividad es su ex novio. El culpable de la relación tóxica,
aunque ella la haya permitido, es su ex novio.
Los
pitidos indicando que su móvil intenta conectar con el de Lucas resuenan en sus
oídos, machacando su confianza en sí misma. Ni siquiera sabe qué le va a decir.
Por
un momento, piensa en lo fácil que hubiera sido escuchar a su corazón y, en
cuanto Jorge y él empezaron a gustarse, haber roto con Lucas en ese momento.
Jamás se habría dado cuenta de que su ex estaba cerca de ser un maltratador.
Lucas no le habría pegado a Jorge. Martín no lo habría pasado mal enamorándose
de él. Sus amigos y ella no habrían estado enfadados con él, ignorándole. Una
sola decisión podría haber mejorado la situación en la que ahora se encuentra.
Pero,
como siempre, ella nunca toma buenas decisiones.
-¿Kara?
La
voz de Lucas le suena lejana, como si no estuviera hablando con ella. Un nudo
formándose en su garganta le obliga a carraspear dando paso a un hilo de voz.
-Necesito
hablar contigo.
-Claro,
dime. ¿Qué pasa?
No
está acostumbrada a plantarle cara a la gente. No le gusta que se enfaden con
ella, ni quiere ofender a nadie. En eso comprueba que se parece mucho a Martín,
y en parte a Jorge. Sin embargo, esa cualidad que siempre ha considerado como
amabilidad podría estar ocultando una falta de confianza en sí misma, de la que
está segura es dueña.
De
repente, piensa en todos los libros de feminismo que ha leído, de cómo siempre
todas esas escritoras alientan a las lectoras a no ser silenciadas, a no
permitirse amedrentarse ante las adversidades de los hombres que no les
permiten alzar la voz. Se decide no acobardarse ante sus propias inseguridades.
-Pasa
que me he dado cuenta de algo.
-¿De
qué?
Por
un momento, no sabe qué contestar. “Me he dado cuenta de que eres un
maltratador” le suena muy fuerte. En parte, piensa que Diana ha exagerado un
poco con esa palabra. No es capaz de considerarle tal cosa. Por otro lado, se
da cuenta de que, una vez más, está sintiendo la presión patriarcal en la que
denomina a su amiga como “exagerada” mientras excusa que su ex novio le haya
agredido. No puede seguir permitiendo ocultar la verdad por miedo a que la
traten de histérica.
-Creo
que deberías trabajar en tus problemas de ira.
-¿Mis
qué?
A
Kara no le sorprende que Lucas pretenda no saber de qué habla. Como si él mismo
no se hubiera disculpado por pegar a Jorge. Ahora actúa como si nada, como si
no fuera con él. Como si no fuera de machito por la vida creyéndose con el
derecho de pagar sus frustraciones con los demás.
-Pegaste
a Jorge, Lucas. Me empujaste a mí. Por Dios, la primera vez que nos conocimos
te peleaste con un chico al que ni siquiera conocías.
-A
ver, a ver. Lo primero, ¿cuándo te he empujado? Lo segundo, intentaba protegerte.
-¡Es
que no necesito que me protejas! –grita Kara, atrayendo la atención de los
estudiantes que transitan el pasillo. No le importan las miradas ajenas -¿No te
das cuenta, Lucas? Cuando te enfadas, todos los que estamos a tu alrededor
tenemos que pagar por ello.
-Me
estás tratando como un loco, Kara. Soy impulsivo, pero no es como si siempre
recurriese a la violencia.
-No,
Lucas. No te estoy tratando como a un loco –replica ella con un tono de voz
calmado -. Aunque sí creo que deberías plantearte si podrías llegar a serlo con
el tiempo si sigues el camino que estás tomando.
-Kara…
-No
te estoy tratando de loco; te estoy tratando de maltratador, que es lo que
eres.
Kara
finaliza la llamada sin esperar respuesta, incrédula porque su subconsciente
haya pronunciado la palabra tabú que ella creía exagerada.
Capítulo
10 // Lucas
-¿Te
apetece un vaso de agua?
-No,
gracias. Estoy bien.
Lucas
se revuelve en su asiento, claramente incómodo con la situación. La doctora le
mira por encima de las gafas y toma notas. El chico levanta la cabeza en el
amago de leer qué está apuntado en esa pequeña libreta de anillas.
-¿Quieres
hablarme de Kara?
-Prefiero
no hacerlo.
-De
acuerdo. ¿Y de ti?
-¿De
mí?
-Para
eso has venido aquí, ¿no? Para hablar de ti.
-Sí,
claro, supongo. Pues, no sé. Yo me veo como un chaval normal. A veces me enfado
y eso, pero lo normal.
-¿Qué
consideras lo normal?
Lucas
levanta las cejas y abre las manos, pensando qué contestar. Ha perdido la
noción de describir qué puede considerar normal.
-Cuando
me enfado, grito o le pego a algo, como a la pared.
-¿A
quién le gritas?
-Pues
a la persona con quien me haya enfadado, ¿no?
-Dímelo
tú.
-A
la persona con la que me he enfadado –enfatiza Lucas la afirmación.
-¿Y
cuando no te enfadas con alguien en concreto? ¿O cuando no puedes levantarle la
voz a esa persona? ¿Qué haces en esas situaciones?
-¿Qué
quiere decir?
-Por
ejemplo, si sacas una nota baja que no te esperabas, no puedes gritarle a tu
profesor por la gravedad de las consecuencias. O cuando pierde el equipo de
fútbol al que apoyas. La televisión no te va a oír.
-Pues…
a lo mejor traslado mi enfado a alguien a quien sí puedo gritar.
-¿Como
a quién?
-Como
a mi madre. A Kara, de vez en cuando. Con mi hermana también suelo enfadarme. Y
tengo una amiga que suele sacarme de mis casillas con facilidad.
-¿Hay
algo en común entre estas personas?
-Supongo
que paso mucho tiempo con ellas.
-¿No
te llama la atención que todas sean mujeres?
Lucas
frunce el ceño, mirando fijamente a la psicóloga. Malika le devuelve la mirada,
impasible.
-Oiga,
yo no soy un machista, si es eso lo que está insinuando.
-¿Cómo
lo sabes?
-Porque
yo no odio a las mujeres.
-El
machismo no solo consiste en odio, Lucas. También es discriminar, silenciar,
cosificar. Agredir.
-Yo
no hago eso –replica el chico, cruzándose de brazos -. Es más, si hablamos de
agredir, jamás le he pegado a una mujer.
-¿A
un hombre sí?
-A
dos –murmura Lucas, sin ningún orgullo -. Pero tenía mis motivos. Solo quería
proteger a Kara.
-¿Ella
te pidió en alguna de esas ocasiones que la protegieses?
-Eso
es exactamente lo que me dijo ella –resopla el chico.
-¿Y
no crees que tiene razón?
-Yo
creo que solo intento que no le pase nada. No entiendo a qué viene el rollo
feminazi de que no necesita que dé la cara por ella.
Malika
lo mira con gravedad. Lucas cierra los ojos un instante al darse cuenta de la
terminología que ha utilizado. Cuando los vuelve a abrir, la doctora toma notas
en su pequeña libreta.
-Feminista.
Quería decir feminista.
-Así
que no estás de acuerdo con la ideología feminista.
-Con
esa no.
-¿Con
cuál sí?
-Yo
creía que había venido a terapia, no a un simposio sobre sexismo.
