jueves, 10 de marzo de 2022

Adolescencia

Un viento helado me alborota el cabello. No estoy sola, de eso estoy segura. Es curioso cómo tememos a la soledad hasta que nos la quitan. Las lágrimas se me congelan antes incluso de salir de mis ojos. Ni siquiera soy capaz de cerrar la boca. Mañana estaré resfriada. Si sigo viva.

Mi espalda se ve acosada por un largo escalofrío. Me dan náuseas, pero las aguanto. No se me ocurre nada más ridículo que encuentren mi cadáver recubierto de mi propio vómito. “¿Qué era ese ruido?”, me pregunto gritando mentalmente. Solo una rama. Una estúpida rama. ¿Por qué tiene que estar tan oscuro? Yo ni siquiera debería estar aquí.

Me empiezan a flaquear las piernas. Mis rodillas tiemblan, como el resto de mi cuerpo. El frío me cala los huesos. Siento la tentación de sentarme en el mugriento suelo recubierto de hojas muertas, pero resisto. Por si tengo que salir corriendo.

Un cuervo vuela por encima de mi cabeza. No muy por encima. Quizás cree que puedo ser su cena. Debo parecer deliciosa. Eso deben estar pensando los dos. El cuervo, y quien me persigue. Supongo que debería rendirme, pero me aterra hacer eso. Quiero decir: es muy pronto, ¿no?

Un ruido ensordecedor pretende acabar con mis tímpanos. Me llevo las palmas de las manos a las orejas para cubrir mis oídos. Como no funciona, empiezo a chillar. Me descubro llorando por fin.

Ya no oigo nada. Ni a mí misma. El mundo se ha convertido en un submarino insonorizado. Empiezo a no ver con claridad. Busco mis gafas en el bolsillo de mi vestido, pero de repente recuerdo que no utilizo.

Me pongo en cuclillas a esperarla. Quiero que venga a por mí. Quiero que me descubra. Llevo demasiado tiempo huyendo de ella. Estará cansada de andar buscándome, igual que yo estoy harta de esconderme.

Tiendo una mano hacia la nada. Mi cabeza se encuentra apoyada en mis rodillas, así que no veo quién me corresponde. Pero no me hace falta mirar para saberlo. Conozco bien de lo que se trata. Por fin viene y me abraza. Sonrío, pero solo con la boca, porque mis ojos no están felices. Ellos saben lo que viene ahora y no les gusta.

Me atrevo a levantar la vista y mi mirada se cruza con la suya, que lleva un rato con sus ojos puestos en mí. Ahora soy suya, y ambas lo sabemos.

La locura.

miércoles, 9 de marzo de 2022

 


Capítulo 1 // Diana

-Así que le he dejado. Bueno, en parte me ha dejado él. Dejémoslo en que ha sido de mutuo acuerdo.

-¿Pero tú estás bien? –pregunta Diana, haciéndose una coleta baja mientras camina por el pasillo de la facultad.

Martín abre la puerta de la clase y le hace un gesto a Diana para que pase ella primero. La chica hace un amago de referencia y entra.

-Pues no lo sé. A ver, ahora mismo no mucho, la verdad. Le echo un poco de menos…

-Eso es normal.

-No sé si debería volver con él… A lo mejor, si hablamos las cosas, podemos arreglarlo.

Diana hace un moín con la boca, pensativa. En ese momento, su novio entra por la puerta de clase. La chica le hace un gesto con la mano y él le sonríe.

Lo de llevar una relación en secreto es algo difícil, pero Diego tiene razón: causaría mucho revuelo en clase sin necesidad, puesto que llevan muy poco tiempo juntos. Cuando Diana entró en la universidad pensó que a todo el mundo le daría igual todo, que como hay demasiada gente y cada uno iba a su rollo. Pero la gente de la carrera es igual que en el instituto: si hay un cotilleo, se abalanzan como cuervos hacia la carroña.

-Buenos días –Kara suelta su bolso junto al sitio de Martín, le da un beso en la cabeza y éste la mira con una media sonrisa -. ¿Qué te pasa? –inquiere frunciendo el ceño.

-Jorge y yo hemos roto.

-¡No me digas! –exclama Kara, algo exaltada. -¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Qué hago por ti? –pregunta acariciando el pelo de su amigo con ternura.

A veces, Diana se siente fuera de lugar. No es que sea menos amiga de Martín, pero parece que Kara tiene una conexión especial con él. Quizá sean imaginaciones suyas, pero en ocasiones siente que su personalidad es la más diferente del grupo.

-Hola, Jorge –saluda Diana mientras Martín pone a Kara al día con respecto a su situación emocional.

-Aquí huele a drama.

-He cortado con mi novio. Bueno, con mi ex –resume Martín girándose para mirar a su amigo.

-Vaya, lo siento. Bueno, supongo que soy el único Jorge que necesitas en tu vida.

Martín ríe. Diana se sonríe, feliz de que su amigo haya podido esbozar algo más que una triste sonrisa.

-El caso es que no sabe si volver con él. Yo le he dicho que con un ex nunca se vuelve, porque por algo habrán cortado.

-Yo estoy con Kara. Lo pasado, pasado está –comenta Jorge sentándose sobre la mesa frente a Martín y Kara.

-Bueno, yo creo que se pueden dar segundas oportunidades. A lo mejor el amor es más fuerte que la pelea, ¿no? –argumenta Diana, mirando de reojo a Diego. Él no la mira a ella.

-Buenos días –les dice el profesor sin un ápice de ánimo cuando entra en clase.

Jorge se desliza por encima de la mesa para sentarse junto a Kara. Diana mira de reojo a Diego por última vez mientras se sienta junto a Martín. Su novio está ocupado hablando con sus amigos, aunque uno de ellos sí que le sonríe y le saluda con la mano.

Como Diego comparte piso, le tuvieron que confesar a Dani, su compañero, que estaban juntos. En realidad, más que decírselo, éste se cruzó con ellos cuando estaban dándose un beso en mitad del pasillo. Pero el que le saluda es Carlos, quien también lo sabe ya que, puestos que Dani se había enterado de la relación, Diego decidió decírselo también a él para no dejarle fuera.

Por un momento, Diana se queda pensando en por qué los amigos de Diego están al tanto de la situación pero sus propios amigos no están autorizados a enterarse.

-Vamos a comenzar el tema cuatro. Es un poco largo, pero es importante, así que estad atentos –anuncia el profesor mientras se pelea con el mando a distancia para encender el proyector.

-Me está hablando –informa Martín con la vista fija en la pantalla de su móvil.

-¿Quién? ¿Tu ex? –pregunta Jorge inclinándose para leer el mensaje.

-¿Qué dice? –inquiere Diana, curiosa.

-“Hola”. Emoticono sonriente. “¿Cómo estás?”. ¿Qué le digo?

-Pues respóndele a cómo estás.

-¡Es que no sé cómo estoy!

-Yo no le contestaría, sinceramente. Te vas a volver a pillar –comenta Jorge.

-Es que ya estoy pillado.

-Pero te puedes despillar.

Kara ríe ante la palabra inventada, lo que provoca una mirada asesina por parte del profesor. Todos se giran hacia las pantallas de sus respectivos portátiles pretendiendo estar ocupados tomando apuntes.

-Creo que no le voy a responder.

-Pero eso es muy frío. Podríais ser amigos. Llevabais mucho tiempo juntos… -sugiere Diana, mirando de nuevo a Diego.

La chica, dándose cuenta de su incapacidad parar dejar de prestarle atención a su novio, se incorpora completamente en el asiento y respira hondo, en un intento de centrarse, obligando a su cuerpo a permanecer recto. Diana se ajusta la gorra de vestir color tierra, dejando fuera un par de mechones de pelo.

-Mucho tiempo no. Llevaban un año. Eso no es mucho tiempo.

-Jorge, tu opinión aquí no es válida. Eres demasiado poco romántico.

-Y tú eres demasiado sensible.

-A ver, por favor, vamos a guardar un poco de silencio que, si no, no podemos continuar –pide el profesor, mirándoles descaradamente.

El grupo vuelve a simular que están cada uno a lo suyo. El profesor simplemente se rinde y continúa con la explicación.

-¿Qué quieres decir con eso? –inquiere Diana, esta vez susurrando y acercándose a su amigo.

-Que siempre estás el amor por aquí, el amor por allá. No todo es de color de rosa.

-Eso ya lo sé. Pero tampoco creo que sea necesario cortar el contacto con una persona que has querido. Seguro que han vivido buenos momentos que valen la pena recordar.

-Los puede recordar, pero no revivir. ¿De qué le sirve seguir pegado a su ex? No va a ser la misma relación que antes.

-Yo creo que os estáis yendo a los extremos –interviene Kara -. Y que es Martín el que tiene que decidir qué hacer –añade mirándole con ternura.

-Me lo voy a pensar.

Cuando el profesor da por finalizadas dos eternas horas de Historia de la cinematografía, Diana se esfuerza en evitar mirar a Diego. Se ha quedado pensando toda la clase en lo que ha dicho Jorge, y ahora se pregunta si su novio querría ser amigo suyo si cortasen. Porque, por otro lado, en la relación que tienen ahora ni siquiera podrían considerarse tal cosa.

-Hemos quedado esta tarde los tontos estos y yo para grabar un par de cosas –la voz de Carlos suena de repente a su izquierda. Diana se fija en que ha venido solo. Diego y Dani están esperándoles bajo el marco de la puerta con ambas miradas fijas en sus teléfonos -. ¿Te vienes? Nos ayudarías bastante en algunas escenas.

-¡Claro! –responde esbozando una gran sonrisa, ignorando la molestia que siente por el comportamiento de su pareja.

-Guay – reacciona Carlos, iluminándosele el rostro -. Nos vemos.

Diana observa cómo los tres cineastas salen de clase. Porque al parecer eso es lo único que sabe hacer, mirar a su novio sin que él la mire a ella.

-Hola, guapa –Diego se acerca para darle un beso cuando abre la puerta de su casa. Diana se aparta instintivamente -. ¿Qué te pasa? –le pregunta su novio, extrañado.

-Nada. Perdona.

Diana se acerca al chico para culminar finalmente ese beso, pero le sabe raro.

Está acostumbrada a que esa sea su relación. Ignorarse en clase, quererse en privado. Pero algo ha cambiado, aunque no está segura de qué.

-Estamos grabando una escena este y yo –le comenta Dani, señalando a Carlos -. En cuanto acabemos, necesitamos que salgas en una con los dos y en otra tú sola.

Diana asiente, conforme. Le encanta actuar. De hecho, si no fuera por eso, no estaría saliendo con Diego. Un día cualquiera, hablando con Dani sobre un videojuego, salió de repente la conversación.

-Tenemos un par de guiones escritos, y algunas ideas más pensadas –le contó el chico -, pero tenemos una gran escasez de actores. Bueno, de actrices más bien. Somos solo tres subnormales, y seguro que algunos amigos de Diego quieren participar, pero solo contamos con una chica, y necesitaríamos más para empezar a rodar.

A Diana le pareció emocionante que, en primero de carrera, tres chavales cualesquiera hubieran empezado una productora de cine independiente. Sintió un gran respeto por ellos.

-Pues contad conmigo. A ver, no actúo muy bien, pero me gusta mucho y me encantaría ayudaros.

-¿En serio? Muchas gracias, en serio. Nos salvas la vida.

En dos meses de rodaje, Diego y ella descubrieron que tenían una conexión especial. Al menos, así lo veían los ojos de Diana.

En verano no pudieron pasar mucho tiempo juntos, porque él vive en otra ciudad. Pero sí que hablaron a todas horas. En cuanto empezó el curso, no perdieron el tiempo y comenzaron a salir.

-Y… acción –anuncia Diego.

Ahora todo aquello le parece muy lejano. Observa la concentración de su novio mientras centra toda su atención en la pantalla de la cámara.

Por novato que sea, nadie podría negar que es un gran director. Es de esas personas a las que le sale natural. De hecho, una de las cosas que más le llamó la atención a Diana sobre el chico es su habilidad para que todo lo que hace le sale bien. No solo escribe y dirige guiones, como en esa película que está grabando, sino que sabe dibujar, escribe novelas y toca la guitarra. La inseguridad que siente Diana sobre la relación no solo viene determinada por su propia baja autoestima. También influye el hecho de que, a primera vista, su novio es perfecto.

-Se me ha olvidado el texto, perdón –Dani se estira para alcanzar el guion, olvidado encima de una silla.

-Si no os acordáis, improvisad, pero no paréis –ordena Diego con un tono muy profesional.

Tras decir el clásico “acción”, la mirada de Diana vuelve a posarse en el chico. Esta vez, Diego se da cuenta. Dirige brevemente su propia mirada hacia ella y le sonríe. Cuando le guiña el ojo, Diana siente un calor muy reconfortante inundándole el pecho. Sin embargo, le deja un sabor amargo.

-¿Te pasa algo conmigo? –le pregunta Diego una vez se han marchado Carlos y Dani.

A Diana le encanta estar en la cama de Diego. Le parece un sitio muy personal. Se lo imagina por la noche durmiendo, tan tranquilo como si fuera un bebé, y le parece adorable.

Sus ojos se mantienen fijos en el techo blanco, el cual el chico debe observar cada noche, porque no le apetece verle a él.

-No.

Aunque disfruta mucho actuando, cuando tiene que mentir o fingir en la vida real se le da fatal. Jamás se le ha ocurrido mentir en el colegio diciendo que ha olvidado los deberes en casa cuando, en realidad, no los había hecho, porque es pronunciar media palabra y su voz la traiciona, temblándole y descubriendo la mentira.

Sin embargo, con Diego nunca había sentido la necesidad de mentir. Pero, por algún motivo, no le quiere contar lo que siente.

-Vale. Te pasa algo. ¿Qué he hecho mal?

Diego no es la persona más sentimental del mundo. Cuando lo conoció, le dio la impresión de que era un chico muy tierno. Se empezó a dar cuenta de que sentía algo por ella cuando, en una conversación que estaban manteniendo antes de empezar una clase, él le colocó un mechón detrás de su oreja e, inmediatamente, se sonrojó.

O quizás ese fue el momento en que se dio cuenta de que a ella le gustaba él.

Después de un mes juntos, Diana se dio cuenta que, más que tierno, era tímido. Ahora que tienen toda la confianza del mundo, Diego se muestra tal y como es. Diana lo definiría como todo lo contrario a romántico. Cuando están a solas sí que es cariñoso, pero porque se pasa todo el rato dándole abrazos y besos. No obstante, no le suele contar lo que siente, ni por ella ni por lo que le pasa. Siempre se guarda todos sus pensamientos para él.

Y ahora ella hace lo mismo.

-Nada.

-¿Es que no te das cuenta de que contestando así ya me estás diciendo que algo sí te pasa?

-Así, ¿cómo?

-Pues… seca.

-A lo mejor yo soy así.

-Te conozco y tú no eres así.

-¡Pues a lo mejor no me conoces tanto!

Diana cierra los ojos, arrepentida al instante de la intensidad con la que le ha salido esa frase. Diego se incorpora y la mira fijamente, con el ceño un poco fruncido.

Diana vuelve a abrir los ojos despacio, esperando encontrar un Diego enfadado. Pero es peor, porque se encuentra uno dolido.

-¿Por qué dices eso?

-Oye… lo siento, ¿vale? No quería hablarte así. De verdad, no es nada…

-Creía que teníamos la confianza suficiente para contárnoslo todo. Es evidente que algo sí que pasa.

-Es una tontería.

-Pues yo quiero oírla.

Diana se cubre la cara con ambas manos. Decide que es absurdo pelear por algo tan pequeño, así que se sienta para mirar a Diego a los ojos.

-Esta mañana estábamos hablando de ex parejas, y Jorge ha comentado que no se puede ser amigo de alguien con quien has roto. Y Kara estaba de acuerdo –explica Diana.

Diego parece confuso, como si estuviese intentando relacionar esa historia con su discusión actual.

-Vale… ¿Y qué tengo que ver yo ahí? –termina preguntando.

Diana vuelve a pensarse si contarle sus dudas. Le parece una actitud de niña pequeña. Pero ya no puede dejar la conversación a medias.

-…si cortáramos, ¿seguirías siendo amigo mío?

-Claro. Tú eres una persona muy importante para mí. Además, antes de salir fuimos colegas. No querría perderte. A no ser que rompiésemos porque has matado a mi abuela con una catana o algo así, por supuesto que seguiríamos en contacto.

Diana ríe ante la ocurrencia de su novio. Diego es una de las personas más imaginativas que conoce. Es una de las cosas que la enamoró de él: su capacidad para convertir cualquier comentario en una locura.

-¿Pensabas que diría que no? ¿Por eso estabas preocupada?

-Es que… En clase no me miras –Diana se avergüenza de decir algo tan tonto. Como si tuvieran trece años y no le prestara los ejercicios de inglés.

-Creía que habíamos acordado no decir lo nuestro.

-Pero Dani lo sabe. Y Carlos también. No entiendo por qué no se lo puedo decir a mis amigos. Ni por qué no podemos ni siquiera hablar en los pasillos por si alguien pasa y nos descubriera. Siento como que… -Diana evita su mirada. No está acostumbrada a mostrarse tan vulnerable ante nadie –como que te avergüenzas de salir conmigo.

-¿Estás hablando en serio? ¡Pero si lo manteníamos en secreto por ti! –Diego se ríe mientras Diana entra en su máximum de confusión.

-¿Por mí?

-Diana, ¿en serio no te acuerdas? Dijiste que la gente iba a meter las narices donde no le correspondía, y que sería mejor que no supieran nada. Y sabes que Dani se enteró porque compartimos piso. Era inevitable. De hecho, la única razón por la que se lo conté a Carlos fue porque no podía aguantar las ganas de que todo el mundo supiera que habías aceptado salir conmigo.

Diana no puede creer lo que oye. Le falta poco para echarse a llorar, pero en su lugar comienza a reír. Diego se une, complementando sus carcajadas.

-El único motivo por el que no te miro ni te hablo en clase es porque creía que tu decisión era escondernos y yo quería respetarla. De hecho, pensaba que tú sí que te avergonzabas de mi…

-¿Avergonzarme yo de ti? ¿En qué mundo?

-¿Y avergonzarme yo de ti? ¿En qué galaxia?


Capítulo 2 // Martín

El teléfono de Martín lanza un pitido. El chico estira los brazos y mueve la espalda, agarrotada después de estar sentado durante tres horas de película. Se levanta para coger su móvil, colocado sobre la mesa del escritorio.

Su regla número uno cuando ve una película es no tener el móvil cerca, para que no moleste con los pitidos de las notificaciones. Y, por supuesto, jamás pensaría en mandar mensajes cuando está disfrutando del cine.

Tras desbloquear la pantalla, comprueba que es un mensaje en Whatsapp de su ex. Sin abrir la aplicación, decide ignorarlo por un rato. No le apetece hablar con él.

Cuando cortaron dos semanas atrás, comenzó a pensar que podían ser amigos, o incluso volver a salir si solucionaban los problemas que tenían. Pero después de pasar una temporada consigo mismo, se ha dado cuenta de que no quería a Jorge. Le gustaba pasar tiempo con él, y era muy buen chaval, pero no estaba enamorado. En un año de relación, se supone que debería estarlo. Así que decidió que, si habían roto, sería por algo.

En lugar de Whatsapp, decide abrir Twitter para añadir El Padrino a su hilo de películas que ha ido viendo a lo largo del año. Esta la ha visto tantas veces durante la adolescencia que no sabe qué crítica poner. Coppola es uno de sus directores favoritos, y este par de semanas le apetecía más que nunca volver a ver sus películas preferidas, sobre todo si eran lo menos románticas posibles.

Otra notificación de Whatsapp le aparece en la parte superior de su móvil. Cuando está a punto de volver a ignorarla pensando que es su ex, se da cuenta que es un mensaje de su amigo Jorge. Lo abre inmediatamente sin pensarlo.

Se decepciona un poco cuando descubre que es una pregunta sobre un trabajo que están realizando sobre directoras de cine. Igualmente, le responde encantado. Jorge es todo lo opuesto a él: en total, verá unas diez o veinte películas al año. Martín no suele bajar de doscientas.

Pero lo que sí comparten es su pasión por la música, aunque Jorge le dedica mucho más tiempo que él. De todas formas, está convencido de que podrían no tener nada en común y, aun así, seguirían siendo mejores amigos.

-¿Y qué le dijiste? –le pregunta Kara, introduciendo un par de monedas en la máquina de café.

Martín bosteza ampliamente. Después de ver El Padrino y cenar, vio la segunda y tercera parte de la trilogía. En total, habrá dormido unas cuatro horas y media, así que ahora solo piensa en irse a la cama, y no dar clase de Cultura Visual, que es la asignatura que le toca tras la hora libre.

-Pues nada. Que estaba bien. ¿Qué le iba a decir?

-Yo creo que deberías dejarle claro que no quieres hablar con él.

Kara le tiende el vaso de plástico rebosante de café barato. Martín acerca su nariz junto al líquido para aspirar el aroma a avellanas que desprende.

-Seguro que le sienta mal. No quiero que piense que me cae mal o que no me importa. Simplemente, no creo que esté preparado para ser su amigo. Y no quiero retomar la relación de antes.

-Pues dile eso –propone Kara tras coger su vaso de chocolate caliente de la máquina, echando a andar hacia la mesa donde se encuentran los demás.

-No sé… ¿Y si le molesta?

-Eres demasiado bueno –le sonríe su amiga.

-Pero a ver que yo me entere. ¿Esta mujer quién es? –pregunta Jorge posicionando sus ojos a dos centímetros de la pantalla de su portátil. Martín se sienta junto a él y echa un vistazo al ordenador.

-¿No sabes quién es Sofía Coppola? –pregunta en falsa sorpresa, porque sabe que, en lo que concierne al mundo del cine, Jorge no sabe quién es nadie.

-Es la hija de Francis Ford Coppola. El director de El Padrino –le aclara Diana.

-¿Esa es la que subiste ayer a Twitter? –inquiere Jorge. Martín asiente complacido. Le agrada que recuerde sus cosas -. Vale, vale. ¿Y qué películas ha hecho?

Diana pone los ojos en blanco, suspirando exasperada. Elvira ríe ante su expresión mientras escribe en su portátil.

-Te voy a buscar unas cuantas.

-Gracias, Viri. No entiendo por qué hemos cogido este tema. A mí no me gusta el cine –se queja Jorge.

-¿Entonces para qué estás en Comunicación Audiovisual? –pregunta Kara, divertida.

-Yo qué sé. Por no irme a vivir debajo de un puente.

-Eso lo vamos acabar haciendo igualmente –comenta Viri, resignada, girando la pantalla de su ordenador -. Mira, estas son las más importantes.

-Ah, sí. Efectivamente, como sospechaba. No he visto ninguna.

Martín está apunto de atragantarse con el café. No hay día que Jorge no le haga reír a carcajadas al menos un par de veces.

Aunque su amigo no esté convencido de que la carrera que estudia es la correcta, Martín está encantado de poder compartir sus años universitarios con él. Quizás el universo hizo que Jorge escogiera Comunicación aun sin estar del todo seguro de su elección para que se pudieran conocer.

Inmediatamente, se da cuenta de lo egoísta que suena eso y se retracta de su propio pensamiento.

-Oye, ¿y tú cómo estás?

-¿Yo? –pregunta Martín, desconcertado. La pregunta le pilla desprevenido.

-Sí, tú. Por lo de la ruptura y eso –se ríe Jorge.

-Ah. Pues muy bien.

-¿Muy bien? –se sorprende Jorge, haciendo énfasis en el “muy”.

-O sea… no. Quiero decir, no estoy muy bien, pero no lo estoy llevando mal. A ver un poco mal sí porque es normal, pero… no sé.

-El que no eres normal eres tú. Eres más raro que un perro verde – por algún motivo, cuando Jorge sonríe Martín se sonroja.

-Ya es la hora. Deberíamos ir yendo a clase –interviene Kara, interrumpiendo la conversación.

-¿De qué iba eso? –le pregunta Diana a susurros mientras caminan por el pasillo.

-¿De qué iba qué? –se extraña Martín, imitándola.

-Las risitas, la conversación…

-¿Con Jorge? Pues lo de siempre.

-No, lo de siempre no que te has puesto como un tomate cuando se te ha quedado mirando.

Martín vuelve a sonrojarse. A él también le ha sorprendido su propia respuesta involuntaria, pero ha supuesto que eran meras imaginaciones suyas. El hecho de que Diana se haya dado cuenta le inquieta. No solo porque haya sucedido realmente, sino por la posibilidad de que a Jorge no le haya pasado desapercibido. 

-Ay, dios. No me digas que te gusta –dice Diana, emocionada.

-¡Claro que no! Es mi amigo. Siempre lo he visto solo como eso.

-Pero siempre has tenido novio. Ahora no… -comenta ella con sutileza.

Martín quiere volver a negarlo, pero se queda pensando por un momento lo que sugiere su amiga. Echa un vistazo a Jorge, que le hace un gesto a Kara para que pase ella primero a clase, y el estómago le da un vuelco.

-¿Qué eres, el portero del pub? –se burla Viri cuando Jorge se queda sujetando la puerta cediéndole el paso a todos.

-Sí soy. A ver, DNI. Tienes pinta de tener como mucho catorce años –dice éste cuando pasa Diana.

