jueves, 10 de marzo de 2022

Adolescencia

Un viento helado me alborota el cabello. No estoy sola, de eso estoy segura. Es curioso cómo tememos a la soledad hasta que nos la quitan. Las lágrimas se me congelan antes incluso de salir de mis ojos. Ni siquiera soy capaz de cerrar la boca. Mañana estaré resfriada. Si sigo viva.

Mi espalda se ve acosada por un largo escalofrío. Me dan náuseas, pero las aguanto. No se me ocurre nada más ridículo que encuentren mi cadáver recubierto de mi propio vómito. “¿Qué era ese ruido?”, me pregunto gritando mentalmente. Solo una rama. Una estúpida rama. ¿Por qué tiene que estar tan oscuro? Yo ni siquiera debería estar aquí.

Me empiezan a flaquear las piernas. Mis rodillas tiemblan, como el resto de mi cuerpo. El frío me cala los huesos. Siento la tentación de sentarme en el mugriento suelo recubierto de hojas muertas, pero resisto. Por si tengo que salir corriendo.

Un cuervo vuela por encima de mi cabeza. No muy por encima. Quizás cree que puedo ser su cena. Debo parecer deliciosa. Eso deben estar pensando los dos. El cuervo, y quien me persigue. Supongo que debería rendirme, pero me aterra hacer eso. Quiero decir: es muy pronto, ¿no?

Un ruido ensordecedor pretende acabar con mis tímpanos. Me llevo las palmas de las manos a las orejas para cubrir mis oídos. Como no funciona, empiezo a chillar. Me descubro llorando por fin.

Ya no oigo nada. Ni a mí misma. El mundo se ha convertido en un submarino insonorizado. Empiezo a no ver con claridad. Busco mis gafas en el bolsillo de mi vestido, pero de repente recuerdo que no utilizo.

Me pongo en cuclillas a esperarla. Quiero que venga a por mí. Quiero que me descubra. Llevo demasiado tiempo huyendo de ella. Estará cansada de andar buscándome, igual que yo estoy harta de esconderme.

Tiendo una mano hacia la nada. Mi cabeza se encuentra apoyada en mis rodillas, así que no veo quién me corresponde. Pero no me hace falta mirar para saberlo. Conozco bien de lo que se trata. Por fin viene y me abraza. Sonrío, pero solo con la boca, porque mis ojos no están felices. Ellos saben lo que viene ahora y no les gusta.

Me atrevo a levantar la vista y mi mirada se cruza con la suya, que lleva un rato con sus ojos puestos en mí. Ahora soy suya, y ambas lo sabemos.

La locura.

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