-¿Qué
sientes cuando te enfadas?
La
pregunta le pilla desprevenido. Lucas se incorpora en el asiento, satisfecho de
retomar el análisis sobre su ira. Tiene suficiente con las charlas que le solía
dar Kara sobre feminismo para aguantar lo mismo hasta en una cita con el
psicólogo.
-No
sé. Enfado –responde encogiéndose de hombros. Malika le observa esperando a que
desarrolle su respuesta -. Es como si tuviera… fuego en mi interior. Como una
frustración y una impotencia. Por eso necesito liberarlo. Suelo gritar o pegar
porque es mi forma de descargar esa adrenalina que me corroe.
-¿Crees
que es una manera sana de liberar ese estrés al que te somete tu propia ira?
-Sano,
no es. Mis nudillos en carne viva te lo pueden confirmar –contesta él
mostrándole el dorso de ambas manos -. Pero no sé qué otra cosa hacer.
-¿Has
probado a hablarlo?
-Siempre
lo hablo. Pero me sale gritar.
-¿Hablas
de lo que ocurre o de lo que sientes?
-No
me gusta hablar de mis sentimientos. Me limito a explicar la situación y ya.
-¿Por
qué no te gusta?
-Me
siento absurdo.
-¿Por
qué? ¿Te parecen absurdos los sentimientos?
-No
es tanto eso. Pero es como… cursi. Me siento como si estuviera en una de esas
películas romanticonas de tías.
-Así
que relacionas las emociones con la feminidad.
-Sí,
supongo.
-Y
eso lo ves como algo negativo.
-Claro
–Malika vuelve a apuntar sus pensamientos en su cuaderno. Lucas pone los ojos
en blanco, empezando a hartarse de tener que ir de puntillas con su manera de
expresarse -. Me refiero a que yo soy un tío, no que lo de las mujeres esté
mal.
-Lo
que consideras “de mujeres” –explica la psicóloga haciendo el gesto de comillas
en el aire – es algo de humanos. Todas las personas tenemos sentimientos,
Lucas. No está mal hablar de ellos. Si fuera así, yo estaría sin trabajo.
Lucas
se rasca la cabeza, con una leve expresión de enfurruñamiento en el rostro,
como un niño pequeño que no entiende por qué no le pueden comprar el juguete
que quiere. Malika se retira las gafas, dejando que cuelguen de la cuerda
decorada con bisutería que le rodea el cuello.
-¿Por
qué has venido a terapia, Lucas?
El
chico se encoge de hombros, aún de brazos cruzados. No quiere hablar de Kara,
aunque no termina de entender por qué. Simplemente, algo en su interior no le
permite desnudarse emocionalmente, y hablar de su ex supondría exponer
prácticamente todos los sentimientos que habitan en su interior. Por otro lado,
sí que se pregunta qué sentido tiene haber acudido a ayuda profesional si no
está dispuesto a contarle nada relevante sobre su vida.
-¿Te
lo ha recomendado alguien? –insiste Malika.
-Más
o menos. Kara me dijo que tenía que solucionar mis problemas de ira. Le he
hablado de Kara, ¿verdad?
-Me
has dicho que solía ser tu pareja –Lucas asiente -. ¿Quieres explicarme por qué
rompisteis?
-A
ella le gusta otro chico. Yo pensaba que me estaba engañando con él, pero al
final no tenían nada. Solo estaba… confusa, me dijo.
-Pero
terminaste la relación igualmente.
-Es
que no podía confiar en que no fuera a ponerme los cuernos con él en algún
momento. O con algún otro. Si estaba conmigo debería gustarle solo yo, no ir
fijándose en sus amigos y en no sé quién.
-¿Consideras
que hubo algún motivo por el que ella se fijó en ese chico?
-Supongo
que fue cuestión de pasar tiempo juntos. Van a la misma clase, tienen el mismo
grupo de amigos…
-¿Tú
no tuviste nada que ver?
-¿Qué
está insinuando? ¿Que fue culpa mía? –inquiere Lucas, alzando el tono de voz.
-No
insinúo nada. Solo pregunto.
-Pues
yo creo que sí lo está sugiriendo. Yo no sé por qué Kara se enamoró del imbécil
de Jorge. Yo solo sé que pensaba que estábamos bien y, de repente, me entero de
que ella tiene metida en la cabeza a otra persona. Para que luego me diga a mí
que no hablo de mis sentimientos. ¿Y ella qué?
-¿Por
qué crees que te pidió que solucionaras tus problemas de ira?
Lucas
observa a la psicóloga, desparramado en el sillón de cuero marrón. Su vista se
dirige a los grandes ventanales que encuadran la habitación de suelo de parqué.
Se descubre pensando que no le importaría tener un cuarto así en casa. Le
resulta relajante esa monotonía de colores marrones y es agradable la impoluta
limpieza que sugiere el ambiente. Su habitación tiende a estar desordenada, y
no dedica un tiempo específico a que la limpieza esté al día, pero podría
comenzar a tomar un poco de control en su vida. Su cuarto podría ser el inicio
de ello.
-Porque
el otro tío al que pegué fue a Jorge –susurra Lucas, sintiendo una repentina
vergüenza al revelar la información -. Cuando me enteré de que a Kara le gustaba
me enfadé muchísimo. No pretendía hacerle daño, pero sentí que me traicionaba y
no puede evitar el enfado que sentí.
-¿Te
traicionaba Kara o Jorge?
-Los
dos. Jorge había sido mi amigo, y ahora estaba interesado en mi novia, y mi
novia en él. No podía permitirlo. Fui a hablar con él y se me acabó yendo la
mano.
-¿Qué
te dijo Jorge?
-Que
Kara no quería nada con él.
-¿No
le creíste?
-Sí
que le creí. Jorge nunca miente –se sorprende diciendo. No se había planteado
lo seguro que estaba de ello -. Sí que le creí. No sé por qué le pegué…
-reflexiona, hablando más para sí mismo que para Malika.
-Quizás
no estabas enfadado con él.
-¿A
qué se refiere?
-No
quiero que pienses que vuelvo a sugerir que los sentimientos de Kara fueron
culpa tuya. Pero, quizás, te culpabas a ti mismo por la situación. Por haber
perdido el control de ella.
-Bueno,
claro. Es que perdí el control de mi novia.
-Es
que tu novia es una persona que no tiene que estar controlada por ti.
Lucas
mira a la psicóloga, entre extrañado y sorprendido. Sus palabras la resultan
lógicas y obvias, y sin embargo se descubre con pensamientos que le llevan la
contraria. ¿Desde cuándo se ha convertido en un hombre que se cree con el
control de una mujer?
-Sí,
lo sé. Simplemente siempre he sentido que tenía que cuidar a Kara. Ella es
inocente e ingenua.
-¿Y
no se puede valer por sí misma sin un hombre que la defienda?
-No
me refiero a eso.
-¿A
qué te refieres?
-No
lo sé –se sorprende de nuevo contestando.
Quizás
sí que tenga razón Malika y sea un poco machista. De repente, recuerda las
palabras que le soltó con desprecio su ex novia cuando le llamó al móvil.
-Kara
me dijo que era un maltratador. Cuando me dijo que tenía que controlar mis
problemas de ira, yo le contesté que me estaba tratando como a un loco. Ella me
dijo que me estaba tratando como lo que era: un maltratador –declara el chico
mirando a su psicóloga, en gesto de socorro.