-Capullo –se ríe ella.

-¿Calcetines blancos? Ah, no, no. Te quedas fuera –le dice a Martín revisándolo de arriba abajo.

Martín se ríe, pero no se le ocurre nada para continuar la broma. Normalmente responde con una buena réplica, pero no está en su mejor momento de lucidez.

Jorge se cruza de brazos delante de la puerta fingiendo que le impide el paso. Martín sonríe e intenta pasar por los huecos que quedan entre la puerta y el cuerpo de Jorge, pero este se mueve de lado a lado para que le sea imposible colarse.

Empieza a ponerse nervioso, sin saber muy bien por qué. La voz de Diana le inunda el pensamiento. No, no puede ser. Jorge empieza a darle leves pinchazos en el estómago para hacerle cosquillas, ante lo cual Martín retrocede un par de pasos intuitivamente, sonrojándose de nuevo. Jorge le mira un poco desconcertado.

-Buenas –dice Carlos llegando a clase junto a Dani y Diego.

Jorge se echa a un lado dejándoles hueco para pasar y Martín aprovecha para entrar rápidamente tras ellos, notando los ojos de su amigo fijos en su nuca.

-¿¡Estáis juntos!? –inquiere Kara.

Cuando Martín sale de su ensimismamiento, se fija en que Diego abraza a Diana por la espalda, y ésta se deja besar la mejilla con una amplia sonrisa.

-¿Qué pasa aquí? –pregunta Jorge, sorprendido.

-Debido a unos malentendidos, no os lo hemos contado antes. Pedimos disculpas y rogamos no se ofendan –Diana ríe ante la falsa formalidad en el tono de Diego.

-Llevamos un par de meses. Solo lo saben Dani y Diego. No lo queríamos contar para que la gente no sea cotilla.

-Poco han tardado –comenta Diego señalando con la cabeza a Cecilia y Alejandra, que les miran y murmuran disimuladamente.

-Se veía venir –se resigna Diana.

-Pero a nosotros podríais habérnoslo dicho. No habríamos cuchicheado sobre vosotros ni nada.

-Problemas técnicos, Kara. La lección, niños, es que la comunicación es la clave –responde Diego. Le da un beso en la cabeza a Diana y se marcha a su sitio.

-Awww –exclaman Martín y Kara al unísono.

-Qué monos, por favor –añade Jorge tomando asiento.

-Me alegro un montón por ti –le dice Martín a Diana, sentándose junto a ella.

-Gracias. A lo mejor un día estáis así Jorge y tú –susurra ella, sugerente.

-No me tires de la lengua.

-Tengo razón, ¿a que sí? Te gusta.

-No sé. No me líes.

-Chicos, dicen de secretaría que la profesora está en un atasco y llegará como veinte minutos tarde –anuncia Juanjo desde el marco de la puerta -. Pero que no os vayáis lejos que venir, viene –añade.

-Veinte minutos, madre mía. Me quiero morir –se queja Jorge echándose sobre la mesa. Kara ríe y le acaricia la espalda.

-Voy a la fuente. ¿Vienes? –le dice Martín a Diana, molesto de repente. Ella asiente, cómplice.

-¿Se lo vas a decir? –pregunta Diana mientras Martín bebe agua. Éste saca un pañuelo de papel del bolsillo para secarse la boca.

-Pero que no puede ser, Diana, que corté con mi novio hace quince días. ¡Dos semanas! Y llevábamos un año…

-A lo mejor te gustaba antes y no te habías dado cuenta. Como estabas con Jorge no te fijabas en… Jorge. Jo, qué lío de nombres. A lo mejor te gusta por el nombre, porque te recuerda a tu ex.

-¿Eso no es un poco retorcido?

-Ya. Paso demasiado tiempo con Diego.

-Tía, no me puedo creer que no lo contaras.

-Ya, lo siento…

-No, no quería decir eso. Es tu vida y tienes derecho a la intimidad. Pero se me hace raro, simplemente. A mí me lleva gustando Jorge durante una unidad de día y ya hemos tenido más conversaciones sobre esto que de lo tuyo.

-Así que ahora lo reconoces.

-¿Ves cómo me lías? Además, qué más da. Jorge no es gay.

-Igual es bisexual.

-Nos estamos inventando cosas para que haya una historia que no existe Diana, vamos a reconocerlo. Lo mejor va a ser que me olvide.

Martín recuerda sus propias palabras una y otra vez, maldiciéndose a sí mismo. Es la primera vez que no se concentra viendo una película. Solo puede pensar en Jorge, y en la conversación con Diana. Cuando la vio con Diego, se imaginaba a sí mismo con su amigo, como ella insinuó. Y cuando Kara le acarició la espalda a Jorge, le dieron escalofríos. No solo es absurdo porque ella tiene novio, sino que el hecho de que le den celos por una persona que le lleva gustando menos de 24 horas es completamente inverosímil. Pero, quizás, Diana tiene razón y le lleva gustando más tiempo, solo que nunca se lo había planteado.

Agarra un cojín y se cubre la cara con él, gritando frustrado. Entre alaridos de su propia voz, consigue escuchar el tono de su móvil. Para la película y descuelga rápidamente.

-¿Martín? –no puede ser.

-Hola, Jorge. ¿Qué pasa?

No ha contestado los mensajes de su ex en lo que lleva de día, y no tenía para nada planeado hacerlo. De hecho, de haber visto que era él quien llamaba, probablemente ni siquiera lo habría cogido.

Inmediatamente, se siente mal por ignorar a una persona que le ha importado durante tanto tiempo. Un año en edad adolescente equivale a un lustro adulto.

-¿Cómo estás? –tantea su ex.

-Yo bien… ¿Qué pasa? –repite.

-¿No te viene bien hablar? –Martín se da cuenta de lo apresurada que ha sonado su pregunta. Las dos veces.

-Perdona. Es que no esperaba una llamada tuya, sinceramente. Simplemente quiero asegurarme de que todo va bien.

-Sí, sí. Perdóname tú. Debería haberte avisado. Solo que… quería hablarte de una cosa. ¿Podemos quedar? –Martín suspira, algo exasperado.

-No quiero que te lo tomes a mal, pero preferiría no hacerlo.

-Ah –Jorge suena decepcionado. Martín empieza a sentirse la peor persona del mundo.

-¿No podemos hablarlo por aquí?

Martín espera lo que le parece una eternidad a que vuelva a sonar la voz de su ex en el teléfono, pues un largo silencio se ha apoderado de la línea.

-…¿volvemos?

Martín se queda en shock por un momento, sin saber qué responder.

La imagen de un envejecido Brad Pitt en El curioso caso de Benjamin Batton le mira fijamente desde la pantalla de la televisión. Por algún motivo, se le ocurre que Brad Pitt sabría qué contestar. Pero él no es Brad Pitt.

-¿Cómo? –es todo lo que se le ocurre.

-Lo he estado pensando, y creo que ha sido una tontería. Si no nos entendemos, deberíamos comunicarnos más, no romper de cuajo la relación. Hemos sido demasiado extremistas.

Martín se pasa la mano por encima de los ojos, sin saber si quiera qué pensar. El día de hoy se le ocurre saturado de emociones.

-Martín, yo… yo te echo de menos. Quiero volver.

No sabe de dónde saca la sangre fría. Quizás del cansancio que ha acarreado durante toda la mañana. O quizá es la única forma que se le ocurre para deshacerse de su ex. O, a lo mejor, el otro Jorge le interesa mucho más, y solo puede pensar en él cuando pronuncia dos secos y breves monosílabos.

-Yo no.


Capítulo 3 // Kara

So what de Pink comienza a sonar a todo volumen atravesando la pared de su dormitorio. Kara se frota los ojos con rabia y comprueba el reloj de su móvil, confirmando que aún quedaba media hora para que sonase el despertador.

Se plantea si vale la pena reñir a su hermano por poner la música así de alta tan pronto. Sin embargo, piensa que las nueve y media en un día laboral no se puede considerar temprano. Además, conforme su cerebro empieza a funcionar, se da cuenta de que el sonido sonaba más fuerte cuando estaba dormida. Decide perdonar a su hermano y culpar a las paredes tan finas de su piso para no empezar el día con mal pie y peleando.

No le sorprende encontrarse un par de mensajes de Lucas, su novio, dándole los buenos días. Le responde con un montón de corazones y caritas sonrientes. Después de dos años y cuatro meses saliendo con él, pensaría que no iban a hablar todos y cada uno de los días que pasaran juntos.

-Te prometo que te voy a mandar un mensaje de buenos días cada mañana –le aseguró hace cosa de un año, cuando Kara le transmitió su preocupación de entrar en monotonía y acabar cansándose el uno del otro.

-Eso tampoco hace falta –respondió ella, sonriente.

-Claro que sí. Pero me tienes que prometer que contestarás siempre. Aunque sean unos emoticonos o un sticker. Si alguno de los dos no lo hace, sabremos que algo pasa.

-Hecho.

El mensaje que no se esperaba era el de Jorge pidiéndole que almuercen juntos. Kara suspira, sin tener muy claro qué debería hacer.

No puede negar que, desde verano, Jorge ha dejado de ser simplemente un amigo. Y él ha dejado claro que ella tampoco puede considerarse meramente una colega. Pero tampoco quiere cortar con Lucas. Le sigue queriendo, y lo último que querría es herir sus sentimientos. Aparte, no sabe cómo funcionaría una relación con Jorge. Son muy diferentes e iguales al mismo tiempo. Por no hablar de lo raro que sería salir con uno de los mejores amigos de tu novio.

Fue pura casualidad que Jorge estudiara durante un año la misma carrera que su novio antes de cambiarse a la actual. De no ser por Química, Kara y él probablemente ni se habrían empezado a juntar en clase. Como se conocían de antes, y empezar en un sitio nuevo sola da un poco de miedo, lo primero que hizo al entrar en la facultad el primer día de carrera fue buscarle.

-Espero que no te importe –le dijo ella.

-Qué va. Si yo soy súper tímido, me daba mucha cosa tener que ponerme a hablar con todo el mundo para hacer amigos. Aparte, que me caes genial, así que molestia cero.

En ese momento, Kara sonrió agradecida. Ahora no está segura de si habría sido mejor ir cada uno por su cuenta.

Le responde que sí comerá con él, decidida a dejarle claro que Lucas es demasiado importante para ella, y que tienen que volver a ser solo amigos.

-Qué bien que te hayas despertado antes –comenta Lucas inundando su tostada de aceite.

-Ya, bueno. Yo no estoy tan contenta. Pero ya conoces a mi hermano –responde Kara dándole un mordisco a su sándwich de queso fundido.

-Bueno, pero el lado bueno es que así podemos desayunar juntos.

Lucas le acaricia la mano con ternura. Ella sonríe derritiéndose por dentro.

-Sí, eso sí. Eh, que me llenas de aceite –exclama Kara echando un vistazo al dorso de su mano.

-Perdona –ríe él, tendiéndole una servilleta.

Mientras ella está ocupada peleándose con varios pedazos de papel para deshacerse de esa sensación pegajosa de aceite de su mano, su móvil emite un pitido. Su novio cambia la sonrisa de su expresión por un ceño fruncido cuando mira la pantalla.

-Kara, ¿me estás engañando con Jorge?

Ella abre los ojos alarmada y coge rápidamente su teléfono para comprobar de qué se trata. En él aparece un mensaje de su amigo diciéndole que se muere por verla, y aún más por besarla.

-No, no, no, no. Es una broma. Jorge siempre hace ese tipo de bromas –balbucea ella con los engranajes de su cerebro girando a toda prisa.

-¿Sí? ¿También le hace esas “bromas” a Martín y a Diana? –contraataca Lucas con escepticismo.

Kara duda unos segundos sobre qué responder, lo que su novio interpreta como una respuesta negativa. Lucas empuja su silla hacia atrás bruscamente y comienza a marcharse.

-¡Lucas, espera! Te juro que no hay nada entre nosotros. Te juro que no nos hemos besado ni nada de nada.

-¿Y por qué no lo habéis hecho? –grita él, exaltado.

-¡Porque no quiero hacerte daño!

Él se queda paralizado durante un momento, el mismo en que ella maldice entre dientes por lo mal que ha sonado esa frase.

-Así que quieres hacerlo –afirma Lucas en voz baja.

-No me refería a eso.

-Pero es verdad.

-No, escucha. Yo te quiero, ¿vale?

-Sí, pero a él también.

-¡No, claro que no! Le quiero como amigo, ya está.

-Kara, necesito que seas completamente sincera conmigo ahora mismo. Ya sabes que me molesta más una mentira que una verdad que duela –pide él, apoyando las manos sobre el respaldo de la silla que ha dejado previamente vacía -. ¿Sientes algo por Jorge?

Le gustaría decir que no. Le gustaría decir que su novio es el único chico que tiene espacio en su mente. Pero sería mentira. Y sí que sabe lo que Lucas odia las mentiras.

Tras unos segundos en silencio, éste asiente y se marcha.

-Hola, Oliver.

-Hola, Viri.

Las voces cantarinas de sus compañeros le hacen volver a la tierra. No tiene ganas de hablar con ellos, así que se dirige a clase por el pasillo paralelo al que ellos han entrado, aunque más largo.

Ha terminado de desayunar y llegado a la universidad sin apenas darse cuenta. La distinción entre un zombie y ella es mínima en esos momentos. No se puede creer que Lucas haya sido tan frío. Nunca habían discutido sobre algo tan serio. Ni siquiera está segura de que sigan juntos.

Justo aparecen en el pasillo Martín y Diana conversando, y Jorge unos pasos detrás de ellos, como si no se hubieran dado cuenta de que está allí.

De repente, un pequeño ataque de pánico la sobrecoge. ¿Cómo se supone que va a sobrevivir a toda una mañana de clase? Lo último que me apetece es hablar con nadie, y menos aún sentarse junto a Jorge. Si alguien le hiciera la misma pregunta pronunciada por Lucas minutos atrás sobre si tiene algún sentimiento por su amigo, la respuesta ahora sería rabia. Le enfada verle, atribuyéndole el enfado de su novio y, en definitiva, su incapacidad de tener el cien por cien de su corazón en Lucas.

Conforme se acerca, comienza a escuchar la conversación de sus amigos, que hablan en voz un poco alta. Parecen un poco exaltados, pero no da la sensación de que estén peleando. Se acerca un poco más, pero manteniendo una distancia de seguridad que le permita no tener que sumarse a la charla.

-¿Entonces estás seguro? –inquiere Diana, algo sorprendida.

-Estoy bastante seguro de que me gusta Jorge –responde Martín.

-Qué, ¿no has superado a tu ex? –interviene Jorge.

Martín y Diana se giran de golpe, abriendo mucho los ojos, como si fueran dos niños a los que les han pillado haciendo travesuras.

Diana encuentra a Kara con la mirada. Ésta última le hace señas para averiguar qué ocurre. Su amiga aprieta ligeramente los labios en respuesta. Kara se fija en Martín, con el rostro color rojo fuego y sin quitarle ojo a Jorge. No le resulta complicado sumar dos y dos.

-¿Qué pasa? –se extraña Jorge, como si la cosa no fuera con él.

-Sí que he olvidado a mi ex… -pronuncia Martín muy despacio.

-Pues qué bien, ¿no?

-Cuando he dicho Jorge… –continúa Martín, ante la incapacidad de Jorge para pillar indirectas –me refería a ti.

Parece como si todo el pasillo permaneciera en silencio. Kara abre la boca en un gesto involuntario y se la tapa con la mano. Aunque ya había supuesto lo que pasaba, lo último que se esperaba es que su amigo se declarase allí mismo.

Diana coge la mano de Martín. Este no puede dejar de observar fijamente el suelo.

-Oh –se limita a reaccionar Jorge.

La chica siente deseos de gritarle y zarandearle. Está claro que a Martín le ha costado la vida decir eso, y él actúa como si nada.

-Yo… solo quiero que seamos amigos. No es nada personal, es que a mí me gusta otra persona.

Kara siente como si un puñal le atravesara la espalda, sabiéndose de esa persona. Martín asiente sin mirarle, suelta la mano de Diana de sopetón y sale corriendo por el pasillo por donde entró. Jorge observa cómo se marcha, mira al suelo y se dirige a la puerta de la clase.

-No me puedo creer que no vaya tras él –susurra Kara para sí misma.

Su mirada y la de Diana coinciden y, sin necesidad de mediar palabra, echan a correr siguiendo los pasos de Martín.

Tras buscar por la cafetería y los baños, se lo encuentran cerca de la copistería, entre el edificio y el aparcamiento. Su facultad tiene una distribución un poco extraña. Aun estando en el segundo curso de carrera, a veces se pierde intentando encontrar según qué aulas. Sobre todo, si es alguna clase que no haya pisado hasta la fecha.

Se le rompe el alma en pequeños trozos cuando ve a Martín llorando angustiado. Le recuerda a un niño teniendo un berrinche y que tiene dificultades para respirar y llorar al mismo tiempo.

Cuando su amigo se da cuenta de la presencia de ambas, se restriega los ojos con el dorso de ambas manos en el intento de secar las lágrimas, esfuerzo inútil puesto que continúan naciendo sin parar.

Diana y Kara se sitúan a cada lado de Martín, enganchando uno de sus brazos a los suyos, y lo guían hasta un banco insertado en mitad de la zona de césped, como si fueran a hacer un picnic.

Una clase se dedica a fotografiarse los unos a los otros corriendo por la zona. Kara recuerda esa clase, en la que había que hacer un barrido. Ellos cuatro se dedicaron a saltar del mismo banco en el que ahora se sientan para conseguir una imagen congelada.

-Estoy siendo una drama queen. Sé que no es para tanto –se excusa Martín, todavía algo alterado.

-Cariño, has tenido los huevos más grandes de toda España ahí dentro. Yo creo que tienes derecho a llorar si te apetece –responde Diana.

Esa clase de bestialidad ya no sorprende a Kara después de saber que su amiga sale con Diego. Le llamó mucho la atención cuando se enteró, no por la relación en sí, sino porque no se lo hubiera dicho. Ahora también resulta que a Martín le gusta Jorge, y eso tampoco lo sabía.

Se da cuenta de que no son tan transparentes como pensaba que eran. Siempre se enorgullecía de su grupo de amigos de la facultad por la confianza que tenían unos con otros. Aunque ella tampoco puede hablar de sinceridad, cuando Jorge y ella tampoco les han contado lo que les estaba pasando.

-Aparte, que le guste alguien no significa que tenga algo con esa persona. A lo mejor, si insistes un poco… -sugiere Diana.

-¿Tú sabes algo? –le pregunta Martín con ojos llorosos.

-¿Yo? –se alarma Kara.

-Tú eres más cercana a Jorge.

-Bueno, no te creas… Yo no sé nada. Lo siento.

Martín se le asemeja a un perrito al que le niegan otra galleta de premio. Kara echa una mirada hacia el edificio, como si pudiera convocar a Jorge de ese modo. Si él estuviera aquí, consolando a Martín, igual todo esto podría quedarse en una simple anécdota. Aún no se cree que entrara en clase sin más.

-Yo creo que va a ser mejor dejarle en paz.

-¿Seguro? –pregunta Diana, frunciendo el ceño, acariciando la espalda de Martín.

-De todas formas, acabo de terminar una relación. No tengo fuerzas para perseguir a alguien, sinceramente. Además, llevo poquísimo tiempo con un crush en Jorge –explica su amigo, con el rostro sin lágrimas por primera vez desde que se sentaron –. Seguramente funcionamos mejor como amigos.

-¿Pero vais poder seguir siéndolo? –inquiere Diana, extrañada.

Kara exagera una mirada cargada de significado hacia su amiga. Señala a Martín con los ojos, mostrándole a un chico completamente confuso.

-¿He… estropeado el grupo?

-Claro que no. Esto no es culpa tuya, ni de nadie, y estoy convencida de que en un par de días esto se va a olvidar, y todo volverá a ser como antes –asegura Kara.

-¿Tú crees? –la triste sonrisa que esboza Martín le termina de romper el corazón.

-Te lo prometo.

Kara rodea a Martín con el brazo y este apoya la cabeza en su hombro. Diana se queda con la mirada perdida, pero Kara no tiene fuerzas para lidiar con dos depresiones a la vez. Un drama al día, como máximo.

-Me voy a ir a casa. Lo último que me apetece es entrar en clase.

-Eso no me apetece ni a mí, y no me acaba de rechazar el chico que me gusta –comenta Diana, distraída.

Ante la sorpresa de Kara, que iba a volver a hacerle señas a Diana para que dejara de meter la pata, Martín se ríe.

-¿Queréis venir a casa? Podemos ver una peli.

-Por mi sí.

-Yo creo que voy a quedarme –informa Kara -. Igual sería buena idea hablar también con Jorge.

Martín asiente. Diana la mira con expresión interrogante, pero Kara se limita a levantarse, evitando más preguntas. Les tiende ambas manos a sus amigos para ayudarles a ponerse en pie. Justo en ese momento, un chico perteneciente a la clase de fotografía pasa a su lado corriendo. Ellos intentan protegerse de la inminente caída, pero acaban cayendo igualmente, lo que provoca un ataque de risa que calma el ambiente.

Kara se despide agitando la mano mientras ellos comienzan a alejarse de la facultad. Cuando se han perdido de vista, se lleva las manos a la cabeza y resopla. Vuelve a mirar al edificio, buscando fuerzas para enfrentarse a las circunstancias.

La profesora le hace señas desde el interior de la clase para indicarle que entre. Ella se había quedado mirando a través de la ventana, comprobando si había acabado la hora. Abre la puerta maldiciendo su suerte, puesto que llegar tarde significa que todo el mundo te mire fijamente, como si se preguntaran qué has estado haciendo.

Ni siquiera planeaba asistir a clase. Había pensado en esperar al intercambio para poder hablar con Jorge, y después marcharse a casa. Aprovechando que no le queda otra alternativa, se sienta a su lado.

El chico la mira, atento, pero ella rechaza su mirada. No media palabra con él hasta que la profesora decide poner un vídeo de quince minutos de duración.

-No me puedo creer que hayas entrado en clase.

-¿Y qué se suponía que debía hacer?

-No sé. ¿Seguirle, como hemos hecho Diana y yo, como haría cualquier amigo? –susurra Kara a gritos.

-¿Y qué le digo? “Lo siento, Martín, la que me gusta es Kara”.

-No se trata de eso.

-¿Y de qué se trata?

-Se trata de que tienes un amigo que acaba de sufrir una ruptura, y en cuanto pasa página se encuentra con que el chico que le gusta, que resulta ser su mejor amigo, le rechaza y seguidamente le ignora.

-No le he ignorado. He pensado que sería violento seguir la conversación. Creo que lo mejor es que esté un rato solo y se olvide de esto.

-¿Eso es lo que crees que va a pasar? ¿Que simplemente se va a olvidar de todo?

-Eso espero.

Kara rueda los ojos y se cruza de brazos, rechistando. Jorge sigue con los ojos fijos en ella, como si la respuesta al problema estuviera escrita en el cristal de sus gafas.

-Eres un insensible.

-Sinceramente, no te entiendo. ¿Qué quieres, que salga con Martín? Con quien quiero salir es contigo, Kara.

-¡Pues yo no quiero salir contigo, Jorge! –grita ella, desesperada, poniéndose en pie.

La chica coge rápidamente la mochila y sale de clase, mientras Jorge intenta taparse la cara disimuladamente, en un intento fallido de que toda la clase deje de mirarle.

 

Capítulo 4 // Lucas

-¡Joder!

El chico estampa sus puños contra la pared del baño de los chicos, agrietando levemente uno de los azulejos grises.

-Tío, ¿estás bien? –pregunta una voz desde fuera de su cubículo.

-Sí –consigue articular entre alaridos, intentando calmar su voz.

Lucas se sienta sobre la tapa del retrete, atento a las pisadas del chico de fuera, hasta que deja de escucharlas, confirmando que se ha marchado. Apoya su frente en las palmas de las manos, reposando los codos sobre las rodillas.

Levanta la cabeza y mira al techo, aguantando las lágrimas. Cuando devuelve la vista hacia abajo, se da cuenta de que le sangran los nudillos.

-Mierda –maldice entre dientes.

Junta su oreja a la puerta a modo de espía, esperando que el silencio confirme su soledad. Abre la puerta lentamente y mira a ambos lados, en una última comprobación.

El espejo le devuelve una mirada que solo puede definirse como agotada. El frio del agua del grifo le alivia el dolor que emana del dorso de ambas manos, pero provoca que la sangre se descontrole. Cuando se estira para coger un poco de papel para secárselo, se da cuenta de que se ha manchado la frente, decorada ahora con una ráfaga de color rojizo. Por algún motivo, esa mancha capta su atención, casi hechizándole. Dirige su mirada a las heridas de sus nudillos. Lentamente, moja el dedo índice de la mano derecha en su propia sangre y se restriega la sustancia dibujando dos líneas rojas en cada mejilla. Vuelve a mirarse en el espejo. Sabe que debe verse absurdo, y que probablemente la gente va a pensar que está loco. Pero algo le hace dejárselo sin limpiar. Recoge su mochila del suelo con decisión y sale del baño.

Tal y como había previsto, los estudiantes en la facultad de Química se quedan mirándole cuando pasan a su lado. Pero Lucas no tiene ojos para ellos. La rabia es lo que le mueve a caminar por esos pasillos sin plantearse lo que hace.

Si hubiera sido por él, habría entrado en la facultad de Comunicación sin pensárselo dos veces. Sin embargo, la poca cordura que le queda consigue mantenerle fuera del edificio. Se descubre esperando dos horas enteras apoyado en una de las columnas que preceden al edificio. No obstante, el enfado que le corroe no hace amago de desaparecer.

Cuando, al fin, Jorge atraviesa la puerta, le sorprende su propio sobresalto. Ha estado esperando allí suficiente tiempo para convencerse de lo que va a hacer, pero al ver a su amigo todo cambia. Por un momento, se queda petrificado, observándole. Jorge se da cuenta de su presencia y se acerca a él.

-¿Lucas? ¿Qué te ha pasado? –le pregunta señalando su cara.

-Me has pasado tú –responde en voz baja.

-¿Qué?

-Que te alejes de mi novia –la rabia retorna poco a poco, haciéndole olvidar que Jorge solía ser su amigo.

-Ay, dios mío. Otro drama no. Yo solo quiero irme a casa.

-Te dejaré irte a casa. Si me confirmas que entre Kara y tú no hay nada.

Jorge mira hacia otro lado, suspirando. Los ojos de Lucas se abren ampliamente.

-Así que tenía razón. No era una broma. Me está engañando contigo.

-No, no. A ver. No te está engañando. No ha pasado nada, te lo juro –se apresura a responder Jorge, enseñándole las palmas de ambas manos, como si fuera un tigre hambriento al que intenta calmar para que se aleje de él.

-Pero tenéis un rollo raro, ¿no?

-No es como un rollo… Simplemente nos gustamos. No te voy a mentir porque eres mi colega. A mí Kara me gusta muchísimo.

-Si fueras mi colega no irías detrás de mi novia –ataca Lucas, sintiendo una gran rabia subiendo por su pecho -. Serás capullo…

-Pero ella no te quería dejar. Hoy mismo me ha soltado que nunca saldría conmigo.

-¿En serio? –pregunta, extrañado.

-Te lo puede confirmar toda la clase.

Lucas frunce el ceño. Anunciar algo así a los cuatro vientos no suena como algo propio de Kara. Quizá no conoce tanto a su novia como creía. O quizá ha cambiado y él no se ha dado ni cuenta. De repente, siente que toda la culpa es suya.

-¿Sabes? Creía que éramos amigos.

-Podemos seguir siéndolo –Lucas ríe sarcásticamente ante la respuesta de Jorge.

-Tío, me he peleado con mi novia por tu culpa. Probablemente, no pueda volver con ella porque ya no me fio de si mientras habla conmigo le están llegando mensajes tuyos diciéndole que quieres verla y no sé qué más mierdas. ¿En serio piensas que podemos ser colegas? ¿Que siquiera puedo mirarte a la cara sin odiarte?

-Lo siento, Lucas.

-No. Yo lo siento, Jorge.

Antes de darse cuenta de lo que hace, su puño ya ha incidido en la mejilla de Jorge. La diferencia tanto de altura como de musculatura provoca que el que solía ser su amigo caiga al suelo.

Lucas no se molesta en comprobar lo que ha hecho. Simplemente se da la vuelta y se marcha.

-Lucas, salgo a comprar. ¿Quieres algo? –pregunta su madre desde la puerta de entrada.

-No, gracias –responde éste desde el baño.

Cuando escucha la puerta cerrarse, resopla aliviado. Ha conseguido evitar que su madre lo viese. Había olvidado por completo que aún tenía su propia sangre en la cara, como un psicópata, por no hablar del estado de sus puños. Sobre todo, del utilizado en la agresión a Jorge. En el camino a casa, su mano derecha compartía bastante parecido con un tomate muy grueso.

Rebusca en el cajetín de los medicamentos y saca, triunfal, unas vendas. Se limpia la cara con agua y jabón, ayudado de una toalla. Se cura las heridas de los nudillos con alcohol y se las venda. No es la primera vez que le pasa algo similar. Siempre ha tenido problemas para controlar la ira, y cuando sucede algo que le enfada mucho, acaba encontrándose agrediendo a la pared más cercana.

Aprovecha que ha abierto la nevera para coger un paquete de guisantes que poder apoyar en su mano para aplicar frío y coge un refresco. Le sorprende lo tranquilo que se encuentra. Ninguna pared había sido nunca tan satisfactoria para desahogarse como ha resultado ser la cara de Jorge. Se pregunta si sus gafas habrán sobrevivido, e inmediatamente le sorprende ese raro interés.

A las dos semanas de empezar la carrera de Química, Jorge ya estaba quejándose de los estudios. Se conocieron en los primeros días de clase y empezaron a estar en el mismo grupo de amigos rápidamente, siendo los más cercanos.

-Es que no estoy seguro de que esto sea lo que me guste.

-Tío, no llevamos ni un mes. No has dado tiempo ni a que se termine el primer tema de ninguna asignatura.

-Ya, pero… No sé. Simplemente, lo siento. Algo me dice que esta no es la carrera adecuada para mí.

Tuvieron conversaciones similares durante mes y medio más, hasta que Jorge tomó su decisión.

-Me alegro que por fin sepas cómo encaminar tu vida, pero por aquí te vamos a echar en falta –le comentó Lucas cuando Jorge finalmente le contó que se marchaba.

-A ver, saber no lo sé, porque no sé qué voy a hacer ahora. Solo sé que esto no. Y yo también os echaré de menos, pero podemos quedar fuera de la universidad.

-¡Pero si siempre estás ocupadísimo!

-Sin estudiar nada supongo que podré sacar algo de tiempo.

Sin embargo, Jorge siguió estando ocupado, esta vez sacándose el carnet de conducir y con clases de piano.

-Eres como un tiburón. ¿Sabes que los tiburones tienen que estar siempre en movimiento, que si no se mueren? –le dijo Lucas en broma.

-Eso te lo estás inventando.

-Que no, que lo vi en Phineas y Ferb.

-De todas formas, yo soy demasiado inofensivo para ser un tiburón. Sería más bien un salmón o algo así.

-O un chanquete.

Jorge le tiró un cojín a la cara de Lucas, riéndose. Éste se cubrió con un brazo, fingiendo un escudo.

-¿Y esa violencia? Sí que eres un tiburón.

El sonido del timbre saca a Lucas de sus pensamientos. Se levanta dejando el paquete de guisantes sobre la mesa del salón.

-Hola.

-¿Qué haces aquí?

-¿Por qué te sorprendes tanto?

-¿Te acuerdas de cuando esta mañana hemos peleado y prácticamente roto?

Kara pone los ojos en blanco. Lucas se hace a un lado para dejarle entrar en el piso. La chica llega al salón y señala el paquete de guisantes.

-Sabes que eso lo tienes que cocinar, ¿verdad?

Lucas le muestra una sonrisa falsa y estira el brazo para recoger el paquete. Kara le agarra el brazo a mitad de camino, fijándose en su mano derecha.

-¿Qué has hecho?

-Digamos que la pared del baño de la facultad no se va a atrever a volver a mirarme mal.

-Lucas…

-Oye, no estoy orgulloso, ¿vale? Pero es lo que hay.

Kara se muerde el labio inferior mientras examina la herida. Lucas aparta la mano y vuelve a aplicarse el frío de los guisantes sobre ella.

-¿Qué quieres, Kara? –pregunta Lucas sentándose en el sofá. La chica deja su bolso en el suelo y toma asiento en una silla frente a él.

-¿Por qué estás tan borde conmigo?

-Ah, pues no sé. Será que no me gusta que mi novia se enamore de otro. Una manía que tengo –responde Lucas con una sonrisa irónica.

-Yo no estoy enamorada de Jorge.

-Pues qué bien lo disimulas…

-Oye, es él quien está tras de mí. Vale, admito que a lo mejor yo he estado un poco confusa, pero hoy me he dado cuenta de que no quiero estar con él. Yo quiero estar contigo, Lucas.

-Pues a lo mejor no lo quiero estar contigo.

Kara lo mira con una mezcla de confusión y decepción en el rostro. Lucas aparta la mirada.

-De todas formas, no creo que debas querer salir conmigo.

-¿Por qué dices eso?

-¿Sabes por qué mi mano derecha está mucho peor que la izquierda? Porque la pared del baño no ha sido lo único que he pegado hoy, Kara.

-¿Qué has hecho?

-No puedo decir que me arrepienta, pero sé que está mal, y juro que no volverá a pasar ni con él ni con nadie.

-¿Qué has hecho, Lucas? –inquiere Kara en tono imperativo.

-Le he pegado a Jorge.

-¿Que has hecho qué? ¿Estás loco o que te pasa? –grita Kara levantándose de golpe de la silla.

-Probablemente… -murmura Lucas.

Kara da vueltas por la habitación entre resoplidos cual animal enjaulado. Lucas la observa con calma mientras da pequeños sorbos a su refresco.

-¿Me puedes explicar cómo estás tan tranquilo? –reclama Kara, exaltada.

-Porque creo que se lo merecía. Y, de repente, no me preocupa en absoluto lo que pienses de mí.

-¡Estás enfermo, Lucas! Y te lo dije el primer día que nos conocimos.

-¿Y por qué empezaste a salir conmigo, entonces?

-Yo qué sé. A lo mejor yo también estoy enferma –contesta Kara con unos toques de histeria.

Lucas ya conoce esa escena. La han vivido muchas veces. Nunca le había agredido a algún amigo de Kara, pero sí que se había hecho polvo el puño a causa de otras superficies, algunas de ellas humanas.

El día que se conocieron fue la primera. Los presentó un amigo de él. Siempre les pareció un poco cliché que esa fuese su historia, puesto que la mayoría de la gente se conoce por presentaciones de terceros.

-Esta es mi prima, Kara.

-Hola –sonrió la chica, tendiéndole la mano.

-Qué tal –devolvió Lucas la sonrisa, estrechando su mano. Por algún motivo, no conseguía apartar la vista de los ojos color miel de Kara.

Pasaron la mayor parte de la noche en un pub hablando prácticamente todo el tiempo. En alguna ocasión su amigo dejó caer que Kara estaba soltera.

-¿No te molestaría que saliera con ella? Es tu prima.

-Lo de la mierda esa de que la familia no se toca es una gilipollez. Eres un tío legal. Prefiero que esté contigo a que esté con cualquiera de estos subnormales –comentó su amigo, señalando a los chicos de su alrededor.

Lucas le tomó la palabra y, en cuanto se quedaron a solas, le pidió el número. Ella parecía dispuesta a quedar otro día, y a no marcharse pronto. Sin embargo, un chico mayor que ellos truncó sus planes, intentando que Kara bailase con él a pesar de que ésta le había dejado claro su negativa.

-Tío, te ha dicho que no. Déjala en paz –le ordenó Lucas, interponiéndose entre ambos.

-No pasa nada –le dijo Kara.

-¿Qué eres, su novio? –respondió el chico, arrastrando las palabras a causa del alcohol -. Yo no soy celoso –añadió mirando hacia la chica.

-Márchate, por favor. Te he dicho que no quiero bailar –intervino Kara, intentando mostrarse firme.

-¿Y por qué no? –atacó él, agarrándola del brazo. Ella intentó zafarse sin éxito. El chico parecía cada vez más agresivo

-¡Suéltame!

Lucas lanzó su puño sin pensarlo a la cara del chico. Kara se llevó ambas manos a la boca. Los guardias de seguridad tuvieron que intervenir, acompañándolos fuera del establecimiento. Mientras ellos se sentaban en un bordillo en silencio, contemplaron cómo la ambulancia se llevaba al chico. Kara lloraba sin mediar palabra, y Lucas no sabía qué hacer ni decir.

Pero, sorprendentemente, Kara aceptó que siguiera en pie la idea de quedar en otro momento. Y de alguna forma acabaron saliendo juntos.

Lucas mira a su ex novia reflexionando lo poco que se la merece. Se acerca a ella y la abraza lentamente, a la espera de que ella lo aparte. Como era de esperar, no lo hace, puesto que el corazón de Kara abarca mucho más que la ira de Lucas, y siempre acaba perdonándole.

-Lo siento –le susurra dándole un beso en la frente.

Kara se aferra a él y una lágrima recorre su mejilla, como si ella también estuviera rememorando el primer día de lo que ahora es el último.

 

Capítulo 5 // Jorge

-Te has mareado por la caída, pero no tienes ninguna contusión ni nada grave. Lo peor que te puede salir es un chichón en la parte posterior de la cabeza. Aplícate frío en la herida y en un par de días estarás como nuevo.

Jorge le sonríe a la enfermera en señal de agradecimiento, que se marcha devolviéndole la sonrisa.

-Sabes que los puños nunca son la solución.

-Yo no le he pegado, mamá. Ha sido él.

Jorge se lleva la mano a la nuca, arrepintiéndose al instante de esa decisión puesto que el dolor aún le palpita.

-¿Seguro que era Lucas? Con lo bueno que es…

-Sí, buenísimo. Tan bueno como para venir a mi facultad a partirme la cara.

-Seguro que has hecho algo para provocarle.

-¿Ahora le justificas? ¿No decías que la violencia no es la solución?

-Y no lo es. Pero si ha recurrido a ella, será porque había algo que solucionar.

Jorge suspira poniéndose en pie con parsimonia. Recoge la chaqueta y la mochila del suelo y le hace gestos a su madre para que se levante de la silla.

-¿Podemos ir a casa, por favor?

Su madre hace una mueca y accede a su petición.

No se atreve siquiera a abrir Whatsapp. Las notificaciones le hacen saber que sus chats están ardiendo, y que no son pocos. No tiene ni ganas ni tiempo para lidiar con todos. Ni siquiera entiende cómo ha pasado de tener una vida de lo más normal y aburrida a que, en un solo día, se haya convertido en el malo de la película, de varias de hecho, y en el showman de la universidad.

Cuando suena el timbre de la puerta principal, Jorge reza mentalmente para que sea la vecina pidiendo azúcar.

-¡Jorge, tu amigo ha venido a verte! –informa su madre desde la entrada.

-¡Voy! -responde mientras se tapa los ojos y resopla.

-¿Qué has hecho con tus gafas? –una ola de alivio invade el cuerpo de Jorge cuando comprueba que la persona esperándole en la puerta es Oliver.

-Me las ha roto… ¿te has enterado de lo que me ha pasado hoy?

-Algo he oído. Pero los detalles nunca sobran.

Jorge cierra la puerta tras de sí, avisándole a su madre de que se dispone a bajar al patio del recinto donde viven. En invierno la puerta de entrada a la piscina está cerrada, pero como nadie vigila Oliver y él suelen colarse para poder sentarse en el césped. Llevan haciendo eso durante un par de años, pero se conocen desde niños. La posibilidad de que su amigo y vecino de toda la vida, un año mayor, y él coincidieran en la misma clase de universidad era prácticamente nula, y sin embargo los planetas se alinearon para que sucediera. No obstante, en la facultad cada uno tiene su grupo de amigos, y la relación en casa y en la universidad son bastante diferentes.

-¿Quién era ese tipo? El que te ha pegado.

Oliver salta la valla de la piscina con cierta facilidad. Jorge le imita, más ágil aún. La costumbre ha conseguido que su falta de ejercicio no se interponga entre la piscina y ellos.

-Lucas. El novio de Kara.

-¿Y eso? ¿A qué obedece el puñetazo? ¿No eráis amigos?

-Éramos –recalca Jorge tumbándose en el césped junto a su vecino, que permanece sentado.

-¿Qué has hecho?

-¿Por qué asumes que la culpa es mía?

-Porque eres tú el que tiene el ojo morado.

-¿Se me nota mucho? –pregunta llevándose los dedos a la herida. Un fuerte escozor le asalta con solo rozar el moratón.

-Bueno. Puedes intentar quemarte la otra mejilla y así compensas.

-Qué pereza aparecer así por clase mañana. En realidad, aparecer en general. Hoy he dado demasiado el espectáculo.

-¿Qué ha pasado?

-¿No has ido?

-He pasado. Para las asignaturas que había…

-Entonces mejor no te lo cuento. Voy a disfrutar de que al menos una unidad de persona no me mire como si estuviera loco. Aunque creo que Kara ha quedado peor…

-¿Me vas a contar ya qué ha pasado?

-Me gusta Kara.

-¿Kara?

-Sí, y yo le gusto a ella. Bueno, no sé si eso sigue en pie después de que en mitad de clase me soltara que no quiere salir conmigo. Ala, te lo he acabado contando.

-¿Y por qué eso ha sido un espectáculo?

-Porque lo ha dicho chillando, de pie y todo el mundo estaba en silencio.

-¿Kara? –pregunta Oliver, extrañado -. No suena a ella. Vamos, no me la imagino.

-Pues imagínatelo porque ha pasado.

-Ostias, tú. Qué hardcore.

-Ya. Pues después de ese bello momento, cuando por fin creía que iba a volver a casa, me encuentro a Lucas con sangre en la cara, los nudillos en carne viva y una vena a punto de atravesarle el cuello.

-¿Sangre en la cara?

-Real. No quiero saber qué había estado haciendo. El caso es que, antes de clase, le mandé un mensaje a Kara un poco… comprometido.

-Y él lo leyó.

-A mi pesar, sí.

Oliver levanta las cejas mirando a la nada, asintiendo, como si estuviera asimilando toda la información. Jorge se tapa los ojos con un brazo, evitando que le dé el sol directamente en la cara. Respira profundamente, dejándose oler el aroma de césped recién cortado, en un intento de olvidarse de todo lo ocurrido por la mañana. Nota la mano de su amigo acariciando su pelo, lo cual le ayuda a relajarse.

-Ojalá me gustase Martín. Sería más fácil.

-Aquí sí que me he perdido.

-Hoy ha sido un día denso. Antes de todo esto, Martín me ha dicho que le gusto.

-¿No tenía novio?

-Cortaron hace poco.

-Vaya. No creía que fueras tan rompecorazones.

-Ja, ja.

-Pensándolo bien, en realidad no me extraña. Quiero decir, eres bastante genial. Normal que tengas tanta gente detrás.

Jorge no se atreve a quitar el brazo de la cara, porque no tiene claro a qué se refiere con eso, pero han sido demasiadas emociones en el día como para lidiar también con posibles sentimientos de Oliver. Nunca había pensado en él de esa manera. Siempre ha tenido la idea de que, con la gente que conoces de toda la vida, no hay posibilidades de cambiar la relación que tienes con ellos.

De pequeños, solían odiarse. Es curioso cómo las mejores relaciones empiezan con personas que no se soportan, y eso es exactamente lo que le ocurría a Jorge con su vecino. Solía estar seguro de que Oliver lo trataba con superioridad porque era mayor. Ahora no se nota la diferencia, pero cuando uno está en primaria y el otro ya ha pasado a la ESO, parecen dos mundos diferentes.

-Jugar al escondite es de niños, Jorgito. Yo ya soy mayor –decía un Oliver de doce años.

-¡Y yo también!

-Pues a lo mejor te tendrías que empezar a comportar como tal.

Jorge siempre acababa con un berrinche, acudiendo a su madre. Sin embargo, ésta lo que solía hacer era precisamente alentarle a juntarse con su vecino.

-Oliver es muy buen niño, Jorge. Yo creo que os lo podéis pasar muy bien. Y viviendo en el mismo recinto va a ser muy fácil salir a jugar siempre que os apetezca.

-Pero mamá es que siempre se está metiendo conmigo –se quejaba Jorge, cruzándose de brazos. En esos momentos se comportaba de la misma manera infantil que Oliver le acusaba de ser.

-Seguro que lo has entendido mal. Oliver es muy listo. A lo mejor no le has entendido bien.

-Vamos, que yo soy tonto, ¿no?

-Sabes que no quiero decir eso. Pero él es más mayor. Y lee mucho –replicaba su madre cada vez que salía la conversación. Siempre recordándole a Jorge que él era el pequeño -. Intenta ser amigo suyo. Ya verás como aprendes mucho de él y a la vez os lo pasáis genial.

Cada vez que le argumentaba con esa frase, a Jorge le daba la sensación de que su madre le estaba intentando vender un videojuego educativo.

Con el paso de los años, empezaron a entenderse, estrechándose la poca diferencia de edad que, a priori, parecía un abismo. Para la época en que ambos estaban en bachillerato, eran prácticamente mejores amigos.

-Es que… te tengo que decir una cosa. No se lo he dicho a nadie –le dijo Oliver en tono confidente. Ambos estaban escondidos entre las plantas del jardín junto a la piscina, teniendo cuidado de que nadie los viese.

-¿Qué pasa? –inquirió Jorge desconcertado, preguntándose a qué se debía tanto secretismo.

-Soy bisexual.

Jorge no supo qué responder. No porque no se lo esperase, o porque lo viera como algo malo. Todo lo contrario. Pero, aunque él maduró algo tarde, desde una edad temprana tuvo claro que las etiquetas no eran algo que le convenciese. Es decir, nadie anunciaba que era heterosexual. ¿Por qué se debía informar de lo demás? Por eso, no tuvo mucho que responder al anuncio de Oliver. Simplemente sentía que no era de su incumbencia.

-Vale.

Oliver se quedó mirándole. Inmediatamente, Jorge pensó que se iba a enfadar con él por darle una respuesta tan escueta y seca ante tal sinceridad. No obstante, Oliver sonrió aliviado.

-Gracias.

-¿Por qué?

-Por tomártelo bien. O sea, me imaginaba que no lo ibas a tomar mal, pero me gusta tu… indiferencia.

A partir de ese momento, Oliver no se ocultó más, e incluso comenzó a llevar pulseras con la bandera del colectivo y a asistir a la cabalgata el día del orgullo. Parte de Jorge quiere llevarse algo de mérito por la confianza que consiguió adoptar su vecino ante esa situación.

El sonido de una canción de Chopin le saca de sus pensamientos. Se lleva la mano al bolsillo para comprobar quién le llama. Decide simplemente colgar.

-¿No lo coges? –le pregunta Oliver mientras él vuelve a guardar el teléfono.

-Es Diana. No tengo muchas ganas de hablar con ella ahora mismo. No es que sea por ella, pero seguro que ha estado con Martín y… no tengo fuerzas para tener esa conversación.

-La tendrás mañana igualmente.

-Gracias por los ánimos –dice Jorge con ironía. Oliver se ríe.

-Perdona. Yo me voy ya de todas formas. Tengo que editar algunas fotos que hice el otro día.

-Enséñamelas cuando las tengas. Siempre haces fotones, y encima cuando las editas quedan genial.

Oliver se queda mirándole. Esta vez, Jorge le devuelve la mirada. Oliver se muerde el labio y comienza a acercarse a él. A pesar de prever perfectamente lo que va a ocurrir, y a sabiendas de que debería apartarse, su cuerpo le impide moverse. Cuando el beso comienza, no le desagrada. Aunque un sabor amargo le impide disfrutarlo del todo cuando Kara le viene a la mente, pero decide no comentarle nada a Oliver.

-Hasta mañana –se limita a decir su vecino, levantándose de un salto y marchándose a casa.

El piano siempre le ayuda a ordenar sus pensamientos. Hay algo en la combinación de las notas que le calma por completo. Quizá es porque la melodía le permite silenciar todos los gritos de su mente. O quizá es la concentración que requiere acariciar las teclas para conseguir el sonido deseado lo que le funciona. Por primera vez en todo el día, está a solas consigo mismo. Solo él y la música. Aunque, por desgracia, no le dura mucho. Unos suaves golpes le hacen saber que debe parar.

-Jorge, es tarde. Acuéstate, ¿vale? –susurra su madre asomándose a su cuarto.

-Vale. Perdón.

Como ya intuía que iba a ocurrir, no puede dormirse. Demasiadas personas y sentimientos correteando por el cerebro. De repente, se da cuenta lo surrealista que ha sido el día. Es como si hubieran sido varias semanas. ¿Cómo pueden cambiar tanto las cosas en menos de 24 horas? ¿Por qué todo el mundo se ha puesto de acuerdo para tener otra relación con él?

Y otro pensamiento le asalta, obligándole finalmente a dejar la mente en blanco y forzar el sueño. ¿Con quién se va a sentar mañana en clase?

Las puertas de entrada a la facultad se le antojan una bienvenida al inframundo. No se le ocurre un peor día para que no sea fin de semana. Sin gafas, con el rostro aún colorado con leves marcas de unas siluetas representando los dedos de Lucas y sin amigos a los que acudir. Puede ser divertido.

Por suerte para él, la clase está bastante llena cuando entra, lo que le permite ocultarse entre la multitud. No podría soportar ningún sermón ni comentario sobre el día anterior a las nueve de la mañana. Aprovecha que la última fila está vacía para sentarse por allí, evitando así a todo su grupo, Oliver incluido.

Cuando Kara aparece por el marco de la puerta, no puede evitar seguirla con la mirada. Ella no se percata de su presencia. La ve sentarse junto a Diana y Martín, y una tristeza repentina le invade. Nunca se había sentido solo en la universidad. Siempre tenía a alguien a quien contarle las cosas, con quien reírse en las clases y con quien trabajar en grupo.

-Ey. ¿Qué haces aquí solo? –le pregunta Carlos, extrañado.

-Es una larga historia.

-¿Quieres que me quede contigo?