Malika
se incorpora en el asiento, cerrando la libreta. Lucas descruza los brazos, con
mil pensamientos rondando su cabeza.
-Lucas,
quiero que seas sincero conmigo. ¿Has agredido a Kara alguna vez?
-Sí.
Ahora
se da cuenta de a qué se refería Kara cuando le acusó de empujarla. El chico
había borrado por completo el recuerdo de su memoria.
-Fue
poco después de terminar los exámenes, hacia inicios de julio. Yo había
suspendido una asignatura, y en la revisión no me subieron nada la nota. Estaba
muy enfadado conmigo mismo por haber suspendido, con el profesor por haber sido
un incompetente y con la carrera en general por haberme supuesto un esfuerzo
que, al final, no vi nada recompensado.
Kara
le seguía por el salón, tratando de cogerle de la mano para tranquilizarle.
Lucas no paraba de andar de un lado a otro cual tigre enjaulado. En esos
momentos, tenía la misma fiereza de uno.
-Es
que no me lo puedo creer. Después de estar mes y medio estudiando, ahora me
tengo que pasar todo el verano con la cabeza metida en los apuntes –se quejaba
Lucas.
-Sé
que es una putada, pero al menos así tienes la oportunidad de sacar buena nota
–argumentaba Kara intentando que su novio viese el lado positivo de la
situación -. Si te hubiera subido la nota, te habrías quedado en un cinco. Te
habría bajado mucho la media del curso.
-Esa
es otra. Voy con un cuatro y medio y me dice que eso es un suspenso como una
casa. Con la buena nota que tengo en los trabajos, y no me va a hacer la media
porque el examen no está aprobado. Vamos a ver, un cuatro y medio es un cinco
de toda la vida. Esta mujer no sabe lo que es redondear.
Kara
se sentó en una silla dejando su bolso junto a ella, lo que a su novio no le
hacía mucha gracia. Que ella tomara asiento era como una señal de decirle que
su problema no tenía tanta importancia. Como si no mereciera la pena cargar los
gemelos para tratarlo. Con la actitud de su novia, la rabia de Lucas aumentó un
poco más si cabía.
-Pero
la nota de los trabajos te la guardan para septiembre. No es como si fuera un
esfuerzo perdido.
-Lo
que no entiendo –seguía farfullando Lucas, cada vez con más rabia, ignorando
los comentario de Kara – es cómo pretende que aprobemos con lo mal que ha dado
las cosas. Cuando explicaba, lo hacía fatal, pero es que la mayoría de veces ni
se molestaba en dar clase. ¿No se da cuenta de lo difícil que es esta carrera?
Ni que fuera la tuya.
-A
ver, la tuya tiene más dificultad por las matemáticas sobretodo, pero yo
también tengo que estudiar bastante.
-No
compares, Kara. No tiene nada que ver. Esta asignatura era imposible aprobarla,
y no me va a salir mejor en septiembre, eso ya te lo digo. Voy a estar amargado
todo el verano para nada.
-Eso
no lo sabes. Dedicándole tu tiempo a una sola asignatura exclusivamente seguro
que la sacas sin problemas. Tú eres muy listo.
-¿Y
de qué me sirve ser listo con una profesora incompetente? –Lucas se pasó las
manos por el pelo, suspirando con fuerza -. La muy hija de… -murmuró.
-Tampoco
hace falta que la insultes –intervino Kara, poniéndose en pie.
-Yo
digo lo que es. No me invento nada –se excusaba Lucas.
-Por
muchas vueltas que le des vas a seguir suspenso. Además, algo de culpa tendrás
tú, porque sé que tus amigos sí que han aprobado –dijo la chica, alzando
levemente la voz. Su ex novia siempre empezaba siendo comprensiva con sus
problemas, hasta que empezaba a cansarse.
-¿Sabes
cuál ha sido mi problema? –contraatacó Lucas -. Tú.
-¿Yo?
¿Qué tengo yo que ver? –se extrañó Kara, frunciendo el ceño.
-Me
has distraído. Como en tu mierda de carrera no hacéis nada, venías siempre a
darme el coñazo. ¿Cómo voy a estudiar si estás siempre detrás de mí? “Lucas,
vamos al cine. Lucas, vamos a dar un paseo. Lucas, vamos a cenar fuera” –imitó
el chico la voz de su novia -. Normal que no me haya dado tiempo a estudiar.
-Lo
primero, con mi carrera no te metas, porque no tienes ni idea de lo que
hacemos, y si me gusta a mí a ti también. Y lo segundo, ¿cuándo he dicho yo
todo eso? Si quedábamos era de mutuo acuerdo, para pasar un tiempo juntos, no
porque yo dependa de ti hasta para respirar.
-Eres
una pesada, Kara, con todas las letras –gritaba él, acercando su cara a la de
ella -. Y ahora, por tu culpa, voy a estar todo el puto verano con un libro de
texto encima, así que te vas olvidando de hacer planes conmigo.
En
la exaltación del momento, y para dar énfasis a su discurso, Lucas empujó a
Kara golpeándole ambos hombros. Debido a la diferencia de estatura, el cuerpo
de la chica no pudo aguantar el impulso y se tambaleó, resultando en una caída
en la que el único golpe no solo fue el suelo, sino que además el marco de la
puerta le regaló un moratón a Kara en el brazo.
Lucas
observaba a Kara desde arriba, sorprendido de su propio comportamiento. Su
novia le miraba desde abajo, dejando leer el miedo en sus ojos.
-¿Qué
pasó después? –pregunta Malika, abriendo su libreta de nuevo.
-Se
marchó corriendo. Estuvimos unos días sin hablarnos, hasta que se nos olvidó.
-¿Estás
seguro de que a ella se le olvidó?
-No
lo sé –responde Lucas, sin poder evitar que una lágrima involuntaria recorra su
mejilla. No se molesta en retirarla -. A lo mejor solo pretendió olvidarlo.
-¿Qué
sentiste cuando pasó eso?
-Al
principio, fue una sensación extraña. Como si ella no fuera Kara, y yo no fuera
yo. No sé explicarlo. Después… por un momento muy pequeño, me sentí… bien.
Poderoso. Pero inmediatamente empecé a preocuparme por si le había hecho daño.
Y me asusté un poco.
-¿De
qué?
-De
mí. De llegar a ser esa clase de persona que le agrede a su pareja.
-¿Y
por qué crees que lo olvidaste tan rápido si te preocupó?
Lucas
se pasa el dorso de la mano por el rostro, eliminando el rastro de lágrimas que
ha dejado.
Cuando
llegó a la consulta de la psicóloga, tenía una actitud totalmente escéptica al
respecto. No se imaginaba contando nada ni remotamente personal. Había decidido
acudir como un favor a Kara más que otra cosa. Sin embargo, algo en su interior
estaba agradecido por estar allí. Quizá su subconsciente sí que sabía que
necesitaba solucionar sus problemas.
-Igual…
yo también pretendí olvidarlo.
Capítulo
11 // Jorge
Unas
gotas de lluvia comienzan a incidir en el pavimento. Por suerte, Jorge ha sido
lo suficientemente previsor como para coger un paraguas antes de salir de casa.
Nunca ha entendido a la gente que no ve la previsión del tiempo, en especial en
invierno. Siempre acaba cruzándose a alguien corriendo por las calles, como si
de ese modo se mojase menos. Le resulta demasiado agobiante que se le empape la
ropa, por no hablar de que al llegar a casa dejaría el suelo completamente
mojado. Y la solución es tan sencilla como coger un paraguas.
Justo
en mitad de ese tren de pensamientos, divisa al otro lado del paso de peatones
a un chico que no lleva. Sin embargo, no parece tener prisa en ponerse a
cubierto. La capucha de su sudadera es lo único que le protege de la lluvia,
siendo inútil puesto que, al ser de algodón, probablemente esté provocando una
inundación en su cabello. Pero el chico continúa caminando con parsimonia, con
las manos introducidas en los bolsillos y la cabeza gacha. Por un momento,
Jorge piensa en ofrecerle cobijo. Se lo piensa seriamente, pero igual no es la
mejor de las ideas compartir paraguas con un completo desconocido. No obstante,
siente ternura por ese chaval. Sin necesidad de verle el rostro, tiene la
certeza de que no está pasando un buen día.
Cuando
el semáforo pinta el muñeco en la pantalla de verde, Jorge se ha decidido a
pasar de largo. En el momento en que están a punto de cruzarse, el chico
levanta la vista del suelo y cruzan las miradas. Parece que ocurre a cámara
lenta, como si fuera una película. Jorge no consigue apartar la vista de Lucas,
y éste también mantiene sus ojos fijos en los suyos.
Sin
más, se paran en mitad del paso de peatones. El sonido de un claxon les
sobresalta, haciéndoles mirar hacia un coche cuyo conductor les observa con
cara de pocos amigos. Los chicos se apresuran a salir de la carretera cuando se
dan cuenta de que el muñeco del semáforo ha vuelto a ser rojo.
Inconscientemente,
Jorge vuelve al punto de partida, caminando por el paso de peatones junto a
Lucas en dirección a la misma acera desde donde había empezado a cruzar. Se
sorprende a sí mismo al darse cuenta de sus propios pasos. No tiene nada de qué
hablar con Lucas. No sabría qué decirle; nada parece apropiado. Pero tampoco
quiere marcharse. Le gustaría que pudieran aclarar las cosas y dejar de estar
en un estado de guerra constante. Tras haber solucionado los problemas con sus
amigos de la facultad, no quiere dejar al que solía ser su amigo sin la
posibilidad de volver a serlo.
-¿Podemos
hablar? –inquiere Lucas, en un tono sorprendentemente amigable.
Se
esperaba una voz fuerte y enfadada, como la que escuchó salir de su boca la
última vez que se vieron. Pero para nada esperaba ese casi susurro inofensivo.
-Claro.
Te invito a un café. –Le suena un poco absurdo, pero pagar un par de euros más
parece lo mínimo que podría hacer.
Se
dirigen en silencio a la pastelería más cercana. Jorge no es muy fan de los
dulces, cosa que a todo el mundo le horroriza. El simple comentario en el que
declara que no le gusta el pastel indigna a todos sus conocidos. Por ello, se
pide simplemente un té. Lucas, ocupado peleándose con su sudadera para poder
quitársela, pide lo mismo que él, aunque Jorge duda que siquiera haya escuchado
su pedido.
-¿Desde
cuándo tomas té? –inquiere, curioso.
-¿He
pedido té? –se extraña Lucas a lo que Jorge asiente, divertido. Lucas se encoje
de hombros -. Bueno, todo se puede probar. Dios, esto está hecho un asco
–comenta sosteniendo la sudadera empapada como si fuera un cactus.
Jorge
se levanta a coger la silla más cercana para que Lucas pueda colgar su sudadera
en el respaldo como si fuera un tendedero.
-¿Por
qué no has salido con un paraguas?
-Lo
he hecho, pero me lo he dejado en… -Lucas se para en mitad de la frase. Jorge
frunce el ceño, extrañado -. Da igual.
Jorge
asiente algo confuso. Agradece la aparición del camarero con sus dos tés y se
abalanza sobre el suyo en cuanto está en la mesa, no solo para quitarse el
calor sino para estar ocupado y dejar que Lucas hable de lo que tenga que
hablar.
-¿Me
puedes traer también un trozo de tarta de manzana? –le pregunta Lucas al
camarero, a lo cual éste parece intentar ocultar la molestia por no habérselo
pedido antes junto a las bebidas -. Me muero de hambre –aclara dirigiéndose a
Jorge esta vez.
En
menos de un minuto el pastel se cierne sobre la mesa, a lo que Lucas no deja ni
medio segundo antes de coger un gran trozo y llevárselo a la boca. Cierra los
ojos mientras lo saborea, como si de esa forma estuviese más rico.
-No
te ofrezco porque sé que no te gusta –informa el chico. Jorge asiente,
empezando a perder la paciencia.
-¿De
qué querías hablar? –tienta con sutileza. Lucas deja el tenedor sobre el plato
y le mira.
-Eh…
Yo te quería pedir perdón. Por pegarte y eso. No debía hacerlo. Se me fue la
puta cabeza y lo pagué contigo. Lo siento.
Jorge
levanta las cejas sin poder ocultar su sorpresa. Pocas veces ha escuchado una
disculpa saliendo de esos labios. En general, Lucas culpa a su impulsividad
como si no fuera con él y asume que todo el mundo justifica sus actos por ello.
-Ah.
Guay. No pasa nada, en realidad. No me hiciste nada grave. La peor parte se las
llevaron las gafas, honestamente.
-Te
las pago.
-No
hace falta.
-Sí,
sí hace. Escucha, quiero empezar a hacer las cosas bien. He estado toda mi vida
haciendo lo que me daba la gana sin pagar las consecuencias. Ya soy mayorcito
para tener rabietas.
-Me
alegro que hayas tomado esa decisión –dice Jorge sinceramente.
-Yo
también. Creo que lo primero que voy a hacer es pedir perdón a todo el mundo.
Hablé con mi madre y se puso a llorar cuando le pedí disculpas por todas las
peleas que hemos tenido por mi culpa –comenta Lucas, sonrojándose. Jorge sonríe
porque una ola de ternura ha vuelto a invadirle.
-¿Has
hablado ya con Kara? –le pregunta en tono cauto. No sabe cómo va a reaccionar
ante ese nombre, sobretodo pronunciado por él.
-Todavía
no –contesta Lucas, sin dar señales de molestia por el tema -. Creo que es la
persona a la que más daño le he hecho, y no sé cómo lo voy a arreglar. Ahora
entiendo que quisiera estar contigo y no conmigo.
-Oye,
ella no quería estar conmigo. Te lo dije el día que… viniste a mi facultad.
Estuvo todo el verano insistiendo en no romper contigo, y literalmente me gritó
que no íbamos a salir nunca.
-Pero
no debería haber querido estar conmigo. Es que soy… -empieza a decir Lucas,
trabándose en la frase, como si la palabra que quisiera decir fuese demasiado
grande y no cupiese en su garganta -. Soy un puto maltratador –acaba
murmurando.
-¿Qué
dices? No lo eres –intenta argumentar Jorge -. A veces te pones un poco
violento, pero de ahí a maltratador…
-El
paraguas me lo he dejado en la consulta de mi psicóloga –confiesa Lucas -. He
estado yendo a una porque la misma Kara me dijo que tenía que controlar mi ira,
y que era un maltratador. Mi psicóloga está de acuerdo en que lo soy. No me lo
ha dicho con esas palabras, pero ganas no le han faltado. Y yo… también estoy
de acuerdo. Me he dado cuenta.