-Como quieras. Pero no quiero que te veas forzado ni nada.

-Qué va. No worries.

Carlos vive cerca de su casa, y muchas veces se han encontrado de camino a la facultad. Además, fueron al mismo colegio, y tienen la misma edad. Otra casualidad del destino que cada uno se metiera en la carrera equivocada y acabas en la misma con un año de retraso.

No suelen hablar demasiado, pero se llevan bien, y de hecho en ese año en que ambos estaban un poco perdidos tendieron a quedar bastante para reflexionar sobre carreras y el futuro en general.

-En realidad todo es una mierda –decía Carlos, bebiendo una cerveza. Jorge se limitaba a sorber de su zumo de piña -. Al final, vamos a acabar todos trabajando en un McDonald´s.

-Mi problema es que no me gusta nada. Al menos, nada al cien por cien. En bachillerato creía que me gustaba la química, pero cuando empecé a estudiar la carrera… No sé. Simplemente no sentía que eso fuera mi “destino”, por así decirlo –comentó Jorge, haciendo el gesto de las comillas en el aire.

-Pf, yo igual. Las matemáticas me molaban en el instituto, pero no me terminaron de convencer en la facultad.

-Sinceramente, yo siempre pensé que te irías a una Escuela de Cine o algo así. Siempre estás viendo pelis o grabando las tuyas propias.

-Bueno, lo de grabar las mías era a medias. Éramos una panda de mataos con una cámara. Lo de ver cine sí que me gusta mucho, pero no sé si es factible como profesión.

-Todo es intentarlo.

A raíz de investigar carreras universitarias, futuras profesiones e indagar sobre sus propios gustos, Jorge se vio escogiendo el mismo camino que había elegido Carlos no mucho tiempo antes que él. En cierta medida, sintió como si se estuviera copiando de él, pero por suerte ambos tenían la nota suficiente para entrar. Si hubiera entrado él y Carlos no, probablemente se habría sentido responsable, como si le estuviese quitando la plaza.

A día de hoy, sigue sin encantarle la carrera. Pero, teniendo en cuenta que de Química no llegó a hacer ningún examen, y en esta ha llegado al segundo curso, las cosas pintan algo mejor.

-¿Cómo lleváis la película? –pregunta Jorge mientras Carlos toma asiento junto a él.

-Bastante bien. Es un poco coñazo porque dependemos de mucha gente. Y claro, si no pueden quedar tal día o si no conseguimos que coincidan pues tardamos un montonazo para dos simples escenas. A parte, no tenemos muchos actores a mano, así que estamos un poco faltos de extras.

-Yo no tengo mucho tiempo, pero si grabáis el día que tenga un hueco en mi agenda, puedo ayudaros. No me importa salir en cámara, o si necesitáis alguna otra cosa. Que sujete un foco o lo que sea.

-Pues gracias. Lo más seguro es que te tomemos la palabra.

La mirada de Jorge se posa en Oliver, que se ha acercado a sus amigos y conversa con ellos. De repente, toda la soledad del mundo le acecha de nuevo.

 

Capítulo 6 // Oliver

-¿Que Lucas qué? –inquiere Diana, casi a voz en grito.

-Me lo contó ayer. Le puedes preguntar a media facultad que seguro que lo vieron –explica Oliver.

-Es verdad. Lucas me lo contó –añade Kara.

Martín dirige su mirada al sujeto de la conversación. Frunce el ceño con una leve pizca de lástima, pero en el momento en que Jorge le devuelve la mirada gira de nuevo la cabeza inmediatamente.

-Por eso no lleva las gafas –comenta Martín.

-Con lo caras que son… –suspira Diana, acariciando las suyas propias.

-Sí, bueno. El caso es que sé que pensáis que Jorge os ha hecho una putada tras otra, pero yo no lo veo así. Tenéis que entender que se le vino ayer todo encima. Ahora mismo, lo que necesita probablemente es a sus amigos, y no estar en esta guerra civil que habéis montado.

-Pero, ¿por qué le pegó Lucas? –pregunta Martín.

Oliver se limita a encogerse de hombros, pero se le escapa en un acto reflejo una mirada a Kara. Diana y Martín le imitan mientras ella mira hacia el suelo.

-Es una larga historia…

-Tenemos tiempo –dice Martín cruzándose de brazos. Se puede ver claramente que se huele la tostada.

Justo en ese momento, aparece la profesora frustrando sus planes, para alivio de Kara.

-Luego nos vemos –se despide Oliver, marchándose a su sitio.

-¿Dónde estuviste ayer? Fuimos a tomar algo –pregunta Alejandra cuando Oliver se sienta.

-Estuve haciendo cosillas.

-¿Fotos? –pregunta Cecilia.

-Editándolas, más bien.

Las chicas asienten mientras Oliver enciende su portátil, algo aliviado. En el mismo momento en que sus labios rozaban los de Jorge, se arrepintió de hacerlo. Lo que ayer necesitaba el chico era un amigo, y no otro drama. Aún no tiene claro si debería disculparse con él o simplemente fingir que nada ha ocurrido.

-Buenas noches –saludó su padre cuando llegó a casa.

-Hola –balbució Oliver con la boca llena de patatas fritas de paquete.

-¿No vas a cenar?

-Sí, pero es pronto.

-Te vas a llenar con esa porquería.

-Estoy con ansiedad.

-Sabes que no deberías usar eso como excusa –le recordó su padre, mirándole con compasión.

Oliver dejó lentamente la bolsa de patatas en la encimera de la cocina, sintiéndose peor de lo que estaba.

-No quiero que te sientas culpable. Lo hecho, hecho está. Pero intenta tomar fruta, hacer ejercicio. Ya te lo dijo Sofía.

-Ya lo sé, papá. Perdona.

-A mí no me tienes que pedir perdón, hijo. Es tu cuerpo.

-Perdón, cuerpo –dijo Oliver con cierta ironía. Su padre simplemente le sonrió.

Durante el instituto, tuvo ciertos desórdenes alimenticios. Sus compañeros de clase le recordaban constantemente que estaba gordo, a pesar de que él veía que estaba en un peso normal para su edad. Sin embargo, acabó por creérselo. Las palabras de su padre asegurándole que esos chicos no se merecían que les hiciese ningún caso no solucionó el problema. Acabó odiándose a sí mismo y a su cuerpo. Cuanta más ansiedad y estrés tenía, más comía, y peor se sentía consigo mismo. Hasta que llegó el momento en que decidió no acudir más a clase.

-No te puedes quedar aquí, Oliver. Aún estás en la ESO. Las palabras “enseñanza obligatoria” están en las siglas. ¿Te dicen algo?

-Pero no quiero ir –decía un Oliver adolescente acurrucado en la cama.

-Haremos una cosa. Por hoy, te dejo descansar, pero mañana volveremos a la rutina, ¿de acuerdo?

-Pero yo no quiero ir nunca. Ni hoy ni mañana.

-Esta tarde lo hablamos, ahora me tengo que ir a trabajar. Pórtate bien, y si necesitas algo baja y díselo a la mamá de Jorge, ¿vale?

En el mismo momento en que escuchó la puerta cerrarse, un torrente de lágrimas empezó a bañarle todo el rostro. Estuvo llorando durante un par de horas, sin discernir qué debía hacer.

A sabiendas de que su padre acabaría obligándole a acudir a clase, sin que el problema del bullying se hubiera solucionado, decidió terminar con el asunto por sus propios medios. No tenía apenas amigos, su madre murió poco después de tenerle, y para su padre era probablemente una carga. Los chicos de clase iban a continuar burlándose y él iba a seguir comiendo.

De repente, todo perdió el sentido. Lo único que se le ocurrió fue subirse a la ventana y decidirse a saltar.

-¿Oliver? –le preguntó la madre de Jorge desde su propia ventana.

Cuando el chico miró hacia abajo ante el grito de la mujer, se acordó de que tenía vértigo. Un fuerte mareo le invadió la vista, emborronándole la cara de quien le gritaba que se bajase de ahí.

Oliver no fue capaz de hacerlo. Por suerte, su padre le había dado una llave de casa a la madre de Jorge por si había alguna emergencia, ya que Oliver se quedaba solo por las tardes mientras su padre trabajaba.

-¿Por qué estabas ahí, cariño? –le preguntaba una muy preocupada vecina.

-Es que… no quiero ir al colegio.

Al decirlo en voz alta, se dio cuenta de lo estúpido e infantil que sonaba. Sin embargo, la madre de Jorge se mostró comprensiva, y él acabó contándole todo lo que sucedía tanto en el instituto como en su dieta.

-A veces como un montón. Otras veces no como nada. Alguna vez he comido mucho y he decidido vomitarlo.

Mediante palabras amables y caricias en la espalda, la madre de Jorge consiguió que se quitara la idea de saltar por la ventana, e incluso le convenció para que continuara yendo al colegio. Al cabo de unos pocos días, su padre le sorprendió gratamente ofreciéndole ir al psicólogo para tratar el problema.

-La doctora se llama Sofía. Seguro que te cae muy bien. La mamá de Jorge me habló de ella. Al parecer, su hermana estuvo yendo a terapia tras su divorcio y le fue muy bien.

Desde ese momento, dejó de darle tanta importancia a lo que le decían en la escuela. Se dio cuenta de que sí que le importaba a alguien, y su padre empezó a mostrar un nuevo interés, disculpándose por estar siempre ocupado con el trabajo.

-Ojalá pudiéramos pasar más tiempo juntos.

-Ya lo sé, papá. Lo entiendo. Tienes trabajo.

Y, por primera vez, de verdad lo entendía. Una nueva madurez se habría paso en la personalidad de Oliver.

Poco después, Jorge empezó a aceptar su amistad. Sospechaba que su madre tenía algo que ver en aquello, pero confió en que el chico de verdad le apreciase.

-Oliver, ¿tienes la última parte de lo que copiamos el otro día? –susurra Cecilia.

-Sí, búscalo –Oliver le tiende el portátil, distraído en sus propios pensamientos.

-¿Por qué tienes a Jorge de fondo de pantalla?

La pregunta de Alejandra le saca de su ensimismamiento. Había olvidado por completo que el día anterior estuvo editando fotos que le hizo a Jorge hace un par de semanas, y decidió fijar una de ellas de fondo de escritorio rendido ante su propia debilidad.

-Es que me gustó mucho como quedó. Ya sabéis, los colores, la iluminación, el encuadre…

-Cosas de fotógrafo –comenta Cecilia.

-Exacto.

-¿No te resulta un poco raro que salga Jorge como para tener la foto de salvapantallas? –inquiere Alejandra con curiosidad.

-Bueno, sería un poco raro si fuera un desconocido. Pero es mi amigo. Yo os he visto poner de fondo de pantalla de bloqueo una foto de las dos.

-Pero es diferente si nos la hicimos juntas.

-Bueno, da igual, que tengo que buscar el tema. Trae –corta Cecilia la conversación arrancándole el portátil de las manos a su amiga.

Oliver pretende atender a la explicación de la profesora aun sintiendo la mirada penetrante de Alejandra fija en él.

-¿Te sientas con nosotros? –le pregunta Viri durante el intercambio de clase.

-Vamos a jugar al UNO –informa Diana.

-Claro.

Oliver se sienta junto a Kara en el intento de evitar a Viri. Durante el verano, sus lenguas tuvieron un encuentro en una fiesta y, aunque parece que para Elvira eso ni ocurrió, Oliver sigue sintiéndose algo violento cuando está con ella. No ha estado con tanta gente como para olvidar esos momentos.

-Dame, yo barajo, que tú eres muy lenta.

-Todavía no nos has contado lo de Lucas –murmura Martín en tono inocente mientras Kara le arrebata las cartas a Diana. Ésta se ajusta su gorra de vestir en la cabeza, algo enfurruñada.

-No creo que sea una buena idea –responde Kara, parándose en seco.

-¿Por qué no? ¿Qué ha pasado? –pregunta Viri.

-¿No te has enterado de lo de Jorge?

-¿Que le pegaron? Sí, lo vi.

-¿Lo viste? –inquiere Oliver, curioso.

-Estaba saliendo de la facultad justo en ese momento.

-Pues el que le dio el puñetazo es el novio de Kara –informa Diana.

-Ex novio –corrige la aludida.

-Wow. Qué dramático todo –ríe Viri.

-Sí es –confirma Martín -. Pero Kara no nos quiere contar por qué pasó eso.

-Lo puedo intuir –comenta Elvira -. A ver, si tu novio, que ahora es ex novio, viene a la facultad a pegarle a Jorge, supongo que tiene algo que ver contigo. Lo que no entiendo es a qué venía la sangre en la cara…

-Voy a sacarme un café –anuncia Oliver, dejando a todos mirando simultáneamente a una Viri especulativa y a una Kara que mantiene la vista fija en la baraja de cartas.

-Te acompaño –informa Martín.

Oliver teclea el número de su café en la máquina ante la atenta mirada de Martín, que se apoya en esta de brazos cruzados, como si fuera un guardia de seguridad apunto de arrestarle.

-Kara y Jorge están liados, ¿verdad? –suelta Martín sin precedentes.

-Oye, no creo que esto sea asunto mío. Deberías hablarlo con ellos.

-Kara obviamente no va a decirnos nada. Y no creo que sea el momento oportuno para que Jorge y yo mantengamos conversación de ningún tipo.

-¿No piensas retomar la amistad?

-Ahora mismo, no gracias. Cuando se me pase la vergüenza de ayer, o cuando deje de ser mi crush, me lo pienso. Por eso necesito saber si tiene algo con Kara. Si es así, yo me quito de en medio y no molesto. A lo mejor consigo olvidarle de esa forma –argumenta Martín introduciendo un par de monedas en la máquina para sacarse un chocolate caliente. Oliver le observa, pensativo.

-Hasta donde yo sé, no tienen nada. Solo se gustan. Pero ayer Kara le dijo que no quiere salir con él –se decide finalmente por contar. Se siente un poco traidor por revelar contenido de una conversación privada con Jorge, pero en cierta medida quizá le esté ayudando a recuperar a Martín.

-Interesante…

Oliver se dispone a volver a su sitio, pero Martín se interpone en su camino, evitando su mirada y dando golpecitos en su vaso de cartón.

-¿Tú crees… que tengo alguna posibilidad con él? –pregunta el chico, mirándole de reojo. Oliver suspira.

-Honestamente, no lo creo. No es por ti, es que me da la sensación de que solo os ve como amigos.

-Ya. Lo típico. Bueno, la verdad es que lo suponía –comenta Martín, tomando un sorbo de su bebida.

-Lo siento. Pero eres un tío muy guay. No te rayes por Jorge.

Martín se queda mirándole mientras Oliver le rodea para, por fin, llegar de nuevo a la mesa.

-¿Habéis ido hasta Colombia a hacer el café? –pregunta Diana, divertida -. La máquina está ahí al lado. Habéis tardado un montón.

-Es que va lenta. Se estará estropeando –miente Martín, con una leve sonrisa.

Se ha pasado cerca de una semana sin mediar palabra con Jorge, en un cobarde intento de que su amigo olvide todo lo ocurrido y puedan seguir con la relación que solían tener. Al parecer, no es el único, puesto que todo el grupo de amigos de su vecino ha estado evitándole. De repente, se siente mala persona por dejarle solo. Pero, bien pensado, quizá Jorge tampoco quiera tener que ver mucho con él.

Con quien sí ha estado hablando mucho es con Martín. No tanto por voluntad propia, más bien ajena. La de su compañero de clase, concretamente, que anda un poco obsesionado con él. Alguna vez le ha sugerido dejarse caer por su casa o ir a tomar algo. Oliver ha reiterado su negativa, por miedo a lo que pudiera ocurrir. Sus sentimientos están algo confusos, y le da la sensación que los de Martín lo estarán aún más. No le dio tiempo a que pasase el duelo por la ruptura con su ex cuando ya estaba colgado de Jorge, y ahora parece ser que de él. Un chico enamoradizo, sin duda alguna.

Pero Oliver tiene experiencia en este tipo de situación. Cuando estaba estudiando el grado de fotografía, le ocurrió algo similar con una chica, aunque en esa ocasión fue al revés. Él estaba algo obsesionado con ella, e intentaba aprovechar al máximo los momentos en que tenía su compañía.

-A ver, ponte ahí.

-No me gusta que me hagan fotos. Yo solo estoy detrás de la cámara.

-Anda, Oliver. Porfi –pedía ella, con ojos de perrito abandonado, tapando el labio superior con el inferior a modo de puchero.

Oliver siempre acababa aceptando ese tipo de peticiones. Nunca ha tenido suficiente autoestima como para ponerse delante de una cámara y que la fotografía resultante le agradase. Él era más de presionar el botón de disparo, donde pudiera controlar la imagen que captaba.

-¿Ves? Sales muy mono –le dijo Penélope aquel día, mostrándole la pantalla de la cámara donde aparecía Oliver mirando al objetivo muy serio en un primer plano.

-No está mal. Pero solo porque tú eres muy buena fotógrafa –comentaba él, sonrojándose ante lo que creía una muestra de valentía.

-No seas tonto, que eres muy buen modelo. Mira ahora hacia allí – señalaba ella hacia su izquierda, ignorando sus súplicas en forma de cumplido.

Oliver acataba órdenes sin rechistar, lo que no le llevó muy lejos. Acabaron graduándose como amigos, y durante ese mismo verano perdieron el contacto.

A día de hoy, a Oliver no podría importarle menos esa chica. Pero se da cuenta de que se ha visto obligado a tomar el papel de Penélope en su relación con Martín.

Ni siquiera tiene idea de cómo le ha cogido tanta confianza tan rápido. Incluso le contó gran parte de la ruptura con su ex, la mitad de la relación y su situación con Jorge.

Oliver ha oído mucho decir a sus amigos de la universidad que es una persona que sabe escuchar, y que se le puede contar de todo, pero nunca lo había tomado al pie de la letra. Martín, por el contrario, al parecer sí.

-Es que no lo entiendo. Corta él, y a las dos semanas quiere volver –le contó Martín unos días atrás cuando hablaban por teléfono.

-Bueno, a lo mejor se arrepiente de su decisión. No lo veo tan raro. Quizá se ha dado cuenta de que fue precipitado.

-No, llevaba varias semanas tanteando la ruptura. Decía que no le contaba nada personal, que sentía que él se abría emocionalmente mucho más que yo, y empezó a pensar que le estaba ocultando algo.

Oliver se sintió un poco malvado pensando que Martín no era transparente con su ex pero que, con él, sin apenas conocerle, sí.

-Por más que le perjuré que no lo hacía, él seguía en sus trece. Eso no cambiaría aunque volviésemos de nuevo. ¿Qué sentido tendría? ¿Por qué quiere que sigamos sintiéndonos mal?

-¿Pero ha vuelto a decirte algo?

-Me volvió a hablar un par de días después, pero no dijo mucho. Además, a mí se me notaba que no estaba dispuesto a que me marease más.

-¿Y era verdad?

-¿El qué?

-Que no se lo contabas todo –unos momentos de silencio inundaron la conversación -. Perdona, eso no es asunto mío.

-No, no me importa. Es que… honestamente, no estoy seguro. Siempre he sido un poco reservado con mis sentimientos y eso. Pero supongo que he sido igual durante toda la relación. No comprendo por qué ha tardado un año en descubrirlo.

-De todas formas, si ya no habláis, lo mejor que puedes hacer es olvidarte, ¿sabes? Move on.

-Eso intento. Han sido muchas cosas. Primero un Jorge y después el otro.

-¿Te sigue gustando Jorge? El de la facultad digo –tanteó Oliver.

-No lo tengo claro. Intento que no. No creo que sirva de nada estirar un chicle que no existe.

-Bien por ti –“y por mí”, pensó Oliver con una cierta malicia.

 

Capítulo 7 // Diana

-¿Cómo era la frase?

-Joder, Dani. Algún día te aprenderás el guion –se queja Carlos.

-Lo peor es que esta escena la escribiste tú –reprocha Diego, riendo.

Diana finge que revisa Twitter mientras su novio, frustrado, intenta dirigir su película. Siente las sutiles miradas que le echa Jorge, pero pretende que no repara en su presencia. No sabría qué decirle.

Han estado evitándole dos semanas entera, y con ella en realidad no va la pelea, pero se ha visto un poco forzada a apoyar a sus amigos. Entre otras cosas, porque piensa que Jorge no ha estado en su mejor momento. Le dolió la manera en que trató a Martín casi tanto como si le hubiera pasado a ella misma. Estuvo toda esa tarde intentando consolar a su amigo, sin mucho éxito, pues no paraba de sollozar.

-Es que no sé cómo se me ocurre soltarle eso. ¡Y encima en mitad de la facultad! –exclamaba un desconsolado Martín con un nudo en la garganta.

-Deja de darle vueltas, Martín. Yo creo que has hecho bien. Mira, ya sabes lo que él siente. Puedes seguir con tu vida.

-Pero yo no quiero seguirla sin él…

-Podéis seguir siendo amigos.

-Di, nadie es amigo de alguien que se le ha declarado.

-¡Claro que sí!

-¿Ah, sí? ¿Quién?

-No conozco a nadie personalmente, pero…

-Vamos, que me tengo que despedir de Jorge.

A pesar de que la culpa no ha sido completamente de su amigo, que ha sido más bien la complejidad de la situación lo que ha provocado la ruptura del grupo, no puede evitar tenerle algo de rencor.

Por otro lado, Kara aún no ha querido confesarle lo que le ocurre con él, pero puede intuir por dónde va el argumento, teniendo en cuenta lo ocurrido con Lucas. No conocía muy bien a ese chico, pero nunca le dio buenas sensaciones. La mejilla colorada de Jorge ha acabado confirmando sus prejuicios.

-Pero no mires a la cámara. Tienes que cantar mirándole a él –ordena un Diego desesperado.

-Ya lo sé, tío. No sé qué me pasa hoy. Vamos otra vez. Acción –se disculpa Dani.

-Eh, eso lo digo yo. Acción.

Jorge se acerca lentamente hacia Diana, intentando no hacer ruido para no arruinar la toma. Diana piensa en alejarse, pero el cuarto de Carlos no es tan amplio y acabaría saliéndose de la habitación. No es cuestión de montar una película; eso ya lo están haciendo los chicos.

Cuando Diego le comentó que Jorge iba a ir a ayudar con la grabación de una escena, Diana estuvo a punto de marcharse.

-¿Tan mal estáis? –preguntó su novio, desconcertado.

-No es mal. Es más bien… raro.

-Mira, tú haz lo que quieras. Este es un país libre. Pero sabes que necesitamos toda la ayuda que podamos racanear. Y tú actúas muy bien –argumentaba Diego -. Además, pensaba que íbamos a salir a cenar luego.

-Puedo irme y volver.

-¿Te vas a ir a casa y luego vas a rehacer todo el camino solo para poder evitar a Jorge? –inquirió su novio, entre risas.

Diana se dio cuenta de la estupidez de su actitud. Decidió que eran personas adultas que podían superar sus diferencias sin necesidad de esconderse el uno del otro cual presa y depredador. De hecho, podría ser el momento de hablar las cosas y acabar con esa enemistad tan incómoda que han creado.

-Hola –tantea Jorge. Diana se limita a forzar una sonrisa, manteniendo la vista fija en el rodaje -. ¿Cómo estás? –la chica se encoge de hombros. Jorge mira hacia abajo, lo que ablanda levemente el corazón de Diana.

-¿Has hablado con Kara? ¿O con Martín? –se anima ella a preguntar. Jorge niega con la cabeza.

-No creo que quieran saber de mí.

-Nunca lo sabrás si no lo pruebas.

-¿Tú crees que debería hablarles?

Diana se arrepiente en ese mismo instante de haber cedido a la conversación, puesto que sabe que la respuesta es no. Martín estaba muy desconsolado, por no decir avergonzado, y Kara está llevando a cabo un trato de silencio con respecto al asunto que, lo más probable, no se rompa pronto. Pero la expresión de Jorge le impide ser sincera.

-A ver, me imagino que no vais a tener la misma relación de siempre. Pero, igual, poco a poco…

Jorge asiente, resignado. Se nota que ha entendido el trasfondo de la frase. Diana comienza a olvidar el motivo por el que estaba enfadada con él, y simplemente ve a un amigo suyo sintiéndose triste y solo.

-¿Qué te pasa? –le preguntaba Jorge una mañana poco después de un mes de conocerse. Diana salía del baño con el rostro húmedo y una mano posada en el vientre.

-Nada –respondió ella, todavía sin confianza suficiente con su compañero de clase como para contarle sus inseguridades.

-¿Es por la exposición? –intuyó él. Ese día fue el primero en el que tuvieron que exponer un trabajo de universidad delante de la clase.

-Es que me da vergüenza –se disculpó ella, intentando ocultar que no solo era eso, sino que siempre le había dado ansiedad hablar delante de mucha gente, y por eso había dedicado la última media hora de su vida a llorar en el baño sufriendo dolor de estómago.

-Ay, pobre. A mí también pero ya verás que sale bien –la reconfortó él, abriendo los brazos a modo de invitación.

Ella aceptó el abrazo y, por algún motivo, consiguió tranquilizarse. Desde entonces es tradición que los brazos de Jorge le arropen antes de cualquier exposición en clase o similar.

-¿Quieres que hable yo con ellos antes? Así puedo tantear el terreno y no tendrías que ir a ciegas –sugiere Diana.

-¿De verdad?

Ella asiente, convencida, mientras a Jorge le brillan los ojos. Una ola de alivio le inunda cuando su novio anuncia “corten” mientras aplaude sarcásticamente a Dani.

-Un Óscar te van a dar –bromea Carlos -. Al actor más pelmazo.

-Y a ti al más subnormal –responde el aludido.

-Calma, niños, no os peleéis –añade Diego con ironía -. Vamos a grabar vuestra escena –informa mirando a Jorge y Diana. Ambos asienten.

Diana limpia los cristales de sus gafas con el borde de la camiseta mientras su novio se despide de sus amigos.

-No ha salido tan mal, ¿no? –pregunta Diego una vez que todo el mundo se ha marchado de su piso, incluido Dani quien ha decidido acompañar a Carlos y Jorge a sus respectivas casas para dejar un rato solos a la pareja.

-¿Nuestra escena? –pregunta Diana.

-Todo en general.

-Yo creo que está bien.

-Es que siempre me da la sensación de que no ha quedado perfecto –gruñe Diego levemente mientras coge las gafas de Diana y se las pone.

-¿Qué haces? –sonríe ella.

-Así parezco más intelectual. Como un director profesional –comenta él con una pose similar a la escultura El pensador.

-Guillermo del Toro eres –ríe Diana recuperando sus gafas.

-Estás cieguísima, ¿eh?

-No me digas –responde la chica con sarcasmo mirando a su alrededor -. ¿Dónde está mi móvil?

-¿No es ese?

Diana se acerca al teléfono de funda transparente que le señala su novio. El diseño es similar al suyo, pero lo distingue porque ella tiene una fotografía polaroid en la parte trasera en la que aparece un puñado de flores esparcidas por el suelo. Este móvil, sin embargo, no tiene nada.

-Es el de Jorge.

-Igual se ha llevado él el tuyo. Voy a llamarle.

La pantalla se ilumina con una llamada entrante procedente de un contacto llamado “Diego clase”. Diana pone los ojos en blanco.

-Cariño, tienes que llamar al mío. El de Jorge lo tengo yo –señala ella mostrándole el teléfono. Diego ríe tapándose los ojos.

-Buah, como se nota que hoy no he tomado café. Estoy perdidísimo.

Mientras su novio hace un segundo intento de llamada, ella curiosea el móvil de Jorge. No puede ir más allá de la imagen con las letras “Stranger things” que construyen el fondo de bloqueo. Por un momento, piensa qué contraseña podría tener Jorge para desbloquear su móvil. Se asegura de que Diego está ocupado conversando y hace la prueba. Le gustaría sorprenderse cuando el teléfono se desbloquea tras escribir “Kara”, pero se lo esperaba por completo. Vuelve a bloquear la pantalla rápidamente cuando oye a Diego finalizando su diálogo.

-Dice que tiene clase de piano y hasta bien entrada la noche no vuelve. Que si no te importa os los cambiáis mañana en clase.

Diana asiente, conforme a la vez que pensativa. Diego interroga su expresión frunciendo el ceño, pero ella disimula los planes que tiene con el móvil de su amigo. Se excusa argumentando que tiene cosas que hacer y se marcha a casa justo después de cenar.

-Puedes quedarte a dormir si quieres. Sabes que a Dani no le importa.

-A Dani le gustaría más convivir con ella que contigo –grita el aludido desde la habitación contigua.

-Tú calla, tolai –le devuelve el grito su compañero de piso.

-Ojalá pudiera, en serio. Es que tengo que hacer trabajos.

-¿A las diez de la noche te vas a poner con cosas de la uni?

-Algunas personas somos responsables, ¿sabes? –informa Diana dándole un mordisco a su trozo de pizza.

Cuando su novio le había dicho por la tarde que era buena actriz, había tenido toda la razón, porque no tiene ninguna intención de abrir los apuntes.

El móvil de Jorge reposa sobre el escritorio de Diana mientras ella lo observa, desafiante. Sabe que no debería husmear en las conversaciones de sus amigos. Pero, si ellos no le cuentan nada, tendrá que investigar por su cuenta. Decide leer únicamente los últimos mensajes del chat con Kara para confirmar sus sospechas. No siente que invade la intimidad de nadie si lo que descubre es un secreto a voces.

Diana sostiene el teléfono como si la funda estuviera en llamas. Siente que en cualquier momento Jorge va a entrar en su cuarto y descubrir su faceta de Sherlock Holmes ilegal. Ojeando los mensajes de Kara y Jorge asume verídica su suposición acerca de que la relación que mantienen no es únicamente amistosa. Aunque, por el contenido de éstos, no parece que haya pasado nada serio. Quizás, piensa, únicamente se gustan. En cuyo caso no sería tan grave, teniendo en cuenta que Kara salía con Lucas. Por otro lado, si de verdad no estaban saliendo, el novio de su amiga no habría tenido motivos para agredir a Jorge. Así que, o bien sí que tienen algo más, o bien hay partes de la historia que ni se las imagina. Le da la sensación de que no está solucionando sus dudas leyendo esa conversación de Whatsapp, y que por el contrario lo que está consiguiendo es crear más cuestiones.

Un pitido proveniente del dispositivo que descansa en su mano le sobresalta. Oliver le está mandando mensajes a Jorge. Definitivamente, esa línea sí que no debería cruzarla. Ni siquiera es tan amiga de Oliver como para tener en su propio móvil conversaciones con él más allá de cuestiones relativas a los trabajos de clase.

Sin embargo, la curiosidad le puede cuando el chico escribe la frase “lo que pasó el otro día”. ¿Qué pasó el otro día? Descubre que Oliver ha mandado un audio de voz. Contra todos sus principios y sintiéndose como una persona horrible, pulsa el triángulo para reproducirlo.

<<He estado pensando y, honestamente, no sé si no quieres hablar de ello, si quieres que empiece yo la conversación, si no sabes qué decir o qué se yo. El caso es que simplemente quería disculparme. Imagino que no te hizo gracia lo que hice y no quiero que estemos raros. Somos colegas desde hace demasiado tiempo como para ahora estropearlo con una tontería. Una tontería que fue culpa mía, lo sé. Pero… Bueno, da igual. Lo que quiero decir es que me gustaría que pudiéramos estar como antes. Sin rollos raros ni incomodidades. Sobre todo, porque te veo en clase sentándote solo y tal, y entiendo que estés en una situación complicada con tus amigos, pero yo no tengo nada que ver con eso y no quiero que pienses que estás solo ni nada>>.

La curiosidad de Diana va en aumento conforme avanzan los segundos en la reproducción del audio. Oliver habla trabándose, parando las palabras en media frase como si no supiera muy bien qué decir o cómo decirlo. No sabía que con él tampoco se juntaba. Así que por eso a Jorge se le veía tan desesperado con volver a unirse al grupo.

<<Yo quiero que sigamos quedando y haciendo trabajos juntos. No sé, dime tú qué piensas. En cualquier caso, podemos estar de acuerdo en que no vamos a arruinar una amistad de años por un beso, pienso. Quiero decir, te juro que no te voy a volver a dar otro, y este lo podemos olvidar. Tú ya me dices. Me enrollo como una persiana hablando. Ala, dos minutos de audio, perdón>>.

La mandíbula de Diana amenaza con tocar el suelo, mientras sus ojos amenazan con salir de sus cuencas.

-Qué cojones… -murmura para sí -. Oliver y Jorge –pronuncia en voz alta, como si intentase unir términos opuestos.

Siente la necesidad de contárselo a Diego. O a Kara. O a Martín. Pero se supone que lo que está haciendo es secreto. Por un momento, se da cuenta de que a Oliver le va a salir el tick azul que le indica que Jorge, o al menos su móvil, ha abierto su chat. Solo hará falta sumar dos y dos para que su amigo descubra que ha estado rebuscando en sus conversaciones.

Sin pensarlo, selecciona los mensajes de Oliver, audio incluido, y pulsa “eliminar para mí” para que la aplicación borre el rastro tanto de las declaraciones del chico como del paso de Diana por el teléfono de Jorge.

Dos cafés le parecen pocos, pero si sigue ingiriendo cafeína le va a dar un ataque al corazón. No ha conseguido pegar ojo en toda la noche, sintiendo una mochila rellena de culpabilidad pesando en su espalda. Habiéndole prometido a Jorge que solucionaría su problema con el grupo, lo primero que hace es destrozar sus posibilidades de amistad con Oliver.

El camino hacia la facultad se le hace eterno, y aun así es demasiado corto como para poder decidir qué hacer con respecto a su situación.

Diana aferra el teléfono de Jorge presionándolo sobre su pecho, como si pudiera escaparse en cualquier momento. Quizá eso sería mejor opción.

Recorre toda la universidad en busca de Jorge, a sabiendas de que ha llegado un cuarto de hora antes del inicio de la primera clase. Sin embargo, no se ve capacitada para sentarse y quedarse quieta durante tanto tiempo, aunque es lo que va a tener que hacer en cuanto empiecen las clases. Prefiere no pensar en ello y continúa recorriendo los pasillos sin rumbo aparente.

Un fuerte golpe repentino le hace perder el equilibrio, pero unas manos le sostienen evitando que llegue a tocar suelo.

-Perdona, Diana, no te había visto. Siempre voy corriendo como un loco. Para qué, si hoy precisamente llego pronto –se disculpa Oliver ayudándola a ponerse en pie. Los ojos del chico divisan el teléfono que Diana sostiene con la misma fuerza que cuando lo cogió al salir de casa -. ¿Por qué tienes el teléfono de Jorge? –inquiere Oliver.

-Es el mío –responde ella inmediatamente.

-No, no. Esta funda es de Jorge. ¿Ves que está un poco agrietada por esta parte? –comenta él señalando la esquina superior derecha del teléfono -. La rompí yo sin querer, que soy un cafre.

-Ah, sí. Es que ayer Jorge se confundió y cogió mi móvil. Por eso tengo el suyo –rectifica Diana.

-¿Y por qué me dices que no lo es? –ríe Oliver, desconcertado.

Su expresión cambia lentamente, borrándose su sonrisa. Diana puede leer en sus ojos cómo el cerebro de su compañero hace ecuaciones deduciendo qué ha pasado. La chica mantiene sus ojos muy abiertos desde el inicio de conversación, pero no puede seguir aguantando.

-¿Has besado a Jorge? –inquiere en un susurro inesperado. Oliver se petrifica ante la pregunta.

-Perdón, perdón, perdón –repite Jorge acercándose en ese momento. Diana mira a su móvil saliendo de la mochila de su amigo, quien se lo ofrece sonriente. Ella hace el intercambio con la misma consciencia de un sonámbulo -. No sé dónde tengo la cabeza, pero sobre los hombros seguro que no. Voy a cambiar de funda para que no las confundamos, que la mía además está fatal. Color fosforito me la voy a comprar para que no se me pierda.

Diana no puede apartar los ojos de Jorge, su cerebro intentando ordenarle que se ría ante la broma, pero siendo incapaz de ello. Su amigo le devuelve la mirada frunciendo el ceño.

-¿Pasa algo? –pregunta desconcertado. Diana niega enérgicamente con la cabeza.

Oliver se escabulle silenciosamente con la cabeza baja. La chica lo sigue con la mirada mientras una oleada de estudiantes la rodea camino a sus clases.

-¿Podemos sentarnos juntos? –le pregunta a Jorge, quien asiente emocionado.

Ni siquiera es capaz de saludar a su novio cuando entra en clase. Se ocupa de evitar las miradas desconcertadas de Kara y Martín.

-¿Has hablado con ellos? –pregunta Jorge.

-Aún no. No tenía mi móvil –se excusa ella.

-Claro. Perdón otra vez.

-Perdón yo –dice Diana entre dientes.

-¿Qué?

-Que he leído tus conversaciones –Jorge levanta las cejas con sorpresa mientras ella se deshace en disculpas -. Te juro que solo fueron algunos mensajes con Kara. Pero tenía que saber qué está pasando y vosotros no me contáis nada. A ver, ya lo suponía, pero quería confirmarlo.

-No te hemos contado nada porque no hay nada que contar. A mí me gusta ella y ella tiene novio.

-Entonces, ¿por qué vino Lucas a dejarte el ojo morado?

Jorge se encoge de hombros con resignación. A lo mejor eran imaginaciones de Lucas, como las que está teniendo ella.

-Y… un mensaje que te envió Oliver justo ayer. Un audio. No sé por qué lo escuché, de verdad. No sé qué me pasó por la cabeza. Pero perdón. Lo borré. Doble perdón –añade hablando a toda prisa.

-¿Un mensaje de qué tipo? –tantea él.

-Del tipo… disculparse por darte un beso –responde Diana bajando tanto la voz como la cabeza. Jorge asiente.

-Tampoco tengo nada con él. No tengo nada con nadie, en resumen.

-No tienes por qué darme explicaciones. Tu vida sentimental es privada y no es asunto mío.

-Bueno, igualmente no me importa contártelo. Somos amigos, ¿no? –Diana asiente con una tímida sonrisa -. Si quieres saber algo, lo que sea, me puedes preguntar. O siempre puedes volver a invadir mi Whatsapp.

 

Capítulo 8 // Martín

-Perdón. Es que no encuentro la tarjeta.

-¿No tienes dinero para pagar en efectivo?

-Eso estoy mirando, pero creo que no.

Martín rebusca en su cartera como si, mágicamente, pudiera aparecer un bolsillo escondido que le regalase esos treinta céntimos que le faltan para poder pagar el viaje en el autobús.

-¿Te puedes echar a un lado mientras buscas? Hay cola –pide amablemente un conductor de autobús con unas ojeras de un color más oscuro que sus propios ojos.

-Claro, perdón –responde Martín, apurado.

Empieza a darse cuenta de que, efectivamente, había una larga fila de estudiantes desesperados para entrar en el vehículo. Empieza a pensar que debería bajarse, sin más. Es decir, faltar un día a clase no es para tanto. Peor es el momento que está sufriendo, atrapado entre la luna del autobús y el arroyo de personas esquivándole para poder entrar.

Cuando está a punto de darse por vencido y asumir que, efectivamente, no tiene ni la tarjeta ni el dinero, una voz conocida le asalta inesperadamente.

-¿Te pasa algo? –pregunta Oliver, extrayendo su bono de autobús.

Martín contempla cómo su compañero de clase presiona la tarjeta sobre el círculo rojo que emite un sonido indicándole que gasta un viaje.

-He olvidado la tarjeta del autobús y no tengo dinero –explica Martin sonrojándose levemente.

-Yo invito –le sonríe Oliver, repitiendo la coreografía ya realizada.

Martín le sigue por el pasillo deshaciéndose en agradecimientos. Oliver señala un par de asientos libres y le hace un gesto para que se siente junto a la ventanilla, dejándose caer junto a él tras ello.

-Mañana te llevo el dinero a clase, te lo juro.

-No te preocupes. Con la tarjeta vale menos. Me deberás como algo menos de un euro.

-Bueno, pero una deuda es una deuda –insiste Martín -. Ahora que me doy cuenta, ¿qué haces por aquí? Creía que eras vecino de Jorge.

-He pasado la noche en casa de mis primos.

-¿Entre semana? –se extraña Martín. El chico no puede concebir salirse de los horarios habituales.

-Mi tía ha tenido que ir al hospital y me ha pedido que cuide de ellos.

-Ah. Perdón –responde apurado por su intromisión -. ¿Está bien? Tu tía, digo –hace Martín el intento de arreglar su comentario.

-Creo que me he expresado mal. Con hospital me refería a que se ha puesto de parto. Pero, sí, está bien –ríe Oliver. La cara de Martín refleja el alivio que siente ante la nueva información.

-Menos mal. Me alegro que sea eso.

Oliver le observa con los ojos entrecerrados, inclinando la cabeza. Martín frunce el ceño, volcando todos sus esfuerzos en no sonrojarse.

-Siempre eres así, ¿eh?

-Así, ¿cómo?

-No sé. Preocupándote por los demás. Asegurándote de no ofender a nadie ni ser ni mínimamente apropiado.

-Bueno, lo intento. No quiero que nadie se sienta mal. Al menos, no por algo que yo pueda decir o hacer. Pero suele quedarse en la intención, porque tiendo a meter la pata –se excusa Martín.

-Pues yo creo que está genial. Quiero decir, la mayoría de gente se limita a decir lo que piensa sin plantearse cómo puede afectarle a la otra persona.

-“La sinceridad sin empatía es solo crueldad” –Oliver le sonríe, interrogante -. Lo he leído mucho por Twitter –aclara Martín, arrancando unas alegres carcajadas de su compañero de clase.

Martín dirige su vista hacia el paisaje que le muestra su ventana. No es mucho más que coches con aburridos conductores en su interior, pero en una rotonda se fija en una estatua de un hombre sonriente rodeado de niños que juegan.

-¿Sabes que esa estatua la robaron? –comenta distraído.

-¿Cuál?

-La de la niña con la cometa –responde Martín, señalándola con el dedo. Oliver se acerca para poder verla, lo que provoca que su corazón se acelere.

-¿Por qué?

-Porque decían que era históricamente incorrecto, ya que cuando se fundó el colegio era únicamente masculino, y no tendría sentido que hubiese una chica. Hubo un grupo de chavales indignados con lo que ellos consideraban una mentira y decidieron, directamente, llevársela de aquí.

-¿En serio?

-No. La robaron sin ningún motivo. Es que este barrio es un poco chungo –los ojos incrédulos de Oliver le analizan, lo que provoca que finalmente suelte esas carcajadas que se estaba aguantando mientras se inventaba la historia. Oliver se une a su risa, aún observando las estatuas que se alejan despacio conforme el autobús continúa avanzando.

-¿Y por qué la devolvieron? –pregunta el chico, incorporándose en su sitio de nuevo.

-No lo sé. Supongo que simplemente la policía los pilló, pero a mí me gusta pensar que se arrepintieron por el vandalismo y decidieron enmendar su ilegalidad devolviendo la estatua donde pertenece.

-¿De verdad piensas que eso podría ser posible?

Martín hace una mueca arrugando los labios, sintiendo los ojos de su compañero de autobús fijos en él, como si tratara de averiguar qué está pensando.

-En realidad, no. Pero soy un utópico. Algún día, con suerte, podría ser verdad. Si la sociedad cambiase un poco…

-Somos polos opuestos. Soy la persona más negativa que conozco, honestamente. Me gustaría ser como tú.

-No lo creo.

-¿Por qué no? Ver el lado bueno de la gente, y de las cosas, me parece bastante guay.

-No lo es cuando empiezas a idealizarlo todo y después te das cuenta de que la vida no es un arcoíris. Por mucho que quiera ver lo mejor de la gente, a veces la gente solo muestra su peor cara.

-Pero entonces asumes que tienen una buena cara.

-Bueno, claro –reflexiona Martín -. Eso sí lo tengo claro.

-Igual esa gente solo necesita gente como tú que estén seguros de que tienen una buena cara.

Martín frunce el ceño y mira a Oliver, inquisitivo.

-No creo que seas tan negativo como piensas…

Oliver esboza una media sonrisa que reconforta más a Martín que cualquier palabra que pudiera haber dicho.

Jorge aparece en su mente sin previo aviso. Lleva varios días dándose cuenta de que está empezando a desarrollar sentimientos por Oliver. Sin embargo, no había llegado a la conclusión de que eso conlleva dejar de tenerlos por su amigo. Por algún motivo, solo ha conseguido ver la peor cara de Jorge en las últimas semanas. Pero, pensándolo fríamente, lo están tratando de criminal por una tontería. Realmente, lo único que ha hecho ha sido lo mismo que Kara: mentirles. No obstante, a ella le siguen hablando. Ni siquiera han hecho el amago de pelearse. Y Jorge, por otro lado, ha hecho vida individual en la universidad ante la negativa de todo su grupo de perdonarle por ¿qué? Nada, en realidad.

-Es nuestra parada –le informa Oliver -. Estás en las nubes.

“Estoy arrepentido”, piensa Martín.

No le hace falta pensárselo al entrar a clase. Su mirada busca inmediatamente a Jorge. Se lo encuentra, como esperaba, sentado al final del aula, solo, tecleando en su portátil. Probablemente, solo estará haciendo ver que está ocupado, para no parecer lo que es: que nadie se quiere sentar junto a él. Pero hoy, decide Martín, es el último día que deja a su mejor amigo con un asiento vacío a su lado.

-¿Me puedo sentar? –pregunta con sutileza. La cara de Jorge es todo lo que necesita para saber lo sorprendido que está ante su actitud. Su amigo asiente, aún en shock.

-Lo siento –sueltan ambos a la vez tras un largo silencio. Se miran sorprendidos por la coordinación improvisada y ríen.

-Mejores amigos teníamos que ser… -comenta Martín.

-¿Lo somos? –tantea Jorge -. Me refiero, ¿seguimos siéndolo?

-Claro. Si tú quieres.

Jorge parece reflexionar el ofrecimiento, perdiendo su mirada entre la fila de pupitres delante de ambos.

-Ya no me gustas –se apresura a aclarar Martín. Jorge le devuelve su atención, extrañado -. Por si era eso lo que te preocupaba. Que ya no tiene por qué ser raro…

-No pasa nada. No habría sido raro si hubiéramos sido amigos gustándote.

-Ah –se sorprende Martín.

-¿Por eso dejaste de juntarte conmigo? ¿Porque pensabas que la situación iba a resultarme incómoda?

-La verdad es que ni siquiera tengo claro por qué. Creo que al principio me daba vergüenza volver a hablarte. Pensaba que no iba a poder mirarte a la cara por la tontería que te dije y…

-No era ninguna tontería –interrumpe Jorge -. ¿Me conoces realmente si piensas que soy de esos tíos que le tienen como miedo a que algún homosexual se enamore de ellos? Yo creo que no.

-A ver, no es que pensara eso. No intencionadamente, al menos. Pero el gustarse entre amigos siempre es raro.

-Mientras no tengas un novio que venga a agredirme a la universidad, no va a ser peor que lo que ya he vivido.

Martín intenta reír ante el comentario de Jorge, pero le suena forzado. Es algo demasiado reciente que le hace recordar el por qué estaban enfadados con él.

-Por cierto, ya que saco el tema de Kara, quiero pedirte perdón por no habértelo contado. Aunque hubiésemos acordado ella y yo no decir nada, sé que en ti podría haber confiado sin problemas. Fui un idiota al tener secretos contigo.

-No te voy a mentir y decirte que no me dolió un poco cuando me enteré que lo estabas ocultando, pero entiendo por qué lo hiciste. Kara también es tu amiga. Y, a parte, tu vida amorosa es privada.

-Para ti nada de mi vida es privado –exagera Jorge, sacándole una risa esta vez real a Martín.

-Buenos días –suena la voz de una sorprendida Diana.

Martín le sonríe, cómplice. Diana toma asiento con una sonrisa de desconcierto inundando su rostro. El chico se da cuenta que su mochila ya estaba aquí, por lo que había decidido también sentarse con Jorge. Le satisface la coordinación inesperada.

-¿Cómo tú por aquí? –le susurra a Martín.

El chico se encoge de hombros levantando las cejas. En ese momento, sus ojos divisan los de Kara, que les mira desde la puerta de clase. Parece como si alguien le hubiera dado al botón de pausar. Los tres la observan con intriga. Diana le hace un sutil gesto para que se siente con ellos. Cuando parece que está a punto de hacer caso a su petición, deja su mochila en el asiento más cercano y les da la espalda.

Martín gira la cabeza para encontrarse a un Jorge atento a Kara. Siente algo de pena por él, hasta que se da cuenta de que su amigo no tiene una expresión de decepción, ni siquiera de tristeza. Es como si se lo esperara, y tuviera asumido que la actitud de Kara es su nueva realidad.

-Luego hablo con ella –asegura Diana dirigiéndose intencionadamente a Jorge -. Seguro que solo estaba… confusa.

-No la culpo –dice Jorge, encogiéndose de hombros -. Me merezco que esté enfadada.

-Yo creo que no lo está –opina Martín -. Tiene más que ver la situación. Quiero decir, acaba de romper con su novio. Yo también estaba mal cuando rompí con Jorge y no tenía nada que ver con vosotros.

-No recuerdo que me hicieras la cobra de sitio…

-Y tampoco es enteramente culpa tuya, Jorge –destaca Diana -. En una relación hay dos personas, y en unos cuernos tres.

-Que entre Kara y yo no pasó nada –aclara el chico.

-Cuernos sentimentales –corrige ella.

La cara de Diana se ilumina con una sonrisa cuando Diego la saluda acercándose.

-¿Ya te ha devuelto el móvil? Que es muy ladrona, ella. Te descuidas y te desvalija.

-Lo tengo –responde Jorge, mostrando su teléfono como si fuese una reliquia -. Y la nueva funda está de camino. Para que Diana no me vuelva a hacer el lío.

-Es que sois tontos –comenta ella cruzándose de brazos mientras su novio la abraza en un falso consuelo.

-¿Qué os ha pasado? –pregunta Martín, desconcertado.

-Que Diana me robó el móvil.

-Perdona, pero fuiste tú el que cogió el mío y se fue a casa como quien no quiere la cosa –replica ella.

-Ay que ver, Diana. No se te puede dejar sola –se suma Martín a la broma.

-¡Pero bueno! ¿A qué viene este roast?