Jorge
no sabe qué respuesta dar a la magnitud de esa información. No se había
planteado que su amiga pudiera estar en una relación tan tóxica. Solo veía a la
chica que le gustaba saliendo con su amigo, pero la indiferencia que le
provocaba la relación en sí le había vendado los ojos.
De
repente, recuerda el momento en que se encontró a Kara saliendo del baño de la
universidad con las mejillas empapadas de lágrimas. Se arrepiente al instante
de no haber insistido en que le contase el problema. Pensó que lo ideal era
darle espacio, especialmente porque aún no han recuperado su amistad. Pero,
probablemente, lo que necesitaba la chica en ese momento era unos brazos que la
sostuvieran, y él no estuvo allí para proporcionárselos.
-¿Sabes
qué es lo peor? –dice Lucas acercándose a él, como si quisiera contarle un
secreto -. Que lo primero que pensé al entrar en la consulta es que no iba a
solucionar nada. Y sé que no fue porque piense que los psicólogos son inútiles,
porque en el camino hacia allí no tenía esa seguridad. Fue porque era una
mujer. O ni siquiera sé si soy también un racista y fue porque es negra. O sea,
de color. Mira, no sé cómo hay que decirlo. Soy un desastre. Toda la vida
viviendo con la cabeza metida en mi propio culo. Siempre pasando de Kara cuando
me hablaba de estas cosas.
-Bueno,
no te agobies –intenta calmarle Jorge, ante el manojo de nervios en que se ha
convertido Lucas -. Nunca es tarde para empezar. Hay un montón de libros y de
documentales para aprender los aspectos técnicos que no sepas. Y, bueno, los
prejuicios se pueden desaprender.
-Es
que no sé hacer eso –se desanima Lucas posando la mirada sobre el pequeño trozo
de pastel que le queda por ingerir. Coge el tenedor con cierta tristeza y
engulle la tarta.
-Pero
puedes aprender a desaprender. No sé si eso tiene sentido.
-Creo
que sí.
-Yo
no soy un experto, entre otras cosas porque soy un tío blanco, pero puedo
ayudarte.
Lucas
levanta la mirada de su té, que sostiene en sus manos como si le arropara el
calor que aún conserva la bebida. Una breve sonrisa le ilumina los ojos.
-Gracias.
Me gustaría que volviéramos a ser amigos.
Por
un momento, a Jorge le sorprende saber que a él mismo también le gustaría.
En
cuanto llega a casa, se tumba sobre su cama sin pensárselo dos veces. No tiende
a perder el tiempo, ni en las vacaciones de Navidad, pero necesita digerir la
tarde que ha tenido. Lo que había empezado siendo una excursión al supermercado
a por alimentos para la cena de Nochevieja ha resultado en una reconciliación con
la persona que le dejó un ojo morado hace unas pocas semanas. Se plantea si ha
sido mera casualidad o es que el destino ha tenido las agallas de provocar ese
cruce.
Sin
embargo, sus pensamientos inmediatamente se posan en Kara. Se siente culpable
por no haberle prestado la atención que se merecía. Aunque ella seguramente no
habría querido un príncipe azul que fuera a salvarle, ni él podría haber estado
a la altura de eso. Pero sí que podría haberle venido bien un amigo.
Su
mano se dirige rápidamente a su móvil y teclea la pregunta “¿Estás bien?” en el
chat de Kara sin ningún contexto. Ella no tarda en responder “¿Yo? Sí. ¿Por?”
pero, en vez de seguir mandando mensajes decide llamarla directamente. Jorge se
incorpora aún estando sobre la cama, apoyando la espalda contra la pared
mientras los pitidos de su teléfono resuenan en su oído derecho.
-¿Jorge?
–la voz de Kara le reconforta inmediatamente. Es como llegar a un sitio cálido
después de haber pasado horas caminando por la nieve.
-Me
he encontrado a Lucas.
-¿Qué?
-Estaba
yendo al Mercadona porque mi madre se ha dado cuenta de que no hay panecillos
suficientes. Y, claro, Nochevieja sin canapés no es Nochevieja, todo el mundo
lo sabe. Aunque sería peor sin uvas, eso sí –comienza a explicar a toda
velocidad.
-Jorge,
al grano.
-Sí,
perdón. El caso es que estaba cruzando un paso de peatones y de repente me doy
cuenta de que Lucas está pasando por mi lado. Hemos ido a tomar algo a una
cafetería. Té y tarta de manzana. El pastel para él, a mí no me gusta, ya lo sabes.
-¿Que
habéis merendado juntos? ¿Lucas y tú? ¿A santo de qué? –pregunta una extrañada
Kara.
-Me
dijo que tenía que decirme algo. Me ha pedido disculpas.
Un
silencio inunda la línea telefónica.
-A
mí no.
-Me
ha dicho que tiene pensado hacerlo, pero que no sabe cómo hablar contigo.
Imagina que estarás enfadada.
-Como
para no estarlo…
-Oye,
entiendo que lo estés. Por eso te he llamado. Creo que de verdad está
arrepentido, y quería ponerle las cosas un poco más fáciles. Dice que va a
empezar a aprender sobre feminismo. Y racismo también, creo. Que se ha dado
cuenta de que te trató fatal y quiere arreglarlo.
-No
puede borrar los años de relación que hemos tenido.
-Lo
sé, claro que no puede. Pero…
-Oye,
Jorge, te agradezco la llamada, y me alegro de que tú hayas arreglado las cosas
con él. Pero no es tan fácil como decir “perdón”. Un perdón no soluciona dos
años y pico de relación tóxica. Y desde luego no soluciona los problemas de
autoestima que tengo por su culpa, ni el moratón que me hizo.
-¿Moratón?
-No
te ha dicho que me empujó una vez.
-…no.
-Ya.
Jorge
no sabe cómo continuar la conversación. Estaba convencido de que Kara se daría
cuenta rápidamente de que las intenciones de Lucas son puras esta vez, como le
ha dejado claro a él. Sin embargo, a su amiga no le falta razón. Aunque le
extraña la reacción de la chica, puesto que siempre ha sido muy comprensiva.
-Es
que de buena eres tonta –le dijo Diana. No era la primera vez que tenían una
conversación similar.
-Pero
déjala. ¿A ti qué más te da? No es tu cumpleaños, es el nuestro –argumentó
Jorge.
-Ese
no es el caso.
-¿Y
cuál es?
-Que
no puede dejarlo todo por su novio. Habíamos hecho planes, y sé que Kara quiere
que sigan en pie. Pero, claro, se hace lo que Lucas quiere. Pues no. Ella tiene
que tener voz en la relación –se exasperaba Diana, hablando como si su amiga no
estuviese delante escuchando cada palabra.
-¿Por
qué no quiere venir Lucas? –preguntó Martín, casi en un susurro. Jorge intuía
que su amigo estaba de parte de Diana, pero el chico, siempre conciliador, lo
último que querría era meter baza en la discusión.
Jorge
también se hizo esa pregunta. En general, Lucas nunca había tenido problemas
para socializar. Es de esas personas que saca conversación a cualquiera en
cualquier momento, sin importar que no conociese a su receptor. La mayoría de
la clase acababa sabiendo su nombre y apellido, puesto que el chico no deja a
nadie fuera de su radar. Si tenía algo que comentar, lo comentaba. Y a la gente
suele agradarle. Es una persona carismática como poco.