-¿Qué significa “roast”? –inquiere Jorge.

-Es cuando haces pollo asado –bromea Diego con una expresión muy seria.

Jorge frunce el ceño mientras Diana falla en el intento de aguantar la risa. Martín divisa a Kara haciendo un pequeño amago para girarse, pero ésta se da cuenta y se incorpora de nuevo mirando hacia delante.

-Me estoy agobiando –dice Viri tecleando frenéticamente en su portátil durante la hora libre -. ¿Cuándo se entrega esto?

-La semana que viene es la primera entrega, pero esa es la corrección –aclara Kara -. Dos o tres días después, no me acuerdo, nos mandaba los errores, lo pasamos a limpio solucionando lo que está mal y ya después sí que es la definitiva.

-Pero entonces tenemos que tener el trabajo terminado para la semana que viene, ¿no? –pregunta Martín.

-Claro, eso sí.

-O sea, que vamos fatal –concluye Jorge. Todos se ríen menos Kara, que se muestra algo reticente.

-No tan mal. Si nos organizamos, lo sacamos sin problemas.

-Organizarnos. Eso que se nos da tan bien –añade Diana sarcásticamente.

-Hola, Oliver –saluda Elvira a su compañero que pasa junto a su mesa en ese instante.

-Hola, Viri –responde éste con la misma voz cantarina.

Martín le mira de reojo, ante lo cual Oliver le regala una media sonrisa. El chico se queda mirándole mientras su crush continua su paseo por la facultad. Su mirada se cruza finalmente con la de Diana, que le mira interrogante.

-¿Y esa miradita con Oliver? –le interroga Diana aprovechando una excursión a la máquina expendedora.

-Nada. Es que somos amigos –responde Martín restándole importancia al asunto.

-Antes también erais amigos y no te lo comías con los ojos.

-Igual me gusta un poquito…

-¡Martín! Cada semana te gusta alguien distinto –exclama Diana dándole un mordisco a su sándwich frío de máquina -. ¿Pero te gusta de querer tener algo más o simplemente de acosarle mirándole cuando pasa por al lado? –añade con la boca llena.

-Hombre, si surge algo no me voy a quejar.

Diana asiente con los ojos muy abiertos, pero sin decir nada más. Martín conoce bien el lenguaje no verbal de su amiga más expresiva y sabe que hay algo que no le está contando.

-¿Qué?

-¿Qué de qué? –disimula ella.

-Diana que nos conocemos.

-Pero es que no pasa nada.

-Ya…

-¿Sabes si él quiere algo más?

-Pues no, no ha surgido el preguntarle. Pero, no sé, me da la sensación de que a veces flirtea conmigo.

-Flirtea. Hijo, ¿de dónde sales, de los noventa?

-Flirtear todavía es un término en uso. Búscalo en la RAE.

A Martín le viene en recuerdo el anterior fin de semana, cuando se encontró a Oliver por casualidad en el centro comercial.

-¿Vienes al cine? –le preguntó pillándole desprevenido.

-Uy, hola. Vengo del cine, más bien. Acabo de salir de la sala –respondió Martín quitándose los auriculares.

Siempre que va a ver una película a solas, un plan que ocurre bastante a menudo, le encanta escuchar la banda sonora del filme cuando sale, para sentir que sigue en el mundo de la película. Sin embargo, no le importó saltarse la tradición para hablar con Oliver.

-Yo pensaba ir a cenar algo. Había quedado con unos colegas, pero me han dado plantón –comentó el chico.

-Ah, lo siento –respondió Martín.

Oliver levantó las cejas a modo de interrogación. Martín frunció levemente el ceño, sin saber a qué se debía el silencio de su amigo.

-¿Te vienes a comer? –acabó preguntando Oliver.

-Vale –se sonrojó Martín dándose cuenta de su ineptitud social -. Podemos ir al McDonald´s –señaló Martín enfrente suya.

-Si no te importa, yo prefiero otro sitio.

-¿No te gusta?

-Es que soy vegetariano. No tengo mucha variedad, más allá de patatas, aros de cebolla y helado. Aunque, dicho en voz alta, no suena tan mal. Vamos.

Oliver empezó a andar hacia el establecimiento. Martín se apresuró en no quedarse atrás.

-¿Qué te vas a pedir tú?

-Normalmente me pido una hamburguesa, pero me siento un poco mal si como delante de ti carne, que no puedes comer.

-No es que no pueda comerla, es que elijo no hacerlo. Tú pide lo que te apetezca.

Martín observó cómo los dedos de Oliver viajaban por la pantalla del monitor para señalar los productos que quería pedir.

-Ponme lo mismo que tú. Hoy me uno a tu dieta.

-¿De verdad?

Martín asintió convencido. Oliver le sonrió con cierta satisfacción mientras empezaba a pelearse con la máquina.

-Ahora no sé volver atrás. Ala, lo he borrado todo. Soy un boomer. De normal me siento viejo por tener dos años más que la mayoría de la gente de clase, y ahora me doy la razón a mí mismo sin saber usar la tecnología.

-Me pasa lo mismo y solo me llevo un año más que Diana y Kara, porque Jorge tiene mi edad.

-Seremos unos ancianos, pero llegaremos antes a la jubilación que los demás. Y quien ríe el último ríe mejor.

Martín asintió entre carcajadas a lo que decía Oliver mientras su corazón aceleraba el ritmo cardiaco en respuesta a cada sonrisa de su amigo.

 

Capítulo 9 // Kara

Los rayos de un tímido sol inciden en los cristales de sus gafas, obligándola a alzar una mano frente a su cara para poder continuar con los ojos abiertos. Por muy diciembre que sea, aún hace calor. No el suficiente como para quitarse el jersey de lana rojo, pero sí para apresurarse en entrar al edificio para huir de la claridad que amenaza a su vista.

Kara se para en seco. Unas pegatinas con dibujos navideños pegadas en la puerta de la facultad le llaman poderosamente la atención. El año pasado la universidad estaba tan desnuda en Navidad como durante las demás fiestas. Si no hubiera sido así, lo recordaría. La Navidad es su época favorita del año. Es muy cliché, pero no puede evitar sonreír cuando las luces en forma de bastón de caramelo de colores alumbran las calles.

-¡Hay que abrir los regalos, Ángel! –solía exclamar una entusiasmada Kara cada mañana de reyes pocos años atrás.

-Cinco minutos más –musitaba su hermano, reacio a abandonar el calor de su cama.

Kara se cruzaba de brazos, enfurruñada, mientras buscaba a su madre por toda la casa. Era común encontrarla en bata preparando café en la cocina mientras su padre devoraba un trozo de roscón de reyes relleno de nata, poniéndose perdida la camisa y provocando la primera pelea mañanera.

-Te la lavé ayer, Julián. Anda, ve a cambiarte –suspiraba su madre, vertiendo leche en una taza.

-Ahora voy. Quiero repetir –respondía su padre con la boca llena, cortando otro trozo del dulce.

-Mamá, Ángel no se levanta y yo quiero abrir ya los regalos –se quejaba una pequeña Kara desde la puerta de la cocina.

-¡Ángel, levántate ya! La abuela llega en media hora y los primos, en una –ordenaba su madre alzando elegantemente la voz.

Kara suele envidiar lo clásica que es su madre. Carolina es un ejemplo de mujer trabajadora y fuerte, totalmente femenina sin siquiera intentarlo y con una belleza natural. Desde que era niña, Kara siempre decía que de mayor quería ser como su madre. Su padre fingía ofenderse por no nombrarle y la pequeña argumentaba que no podía ser como él porque su estómago nunca sería tan extenso como el suyo para estar a su altura a la hora del almuerzo.

-Si no vienes empiezo a abrir los regalos yo sola, ¿eh? –amenaza Kara con los brazos en jarra.

-¡No, no, ya voy! –contestaba su hermano, que no permitía que se empezara ninguna tradición navideña sin estar él presente.

Kara sonreía triunfal mientras le robaba el trozo de roscón de manos de su padre. Así fue cada mañana durante años en su casa, e incluso ahora que entiende por qué su hermano no tenía la misma ilusión que ella por la visita de los Reyes Magos se sorprende a sí misma ansiosa por desenvolver los regalos en el minuto en que se despierta.

El resto de la facultad tiene adornos aleatorios colgando del techo o adheridos en las paredes. Aunque no son gran cosa, siempre es mejor que nada. La pizarra grande que preside la entrada de la cafetería reza un “Feliz Navidad” coloreado de tiza roja y verde. Sin embargo, sospecha que, sin permiso de dirección, alguien ha escrito en letra pequeña naranja “Y feliz suspensitos que se vienen después de vacaciones”. Kara ríe ante la ocurrencia de algún compañero de universidad y sigue su camino hacia clase parándose ante cada nuevo motivo navideño que encuentra.

Un pequeño muérdago cuelga del marco de la puerta de clase. Un par de chicos bromean en la entrada que deben besarse mientras sus amigos corean que lo hagan. Kara espera pacientemente a que terminen de entrar, lo que le da tiempo a Jorge para aparecer por el pasillo. Ninguno de los dos puede evitar el cruce de miradas que se produce. Por un largo momento, Kara piensa que se van a quedar así toda la hora, en silencio, simplemente contemplándose. Pero es el mismo Jorge el que esquiva sus ojos y entre en la clase. Kara no puede evitar fijarse otra vez en el muérdago mientras su amigo camina bajo él y, repentinamente, desea que ambos hubieran seguido la tradición del adorno.

La historia con Jorge le ha costado perder su amistad y la ruptura con Lucas, pero nunca han llegado a tratarse como una pareja ni hacer nada típico de una relación. Convencida durante varias semanas de que Jorge estaba completamente olvidado, ahora se descubre planteándose cómo habría sido vivir la experiencia completa, haber cortado antes con su ex y, así, haber podido compartir con Jorge citas y besos.

Sacude la cabeza para eliminar esos pensamientos intrusivos que, a su parecer, son primordialmente tóxicos para su salud emocional.

-¿Te vas a sentar hoy con nosotros? –pregunta Martín apareciendo a su lado.

-La pregunta es qué hacías tú ayer sin sentarte conmigo.

-Creía que, si me veías a mí con Jorge, tú también te unirías. Como además estaba Diana…

-Un aviso de que íbamos a volver a la normalidad habría estado bien. No es que no quisiera sentarme con vosotros, es que me quedé… desconcertada.

-Ya, perdona. No fue planeado. Es que llegué aquí, lo vi, y me di cuenta de que echo de menos nuestro grupo de siempre.

-Yo también lo echo de menos.

-Pues es tan fácil como escoger el buen sitio. O sea, a mi lado.

-Pero es que no sé si estoy preparada para hablar con Jorge.

-No tenéis que hablar de eso en concreto.

-Sí, claro, le hablo del tiempo –responde ella con ironía.

-¿Y por qué no?

-No puedo pretender que no ha pasado nada, Martín. Hemos estado semanas sin hablarle y ahora vuelvo a ser su amiga como si nada.

-No es eso. Es cuestión de querer tomarte tu tiempo. Jorge lo va a entender, te lo aseguro. Y mejor una situación un poco incómoda que sentarte sola, ¿no?

Kara se muerde el labio, analizando la situación. Un solo día se ha sentado sola en clase, y fue la mañana más aburrida de toda la carrera. Quizás sea una persona dependiente, pero necesita a su grupo alrededor para evitar querer tirarse de los pelos.

Martín la agarra del brazo y la arrastra hacia clase, impidiéndole que le dé más vueltas al asunto.

-A mí es que no me gustan las pelis Disney, la verdad –está comentando Carlos cuando Kara y Martín comienzan a sentarse junto a Diana.

Todos están demasiado inmersos en la conversación como para reparar en su presencia. Sin embargo, nota que Jorge sí que les mira de reojo, fingiendo que tampoco le ha llamado la atención su llegada. Kara decide dejarle creer que está siendo convincente en su disimulo y se une sutilmente a la conversación.

-Pues te lo digo yo, que es super machista.

-Es que todo lo Disney es machista –argumenta Dani.

-Brave no. Ni Moana, ni Frozen –interviene Martín.

-Ni Mulán –añade Diana.

-Qué reina –puntualiza Kara.

-¿Veis? Esas sí son feministas, Bella no.

-¿De La bella y la bestia? –Diana asiente ante su pregunta, lo que aumenta su confusión -. ¿Crees que es machista?

-La princesa no, pero la película sí –ante el ceño fruncido de Kara, Diana amplía su explicación -. Ella es muy valiente y muy lista, sí, pero después se ve envuelta en una relación tóxica que todo el mundo apoya. De hecho, la moraleja acaba siendo “quédate con esa bestia que te maltrata física y psicológicamente”.

-Eso es verdad –reflexiona Martín -. La tiene encerrada, le chilla y la trata fatal, pero todo el mundo está de acuerdo en que ella debe perdonar todo lo que haga Bestia y enamorarse de él.

-Es que todos los objetos del castillo son unos interesados, porque ellos solo quieren volver a ser humanos y en realidad les da igual la vida sentimental de Bestia –opina Diego.

-El mensaje se muestra como “lo importante es el interior” y “no te guíes por las apariencias”, pero es que Bestia es peor por dentro que por fuera.

-Pero Bestia intenta cambiar… –murmura Kara, insegura con su argumento.

-No, Bestia quiere que Bella le haga cambiar, con su amor todopoderoso. Pero es que Bella no es su terapeuta. Una pareja no tiene que aguantar tus malos modos y tus cambios de humor. En muchas ocasiones, acaba haciéndola sentir culpable a ella por no poder cambiar él.

Los ojos de Kara se quedan contemplando el infinito mientras su cabeza le da vueltas a los comentarios de su amiga. Diana se da cuenta de su expresión y la observa frunciendo el ceño.

-Conclusión, no hay que ver Disney –finaliza Carlos justo cuando el profesor entra en clase.

-¿Qué te ha pasado antes? –le pregunta Diana cuando finaliza la hora.

-Nada –responde Kara poniéndose la mochila.

-Yo creo que le has puesto nombre y apellidos a Bestia.

Kara evita la mirada de Diana y continua su camino hacia la salida. Su amiga, obcecada en no rendirse, la sigue hasta el baño.

-¿Te ha hecho algo Lucas alguna vez? –inquiere Diana muy seria.

-¡No! –se apresura a contestar ella -. No creo –agrega bajando la voz -. Lucas es… impulsivo.

-Violento.

-Yo no lo definiría tampoco así.

-Kara, le rompió las gafas y la cara a Jorge.

-Pero eso fue por la situación, no porque simplemente se crea Rocky.

-Venía con sangre en la cara. Me contaron que era como si él mismo se la hubiera puesto, como si fuera pintura.

-Se le cruzaron los cables. Es muy protector conmigo y le sentó mal el tema de Jorge.

-¿Protector o controlador?

-Diana, Lucas no es un mal tío.

-¿Y un mal novio?

Kara se queda mirando a su amiga. No quiere discutir con ella, pero tampoco le hace gracia que asuma cosas que no son. Lucas tenía un humor un poco cambiante, pero de ahí a denominarlo tal cosa hay una línea muy gruesa que se niega a cruzar.

-Tú no le conoces.

-No, pero te conozco a ti. Y sé que, a pesar de lo listísima que eres, también eres un poco ingenua, sobre todo cuando implica a personas a las que aprecias. ¿No cabe la posibilidad de que estuvieras en una relación un poco tóxica? A lo mejor por eso te empezó a gustar Jorge. No hay nadie más pacífico e inofensivo que él. Igual era tu subconsciente tratando de decirte que no quieres un novio opresor.

-Lucas no era opresor, ni violento, ni nada de lo que dices.

-¿Alguna vez te levantó la voz?

-Todo el mundo se pelea, Diana. Yo también le he gritado alguna vez.

-¿Alguna vez te ha hecho sentir culpable por enfadarte con él?

-Alguna vez me ha hecho saber que estaba exagerando. Eso no es maltratar. Eso es equivocarme yo y que mi novio pueda decirme que lo estoy. Es tener confianza, pienso.

-¿Alguna vez te ha agredido?

-¡Claro que no! Si me hubiera pegado habría cortado con él sin pensármelo.

-No solo es pegar. También me refiero a cosas como empujar.

Cuando Kara está a punto de replicar con aún más enfado, un breve flashback cruza su mente.

-Sí que te ha empujado –afirma Diana.

-No fue para tanto… Yo no lo llamaría agresión. Fue un gesto involuntario –murmura Kara en un tono mucho más suave que el que ha utilizado en las demás respuestas.

-¿Te hizo daño?

-Un poco, pero fue porque me caí. Fue mi…

-Culpa –termina Diana la frase por ella -. Tu novio te empuja, pero la culpa es tuya.

Kara la mira con ojos llorosos. No quiere creer que sea verdad. Ha dicho muchas veces lo absurdo que le parece las chicas que están en relaciones tóxicas, y ahora no es capaz de asumir que ella ha sido una de esas chicas.

-Las primeras preguntas que te he hecho eran maltrato psicológico; las últimas, físico. Yo creo que has sufrido un poco de ambos, y que ni tú ni él os habéis dado cuenta.

Siente una enorme presión en el estómago, como si hubieran soltado una pesa en el interior de su vientre. Como si, de repente, el mundo entero se le viniera encima.

-¿Y ahora qué hago? –pregunta inocentemente.

-Lo primero, aceptarlo. Si necesitas ayuda, yo estoy aquí para lo que haga falta. Pero a lo mejor te vendría bien algún profesional. Y lo segundo, yo que tú hablaría con él.

-¿Con Lucas?

-A veces el maltratador no sabe que lo es. Creo que también es importante que se dé cuenta de lo que ha hecho, más que nada para que no lo vuelva a hacer.

Diana abre sus brazos invitándola a arroparla con ellos. Kara une su cuerpo al de su amiga, aún sin poder asimilar la información que le ha proporcionado. Ella, creyéndose la más feminista del mundo, en una relación tóxica sin saberlo.

-¿Estás bien?

Kara no sabe cómo reaccionar. Lleva semanas ignorando a Jorge, pero en esos momentos lo que necesita es un buen amigo que no le juzgue, que la escuche y que intente comprenderla. Sabe que Jorge podría ser esa persona, pero llevan viviendo una situación incómoda durante demasiado tiempo como para fingir que nada ha ocurrido, que pueden continuar con la misma relación que perdieron entre sentimientos.

-Sí –responde ella escuetamente secándose disimuladamente las gotas que recorren sus mejillas con el dorso de la mano.

Sabe perfectamente que Jorge no se lo cree. La conoce demasiado bien para poder mentirle de forma convincente. Además, su aspecto no indica mucha duda. Incluso la mujer que trabaja en secretaría se daría cuenta de que no está bien si pasara por su lado y se fijase en sus ojos rojos y expresión de cachorro en espera de adopción.

-Entiendo que no seamos tan amigos como antes, y que nuestra relación sea un poco rara. Pero puedes seguir contando conmigo para lo que sea.

Le encantaría poder hacerle caso. Contarle todo lo que le ha dicho Diana. Confesarle que se ha dado cuenta de ese error que ha cometido durante dos años casi y medio enteros, sin tener la opción de borrarlo y recuperar ese tiempo perdido. Se limita a asentir, esquivando su mirada.

Jorge la mira por última vez sin esforzarse en ocultar el dolor que siente por su rechazo. Se marcha esquivándola, como si fueran a eclosionar si chocaran sus hombros. Kara observa cómo su amigo se pierde al girar la esquina del pasillo de la facultad en dirección a la salida. La chica rompe a llorar de nuevo.

Se decide por hacerle caso a Diana y busca el contacto de Lucas en su móvil. No quiere permitirse seguir revolcándose en la miseria, como si lo ocurrido hubiera sido culpa suya. El que tiene un problema de ira es su ex novio. El que le empujó por impulsividad es su ex novio. El culpable de la relación tóxica, aunque ella la haya permitido, es su ex novio.

Los pitidos indicando que su móvil intenta conectar con el de Lucas resuenan en sus oídos, machacando su confianza en sí misma. Ni siquiera sabe qué le va a decir.

Por un momento, piensa en lo fácil que hubiera sido escuchar a su corazón y, en cuanto Jorge y él empezaron a gustarse, haber roto con Lucas en ese momento. Jamás se habría dado cuenta de que su ex estaba cerca de ser un maltratador. Lucas no le habría pegado a Jorge. Martín no lo habría pasado mal enamorándose de él. Sus amigos y ella no habrían estado enfadados con él, ignorándole. Una sola decisión podría haber mejorado la situación en la que ahora se encuentra.

Pero, como siempre, ella nunca toma buenas decisiones.

-¿Kara?

La voz de Lucas le suena lejana, como si no estuviera hablando con ella. Un nudo formándose en su garganta le obliga a carraspear dando paso a un hilo de voz.

-Necesito hablar contigo.

-Claro, dime. ¿Qué pasa?

No está acostumbrada a plantarle cara a la gente. No le gusta que se enfaden con ella, ni quiere ofender a nadie. En eso comprueba que se parece mucho a Martín, y en parte a Jorge. Sin embargo, esa cualidad que siempre ha considerado como amabilidad podría estar ocultando una falta de confianza en sí misma, de la que está segura es dueña.

De repente, piensa en todos los libros de feminismo que ha leído, de cómo siempre todas esas escritoras alientan a las lectoras a no ser silenciadas, a no permitirse amedrentarse ante las adversidades de los hombres que no les permiten alzar la voz. Se decide no acobardarse ante sus propias inseguridades.

-Pasa que me he dado cuenta de algo.

-¿De qué?

Por un momento, no sabe qué contestar. “Me he dado cuenta de que eres un maltratador” le suena muy fuerte. En parte, piensa que Diana ha exagerado un poco con esa palabra. No es capaz de considerarle tal cosa. Por otro lado, se da cuenta de que, una vez más, está sintiendo la presión patriarcal en la que denomina a su amiga como “exagerada” mientras excusa que su ex novio le haya agredido. No puede seguir permitiendo ocultar la verdad por miedo a que la traten de histérica.

-Creo que deberías trabajar en tus problemas de ira.

-¿Mis qué?

A Kara no le sorprende que Lucas pretenda no saber de qué habla. Como si él mismo no se hubiera disculpado por pegar a Jorge. Ahora actúa como si nada, como si no fuera con él. Como si no fuera de machito por la vida creyéndose con el derecho de pagar sus frustraciones con los demás.

-Pegaste a Jorge, Lucas. Me empujaste a mí. Por Dios, la primera vez que nos conocimos te peleaste con un chico al que ni siquiera conocías.

-A ver, a ver. Lo primero, ¿cuándo te he empujado? Lo segundo, intentaba protegerte.

-¡Es que no necesito que me protejas! –grita Kara, atrayendo la atención de los estudiantes que transitan el pasillo. No le importan las miradas ajenas -¿No te das cuenta, Lucas? Cuando te enfadas, todos los que estamos a tu alrededor tenemos que pagar por ello.

-Me estás tratando como un loco, Kara. Soy impulsivo, pero no es como si siempre recurriese a la violencia.

-No, Lucas. No te estoy tratando como a un loco –replica ella con un tono de voz calmado -. Aunque sí creo que deberías plantearte si podrías llegar a serlo con el tiempo si sigues el camino que estás tomando.

-Kara…

-No te estoy tratando de loco; te estoy tratando de maltratador, que es lo que eres.

Kara finaliza la llamada sin esperar respuesta, incrédula porque su subconsciente haya pronunciado la palabra tabú que ella creía exagerada.

Capítulo 10 // Lucas

-¿Te apetece un vaso de agua?

-No, gracias. Estoy bien.

Lucas se revuelve en su asiento, claramente incómodo con la situación. La doctora le mira por encima de las gafas y toma notas. El chico levanta la cabeza en el amago de leer qué está apuntado en esa pequeña libreta de anillas.

-¿Quieres hablarme de Kara?

-Prefiero no hacerlo.

-De acuerdo. ¿Y de ti?

-¿De mí?

-Para eso has venido aquí, ¿no? Para hablar de ti.

-Sí, claro, supongo. Pues, no sé. Yo me veo como un chaval normal. A veces me enfado y eso, pero lo normal.

-¿Qué consideras lo normal?

Lucas levanta las cejas y abre las manos, pensando qué contestar. Ha perdido la noción de describir qué puede considerar normal.

-Cuando me enfado, grito o le pego a algo, como a la pared.

-¿A quién le gritas?

-Pues a la persona con quien me haya enfadado, ¿no?

-Dímelo tú.

-A la persona con la que me he enfadado –enfatiza Lucas la afirmación.

-¿Y cuando no te enfadas con alguien en concreto? ¿O cuando no puedes levantarle la voz a esa persona? ¿Qué haces en esas situaciones?

-¿Qué quiere decir?

-Por ejemplo, si sacas una nota baja que no te esperabas, no puedes gritarle a tu profesor por la gravedad de las consecuencias. O cuando pierde el equipo de fútbol al que apoyas. La televisión no te va a oír.  

-Pues… a lo mejor traslado mi enfado a alguien a quien sí puedo gritar.

-¿Como a quién?

-Como a mi madre. A Kara, de vez en cuando. Con mi hermana también suelo enfadarme. Y tengo una amiga que suele sacarme de mis casillas con facilidad.

-¿Hay algo en común entre estas personas?

-Supongo que paso mucho tiempo con ellas.

-¿No te llama la atención que todas sean mujeres?

Lucas frunce el ceño, mirando fijamente a la psicóloga. Malika le devuelve la mirada, impasible.

-Oiga, yo no soy un machista, si es eso lo que está insinuando.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque yo no odio a las mujeres.

-El machismo no solo consiste en odio, Lucas. También es discriminar, silenciar, cosificar. Agredir.

-Yo no hago eso –replica el chico, cruzándose de brazos -. Es más, si hablamos de agredir, jamás le he pegado a una mujer.

-¿A un hombre sí?

-A dos –murmura Lucas, sin ningún orgullo -. Pero tenía mis motivos. Solo quería proteger a Kara.

-¿Ella te pidió en alguna de esas ocasiones que la protegieses?

-Eso es exactamente lo que me dijo ella –resopla el chico.

-¿Y no crees que tiene razón?

-Yo creo que solo intento que no le pase nada. No entiendo a qué viene el rollo feminazi de que no necesita que dé la cara por ella.

Malika lo mira con gravedad. Lucas cierra los ojos un instante al darse cuenta de la terminología que ha utilizado. Cuando los vuelve a abrir, la doctora toma notas en su pequeña libreta.

-Feminista. Quería decir feminista.

-Así que no estás de acuerdo con la ideología feminista.

-Con esa no.

-¿Con cuál sí?

-Yo creía que había venido a terapia, no a un simposio sobre sexismo.

-¿Qué sientes cuando te enfadas?

La pregunta le pilla desprevenido. Lucas se incorpora en el asiento, satisfecho de retomar el análisis sobre su ira. Tiene suficiente con las charlas que le solía dar Kara sobre feminismo para aguantar lo mismo hasta en una cita con el psicólogo.

-No sé. Enfado –responde encogiéndose de hombros. Malika le observa esperando a que desarrolle su respuesta -. Es como si tuviera… fuego en mi interior. Como una frustración y una impotencia. Por eso necesito liberarlo. Suelo gritar o pegar porque es mi forma de descargar esa adrenalina que me corroe.

-¿Crees que es una manera sana de liberar ese estrés al que te somete tu propia ira?

-Sano, no es. Mis nudillos en carne viva te lo pueden confirmar –contesta él mostrándole el dorso de ambas manos -. Pero no sé qué otra cosa hacer.

-¿Has probado a hablarlo?

-Siempre lo hablo. Pero me sale gritar.

-¿Hablas de lo que ocurre o de lo que sientes?

-No me gusta hablar de mis sentimientos. Me limito a explicar la situación y ya.

-¿Por qué no te gusta?

-Me siento absurdo.

-¿Por qué? ¿Te parecen absurdos los sentimientos?

-No es tanto eso. Pero es como… cursi. Me siento como si estuviera en una de esas películas romanticonas de tías.

-Así que relacionas las emociones con la feminidad.

-Sí, supongo.

-Y eso lo ves como algo negativo.

-Claro –Malika vuelve a apuntar sus pensamientos en su cuaderno. Lucas pone los ojos en blanco, empezando a hartarse de tener que ir de puntillas con su manera de expresarse -. Me refiero a que yo soy un tío, no que lo de las mujeres esté mal.

-Lo que consideras “de mujeres” –explica la psicóloga haciendo el gesto de comillas en el aire – es algo de humanos. Todas las personas tenemos sentimientos, Lucas. No está mal hablar de ellos. Si fuera así, yo estaría sin trabajo.

Lucas se rasca la cabeza, con una leve expresión de enfurruñamiento en el rostro, como un niño pequeño que no entiende por qué no le pueden comprar el juguete que quiere. Malika se retira las gafas, dejando que cuelguen de la cuerda decorada con bisutería que le rodea el cuello.

-¿Por qué has venido a terapia, Lucas?

El chico se encoge de hombros, aún de brazos cruzados. No quiere hablar de Kara, aunque no termina de entender por qué. Simplemente, algo en su interior no le permite desnudarse emocionalmente, y hablar de su ex supondría exponer prácticamente todos los sentimientos que habitan en su interior. Por otro lado, sí que se pregunta qué sentido tiene haber acudido a ayuda profesional si no está dispuesto a contarle nada relevante sobre su vida.

-¿Te lo ha recomendado alguien? –insiste Malika.

-Más o menos. Kara me dijo que tenía que solucionar mis problemas de ira. Le he hablado de Kara, ¿verdad?

-Me has dicho que solía ser tu pareja –Lucas asiente -. ¿Quieres explicarme por qué rompisteis?

-A ella le gusta otro chico. Yo pensaba que me estaba engañando con él, pero al final no tenían nada. Solo estaba… confusa, me dijo.

-Pero terminaste la relación igualmente.

-Es que no podía confiar en que no fuera a ponerme los cuernos con él en algún momento. O con algún otro. Si estaba conmigo debería gustarle solo yo, no ir fijándose en sus amigos y en no sé quién.

-¿Consideras que hubo algún motivo por el que ella se fijó en ese chico?

-Supongo que fue cuestión de pasar tiempo juntos. Van a la misma clase, tienen el mismo grupo de amigos…

-¿Tú no tuviste nada que ver?

-¿Qué está insinuando? ¿Que fue culpa mía? –inquiere Lucas, alzando el tono de voz.

-No insinúo nada. Solo pregunto.

-Pues yo creo que sí lo está sugiriendo. Yo no sé por qué Kara se enamoró del imbécil de Jorge. Yo solo sé que pensaba que estábamos bien y, de repente, me entero de que ella tiene metida en la cabeza a otra persona. Para que luego me diga a mí que no hablo de mis sentimientos. ¿Y ella qué?

-¿Por qué crees que te pidió que solucionaras tus problemas de ira?

Lucas observa a la psicóloga, desparramado en el sillón de cuero marrón. Su vista se dirige a los grandes ventanales que encuadran la habitación de suelo de parqué. Se descubre pensando que no le importaría tener un cuarto así en casa. Le resulta relajante esa monotonía de colores marrones y es agradable la impoluta limpieza que sugiere el ambiente. Su habitación tiende a estar desordenada, y no dedica un tiempo específico a que la limpieza esté al día, pero podría comenzar a tomar un poco de control en su vida. Su cuarto podría ser el inicio de ello.

-Porque el otro tío al que pegué fue a Jorge –susurra Lucas, sintiendo una repentina vergüenza al revelar la información -. Cuando me enteré de que a Kara le gustaba me enfadé muchísimo. No pretendía hacerle daño, pero sentí que me traicionaba y no puede evitar el enfado que sentí.

-¿Te traicionaba Kara o Jorge?

-Los dos. Jorge había sido mi amigo, y ahora estaba interesado en mi novia, y mi novia en él. No podía permitirlo. Fui a hablar con él y se me acabó yendo la mano.

-¿Qué te dijo Jorge?

-Que Kara no quería nada con él.

-¿No le creíste?

-Sí que le creí. Jorge nunca miente –se sorprende diciendo. No se había planteado lo seguro que estaba de ello -. Sí que le creí. No sé por qué le pegué… -reflexiona, hablando más para sí mismo que para Malika.

-Quizás no estabas enfadado con él.

-¿A qué se refiere?

-No quiero que pienses que vuelvo a sugerir que los sentimientos de Kara fueron culpa tuya. Pero, quizás, te culpabas a ti mismo por la situación. Por haber perdido el control de ella.

-Bueno, claro. Es que perdí el control de mi novia.

-Es que tu novia es una persona que no tiene que estar controlada por ti.

Lucas mira a la psicóloga, entre extrañado y sorprendido. Sus palabras la resultan lógicas y obvias, y sin embargo se descubre con pensamientos que le llevan la contraria. ¿Desde cuándo se ha convertido en un hombre que se cree con el control de una mujer?

-Sí, lo sé. Simplemente siempre he sentido que tenía que cuidar a Kara. Ella es inocente e ingenua.

-¿Y no se puede valer por sí misma sin un hombre que la defienda?

-No me refiero a eso.

-¿A qué te refieres?

-No lo sé –se sorprende de nuevo contestando.

Quizás sí que tenga razón Malika y sea un poco machista. De repente, recuerda las palabras que le soltó con desprecio su ex novia cuando le llamó al móvil.

-Kara me dijo que era un maltratador. Cuando me dijo que tenía que controlar mis problemas de ira, yo le contesté que me estaba tratando como a un loco. Ella me dijo que me estaba tratando como lo que era: un maltratador –declara el chico mirando a su psicóloga, en gesto de socorro.

Malika se incorpora en el asiento, cerrando la libreta. Lucas descruza los brazos, con mil pensamientos rondando su cabeza.

-Lucas, quiero que seas sincero conmigo. ¿Has agredido a Kara alguna vez?

-Sí.

Ahora se da cuenta de a qué se refería Kara cuando le acusó de empujarla. El chico había borrado por completo el recuerdo de su memoria.

-Fue poco después de terminar los exámenes, hacia inicios de julio. Yo había suspendido una asignatura, y en la revisión no me subieron nada la nota. Estaba muy enfadado conmigo mismo por haber suspendido, con el profesor por haber sido un incompetente y con la carrera en general por haberme supuesto un esfuerzo que, al final, no vi nada recompensado.

Kara le seguía por el salón, tratando de cogerle de la mano para tranquilizarle. Lucas no paraba de andar de un lado a otro cual tigre enjaulado. En esos momentos, tenía la misma fiereza de uno.

-Es que no me lo puedo creer. Después de estar mes y medio estudiando, ahora me tengo que pasar todo el verano con la cabeza metida en los apuntes –se quejaba Lucas.

-Sé que es una putada, pero al menos así tienes la oportunidad de sacar buena nota –argumentaba Kara intentando que su novio viese el lado positivo de la situación -. Si te hubiera subido la nota, te habrías quedado en un cinco. Te habría bajado mucho la media del curso.

-Esa es otra. Voy con un cuatro y medio y me dice que eso es un suspenso como una casa. Con la buena nota que tengo en los trabajos, y no me va a hacer la media porque el examen no está aprobado. Vamos a ver, un cuatro y medio es un cinco de toda la vida. Esta mujer no sabe lo que es redondear.

Kara se sentó en una silla dejando su bolso junto a ella, lo que a su novio no le hacía mucha gracia. Que ella tomara asiento era como una señal de decirle que su problema no tenía tanta importancia. Como si no mereciera la pena cargar los gemelos para tratarlo. Con la actitud de su novia, la rabia de Lucas aumentó un poco más si cabía.

-Pero la nota de los trabajos te la guardan para septiembre. No es como si fuera un esfuerzo perdido.

-Lo que no entiendo –seguía farfullando Lucas, cada vez con más rabia, ignorando los comentario de Kara – es cómo pretende que aprobemos con lo mal que ha dado las cosas. Cuando explicaba, lo hacía fatal, pero es que la mayoría de veces ni se molestaba en dar clase. ¿No se da cuenta de lo difícil que es esta carrera? Ni que fuera la tuya.

-A ver, la tuya tiene más dificultad por las matemáticas sobretodo, pero yo también tengo que estudiar bastante.

-No compares, Kara. No tiene nada que ver. Esta asignatura era imposible aprobarla, y no me va a salir mejor en septiembre, eso ya te lo digo. Voy a estar amargado todo el verano para nada.

-Eso no lo sabes. Dedicándole tu tiempo a una sola asignatura exclusivamente seguro que la sacas sin problemas. Tú eres muy listo.

-¿Y de qué me sirve ser listo con una profesora incompetente? –Lucas se pasó las manos por el pelo, suspirando con fuerza -. La muy hija de… -murmuró.

-Tampoco hace falta que la insultes –intervino Kara, poniéndose en pie.

-Yo digo lo que es. No me invento nada –se excusaba Lucas.

-Por muchas vueltas que le des vas a seguir suspenso. Además, algo de culpa tendrás tú, porque sé que tus amigos sí que han aprobado –dijo la chica, alzando levemente la voz. Su ex novia siempre empezaba siendo comprensiva con sus problemas, hasta que empezaba a cansarse.

-¿Sabes cuál ha sido mi problema? –contraatacó Lucas -. Tú.

-¿Yo? ¿Qué tengo yo que ver? –se extrañó Kara, frunciendo el ceño.

-Me has distraído. Como en tu mierda de carrera no hacéis nada, venías siempre a darme el coñazo. ¿Cómo voy a estudiar si estás siempre detrás de mí? “Lucas, vamos al cine. Lucas, vamos a dar un paseo. Lucas, vamos a cenar fuera” –imitó el chico la voz de su novia -. Normal que no me haya dado tiempo a estudiar.

-Lo primero, con mi carrera no te metas, porque no tienes ni idea de lo que hacemos, y si me gusta a mí a ti también. Y lo segundo, ¿cuándo he dicho yo todo eso? Si quedábamos era de mutuo acuerdo, para pasar un tiempo juntos, no porque yo dependa de ti hasta para respirar.

-Eres una pesada, Kara, con todas las letras –gritaba él, acercando su cara a la de ella -. Y ahora, por tu culpa, voy a estar todo el puto verano con un libro de texto encima, así que te vas olvidando de hacer planes conmigo.

En la exaltación del momento, y para dar énfasis a su discurso, Lucas empujó a Kara golpeándole ambos hombros. Debido a la diferencia de estatura, el cuerpo de la chica no pudo aguantar el impulso y se tambaleó, resultando en una caída en la que el único golpe no solo fue el suelo, sino que además el marco de la puerta le regaló un moratón a Kara en el brazo.

Lucas observaba a Kara desde arriba, sorprendido de su propio comportamiento. Su novia le miraba desde abajo, dejando leer el miedo en sus ojos.

-¿Qué pasó después? –pregunta Malika, abriendo su libreta de nuevo.

-Se marchó corriendo. Estuvimos unos días sin hablarnos, hasta que se nos olvidó.

-¿Estás seguro de que a ella se le olvidó?

-No lo sé –responde Lucas, sin poder evitar que una lágrima involuntaria recorra su mejilla. No se molesta en retirarla -. A lo mejor solo pretendió olvidarlo.

-¿Qué sentiste cuando pasó eso?

-Al principio, fue una sensación extraña. Como si ella no fuera Kara, y yo no fuera yo. No sé explicarlo. Después… por un momento muy pequeño, me sentí… bien. Poderoso. Pero inmediatamente empecé a preocuparme por si le había hecho daño. Y me asusté un poco.

-¿De qué?

-De mí. De llegar a ser esa clase de persona que le agrede a su pareja.

-¿Y por qué crees que lo olvidaste tan rápido si te preocupó?

Lucas se pasa el dorso de la mano por el rostro, eliminando el rastro de lágrimas que ha dejado.

Cuando llegó a la consulta de la psicóloga, tenía una actitud totalmente escéptica al respecto. No se imaginaba contando nada ni remotamente personal. Había decidido acudir como un favor a Kara más que otra cosa. Sin embargo, algo en su interior estaba agradecido por estar allí. Quizá su subconsciente sí que sabía que necesitaba solucionar sus problemas.

-Igual… yo también pretendí olvidarlo.

 

Capítulo 11 // Jorge

Unas gotas de lluvia comienzan a incidir en el pavimento. Por suerte, Jorge ha sido lo suficientemente previsor como para coger un paraguas antes de salir de casa. Nunca ha entendido a la gente que no ve la previsión del tiempo, en especial en invierno. Siempre acaba cruzándose a alguien corriendo por las calles, como si de ese modo se mojase menos. Le resulta demasiado agobiante que se le empape la ropa, por no hablar de que al llegar a casa dejaría el suelo completamente mojado. Y la solución es tan sencilla como coger un paraguas.

Justo en mitad de ese tren de pensamientos, divisa al otro lado del paso de peatones a un chico que no lleva. Sin embargo, no parece tener prisa en ponerse a cubierto. La capucha de su sudadera es lo único que le protege de la lluvia, siendo inútil puesto que, al ser de algodón, probablemente esté provocando una inundación en su cabello. Pero el chico continúa caminando con parsimonia, con las manos introducidas en los bolsillos y la cabeza gacha. Por un momento, Jorge piensa en ofrecerle cobijo. Se lo piensa seriamente, pero igual no es la mejor de las ideas compartir paraguas con un completo desconocido. No obstante, siente ternura por ese chaval. Sin necesidad de verle el rostro, tiene la certeza de que no está pasando un buen día.

Cuando el semáforo pinta el muñeco en la pantalla de verde, Jorge se ha decidido a pasar de largo. En el momento en que están a punto de cruzarse, el chico levanta la vista del suelo y cruzan las miradas. Parece que ocurre a cámara lenta, como si fuera una película. Jorge no consigue apartar la vista de Lucas, y éste también mantiene sus ojos fijos en los suyos.

Sin más, se paran en mitad del paso de peatones. El sonido de un claxon les sobresalta, haciéndoles mirar hacia un coche cuyo conductor les observa con cara de pocos amigos. Los chicos se apresuran a salir de la carretera cuando se dan cuenta de que el muñeco del semáforo ha vuelto a ser rojo.

Inconscientemente, Jorge vuelve al punto de partida, caminando por el paso de peatones junto a Lucas en dirección a la misma acera desde donde había empezado a cruzar. Se sorprende a sí mismo al darse cuenta de sus propios pasos. No tiene nada de qué hablar con Lucas. No sabría qué decirle; nada parece apropiado. Pero tampoco quiere marcharse. Le gustaría que pudieran aclarar las cosas y dejar de estar en un estado de guerra constante. Tras haber solucionado los problemas con sus amigos de la facultad, no quiere dejar al que solía ser su amigo sin la posibilidad de volver a serlo.

-¿Podemos hablar? –inquiere Lucas, en un tono sorprendentemente amigable.

Se esperaba una voz fuerte y enfadada, como la que escuchó salir de su boca la última vez que se vieron. Pero para nada esperaba ese casi susurro inofensivo.

-Claro. Te invito a un café. –Le suena un poco absurdo, pero pagar un par de euros más parece lo mínimo que podría hacer.

Se dirigen en silencio a la pastelería más cercana. Jorge no es muy fan de los dulces, cosa que a todo el mundo le horroriza. El simple comentario en el que declara que no le gusta el pastel indigna a todos sus conocidos. Por ello, se pide simplemente un té. Lucas, ocupado peleándose con su sudadera para poder quitársela, pide lo mismo que él, aunque Jorge duda que siquiera haya escuchado su pedido.

-¿Desde cuándo tomas té? –inquiere, curioso.

-¿He pedido té? –se extraña Lucas a lo que Jorge asiente, divertido. Lucas se encoje de hombros -. Bueno, todo se puede probar. Dios, esto está hecho un asco –comenta sosteniendo la sudadera empapada como si fuera un cactus.

Jorge se levanta a coger la silla más cercana para que Lucas pueda colgar su sudadera en el respaldo como si fuera un tendedero.

-¿Por qué no has salido con un paraguas?

-Lo he hecho, pero me lo he dejado en… -Lucas se para en mitad de la frase. Jorge frunce el ceño, extrañado -. Da igual.

Jorge asiente algo confuso. Agradece la aparición del camarero con sus dos tés y se abalanza sobre el suyo en cuanto está en la mesa, no solo para quitarse el calor sino para estar ocupado y dejar que Lucas hable de lo que tenga que hablar.

-¿Me puedes traer también un trozo de tarta de manzana? –le pregunta Lucas al camarero, a lo cual éste parece intentar ocultar la molestia por no habérselo pedido antes junto a las bebidas -. Me muero de hambre –aclara dirigiéndose a Jorge esta vez.

En menos de un minuto el pastel se cierne sobre la mesa, a lo que Lucas no deja ni medio segundo antes de coger un gran trozo y llevárselo a la boca. Cierra los ojos mientras lo saborea, como si de esa forma estuviese más rico.

-No te ofrezco porque sé que no te gusta –informa el chico. Jorge asiente, empezando a perder la paciencia.

-¿De qué querías hablar? –tienta con sutileza. Lucas deja el tenedor sobre el plato y le mira.

-Eh… Yo te quería pedir perdón. Por pegarte y eso. No debía hacerlo. Se me fue la puta cabeza y lo pagué contigo. Lo siento.

Jorge levanta las cejas sin poder ocultar su sorpresa. Pocas veces ha escuchado una disculpa saliendo de esos labios. En general, Lucas culpa a su impulsividad como si no fuera con él y asume que todo el mundo justifica sus actos por ello.

-Ah. Guay. No pasa nada, en realidad. No me hiciste nada grave. La peor parte se las llevaron las gafas, honestamente.

-Te las pago.

-No hace falta.

-Sí, sí hace. Escucha, quiero empezar a hacer las cosas bien. He estado toda mi vida haciendo lo que me daba la gana sin pagar las consecuencias. Ya soy mayorcito para tener rabietas.

-Me alegro que hayas tomado esa decisión –dice Jorge sinceramente.

-Yo también. Creo que lo primero que voy a hacer es pedir perdón a todo el mundo. Hablé con mi madre y se puso a llorar cuando le pedí disculpas por todas las peleas que hemos tenido por mi culpa –comenta Lucas, sonrojándose. Jorge sonríe porque una ola de ternura ha vuelto a invadirle.

-¿Has hablado ya con Kara? –le pregunta en tono cauto. No sabe cómo va a reaccionar ante ese nombre, sobretodo pronunciado por él.

-Todavía no –contesta Lucas, sin dar señales de molestia por el tema -. Creo que es la persona a la que más daño le he hecho, y no sé cómo lo voy a arreglar. Ahora entiendo que quisiera estar contigo y no conmigo.

-Oye, ella no quería estar conmigo. Te lo dije el día que… viniste a mi facultad. Estuvo todo el verano insistiendo en no romper contigo, y literalmente me gritó que no íbamos a salir nunca.

-Pero no debería haber querido estar conmigo. Es que soy… -empieza a decir Lucas, trabándose en la frase, como si la palabra que quisiera decir fuese demasiado grande y no cupiese en su garganta -. Soy un puto maltratador –acaba murmurando.

-¿Qué dices? No lo eres –intenta argumentar Jorge -. A veces te pones un poco violento, pero de ahí a maltratador…

-El paraguas me lo he dejado en la consulta de mi psicóloga –confiesa Lucas -. He estado yendo a una porque la misma Kara me dijo que tenía que controlar mi ira, y que era un maltratador. Mi psicóloga está de acuerdo en que lo soy. No me lo ha dicho con esas palabras, pero ganas no le han faltado. Y yo… también estoy de acuerdo. Me he dado cuenta.

Jorge no sabe qué respuesta dar a la magnitud de esa información. No se había planteado que su amiga pudiera estar en una relación tan tóxica. Solo veía a la chica que le gustaba saliendo con su amigo, pero la indiferencia que le provocaba la relación en sí le había vendado los ojos.

De repente, recuerda el momento en que se encontró a Kara saliendo del baño de la universidad con las mejillas empapadas de lágrimas. Se arrepiente al instante de no haber insistido en que le contase el problema. Pensó que lo ideal era darle espacio, especialmente porque aún no han recuperado su amistad. Pero, probablemente, lo que necesitaba la chica en ese momento era unos brazos que la sostuvieran, y él no estuvo allí para proporcionárselos.

-¿Sabes qué es lo peor? –dice Lucas acercándose a él, como si quisiera contarle un secreto -. Que lo primero que pensé al entrar en la consulta es que no iba a solucionar nada. Y sé que no fue porque piense que los psicólogos son inútiles, porque en el camino hacia allí no tenía esa seguridad. Fue porque era una mujer. O ni siquiera sé si soy también un racista y fue porque es negra. O sea, de color. Mira, no sé cómo hay que decirlo. Soy un desastre. Toda la vida viviendo con la cabeza metida en mi propio culo. Siempre pasando de Kara cuando me hablaba de estas cosas.

-Bueno, no te agobies –intenta calmarle Jorge, ante el manojo de nervios en que se ha convertido Lucas -. Nunca es tarde para empezar. Hay un montón de libros y de documentales para aprender los aspectos técnicos que no sepas. Y, bueno, los prejuicios se pueden desaprender.

-Es que no sé hacer eso –se desanima Lucas posando la mirada sobre el pequeño trozo de pastel que le queda por ingerir. Coge el tenedor con cierta tristeza y engulle la tarta.

-Pero puedes aprender a desaprender. No sé si eso tiene sentido.

-Creo que sí.

-Yo no soy un experto, entre otras cosas porque soy un tío blanco, pero puedo ayudarte.

Lucas levanta la mirada de su té, que sostiene en sus manos como si le arropara el calor que aún conserva la bebida. Una breve sonrisa le ilumina los ojos.

-Gracias. Me gustaría que volviéramos a ser amigos.

Por un momento, a Jorge le sorprende saber que a él mismo también le gustaría.

En cuanto llega a casa, se tumba sobre su cama sin pensárselo dos veces. No tiende a perder el tiempo, ni en las vacaciones de Navidad, pero necesita digerir la tarde que ha tenido. Lo que había empezado siendo una excursión al supermercado a por alimentos para la cena de Nochevieja ha resultado en una reconciliación con la persona que le dejó un ojo morado hace unas pocas semanas. Se plantea si ha sido mera casualidad o es que el destino ha tenido las agallas de provocar ese cruce.

Sin embargo, sus pensamientos inmediatamente se posan en Kara. Se siente culpable por no haberle prestado la atención que se merecía. Aunque ella seguramente no habría querido un príncipe azul que fuera a salvarle, ni él podría haber estado a la altura de eso. Pero sí que podría haberle venido bien un amigo.