Por
ello, no entendía a qué obedecía el querer separar a Kara del grupo. Como su
cumpleaños y el de Jorge coincide en día, el grupo había pensado en celebrarlo
en conjunto. Sin embargo, al novio de la chica no le hizo ninguna gracia
compartirla, como le había dicho a ella. A pesar de que el plan solo incluía a
ellos cinco, Lucas no quiso dar su brazo a torcer, y Kara decidió seguirle el
juego y dejarles en un cumpleaños de tres personas.
-Ya
os lo he dicho. Dice que prefiere que estemos los dos a solas –se defendía
Kara, cruzada de brazos pero sin levantar la voz. Jorge intuía que, en el
fondo, la chica sabía que su amiga estaba en lo cierto.
-¿Y
qué prefieres tú? –preguntó Martín tímidamente. Podía verse que le dolía la
actitud de la chica.
-Yo
creo que puedo pasar ese día con él y quedar con vosotros otro día.
-No
te ha preguntado qué crees. Te ha dicho que qué quieres. Tú, no tu novio, no tu
parte de querer agradar a todos –volvía a atacar Diana.
-Déjala
ya, Di. Si es su decisión, respétala, que para eso es su cumpleaños.
-Exacto.
El suyo. No el de Lucas.
Nunca
había tomado muy en serio la actitud de Diana con respecto a estos temas.
Tendía a pensar que exageraba, que no le caía bien Lucas y que solo veía la
parte negativa de la relación de sus amigos. A lo mejor la relación solo tenía
ese parte, pero los demás estaban demasiado ciegos para verlo. Jorge se anota
mentalmente empezar a darle más credibilidad a su amiga.
-Perdona.
No sabía que había llegado a ese punto. En general, creo en las segundas oportunidades.
Pero si te ha hecho daño físico, seguramente no vale la pena.
-No
lo sé. A lo mejor, hablando con él puedo pasar página. Estoy hecha un lío,
Jorge.
Una
inmensa lástima le recorre las entrañas. El tono dolorido de Kara le hace
polvo. ¿Cómo una chica tan fuerte puede derrumbarse por culpa de un estúpido
chico? Ahora se da cuenta de que no debería defender a Lucas. Apoya su decisión
de querer cambiar, pero eso no significa que lo haya hecho, o siquiera que lo
vaya a hacer de verdad.
-De
todas formas, Jorge, te diré que a veces el daño emocional es mucho peor que el
físico.
Su
mirada le devuelve el brillo de sus propios ojos desde el espejo. Solo hay una
cosa que le gusta más que el fin de año, y es el inicio de uno nuevo. Sobre
todo, después de todo lo que ha pasado en este. No es como si de repente fueran
a solucionarse las cosas, pero esas doce uvas dan una sensación de frescor, de
poder empezar de cero.
No
ha vuelto a hablar con Kara desde su conversación telefónica, así que no sabe
dónde se ha quedado la situación con Lucas. Ha decidido mantenerse alejado de
ello. Se ha dado cuenta de que no es asunto suyo, aunque esté en parte metido
en el embrollo. Lo mejor será darles espacio.
Con
quien sí ha estado hablando casi a diario es con Oliver. Suele pasarle en las
vacaciones. El aburrimiento les une, y el estrés de los exámenes también, así
que tienden a bajar al césped de la piscina casi todas las mañanas para echar
el rato. Se siente muy cómodo con el chico. Es como si con Oliver pudiera ser
completamente él mismo. Viéndose desde fuera se da cuenta de la diferencia de
personalidad que tiene con sus demás amigos y con Oliver. Parece que solo te
das cuenta de cuándo eres completamente tú mismo cuando encuentras a alguien
con quien serlo.
-¡Jorge,
ven a untar panecillos! –le grita su madre desde la cocina.
La
televisión le suena lejana. Debe estar pendiente de no perderse las campanadas,
pero este año no siente tanto entusiasmo como los demás. Se fija en sus primos
pequeños, jugando con las uvas en sus platos, empezando a comérselas antes de
tiempo. Ojalá pudiera volver a tener esa inocencia.
Por
poco se le pasan los cuartos. Gracias a un tío que le da pequeños golpes en el
brazo a modo de aviso, se recompone para empezar a comerse la fruta al ritmo de
las campanadas.
-¡Feliz
año! –anuncia toda su familia casi al unísono al tiempo que comienzan a
abrazarse unos a otros.
El
ánimo cambia cuando uno de los niños comienza a toser atragantado por una uva y
media familia debe acudir a darle golpecitos en la espalda y un vaso de agua
para calmarle.
Jorge
se queda al margen de todo el alboroto y decide felicitar el año a la mitad de
sus contactos. Por mensaje puede fingir el entusiasmo que le falta. Los emoticonos
siempre saben ocultar las emociones que quiere esconder.
Cuando
recibe una notificación de Oliver preguntándole si puede bajar al césped de la
piscina, le da un vuelco al corazón. En su casa ya han empezado a barrer el
confeti, los pequeños comienzan a quedarse dormidos y el turrón se ha acabado.
-¿No
has quedado con la gente de clase para ir de fiesta? –le pregunta Jorge tumbado
en el césped. Si su madre le viese, le regañaría por ensuciar el traje.
-La
mitad están en sus respectivas ciudades. Además, me apetecía estar contigo
–Jorge nota cómo sus propias mejillas se sonrojan ante el comentario -. Me
alegro de que hayas podido bajar.
-Yo
me alegro de que me hayas dado la oportunidad de huir. Vaya aburrimiento en mi
casa.
-La
mía igual. Todos los años la misma historia.
Jorge
mantiene la vista fija en el cielo, aunque no puede discernir ninguna estrella
debido a la contaminación. Es en estos momentos en los que le gustaría vivir en
mitad del campo. Oliver continúa estando sentado, con los codos apoyados en las
rodillas. Jorge se fija en él, y se sorprende pensando lo mucho que le agrada
estar junto a él. Cuando está a punto de comentarle a su vecino lo cómodo que
se siente cuando están juntos, éste se le adelanta.
-Jorge…
yo te quería decir algo. Por eso te he preguntado si podías bajar.
-Ah,
dime. No será nada malo, ¿no?
-Espero
que no –responde Oliver con una risita nerviosa. Jorge se extraña, curioso.
Oye
cómo su amigo toma aire profundamente, como si se dispusiera a decir palabras
que le costase pronunciar. Unas mariposas asaltan el estómago de Jorge,
sorprendiéndole.
-Es
que estaba comiéndome las uvas y… solo podía pensar en una cosa. Y, he pensado,
qué mejor momento para decirlo que en fin de año. Es guay. Como… romántico.
La
voz de Oliver murmura sutilmente la última palabra. Jorge piensa que sería
apropiado incorporarse, pero su cuerpo se lo impide. Observa atento a Oliver,
casi conteniendo el aliento.
-Yo…
creo que me gustas.
Jorge
abre mucho los ojos, a pesar de que esas palabras son exactamente las que
quería escuchar.
-Yo también… creo que me gustas.
Capítulo
12 // Oliver
Los
pasillos de la facultad se le antojan desconocidos. Más que un par de meses,
parece que no ha pisado la universidad en dos años. Un pequeño brote de
ansiedad le acecha trepando por su garganta, pero el chico se lo traga como si
fuese un caramelo. No va a permitir que su mente le arruine más acontecimientos
en su vida. No le resulta fácil sobrellevar la ansiedad que sufre, pero siente
cómo cada día le resulta más liviano que el anterior. Progresa adecuadamente,
como diría una profesora de jardín de infancia.
Recuerda
el día que empezó el ciclo. El hecho de tener que comenzar en un sitio nuevo,
con personas desconocidas y asignaturas completamente diferentes a las que
acostumbraba le obligó a encerrarse en el baño del instituto durante dos horas,
sin tener a nadie a quien llamar para socorrerle. Tuvo tal llanto, acompañado
de una hiperventilación tan severa, que pensó que se moría. De verdad creyó que
de ese modo iban a encontrar su cadáver, en posición fetal y con las mejillas
bañadas en sudor.
Poco
a poco ha aprendido a superar esos ataques, e incluso a evitarlos, pero su
cerebro no le deja olvidar que, para él, las cosas nunca van a resultarle
fáciles.
Oliver
se para pocos metros antes de la puerta de clase, tratando de controlar la
respiración. La meditación que ha estado realizando durante unos meses ha dado
sus frutos, y comprueba que esta vez él está en control, y no la ansiedad, lo
que le hace sonreír sutilmente, sin siquiera importarle que alguien pueda estar
viéndole hacer muecas estando solo. Ahora sabe que el crecimiento personal no
es algo de lo que deba avergonzarse, y mucho menos esconderse.
-Buenos
días –le dice Cecilia cuando le ve llegar.
Alejandra
le sonríe y aparta su mochila para dejarle un asiento libre. El chico siente un
alivio enorme al asegurar que definitivamente no está solo. Aunque se sabe más
lejano que ambas entre ellas, la relación con sus amigas es tan real que a
veces le apetece llorar de emoción.
Acostumbrado
durante toda su adolescencia a sufrir bullying,
el hecho de que sus compañeros de clase sean simplemente amables con él le
resulta extraordinario. Tanto Cecilia como Alejandra, entre otros de sus
compañeros, están enteradas de sus problemas tanto de ansiedad como de
autoestima, e incluso les contó algo sobre los desórdenes alimenticios. La
aceptación y el apoyo por parte de estas provocó el maravilloso efecto de
quitarle un gran peso de encima. Como si toda su vida hubiera llevado los
problemas personales a hombros y, ahora, pudiera descansar parte de ellos
gracias a las ayudas ajenas. Como cargar con una gran mochila y que otras
personas te ayuden a sujetar el asa.
-Me
pidió perdón –escucha decir a Kara, que está sentada un par de filas atrás,
conversando con Diana.
No
puede evitar pegar la oreja a la conversación. Sabe que respetar la privacidad
ajena es importante, pero la parte cotilla de su personalidad a veces se abre
paso.
-¿Y
tú le creíste? –pregunta una Diana escéptica.
Oliver
se sonríe, identificando como común esa actitud en la chica. Se la imagina
ajustándose en la cabeza su gorra de vestir, gesto que acostumbra a repetir
continuamente. Diana es una persona que le crea curiosidad. A veces se muestra
muy cariñosa y comprensiva, y otras cambia de perspectiva y resulta
completamente objetiva, incluso fría.
-Creo
que está arrepentido, pero le dejé claro que no vamos a volver.
-Bien
hecho. No lo hagáis.
Oliver
nunca ha conocido al novio de Kara, o ex novio al parecer, pero por las cosas
que ha oído sobre él tampoco tiene mucho interés en hacerlo. Mucho menos
después de la agresión a Jorge.
No
consigue entender cómo alguien puede tener la sangre fría de pegarle a otra
persona. Ni siquiera concibe el boxeo como deporte, pues lo único que ve en él
es provocar daño físico, tanto a uno mismo como a otra persona.
-Eres
muy dura con él, Di. Ya sé que no deberíamos volver, y tengo claro que no lo
vamos a hacer, pero…
-Nada
de peros. Nunca se vuelve con un ex. Tú misma se lo dijiste a Martín cuando
Jorge y él cortaron –le recuerda.
-¿No
volverías conmigo si rompiésemos? –La voz de Diego se cuela en la conversación.
-No.
Algo habrás hecho.
-¿Por
qué supones que sería mi culpa? –pregunta el chico, divertido.
-Porque
no va a ser mi culpa.
Oliver
no puede evitar reírse, lo que provoca que Alejandra dirija su mirada hacia él.
El chico intenta recomponerse, pretendiendo que está ocupado con su portátil.
-¿Estabas
escuchando la conversación? –le pregunta Cecilia señalando hacia atrás.
-Están
muy cerca –se excusa Oliver -. Y hablan muy alto.
-Puedes
irte con ellos si quieres. También son tus amigos –ofrece Alejandra.
-No
somos tan amigos.
Se
da cuenta de lo frías que suenan esas palabras, pero es lo que siente. Solo se
junta con el grupo de Jorge porque está Jorge. No tiene claro si es impresión suya,
o si no cae muy bien a las dos chicas. Y, con respecto a Martín, no es el mejor
momento para estar a su alrededor.
Desde
que ocurrió el incidente de Nochevieja, que es como Oliver lo llama
mentalmente, se ha abstenido de mantener cualquier tipo de contacto con Martín.
No quiere que piense que está jugando con él. A parte, es un poco cruel lo que
le ha pasado. Primero rompe con su novio, después le rechaza su mejor amigo y,
cuando cree que ha encontrado a alguien con quien congenia, resulta que a éste
le gusta el amigo antes mencionado. Suena a culebrón malo.
Pero
no lo es, es la vida de Martín. Oliver sabe que tendrá que hablar con él tarde
o temprano. Ya puestos, piensa, mejor tarde que temprano.
-¿Qué
tal las navidades? –pregunta Alejandra.
-Tuvimos
que llevar a mi perrito a la veterinaria –responde Cecilia haciendo un puchero.
-Oh
–se entristece su amiga en un gesto un poco exagerado.
-Pero
ya está bien. Solo le mandaron una medicina y en un par de días dejó de estar
malito. ¿Y tú?
-Bastante
bien –contesta Oliver en un tono, sin pretenderlo, bastante sugerente.
-Bueno,
bueno… Suena a que hay una historia detrás –responde Alejandra con la misma voz
pícara.
Oliver
se plantea si contarlo. En realidad, Jorge y él no han tenido ninguna
conversación al respecto. No tiene claro si se supone que están saliendo
oficialmente, si es una especie de rollo o si no son más que unos cuantos
besos.
Después
de Año Nuevo, quedaron bastante poco, lo cual fue normal teniendo en cuenta que
tenían los exámenes muy cerca. Su actitud no era muy diferente a la que solían
tener siempre, con la excepción de algunas miradas y sonrisas más cariñosas de
lo común. Sin embargo, sus labios solo se encontraron un par de veces más, pero
no hablaron sobre su actitud en la universidad.
Las
parejas de clase siempre le dan un poco de rabia. No sabe discernir si les
molestan de verdad o solo es pura envidia, pero siempre le ha parecido un poco
inapropiado ir más allá de un abrazo en presencia de profesores. No obstante,
en el instituto tenía más sentido esa lógica. En la facultad parece diferente,
y definitivamente lo sería si él fuera parte de una pareja.
-Digamos
que no puedo decir que esté soltero.
-¡Qué
dices! Con quién y qué ha pasado –demanda saber Alejandra.
-Cuenta,
cuenta –le instiga Cecilia.
-Creo
que todavía no lo puedo contar. No he hablado con él y no sé si quiere que se
sepa, porque entre otras cosas no hemos dejado claro si es algo serio.