Su mano se dirige rápidamente a su móvil y teclea la pregunta “¿Estás bien?” en el chat de Kara sin ningún contexto. Ella no tarda en responder “¿Yo? Sí. ¿Por?” pero, en vez de seguir mandando mensajes decide llamarla directamente. Jorge se incorpora aún estando sobre la cama, apoyando la espalda contra la pared mientras los pitidos de su teléfono resuenan en su oído derecho.

-¿Jorge? –la voz de Kara le reconforta inmediatamente. Es como llegar a un sitio cálido después de haber pasado horas caminando por la nieve.

-Me he encontrado a Lucas.

-¿Qué?

-Estaba yendo al Mercadona porque mi madre se ha dado cuenta de que no hay panecillos suficientes. Y, claro, Nochevieja sin canapés no es Nochevieja, todo el mundo lo sabe. Aunque sería peor sin uvas, eso sí –comienza a explicar a toda velocidad.

-Jorge, al grano.

-Sí, perdón. El caso es que estaba cruzando un paso de peatones y de repente me doy cuenta de que Lucas está pasando por mi lado. Hemos ido a tomar algo a una cafetería. Té y tarta de manzana. El pastel para él, a mí no me gusta, ya lo sabes.

-¿Que habéis merendado juntos? ¿Lucas y tú? ¿A santo de qué? –pregunta una extrañada Kara.

-Me dijo que tenía que decirme algo. Me ha pedido disculpas.

Un silencio inunda la línea telefónica.

-A mí no.

-Me ha dicho que tiene pensado hacerlo, pero que no sabe cómo hablar contigo. Imagina que estarás enfadada.

-Como para no estarlo…

-Oye, entiendo que lo estés. Por eso te he llamado. Creo que de verdad está arrepentido, y quería ponerle las cosas un poco más fáciles. Dice que va a empezar a aprender sobre feminismo. Y racismo también, creo. Que se ha dado cuenta de que te trató fatal y quiere arreglarlo.

-No puede borrar los años de relación que hemos tenido.

-Lo sé, claro que no puede. Pero…

-Oye, Jorge, te agradezco la llamada, y me alegro de que tú hayas arreglado las cosas con él. Pero no es tan fácil como decir “perdón”. Un perdón no soluciona dos años y pico de relación tóxica. Y desde luego no soluciona los problemas de autoestima que tengo por su culpa, ni el moratón que me hizo.

-¿Moratón?

-No te ha dicho que me empujó una vez.

-…no.

-Ya.

Jorge no sabe cómo continuar la conversación. Estaba convencido de que Kara se daría cuenta rápidamente de que las intenciones de Lucas son puras esta vez, como le ha dejado claro a él. Sin embargo, a su amiga no le falta razón. Aunque le extraña la reacción de la chica, puesto que siempre ha sido muy comprensiva.

-Es que de buena eres tonta –le dijo Diana. No era la primera vez que tenían una conversación similar.

-Pero déjala. ¿A ti qué más te da? No es tu cumpleaños, es el nuestro –argumentó Jorge.

-Ese no es el caso.

-¿Y cuál es?

-Que no puede dejarlo todo por su novio. Habíamos hecho planes, y sé que Kara quiere que sigan en pie. Pero, claro, se hace lo que Lucas quiere. Pues no. Ella tiene que tener voz en la relación –se exasperaba Diana, hablando como si su amiga no estuviese delante escuchando cada palabra.

-¿Por qué no quiere venir Lucas? –preguntó Martín, casi en un susurro. Jorge intuía que su amigo estaba de parte de Diana, pero el chico, siempre conciliador, lo último que querría era meter baza en la discusión.

Jorge también se hizo esa pregunta. En general, Lucas nunca había tenido problemas para socializar. Es de esas personas que saca conversación a cualquiera en cualquier momento, sin importar que no conociese a su receptor. La mayoría de la clase acababa sabiendo su nombre y apellido, puesto que el chico no deja a nadie fuera de su radar. Si tenía algo que comentar, lo comentaba. Y a la gente suele agradarle. Es una persona carismática como poco.

Por ello, no entendía a qué obedecía el querer separar a Kara del grupo. Como su cumpleaños y el de Jorge coincide en día, el grupo había pensado en celebrarlo en conjunto. Sin embargo, al novio de la chica no le hizo ninguna gracia compartirla, como le había dicho a ella. A pesar de que el plan solo incluía a ellos cinco, Lucas no quiso dar su brazo a torcer, y Kara decidió seguirle el juego y dejarles en un cumpleaños de tres personas.

-Ya os lo he dicho. Dice que prefiere que estemos los dos a solas –se defendía Kara, cruzada de brazos pero sin levantar la voz. Jorge intuía que, en el fondo, la chica sabía que su amiga estaba en lo cierto.

-¿Y qué prefieres tú? –preguntó Martín tímidamente. Podía verse que le dolía la actitud de la chica.

-Yo creo que puedo pasar ese día con él y quedar con vosotros otro día.

-No te ha preguntado qué crees. Te ha dicho que qué quieres. Tú, no tu novio, no tu parte de querer agradar a todos –volvía a atacar Diana.

-Déjala ya, Di. Si es su decisión, respétala, que para eso es su cumpleaños.

-Exacto. El suyo. No el de Lucas.

Nunca había tomado muy en serio la actitud de Diana con respecto a estos temas. Tendía a pensar que exageraba, que no le caía bien Lucas y que solo veía la parte negativa de la relación de sus amigos. A lo mejor la relación solo tenía ese parte, pero los demás estaban demasiado ciegos para verlo. Jorge se anota mentalmente empezar a darle más credibilidad a su amiga.

-Perdona. No sabía que había llegado a ese punto. En general, creo en las segundas oportunidades. Pero si te ha hecho daño físico, seguramente no vale la pena.

-No lo sé. A lo mejor, hablando con él puedo pasar página. Estoy hecha un lío, Jorge.

Una inmensa lástima le recorre las entrañas. El tono dolorido de Kara le hace polvo. ¿Cómo una chica tan fuerte puede derrumbarse por culpa de un estúpido chico? Ahora se da cuenta de que no debería defender a Lucas. Apoya su decisión de querer cambiar, pero eso no significa que lo haya hecho, o siquiera que lo vaya a hacer de verdad.

-De todas formas, Jorge, te diré que a veces el daño emocional es mucho peor que el físico.

Su mirada le devuelve el brillo de sus propios ojos desde el espejo. Solo hay una cosa que le gusta más que el fin de año, y es el inicio de uno nuevo. Sobre todo, después de todo lo que ha pasado en este. No es como si de repente fueran a solucionarse las cosas, pero esas doce uvas dan una sensación de frescor, de poder empezar de cero.

No ha vuelto a hablar con Kara desde su conversación telefónica, así que no sabe dónde se ha quedado la situación con Lucas. Ha decidido mantenerse alejado de ello. Se ha dado cuenta de que no es asunto suyo, aunque esté en parte metido en el embrollo. Lo mejor será darles espacio.

Con quien sí ha estado hablando casi a diario es con Oliver. Suele pasarle en las vacaciones. El aburrimiento les une, y el estrés de los exámenes también, así que tienden a bajar al césped de la piscina casi todas las mañanas para echar el rato. Se siente muy cómodo con el chico. Es como si con Oliver pudiera ser completamente él mismo. Viéndose desde fuera se da cuenta de la diferencia de personalidad que tiene con sus demás amigos y con Oliver. Parece que solo te das cuenta de cuándo eres completamente tú mismo cuando encuentras a alguien con quien serlo.

-¡Jorge, ven a untar panecillos! –le grita su madre desde la cocina.

La televisión le suena lejana. Debe estar pendiente de no perderse las campanadas, pero este año no siente tanto entusiasmo como los demás. Se fija en sus primos pequeños, jugando con las uvas en sus platos, empezando a comérselas antes de tiempo. Ojalá pudiera volver a tener esa inocencia.

Por poco se le pasan los cuartos. Gracias a un tío que le da pequeños golpes en el brazo a modo de aviso, se recompone para empezar a comerse la fruta al ritmo de las campanadas.

-¡Feliz año! –anuncia toda su familia casi al unísono al tiempo que comienzan a abrazarse unos a otros.

El ánimo cambia cuando uno de los niños comienza a toser atragantado por una uva y media familia debe acudir a darle golpecitos en la espalda y un vaso de agua para calmarle.

Jorge se queda al margen de todo el alboroto y decide felicitar el año a la mitad de sus contactos. Por mensaje puede fingir el entusiasmo que le falta. Los emoticonos siempre saben ocultar las emociones que quiere esconder.

Cuando recibe una notificación de Oliver preguntándole si puede bajar al césped de la piscina, le da un vuelco al corazón. En su casa ya han empezado a barrer el confeti, los pequeños comienzan a quedarse dormidos y el turrón se ha acabado.

-¿No has quedado con la gente de clase para ir de fiesta? –le pregunta Jorge tumbado en el césped. Si su madre le viese, le regañaría por ensuciar el traje.

-La mitad están en sus respectivas ciudades. Además, me apetecía estar contigo –Jorge nota cómo sus propias mejillas se sonrojan ante el comentario -. Me alegro de que hayas podido bajar.

-Yo me alegro de que me hayas dado la oportunidad de huir. Vaya aburrimiento en mi casa.

-La mía igual. Todos los años la misma historia.

Jorge mantiene la vista fija en el cielo, aunque no puede discernir ninguna estrella debido a la contaminación. Es en estos momentos en los que le gustaría vivir en mitad del campo. Oliver continúa estando sentado, con los codos apoyados en las rodillas. Jorge se fija en él, y se sorprende pensando lo mucho que le agrada estar junto a él. Cuando está a punto de comentarle a su vecino lo cómodo que se siente cuando están juntos, éste se le adelanta.

-Jorge… yo te quería decir algo. Por eso te he preguntado si podías bajar.

-Ah, dime. No será nada malo, ¿no?

-Espero que no –responde Oliver con una risita nerviosa. Jorge se extraña, curioso.

Oye cómo su amigo toma aire profundamente, como si se dispusiera a decir palabras que le costase pronunciar. Unas mariposas asaltan el estómago de Jorge, sorprendiéndole.

-Es que estaba comiéndome las uvas y… solo podía pensar en una cosa. Y, he pensado, qué mejor momento para decirlo que en fin de año. Es guay. Como… romántico.

La voz de Oliver murmura sutilmente la última palabra. Jorge piensa que sería apropiado incorporarse, pero su cuerpo se lo impide. Observa atento a Oliver, casi conteniendo el aliento.

-Yo… creo que me gustas.

Jorge abre mucho los ojos, a pesar de que esas palabras son exactamente las que quería escuchar.

-Yo también… creo que me gustas.

 

Capítulo 12 // Oliver

Los pasillos de la facultad se le antojan desconocidos. Más que un par de meses, parece que no ha pisado la universidad en dos años. Un pequeño brote de ansiedad le acecha trepando por su garganta, pero el chico se lo traga como si fuese un caramelo. No va a permitir que su mente le arruine más acontecimientos en su vida. No le resulta fácil sobrellevar la ansiedad que sufre, pero siente cómo cada día le resulta más liviano que el anterior. Progresa adecuadamente, como diría una profesora de jardín de infancia.

Recuerda el día que empezó el ciclo. El hecho de tener que comenzar en un sitio nuevo, con personas desconocidas y asignaturas completamente diferentes a las que acostumbraba le obligó a encerrarse en el baño del instituto durante dos horas, sin tener a nadie a quien llamar para socorrerle. Tuvo tal llanto, acompañado de una hiperventilación tan severa, que pensó que se moría. De verdad creyó que de ese modo iban a encontrar su cadáver, en posición fetal y con las mejillas bañadas en sudor.

Poco a poco ha aprendido a superar esos ataques, e incluso a evitarlos, pero su cerebro no le deja olvidar que, para él, las cosas nunca van a resultarle fáciles.

Oliver se para pocos metros antes de la puerta de clase, tratando de controlar la respiración. La meditación que ha estado realizando durante unos meses ha dado sus frutos, y comprueba que esta vez él está en control, y no la ansiedad, lo que le hace sonreír sutilmente, sin siquiera importarle que alguien pueda estar viéndole hacer muecas estando solo. Ahora sabe que el crecimiento personal no es algo de lo que deba avergonzarse, y mucho menos esconderse.

-Buenos días –le dice Cecilia cuando le ve llegar.

Alejandra le sonríe y aparta su mochila para dejarle un asiento libre. El chico siente un alivio enorme al asegurar que definitivamente no está solo. Aunque se sabe más lejano que ambas entre ellas, la relación con sus amigas es tan real que a veces le apetece llorar de emoción.

Acostumbrado durante toda su adolescencia a sufrir bullying, el hecho de que sus compañeros de clase sean simplemente amables con él le resulta extraordinario. Tanto Cecilia como Alejandra, entre otros de sus compañeros, están enteradas de sus problemas tanto de ansiedad como de autoestima, e incluso les contó algo sobre los desórdenes alimenticios. La aceptación y el apoyo por parte de estas provocó el maravilloso efecto de quitarle un gran peso de encima. Como si toda su vida hubiera llevado los problemas personales a hombros y, ahora, pudiera descansar parte de ellos gracias a las ayudas ajenas. Como cargar con una gran mochila y que otras personas te ayuden a sujetar el asa.

-Me pidió perdón –escucha decir a Kara, que está sentada un par de filas atrás, conversando con Diana.

No puede evitar pegar la oreja a la conversación. Sabe que respetar la privacidad ajena es importante, pero la parte cotilla de su personalidad a veces se abre paso.

-¿Y tú le creíste? –pregunta una Diana escéptica.

Oliver se sonríe, identificando como común esa actitud en la chica. Se la imagina ajustándose en la cabeza su gorra de vestir, gesto que acostumbra a repetir continuamente. Diana es una persona que le crea curiosidad. A veces se muestra muy cariñosa y comprensiva, y otras cambia de perspectiva y resulta completamente objetiva, incluso fría.

-Creo que está arrepentido, pero le dejé claro que no vamos a volver.

-Bien hecho. No lo hagáis.

Oliver nunca ha conocido al novio de Kara, o ex novio al parecer, pero por las cosas que ha oído sobre él tampoco tiene mucho interés en hacerlo. Mucho menos después de la agresión a Jorge.

No consigue entender cómo alguien puede tener la sangre fría de pegarle a otra persona. Ni siquiera concibe el boxeo como deporte, pues lo único que ve en él es provocar daño físico, tanto a uno mismo como a otra persona.

-Eres muy dura con él, Di. Ya sé que no deberíamos volver, y tengo claro que no lo vamos a hacer, pero…

-Nada de peros. Nunca se vuelve con un ex. Tú misma se lo dijiste a Martín cuando Jorge y él cortaron –le recuerda.

-¿No volverías conmigo si rompiésemos? –La voz de Diego se cuela en la conversación.

-No. Algo habrás hecho.

-¿Por qué supones que sería mi culpa? –pregunta el chico, divertido.

-Porque no va a ser mi culpa.

Oliver no puede evitar reírse, lo que provoca que Alejandra dirija su mirada hacia él. El chico intenta recomponerse, pretendiendo que está ocupado con su portátil.

-¿Estabas escuchando la conversación? –le pregunta Cecilia señalando hacia atrás.

-Están muy cerca –se excusa Oliver -. Y hablan muy alto.

-Puedes irte con ellos si quieres. También son tus amigos –ofrece Alejandra.

-No somos tan amigos.

Se da cuenta de lo frías que suenan esas palabras, pero es lo que siente. Solo se junta con el grupo de Jorge porque está Jorge. No tiene claro si es impresión suya, o si no cae muy bien a las dos chicas. Y, con respecto a Martín, no es el mejor momento para estar a su alrededor.

Desde que ocurrió el incidente de Nochevieja, que es como Oliver lo llama mentalmente, se ha abstenido de mantener cualquier tipo de contacto con Martín. No quiere que piense que está jugando con él. A parte, es un poco cruel lo que le ha pasado. Primero rompe con su novio, después le rechaza su mejor amigo y, cuando cree que ha encontrado a alguien con quien congenia, resulta que a éste le gusta el amigo antes mencionado. Suena a culebrón malo.

Pero no lo es, es la vida de Martín. Oliver sabe que tendrá que hablar con él tarde o temprano. Ya puestos, piensa, mejor tarde que temprano.

-¿Qué tal las navidades? –pregunta Alejandra.

-Tuvimos que llevar a mi perrito a la veterinaria –responde Cecilia haciendo un puchero.

-Oh –se entristece su amiga en un gesto un poco exagerado.

-Pero ya está bien. Solo le mandaron una medicina y en un par de días dejó de estar malito. ¿Y tú?

-Bastante bien –contesta Oliver en un tono, sin pretenderlo, bastante sugerente.

-Bueno, bueno… Suena a que hay una historia detrás –responde Alejandra con la misma voz pícara.

Oliver se plantea si contarlo. En realidad, Jorge y él no han tenido ninguna conversación al respecto. No tiene claro si se supone que están saliendo oficialmente, si es una especie de rollo o si no son más que unos cuantos besos.

Después de Año Nuevo, quedaron bastante poco, lo cual fue normal teniendo en cuenta que tenían los exámenes muy cerca. Su actitud no era muy diferente a la que solían tener siempre, con la excepción de algunas miradas y sonrisas más cariñosas de lo común. Sin embargo, sus labios solo se encontraron un par de veces más, pero no hablaron sobre su actitud en la universidad.

Las parejas de clase siempre le dan un poco de rabia. No sabe discernir si les molestan de verdad o solo es pura envidia, pero siempre le ha parecido un poco inapropiado ir más allá de un abrazo en presencia de profesores. No obstante, en el instituto tenía más sentido esa lógica. En la facultad parece diferente, y definitivamente lo sería si él fuera parte de una pareja.

-Digamos que no puedo decir que esté soltero.

-¡Qué dices! Con quién y qué ha pasado –demanda saber Alejandra.

-Cuenta, cuenta –le instiga Cecilia.

-Creo que todavía no lo puedo contar. No he hablado con él y no sé si quiere que se sepa, porque entre otras cosas no hemos dejado claro si es algo serio.

-Bueno, sabemos que es un “él” –concluye Cecilia.

-En cuanto sepa en qué punto estamos os lo explicaré todo, lo juro –les asegura.

-¿Tú quieres algo serio? –se interesa Alejandra.

Ante la atenta mirada de sus dos amigas, Oliver asiente firmemente sin pensárselo.

Sus pies se detienen repentinamente en mitad del pasillo. Divisa a Martín bebiendo agua de la fuente junto a la puerta del baño masculino. Duda si aguantarse las ganas para evitar al chico, pero se da cuenta de lo infantil de su actitud.

-Hola –le sonríe Martín cuando se acerca.

-Buenos días –responde Oliver sin pararse.

-Oye –llama el chico justo cuando ya se veía libre de conversación. Oliver gira sobre sus talones y se aparta de la puerta para no cortar el paso -. El viernes estrenan una peli que quería ver. Diana no puede venir, a Kara no le gusta la película y a Jorge no le gusta el cine en general. Lo digo por si quieres venir.

A Oliver se le encoje el corazón cuando se da cuenta de que Martín se sonroja ante su propia pregunta. No ve apropiado sincerarse sobre lo que ocurre si no ha sido Jorge quien se lo ha contado. ¿Qué se hace cuando le gustas al mejor amigo de tu medio novio?

-Me gustaría ir, pero tienes que saber que yo solo quiero ser amigo tuyo. –La expresión en la cara de Martín le hace pedazos el alma.

-Oh –se limita a responder mientras sus mejillas pierden el color rosado.

-Tengo algo así como una relación.

-¿Algo así?

-Estamos empezando, creo. No tengo claro si es oficial. Pero sí sé con seguridad que me gusta mucho –aclara Oliver siendo él esta vez quien se sonroja.

-Lo entiendo. No pasa nada.

-Lo siento.

-No tienes que disculparte –intenta confortarle Martín con una sonrisa triste.

Observando al chico alejarse, se da cuenta de que no han acordado la hora a la que quedar para ver la película. O siquiera si van a quedar.

-¿¡Un diez!?

-No es para tanto.

-Yo tengo un seis así que creo que sí lo es.

-Pero tú no das para más.

-Te voy a dar un puñetazo.

Oliver se encuentra completamente ausente escuchando la conversación de sus amigos, como si oyese la lluvia caer. No consigue apartar los ojos de Jorge y Martín, sentados en una mesa a unos pocos metros de él.

La parte exterior de su facultad está decorada con un césped artificial, unas sillas de plástico de colores y unas mesas como de picnic. Reconoce que, en comparación con las demás universidades, la suya es la que tiene mejores instalaciones, al menos para descansar. Hay gente que pasa más tiempo tumbada en el césped tomando el sol que en clase.

-¿Tú qué tienes, Oliver? –le pregunta uno de sus amigos. Está tan metido en sus propios pensamientos que ni reconoce la voz.

-¿Dónde? –pregunta mirándolos a todos.

-En técnica de no sé qué –responde Tomás. Identifica que es el mismo que antes se ha dirigido a él.

-Una matrícula, creo –contesta restándole importancia.

-Pero Oliver no cuenta. En asignaturas de fotografía es cascarilla –argumenta otro de sus amigos, pero de nuevo ha perdido interés en la conversación.

Cuando tanto Jorge como Martín dirigen sus miradas hacia él, gira la cabeza para pretender que contempla el cielo. Seguro que están hablando de lo que pasó en Año Nuevo. Seguro que Martín va a empezar a odiarle. Seguro que piensa que ha estado jugando con él, utilizándole.

Siente un brote de ansiedad amenazando con manifestarse. Comienza a respirar despacio, tal y como le enseñó Sofía. Inspira durante tres segundos, lo aguanta cuatro y expira en siete. Repite la operación un par de veces hasta que se ve capaz de volver a comprobar el estado de la conversación.

Esta vez, no le miran. Pero se abrazan entre ellos. Martín asiente, sin parecer ni agresivo ni enfadado. Ni siquiera triste. Oliver comienza a pensar en que quizá estaba exagerando. Desde la conversación del autobús, tiene claro que Martín es pura bondad. Termina de confirmárselo cuando le dirige una sonrisa sincera. Esta vez no aparta la mirada. Simplemente le sonríe de vuelta.

-¿Te vas ya? –le pregunta Jorge pillándole desprevenido.

Las horas prácticas no las tienen juntos puesto que están en diferentes grupos reducidos. Sin embargo, al ser la primera semana del cuatrimestre, los profesores han decidido aplazar las prácticas para la semana siguiente, por lo que esta vez han salido a la misma hora.

Oliver asiente y le hace un gesto con la cabeza para que le siga hacia la salida. Contempla cómo Jorge se abre paso entre el mar de gente que trata de marcharse de la facultad tan rápido que parece que el suelo les arde.

Pero Oliver solo tiene ojos para el chico que se acerca hacia él. El chico que le muestra una amplia sonrisa cuando se encuentran más cerca. El chico que comienza a andar a su lado tal y como querría que ocurriese cada día.

El chico que le coge de la mano estando aún dentro de la facultad.


Epílogo

-¿No te has pasado?

Natalia me devuelve el portátil con escepticismo.

-¡No! ¿Por qué? –exclamo algo ofendida.

-Vamos. ¿Jorge el rompecorazones de la clase? Eso no se lo cree nadie.

-Es solo una historia, Nat. No hay que tomársela al pie de la letra. Los personajes no son iguales que en la realidad, obviamente. Hay mucha info que me he inventado –trato de justificarme.

-Aun así, me parece todo un poco… demasiado. Mucho drama junto. Nadie tiene una vida tan ajetreada. Igual los demás sí, no sé; nosotras desde luego que no.

-¿Me ves escribiendo algo sobre nosotras? –pregunto con ironía mirando a Natalia de hito en hito. Mi amiga pone los ojos en blanco, como siempre.

Me giro para mirar a los protagonistas de mi relato, hablando tranquilamente, siendo amigos, sin dramas, sin gustarse los unos a los otros.

Vaya aburrimiento.

-Y por eso actúas como una loca y escribes sobre otra gente.

-Vale, lo primero, estoy loca por muchas otras razones, eso no era un secreto. –Natalia sonríe, desesperada -. Y segundo, no tiene nada de malo inspirarse en cosas reales. Dicen que hay que escribir sobre lo que conoces.

-Tampoco hay que tomarse eso al pie de la letra.

-¿Y por qué no? Escribo sobre lo que conozco: crushes, gente de la clase…

-Obligar a gente que no se gusta a que se guste… -murmura Natalia -. Te lo juro, te voy a comprar una libreta para que apuntes cosas. Es que eres el típico personaje de serie o libro adolescente que va con una libreta a todas partes apuntando cosas sobre la gente. ¿Cómo podías acordarte de tantos datos de personas con la que no te juntas? Es que hay muchas cosas que has escrito que son reales.

-Es que yo lo sé todo –digo con fingidos aires de superioridad. Natalia vuelve a dirigir su vista al cielo -. Y, por cierto, yo no obligo a la gente a hacer nada. Me limito a ser pasiva. Yo solo shippeo.

Braniacs

THE BRANIACS FIASCO ~ By Sydney ~  “What the fuck”. Emma ripped the flier off the wall and rapidly walked towards their classroom. That'...