-Bueno,
sabemos que es un “él” –concluye Cecilia.
-En
cuanto sepa en qué punto estamos os lo explicaré todo, lo juro –les asegura.
-¿Tú
quieres algo serio? –se interesa Alejandra.
Ante
la atenta mirada de sus dos amigas, Oliver asiente firmemente sin pensárselo.
Sus
pies se detienen repentinamente en mitad del pasillo. Divisa a Martín bebiendo
agua de la fuente junto a la puerta del baño masculino. Duda si aguantarse las
ganas para evitar al chico, pero se da cuenta de lo infantil de su actitud.
-Hola
–le sonríe Martín cuando se acerca.
-Buenos
días –responde Oliver sin pararse.
-Oye
–llama el chico justo cuando ya se veía libre de conversación. Oliver gira
sobre sus talones y se aparta de la puerta para no cortar el paso -. El viernes
estrenan una peli que quería ver. Diana no puede venir, a Kara no le gusta la
película y a Jorge no le gusta el cine en general. Lo digo por si quieres
venir.
A
Oliver se le encoje el corazón cuando se da cuenta de que Martín se sonroja
ante su propia pregunta. No ve apropiado sincerarse sobre lo que ocurre si no
ha sido Jorge quien se lo ha contado. ¿Qué se hace cuando le gustas al mejor
amigo de tu medio novio?
-Me
gustaría ir, pero tienes que saber que yo solo quiero ser amigo tuyo. –La
expresión en la cara de Martín le hace pedazos el alma.
-Oh
–se limita a responder mientras sus mejillas pierden el color rosado.
-Tengo
algo así como una relación.
-¿Algo
así?
-Estamos
empezando, creo. No tengo claro si es oficial. Pero sí sé con seguridad que me
gusta mucho –aclara Oliver siendo él esta vez quien se sonroja.
-Lo
entiendo. No pasa nada.
-Lo
siento.
-No
tienes que disculparte –intenta confortarle Martín con una sonrisa triste.
Observando
al chico alejarse, se da cuenta de que no han acordado la hora a la que quedar
para ver la película. O siquiera si van a quedar.
-¿¡Un
diez!?
-No
es para tanto.
-Yo
tengo un seis así que creo que sí lo es.
-Pero
tú no das para más.
-Te
voy a dar un puñetazo.
Oliver
se encuentra completamente ausente escuchando la conversación de sus amigos, como
si oyese la lluvia caer. No consigue apartar los ojos de Jorge y Martín,
sentados en una mesa a unos pocos metros de él.
La
parte exterior de su facultad está decorada con un césped artificial, unas sillas
de plástico de colores y unas mesas como de picnic. Reconoce que, en
comparación con las demás universidades, la suya es la que tiene mejores
instalaciones, al menos para descansar. Hay gente que pasa más tiempo tumbada
en el césped tomando el sol que en clase.
-¿Tú
qué tienes, Oliver? –le pregunta uno de sus amigos. Está tan metido en sus
propios pensamientos que ni reconoce la voz.
-¿Dónde?
–pregunta mirándolos a todos.
-En
técnica de no sé qué –responde Tomás. Identifica que es el mismo que antes se
ha dirigido a él.
-Una
matrícula, creo –contesta restándole importancia.
-Pero
Oliver no cuenta. En asignaturas de fotografía es cascarilla –argumenta otro de
sus amigos, pero de nuevo ha perdido interés en la conversación.
Cuando
tanto Jorge como Martín dirigen sus miradas hacia él, gira la cabeza para
pretender que contempla el cielo. Seguro que están hablando de lo que pasó en
Año Nuevo. Seguro que Martín va a empezar a odiarle. Seguro que piensa que ha
estado jugando con él, utilizándole.
Siente
un brote de ansiedad amenazando con manifestarse. Comienza a respirar despacio,
tal y como le enseñó Sofía. Inspira durante tres segundos, lo aguanta cuatro y
expira en siete. Repite la operación un par de veces hasta que se ve capaz de
volver a comprobar el estado de la conversación.
Esta
vez, no le miran. Pero se abrazan entre ellos. Martín asiente, sin parecer ni
agresivo ni enfadado. Ni siquiera triste. Oliver comienza a pensar en que quizá
estaba exagerando. Desde la conversación del autobús, tiene claro que Martín es
pura bondad. Termina de confirmárselo cuando le dirige una sonrisa sincera.
Esta vez no aparta la mirada. Simplemente le sonríe de vuelta.
-¿Te
vas ya? –le pregunta Jorge pillándole desprevenido.
Las
horas prácticas no las tienen juntos puesto que están en diferentes grupos
reducidos. Sin embargo, al ser la primera semana del cuatrimestre, los
profesores han decidido aplazar las prácticas para la semana siguiente, por lo
que esta vez han salido a la misma hora.
Oliver
asiente y le hace un gesto con la cabeza para que le siga hacia la salida.
Contempla cómo Jorge se abre paso entre el mar de gente que trata de marcharse
de la facultad tan rápido que parece que el suelo les arde.
Pero
Oliver solo tiene ojos para el chico que se acerca hacia él. El chico que le
muestra una amplia sonrisa cuando se encuentran más cerca. El chico que
comienza a andar a su lado tal y como querría que ocurriese cada día.
El chico que le coge de la mano estando aún dentro de la facultad.
Epílogo
-¿No
te has pasado?
Natalia
me devuelve el portátil con escepticismo.
-¡No!
¿Por qué? –exclamo algo ofendida.
-Vamos.
¿Jorge el rompecorazones de la clase? Eso no se lo cree nadie.
-Es
solo una historia, Nat. No hay que tomársela al pie de la letra. Los personajes
no son iguales que en la realidad, obviamente. Hay mucha info que me he
inventado –trato de justificarme.
-Aun
así, me parece todo un poco… demasiado. Mucho drama junto. Nadie tiene una vida
tan ajetreada. Igual los demás sí, no sé; nosotras desde luego que no.
-¿Me
ves escribiendo algo sobre nosotras? –pregunto con ironía mirando a Natalia de
hito en hito. Mi amiga pone los ojos en blanco, como siempre.
Me
giro para mirar a los protagonistas de mi relato, hablando tranquilamente,
siendo amigos, sin dramas, sin gustarse los unos a los otros.
Vaya
aburrimiento.
-Y
por eso actúas como una loca y escribes sobre otra gente.
-Vale,
lo primero, estoy loca por muchas otras razones, eso no era un secreto.
–Natalia sonríe, desesperada -. Y segundo, no tiene nada de malo inspirarse en
cosas reales. Dicen que hay que escribir sobre lo que conoces.
-Tampoco
hay que tomarse eso al pie de la letra.
-¿Y
por qué no? Escribo sobre lo que conozco: crushes,
gente de la clase…
-Obligar
a gente que no se gusta a que se guste… -murmura Natalia -. Te lo juro, te voy
a comprar una libreta para que apuntes cosas. Es que eres el típico personaje
de serie o libro adolescente que va con una libreta a todas partes apuntando
cosas sobre la gente. ¿Cómo podías acordarte de tantos datos de personas con la
que no te juntas? Es que hay muchas cosas que has escrito que son reales.
-Es
que yo lo sé todo –digo con fingidos aires de superioridad. Natalia vuelve a
dirigir su vista al cielo -. Y, por cierto, yo no obligo a la gente a hacer
nada. Me limito a ser pasiva. Yo solo shippeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario